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Críticas de Kasanovic
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Críticas 400
Críticas ordenadas por utilidad
5
29 de abril de 2016
30 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
El sentimiento romántico que acompaña al derrocamiento de una dictadura es mucho más engañoso de lo que parece. Poderosos individuos que sirvieron al antiguo régimen seguirán manteniendo un puesto relevante en la administración pública democrática. Tal cosa no pertenece al campo de la ficción, sino que ha sucedido incluso con las peores muestras de autoritarismo. Hablamos de la Alemania de posguerra, ya librada del yugo nazi pero que en muchos sentidos todavía no parecía dispuesta a afrontar el horror de su pasado. Genocidas y criminales evadieron cualquier tipo de juicio y se mudaron a otras partes del mundo gracias el apoyo de varios personajes que, desde tierra alemana, hacían zozobrar cualquier intento de perseguir a sus protegidos.

El fiscal general Fritz Bauer, judío y antiguo socialdemócrata en la República de Weimar, obviamente no estaba contento con este panorama. Frustrado en la búsqueda de gerifaltes nazis, un día recibe con entusiasmo la carta de un hombre alemán que desde Argentina le informa que el novio de su hija es el retoño de nada menos que Adolf Eichmann, considerado el principal responsable de la masiva deportación de judíos a los campos de concentración para su atroz ejecución. Una noticia que en un ambiente totalmente democrático debería conllevar una rápida respuesta institucional para su pronta captura pero, en aquel momento, Alemania estaba lejos de ofrecer esa imagen.

Todo esto se narra en El caso de Fritz Bauer (Der Staat gegen Fritz Bauer) una cinta dirigida por Lars Kraume y co-escrita por este junto al guionista Olivier Guez, de origen judío. El propio Kraume ha confesado que uno de los motivos que le llevaron a realizar esta película era la pretensión de responder ante el pasado de su país, unas palabras que se tornan como bastante honestas una vez visto el film.

Porque El caso de Fritz Bauer no posee ningún tapujo a la hora de sacar los trapos sucios de los funcionarios públicos germanos de aquella época. Los intentos por torpedear la búsqueda y captura de Eichmann se reflejan claramente desde el principio, en una crítica que no va dirigida únicamente hacia las clases institucionales, sino al conjunto de la sociedad alemana. La ciudadanía vivía por aquel entonces en un estado de aletargamiento, creyéndose que la nueva constitución reflejaba verdaderamente sus propias palabras de rechazo hacia las leyes nazis. El propio Fritz Bauer se queda sin palabras cuando una joven le pregunta de qué podría estar orgulloso un alemán. Es una muestra de las dificultades que puede tener un país si rechaza sistemáticamente resarcir a las víctimas de su oscuro pasado, situación que se representa bastante bien en la película.

Estas virtudes quedan algo enturbiadas por una dirección bastante plana y académica. Kraume pone en liza una clásica estructura narrativa en la que trata de contar la historia utilizando las formalidades propias de estos biopics, incluyendo un rápido rodeo por la vida íntima de los protagonistas en la que no se ofrecen todas las respuestas que quizá merecían algunas preguntas. Tampoco escapa a la tentación de demonizar a unos y ensalzar abruptamente a otros, algo que en este caso va más allá de los juegos de cámaras, la punzante BSO o el propio papel, sino que la elección de casting ya parecía encaminada a ello (el tenebroso Sebastian Blomberg como nazi o el más atractivo Ronald Zehrfeld como fiscal ayudante, por ejemplo).

