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España España · Barcelona
Críticas de polvidal
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Críticas 348
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
13 de mayo de 2022
23 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo advierte el propio título de la serie. Esto te va a doler. Y mucho. Porque lo que podría ser un drama médico más se convierte en un descenso a los infiernos de una profesión que, milagrosamente, todavía seduce a miles de almas caritativas que no dudan en renunciar a sus derechos más elementales para ejercer su vocación. Es el caso de Adam Kay, un joven médico de ginecología y obstetricia cuya experiencia en un hospital público de Reino Unido es lo más parecido a una pesadilla.

Lejos de la imagen idílica, romántica y trepidante que ofrecen muchas de las series médicas, Esto te va a doler es todo un baño de realidad, una experiencia de lo más inmersiva que nos sumerge sin tapujos en las entrañas del sistema sanitario público. Aunque esta ficción de la BBC se basa en la experiencia personal del propio doctor, reconvertido ahora en cómico y productor televisivo, su tono está bien alejado de la comedia, por mucho que el protagonista rompa la cuarta pared con la acidez de su humor inglés.

A Kay le llueven la sangre y otros fluidos de sus pacientes, mientras lidia con guardias maratonianas, las carencias de una sanidad precaria y la arrogancia de sus superiores, que él tampoco duda en trasladar a la residente a su cargo. Shruti es el vivo ejemplo de las ilusiones rotas por un sistema deshumanizado y voraz. A través de su mirada, vamos asistiendo al declive de un personaje clave para el mensaje principal de esta ficción.

Pero no es la intención de este texto, ni de la serie, deprimir al espectador. Aunque el trasfondo es descorazonador, el tono es de una gran sensibilidad. La que transmite un protagonista escéptico, amargado, consumido, pero de buen corazón, potenciado por uno de esos novios que cualquiera querría encontrar. Cariñoso, paciente y empático, Harry es el contrapunto perfecto para que ni Adam ni nosotros como espectadores terminemos arrojándonos por un puente.

La serie se sustenta en un guion cargado de verosimilitud, con un plantel de secundarios imprescindibles, y en ese plus de riesgo que suelen afrontar las ficciones inglesas. Pero su gran baza no es otra que Ben Whishaw, ese actor que aglutina papelones como los de The hour o London spy y que sigue impregnando de talento y solvencia todos los proyectos que toca. Esto te va a doler pero, desde luego, no vas a encontrar dolor más placentero.
polvidal
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10
6 de mayo de 2022
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Puede convertirse la historia de una familia coreana que emite una plataforma todavía tan minoritaria como AppleTV+ en la mejor serie del año? Si nos atenemos más a su contenido que a su influencia, sin duda alguna. Todavía no hemos alcanzado el ecuador del 2022, la lista de grandes propuestas comienza a ser abultada, pero de momento ninguna otra ficción logra embaucar con la belleza y la sensibilidad que desprende Pachinko, una serie muy sencilla en su planteamiento pero absolutamente ambiciosa en la ejecución.

La trama va rebotando entre tres generaciones de una misma familia, tal y como hacen las bolas de acero del juego que da nombre a la serie y que tanto recuerda al pinball. Desde los orígenes de la humilde Sunja en la Corea ocupada por Japón de principios del siglo XX al despiadado Tokyo actual con el que debe lidiar su nieto Solomon, pasando por la generación intermedia, la de Mosazu, el hombre que salvó a la familia de la miseria gracias a este popular juego japonés.

A pesar de la multitud de personajes, Sunja es el alma vertebradora de la serie. Pachinko arranca con su nacimiento y se esmera particularmente en narrarnos el origen de todo el entramado familiar, fruto del amor prohibido con un comerciante invasor. La puesta en escena, acompañada de una bellísima banda sonora, nos sumerge en una gran historia dramática que rehúye en cambio los tintes más melodramáticos. Es suficiente con la mirada de las dos actrices que encarnan las diferentes etapas de la protagonista para emocionarnos. Una de ellas, además, es Youn Yuh-jung, la actriz que nos encandiló a todos, Academia de Hollywood incluida, con Minari.

En Pachinko un simple bol de arroz es capaz de hacernos saltar las lágrimas. Y es que la serie, con ese prisma tan asiático, pone el acento en el conflicto intergeneracional entre lo espiritual y lo material. Mientras la veterana Sunja intenta regresar a sus orígenes, asiste impotente a la ambición capitalista de su nieto, incapaz de entender el aferramiento de una señora mayor a sus raíces.

Lejos de acomodarse en un relato clásico, basado en el best seller de Min Jin Lee, la serie también asume riesgos. La propia cabecera, con los intérpretes bailando al ritmo de Let’s live for today y desquitándose del corsé de sus personajes, es toda una obra de arte. Alguno de los episodios rompe también con la estructura y sorprende al espectador centrándose en la trama de uno de protagonistas. O el propio epílogo de esta primera temporada, con testimonios reales de esas mujeres rondando los 100 años de edad que se vieron obligadas a emigrar a Japón, pone los pelos de punta.

