Hace veinte años casi me meo en el cine (perdón por la sinceridad) y los dolores abdominales propios de la risa se adueñaron de mí largo espacio. No me revolqué en el suelo a la par de los soldados romanos porque no había demasiado espacio y se hacía necesario guardar las formas. Era versión original sustitulada en castellano -mucho mejor sin duda-; verla después en el sofá de casa varias veces y doblada no fue igual -el primer beso con lengua no se recuerda del mismo modo que el segundo-. Hace varios meses llegó Spamalot; en directo vuelve a ser un espectáculo brutal, sin nada a lo que decir basta, genialmente versionada por Tricicle con toda la mala leche, la mofa y lo políticamente incorrecto de los Monty Python.
Y sólo ellos son capaces de crear la disfrutable "tontería" que representa "No es el Mesías", donde consiguen dar otra vuelta de tuerca a lo ya hecho y que la perfección y milimétrica pulcritud de las voces y la orquesta te hagan sonreir a través de lo absurdo.
Evidentemente es difícil poder disfrutar de un aniversario para quien no estuvo presente ni entendió lo que ahora se celebra y por tanto invito a renunciar a verla a quienes odiaron el humor de los Hermanos Marx o fueron incapaces de esbozar la más pequeña de las sonrisas con las ridículas peripecias de un tal Bryan; para el resto, disfrutadla, tan sólo por los recuerdos, por lo irrepetible, por lo que en un día fue... a pesar de que lo único imprescindible hubiera sido estar presente en el Royal Albert Hall para vivir en directo lo que fue creado para ser disfrutado en directo.
Y, por supuesto, cualquier esfuerzo merece la pena si al final vuelves a vibrar mientras cientos de voces entonan una vez más como un compartido orgasmo el irrepetible "Always look on the bright side of life".

"The Warlords" se mueve sinuosamente entre el abismo de lo vulgar y el paraíso de lo brillante sin inclinarse hacia ninguno de los lados. Sin simplificar en demasía podría decirse que bebe claramente de las fuentes de "El último samurai" o "Braveheart", y también de la belleza del cine de Yimou e incluso de Kurosawa, pero recuerda más al típico cine épico y occidental de las dos primeras (abusando en secuencias de la cámara lenta y del dramatismo añadido con la banda sonora). No obstante, las secuencias de lucha alcanzan un realismo espeluznante, el conjunto está muy muy equilibrado y encima Jet Li , junto con el resto de intérpretes, hace un trabajo excepcional.
En fin, que a eso de la mitad de la peli me olvidé de si estaba o no bien realizada, me relajé casi sin querer y definitivamente me perdí en la historia -en el buen sentido- por muy básica y tópica que fuera (creo que aun viéndola en versión original no te pierdes en la trama, ja), e incluso el final* -marcado innecesariamente por el dramatismo- no desentona del papel esperado. Vamos, que en lo comercial disfruté, y bienvenido sea.

Antes de escribir una crítica/diagnóstico positivo sobre S&M Judge casi se le hace necesario a uno mirar alrededor, no vaya a ser que estamparle un siete a una película sobre una relación sadomaso (SM) también deba ser considerado delito; pero bueno, he de confesar, que aunque comience a recibir mensajes anónimos y amenazas el film de lo único que habla de principio a fin es del amor y de la libertad, no de la crueldad, porque todo aquello que no entendemos o que tememos (muchas veces los dos verbos son lo mismo) no tiene por qué ser necesariamente una aberración. Por eso, lo primero que se hace necesario escribir, para que sigan leyendo los que estén a punto de vomitar motivados por mi exceso de celo, son unos simples y sencillos datos estadísticos: en España, en el año 2000 el 33% de los hombres y el 19% de las mujeres reconocían en una encuesta haber practicado relaciones SM, pero lo más curioso es que el ¡45%! de las mujeres admitían tener fantasías de este tipo (lo mismo es que casi la mitad de las féminas de este país necesitan fármacos y están para que las encierren); por otra parte, desde 1994, las relaciones SM están fuera de los trastornos mentales (DSM-IV).
Dicho lo dicho, y aclarando a los lectores y lectoras que no soy SM ni defiendo a ultranza sus principios, recomiendo a los espectadores de países "civilizados" como EE.UU., o posiblemente Italia, que se la descarguen de la red, porque dudo mucho que esta película la proyecten en sus cines de doble moral (es curioso que en varios estados de USA incluso las relaciones homosexuales son consideradas delito). Con ello adelanto que por riesgo, libertad de expresión y firmeza (no olvidemos que el 75% de la población belga es católica) mi voto hacia SM Judge sería un diez, pero no debo dejarme llevar de la emoción por descubrir algo anormal. Sin embargo, una película tan dura y difícil, que te deja seco y parado en mitad de la vía aún siendo consciente de que el tren está a punto de arrollarte, que habla del amor y la libertad en las condiciones menos comprensibles y más criticables y que acabas asumiendo sino justificando, que no se detiene en lo superfluo ni en lo morboso, pero que no evita el escándalo y expresa lo oportuno... una película así es necesaria.
Ah, se me olvidaba, leches, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra (uy, disculpad, nuestros pecados siempre son más menudos, insignificantes y perdonables).