La mayor pretensión de Kraume con su obra es que esta no fuera demasiado farragosa, queriendo transmitir a todo el mundo el retrato de un personaje tan importante para su país como lo fue Fritz Bauer. Pero esa agilidad narrativa que demuestra El caso de Fritz Bauer tiene el problema de ir acompañada de una falta de profundidad bastante notable que, unida a su escasa identidad propia, hace que sea difícil no quedarse con la sensación de que la película no es más que el croquis de un biopic al uso en el que se han pintado por encima retazos de la Alemania de los años 50. No obstante, es muy recomendable para aquellos que desee conocer cómo funcionaba la justicia en ese país durante aquellos años y, por ende, en cualquier país que desee seguir justificando errores (y horrores) del pasado.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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6
20 de enero de 2017
29 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué sucedería si en nuestra ciudad surgiese de repente un bicho con capacidad para aniquilar en un pispás vidas humanas e inmuebles? El mito de Godzilla ha sido desarrollado constantemente en la cultura japonesa desde que a mediados del siglo XX apareciese la primera película sobre el ser. A partir de ahí, esta especie de dinosaurio con gran fortaleza física y un aliento atómico devastador ha aparecido varias veces en cómics, videojuegos y sobre todo en el cine, cuya más popular y desgraciada versión occidental fue aquella producción de Roland Emmerich muy al uso de su cineasta. Ahora, Hideaki Anno y Shinji Higuchi, el creador y uno de los guionistas de Neon Genesis Evangelion respectivamente, han unido sus fuerzas para crear Shin Godzilla, enésima revisión del monstruo pero que aquí se presenta con un cariz peculiar y ciertamente original.

Lo primero que resalta en Shin Godzilla es que la cinta ostenta un tono marcadamente paródico, sobre todo en su primera media hora. Lo hace a través de dos vertientes: por un lado, a la hora de representar al monstruo (cuyos ojos y composición general se asemejan más a un juguete de baratillo) y por otro, al sobreimpresionar los cargos de los políticos que aparecen en pantalla, unos puestos de trabajo con nombres empalagadamente largos y que no dejan de ser una crítica al sistema burocrático que hoy día sigue reinando en casi todos los países avanzados.

Shin Godzilla sorprende porque opta por centrarse en cómo se resolverá el conflicto en vez de en la espectacularidad del bicho. Es decir, los directores representan más o menos la situación que se daría en la vida real: la confusión inicial, el lío administrativo para decidir quién actúa y cómo se trata al monstruo, las presiones de ciertos grupos, el relativo escaso interés que se le da a las víctimas… Dejando de lado la propia fantasía de Godzilla, todo está descrito bajo la apariencia de una cierta credibilidad. Hay una circunstancia que no casa del todo bien con esta sensación de caos y es que es difícil captar la esencia del terror que en Tokio provoca un monstruo como Godzilla cuando al inicio de la cinta lo que más se pretendía lograr en el espectador eran risas.

De hecho, no se puede decir que la cinta esté exenta de las típicas “flipadas”. Shin Godzilla ofrece kilos de espectacularidad y destrucción, pero intenta hacerlo a través de las neuronas y tomando siempre como vía principal el desarrollo de los acontecimientos en los despachos. Anno y Higuchi no se olvidan de Godzilla y constantemente recuperan secuencias del monstruo arrasando la ciudad de Tokio, pero lo hacen con el objetivo de no caer en la modorra que impone el trabajo de despacho. Un bajo ritmo que resulta obligado, ya que de otra forma no se podría haber representado esa crítica a la estructura administrativa que provoca respuestas más lentas a un desastre que hubiera requerido rápidas acciones para reducir las bajas humanas. Con el accidente nuclear de Fukushima aún reciente, quizá la intención crítica queda aún más clara.

Por lo tanto, Shin Godzilla no es una película destinada a gustar a aquellos que amaran la versión de Emmerich (¿realmente hay alguien?) por tomar un ejemplo, sino que se dirige más bien a aquella parte de la audiencia que siempre echa de menos algo más de sesera y cabeza fría en estas películas de catástrofes. Si a eso le unimos su buen aunque irregular tono satírico y el hecho de que tampoco falta espectacularidad, Shin Godzilla se convierte en una gran opción para seguir ampliando perspectivas sobre lo que representa este monstruo en el ideario japonés… y también para ver una representación más o menos creíble acerca de cómo actúan nuestras autoridades cuando ocurre un desastre natural.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para Cine Maldito
Kasanovic
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4
8 de julio de 2017
37 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante 1941 y parte de 1942, la Alemania nazi parecía estar decantando la guerra a su favor. En este contexto y ante la escasa posibilidad de otorgar un golpe de efecto inmediato en las líneas de combate, se hacía necesario planificar un ataque desde dentro. Nació entonces la Operación Antropoide, un plan elaborado por los británicos con el apoyo del primer ministro de Checoslovaquia en el exilio y que tenía por objetivo asesinar al hombre que controlaba ese país, el implacable Reinhard Heydrich. Un tipo que había visto truncada su carrera en la Marina por un escándalo sexual y que fue rehabilitado por Himmler para tener un papel importante los servicios de inteligencia de las SS. Desde ahí, su carrera creció a una rapidez tan brutal como lo eran sus métodos de liderazgo, basados en una violenta represión que hizo que el mismísimo Adolf Hitler le otorgara el apodo de “el hombre con el corazón de hierro”.