Porque sí, Pachinko contará con una segunda temporada, confirmada ya por AppleTV+. No es para menos. No solo porque se dejan muchas incógnitas en el aire, sobre todo en torno a uno de los descendientes de Sunja, sino porque una serie tan ambiciosa en contenido y en continente, con una apabullante factura técnica, merece ser explotada. En espera de que le lluevan los reconocimientos, que llegarán, solo queda extender la recomendación: ¡No se la pierdan!
polvidal
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8
29 de abril de 2022
157 de 252 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hemos visto la imagen centenares de veces. Agricultores lanzando toneladas de fruta ante grandes cadenas de distribución para denunciar que pierden dinero con las cantidades ridículas que reciben a cambio de su esfuerzo. 15 céntimos por quilo. Parece mentira que sigan existiendo supervivientes que aún no lancen la toalla. Detrás de esos tractores y de toda esa fruta vertida existen familias que llevan generaciones viviendo del campo, personas que asisten atónitas a las contradicciones del progreso. Y sobre ellas ha querido centrar su segunda película Clara Simón, tras aquella Verano 1993 que también rezumaba nostalgia por los cuatro costados.

La denuncia de un sector que se asfixia por las fauces del capitalismo salvaje se consigue precisamente poniéndole rostro a los damnificados. Y no cualquier rostro. El gran acierto de Alcarràs ha sido contar con un plantel de actores no profesionales que parecen justo lo contrario. Porque por mucho que un intérprete del método trate de sumergirse en el mundo rural, al final hay que saber recoger melocotones, matar plagas de conejos, preparar caracoles a la brasa o cortar la fruta para mermelada. Y no solo eso. Los lazos que se establecen en una familia dedicada por completo al cultivo o en una pequeña comunidad con el mismo modo de vida solo logran transmitirlos quiénes los llevan estrechando desde pequeños.

De ahí los destellos de autenticidad de una película con la que resulta prácticamente imposible no sentirse identificado. Porque más allá del trasfondo social, el mérito de la propuesta de Simón recae nuevamente en los lazos familiares, en esa recreación cotidiana de tres generaciones. Las cabañas con contraseña que construyen la pequeña Iris y sus primos conviven con las coreografías electrolatinas de su hermana adolescente y las conversaciones sobre las diferentes maneras de cocinar un fricandó de las abuelas. Todos conviviendo bajo un mismo techo con diferentes actitudes ante el inminente cambio que supondrá la venta de sus tierras a una empresa de placas fotovoltaicas.

El que lleva el peso de ese giro trascendental en sus vidas es el patriarca de la familia, un Quimet que se resiste a renunciar a su modus vivendi (el único que conoce) y que vierte toda su rabia contenida a todo el núcleo familiar, desde el abuelo que no firmó por escrito la propiedad de sus tierras al hijo que apechuga con la herencia de hacerse cargo del negocio y que busca constantemente el beneplácito de su padre. Como le ocurriera a Frida, la niña protagonista de Verano 1993, el dolor acumulado termina sobresaliendo de la única forma posible.

Pero ¿cómo se consigue un personaje tan auténtico y entrañable como Quimet? La pregunta es extensible al resto del reparto, una labor de casting mayúscula, cuya química termina convirtiéndose en el alma de la película. Si en su debut la directora hizo convivir previamente a los actores durante semanas, esta vez ha echado mano de personas reales que han nacido y viven del campo. Sin artificios, sin la mirada condescendiente del urbanita, sin dramatismos ni apenas acentos, con la ausencia casi total de una banda sonora. Con una mirada prácticamente documental pero con la sensibilidad de quien simplemente ha querido plasmar todo el cariño hacia sus orígenes y, en definitiva, el origen de todos nosotros.
polvidal
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10
22 de abril de 2022
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hubo un tiempo en el que no resultaba tan sencillo conseguir imágenes para ilustrar las noticias en televisión. Podía ocurrir el desastre nuclear de Chernóbil y tardarse horas en lograr material audiovisual suficiente para revestir la información, mientras los periodistas se afanaban en recabar datos sobre Ucrania o sobre centrales nucleares en medios que ahora suenan tan rudimentarios como una enciclopedia o una hemeroteca. Las grabaciones, en cintas, se enviaban a la redacción en taxi y las conexiones en directo suponían un esfuerzo titánico. Conocer esa realidad ahora, cuando cualquiera puede acceder al lugar de los hechos con un simple móvil, es uno de los grandes alicientes de The Newsreader, la serie australiana ambientada en un informativo televisivo de los años 80.

Acotarla a esa temática, sin embargo, la convertiría en otra The Newsroom o Studio 60, las dos series con las que Aaron Sorkin ha desentrañado como nadie el mundo de la televisión. Esta pequeña ficción australiana, multipremiada en su país, prefiere poner el foco en su protagonista femenina, una carismática presentadora de informativos que debe lidiar con el ego masculino de su compañero de mesa y con la testosterona del jefe de redacción para conseguir el hueco que se merece.