Hay autores que desde el primer zapatazo sientan cátedra, y con tal autoridad que durante el resto de su existencia ya ni su vida ni su obra pueden prescindir de determinada magnitud.

Ousmane Sembene, escritor, director y activista senegalés puede presumir de ello, aunque nunca lo haya hecho. Desde su primera película, “La noire de...” (1966), del que hablaremos largo y tendido, hasta el que dio fin a su filmografía, “Moolaadé" (2004), un contundente alegato contra la ablación femenina, Sembene ha mostrado un metódico compromiso a favor de los derechos humanos que, desde luego, en nada le ha impedido a lo largo de su carrera convertirse en uno de los directores africanos más influyentes.

“La noire de...” supuso una total ruptura con el concepto de cine negro en todo el continente africano, especialmente en el África Subsahariana, siendo el primer director de color y rodando pues desde un análisis alejado del concepto de 'negritud', siempre desde el punto de vista de los colonizadores, por muy solidarios que fuesen, que aparecía en todo el cine anterior.

“La noire de...”, en cuyo título, con una poco velada referencia al filme francés “Madame de...” (1953) ya se puede apreciar el contraste rasgador que Sembene quiere imponer entre la exquisita dama francesa protagonista de la cinta de Max Ophüls, pero que puede ser juzgada de manera inclemente por el estrato social que sólo la valora por su marido, y la negra sin valor, supuesta sirvienta reconvertida en esclava, que permanece ignota, condenada al ostracismo por la sociedad global que consiente y permite.

Sembene no deja títere con cabeza a fin de explicar en qué consiste la dignidad de un ser humano, y lo primero que sorprende de la historia de Diouana, una chica senegalesa que, esperanzada, se marcha con sus amos blancos (sí, terrible palabrota) a la Costa Azul donde iba a vivir, al menos, como una más de la familia, se estrenara en Francia sin que ardieran los cines. Y es que en realidad, Diouana, lo único que dice en toda la película una vez pisa la casa de Antibes -hasta una, digamos, semirebelión- es “Oui, monsieur” o “Oui, madame”, según a quién se dirija. Constreñida dentro de un cuartucho de ridículas dimensiones, sin tiempo libre, ni dinero, sin que se le permita vestirse bien ni tener relaciones, que desconoce el francés y que no sabe leer ni escribir (todo esto como la inmensa mayoría de las 'empleadas de hogar' importadas de países supuestamente descolonizados y condenadas a condiciones infrahumanas)... Diouana NO PUEDE HUIR. Menos mal que, como bien dice uno de los invitados burgueses a la casa de la familia, los negros no tienen inteligencia ni sentimientos. Lo entienden todo por instinto. Si no fuera por eso ¿qué conciencia lograría soportar la terrible injusticia que supone mantener a un ser humano en semejante vida? Obviamente, quien no tiene esos sentimientos que aboga en otros.

“La noire de...” fue realizada sólo seis años después de la independencia de Senegal del gobierno de Francia, y en las tomas que Sembene rodó en su país natal decide igualmente dar sin tapujos serias cinceladas al colonialismo, que supuso y sigue suponiendo un dominio de una minoría opresora mantenida por los intereses de países occidentales y que se aprovecha de la necesidad de la población nativa: esperando un posible contrato, se les ve aguardar como ganado al que sólo le falta que le miren los dientes, en una escena en el puerto puede verse el abuso y la muerte de indígenas senegaleses por defender a la patria francesa nada agradecida durante la II Guerra Mundial (y que relatara de forma contundente el director argelino Rachid Bouchareb en 2006 con su obra “Indigènes”)... El pobre es pobre y desgraciado hasta en su país.

Sembene intento cambiarlo. Y de nosotros depende.

Vale que en la selva no hay trapecios, sino lianas.
Vale que hoy en día cantan las transparencias como pavarotti.
Vale que a N´Kima le cambian el nombre por Chita y que encima es macho.
Vale que hay alguna escena de dibujos animados.
Vale que Weissmuller no es Brando y que no llegó ni a pisar África.

Vale.

Pues han pasado más de 75 años y todas las revisiones del hombre mono posteriores a Johnny Weissmuller me dan risa (salvaré "Greystoke" y la de Disney, aunque siguen siendo peores).

Luego, en el 36, llegó Richard Thorpe y con dos o tres pelis más creó el mito. Hasta hoy.

Weissmuller acabó sus días en un psiquiátrico; perdido el juicio porque no era Tarzán. Yo también me vuelvo loco porque vuelvas Johnny, con tu grito salvaje de ordenador.