De este mote surge precisamente el título de la película que, bajo la dirección del francés Cédric Jimenez y adaptando la popular novela HHhH, pretende esbozar una breve biografía sobre Heydrich antes de narrar los hechos que sucedieron en la mencionada Operación Antropoide a través de sus dos protagonistas, los sargentos checos Jan Kubiš y Jozef Gabčík. El hombre del corazón de hierro divide su metraje en dos partes bien diferenciadas que representan los dos polos de un pasaje de la Segunda Guerra Mundial que quizá no es muy conocido entre el público pero que fue clave para el devenir de los acontecimientos.

La parte de Heydrich está resuelta con algunos momentos de dudoso gusto estético pero, en general, el relato ayuda a entender el carácter de uno de los personajes más importantes del bando nazi. Jason Clarke transmite bien ese aspecto frío e implacable pese al poco parecido que posee con el Heydrich real. Empero, los problemas de El hombre del corazón de hierro aguardan en una segunda mitad de película muy atropellada, de ritmo tan alto que apenas da oportunidad a comprender la magnitud de una operación tan importante. Se pasa muy de puntillas por el dúo de héroes y apenas se pueden entender sus motivaciones de cara al plan que estaban cerca de ejecutar o en el plano de su vida personal. Ni siquiera la resistencia checoslovaca tiene una clara presencia en el relato. La dramatización de la masacre de Lídice es de lo más rescatable de esta parte.

Es inevitable comparar este segundo tramo de película con el que nos ofrecía la cinta británica Operación Anthropoid, de reciente estreno en España. El film dirigido por Sean Ellis se centraba únicamente en relatar los pasos seguidos por Kubiš y Gabčík para planificar y ejecutar la misión, amén de ofrecernos breves pinceladas sobre su vida personal. Poseer el doble de minutos para narrar un mismo hecho resulta clave a la hora de dotar de profundidad a la trama y, por tanto, sería injusto comparar ambos films desde esta perspectiva. Sin embargo, es cierto que El hombre del corazón de hierro no se acerca al tono épico del desenlace y no se puede decir que sea por intentar representarlo de manera más natural, dados los detalles sensibleros y el tono musical que acompaña a esta parte final.

Sería sencillo resumir los errores de El hombre del corazón de hierro en la decisión de intentar abarcar ambos lados de la Operación Antropoide en vez de apostar por una obra centrada en una de las dos caras de la misma. No en vano, Jimenez parece encontrarse mucho más cómodo con la frialdad que se necesita para retratar a Heydrich que con el sentido emocional que se debería desprender de la narración de Kubiš y Gabčík, por lo que podía haber sido una buena idea otorgar más minutos a la representación del líder nazi. Es cierto que toda película tiene que ser valorada por lo que es y no por lo que uno crea que debió haber sido, pero en este caso el contraste cualitativo que existe entre las dos mitades marca claramente el irregular resultado de la cinta.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para Cine Maldito
Kasanovic
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7
3 de diciembre de 2015
29 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Birdboy es un pájaro que va a la deriva en la isla donde vive. Allí, la ratoncita Dinki debe hacer frente desde primera hora de la mañana a casi todo el mundo, incluyendo unos padres que no la quieren ni ver. Tampoco le va mejor a Sandra, marginada y calificada como loca, o al lobezno que es diariamente apaleado por sus compañeros de clase, y mucho menos a las ratitas que buscan entre la basura restos de cobre que vender y así poder llevarse a la boca el sustento diario.

Este grupo de animales parlanchines se reúne en Psiconautas, los niños olvidados, película de animación dirigida por Pedro Rivero y Alberto Vázquez basada en el cómic de este último. También es la versión en largometraje de un corto titulado Birdboy que en 2012 se llevó el Goya al mejor cortometraje de animación. Esto ya da una idea aproximada de lo profundo que es este proyecto, muy trabajado desde una óptica meramente visual pero realmente extraordinario en lo que se refiere a aquello que quiere trasladar.