No lo tendrá fácil. Aunque la audiencia la adora, el entramado de machos alfa que la rodea prefiere mantenerla a la sombra de la estrella masculina y en decadencia de la cadena. La excusa perfecta la encuentran en su trato difícil, en los sucesivos episodios de crisis de ansiedad que alimentan las posturas paternalistas y condescendientes. Por si fuera poco, su vida sentimental es el epicentro de toda la sorna con la que minar su credibilidad profesional.

La encargada de dar vida a Helen Norville es Anna Torv, la arrolladora actriz a la altura de estrellas australianas como Cate Blanchett o Nicole Kidman pero que prefiere regalarnos su talento a través de series de televisión como Fringe o Mindhunter. Su interpretación, su carisma, sus looks ochenteros, son motivos más que suficientes para rendirse a sus pies. Por si fuera poco, en The Newsreader hace tándem con el más desconocido Sam Reid, que encarna al joven y entusiasta Dale Jennings. Él también lucha por hacerse un nombre en la profesión y por quitarse de encima sus inclinaciones homosexuales. La relación entre ellos suma el drama romántico a una trama repleta de contenido.

Si The Newsreader no ha trascendido probablemente se deba a que la producción es australiana o a que su estreno llegó a España de la mano de un canal menos masivo como Cosmo (aunque ya se encuentra en el catálogo de Filmin). En todo caso, se trata de un injusto recibimiento. No solo retrata una profesión y un medio de comunicación de forma fidedigna, mostrando incluso los tejemanejes más sucios de la televisión, sino que encima aborda la actualidad de la época, como los primeros casos de sida, de la manera más crítica. Indispensable para los amantes del periodismo y para los nostálgicos de un tiempo en el que la función del periodista no se reducía casi en exclusiva a desmentir bulos.
polvidal
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9
8 de abril de 2022
104 de 135 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como si no lo hiciéramos ya. Como si instintivamente no cambiásemos de personalidad cuando atravesamos la puerta de acceso a nuestro trabajo. El entorno laboral, más o menos amable, más o menos hostil, nos obliga de forma irremediable a contener nuestro auténtico yo. En un ambiente con sus jerarquías, con sus desequilibrios, resulta imposible ser uno mismo. Es probable que nuestro entorno más cercano se sorprendiera con nuestra versión de currante de la misma manera que compañeros de trabajo alucinarían con nuestra vertiente hogareña.

La serie de AppleTV+ Separación va un paso más allá y se plantea qué ocurriría si un implante cerebral permitiera separar esas dos facetas. Durante la jornada de ocho horas dejaríamos a un lado nuestra vida personal, que retomaríamos al fichar la salida. Dos vidas completamente separadas, ajenas la una de la otra. El sueño cumplido de toda empresa, que dispondría de una legión de subordinados libre de taras mundanas, y de todo aquél workaholic que incomprensiblemente se lleva el trabajo a casa.

¿Qué individuo sería capaz de someterse a semejante barbarie? Es uno de los muchos interrogantes que plantea la serie, cuyos cuatro protagonistas, aparentemente sin nada en común, tan solo se conocen en el ámbito laboral. Una vez se adentran en el ascensor de la empresa, con una salida escalonada cada cinco minutos, se convierten en absolutos desconocidos y retoman su vida personal.

Producida por Ben Stiller (sí, el de Zoolander o Noche en el museo pero también el que estaba detrás de series como Fuga en Dannemora), Separación es lo opuesto a la comedia. Es un thriller de ciencia ficción de lo más absorbente y enigmático, con un ritmo y una atmósfera muy particulares, rozando por momentos el surrealismo, pero con una voluntad muy clara de reflexión sobre los límites de nuestra propia intimidad.

La serie reproduce a la perfección los esquemas, los roles y las dinámicas de toda organización empresarial. Los protagonistas, sin ir más lejos, pertenecen a un departamento de nombre rimbombante cuya función prácticamente desconocen. En un entorno diáfano y aséptico, desprovisto de toda humanidad, desarrollan su labor con un fingido entusiasmo, el que inflige la propia corporación con estúpidas iniciativas de team building. ¿A alguien le suena?

La opacidad con la información, los desequilibrios de poder o la desconfianza entre departamentos son otras tendencias que también están presentes en Separación y que pueden resultar familiares. Incluso la serie adquiere por momentos un ritmo aletargado, repetitivo, rutinario, por si algún espectador no se había terminado de sentir identificado.

Pero es en el misterio, en la incógnita, donde reside el gran interés de esta apasionante mezcla entre Homecoming y Devs, dos de las grandes producciones de ciencia ficción que nos ha proporcionado el streaming en los últimos años. Si uno logra adentrarse en esta atmósfera de claustrofobia y control enfermizo, algo nada difícil, acabará sumergido literalmente en una historia de lo más adictiva, que culmina con un apoteósico episodio final que recuerda a los mejores momentos de Perdidos. Por suerte, AppleTV+, que vela por nosotros, ya nos tiene reservada una segunda temporada en su cada vez más interesante catálogo de series.
polvidal
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