En primer lugar, la perturbadora atmósfera que Rivero y Vázquez dibujan en Psiconautas posee un curioso toque que la hacen distanciarse del dibujo ciertamente convencional que representan. En efecto, es complicado dar pistas concretas sobre cómo los autores logran introducirnos en este ambiente magnético, sino que todo funciona como un conjunto perfectamente orquestado. Cada personaje que aparece en pantalla tiene su clara función y, lo que al principio parecía una narración dispersa, acaba convergiendo en un relato único y sobrio.

Lo interesante de este punto es que la historia está muy en consonancia con las diversas preocupaciones que tiene la sociedad humana actual. El racismo, la extrema pobreza, el amor a las nuevas tecnologías por encima de los propios seres humanos, la descarnada importancia del dinero, la falta de educación… Todo ello son directrices que Rivero y Vázquez saben ofrecer subrepticiamente, de manera contraria a lo que sucede en otras cintas de animación de carácter más infantil que terminan explicitando aquello que quieren contar. Porque no nos engañemos: Psiconautas es una película muy adulta, no sólo porque un niño sería incapaz de comprender los mensajes y las segundas intenciones que de ella se desprenden, sino porque el propio decadentismo que respira la obra está tan calculado que es necesario realizar un ejercicio de contemplación más profundo.

A estas consideraciones va unida una línea argumental bien cohesionada y que va ofreciendo los suficientes alicientes como para que la tarea de enganchar al espectador no desprenda únicamente de la ambientación. Así, los autores saben introducir cada vez más caracteres sin que éstos necesiten tener una participación permanente en el relato, de modo que, una vez cumplida su función, desaparecen de la pantalla definitivamente. No hace falta decir que esta sobreexplotación de aquellos personajes curiosos o graciosos ha sido un problema recurrente en el cine de animación contemporáneo, defecto que, por fortuna, no contemplaremos en esta cinta.

Además, otra de las claves que explica el fuerte magnetismo que logra la película es el ácido humor que de vez en cuando hace acto de presencia. Algunas veces las carcajadas vienen por el propio tono psicodélico de los personajes (es gracioso ver a un animal que habla), pero en otras ocasiones los gags están implementados en el momento justo para que sea inevitable reírse por lo estrafalario del asunto (véase la escena del “ingeniero”, por ejemplo). Una nota cómica que, lejos de estropear la crepuscular atmósfera de Psiconautas, la convierte en aún más relevante. Por lo tanto, que nadie se sorprenda si queda irremediablemente enganchado al desarrollo de una cinta con la que Rivero y Vázquez consiguen su doctorado en el cine de animación.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
53 Festival Internacional de Cine de Gijón
Kasanovic
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Red Army. La guerra fría sobre el hielo
Documental
Rusia2014
7,3
3.660
Documental
8
3 de febrero de 2015
24 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cualquiera que posea mínimas nociones sobre el hockey sobre hielo, se dará cuenta de que es uno de los deportes colectivos más atractivos que existen. La cima internacional a nivel competitivo se encuentra en la NHL, la liga profesional de Norteamérica; más o menos como sucede con el baloncesto y la NBA, el sueño de todo jugador del mundo es formar parte de esa competición. Pero, como sucede también en otros deportes, aunque la mejor liga del mundo sea norteamericana, eso no significa que los mejores jugadores provengan de allí. Al contrario, si existió alguna vez una escuadra que se pudiera calificar como “mejor equipo del mundo”, se encontraba en la Unión Soviética de los 80.

Red Army es un documental a cargo del estadounidense de origen ruso Gabe Polsky, que pretende narrar el auge del hockey sobre hielo en la URSS y su evolución hasta la desaparición del Telón de Acero a través del quinteto que revolucionó este deporte, los que serían conocidos como Russian Five: Vladimir Krutov, Igor Larionov, Sergei Makarov, Alexei Kasatonov y, por encima de ellos, Viacheslav Fetisov, alma máter del equipo y protagonista de este documental. En efecto, la obra tiene como indiscutible eje la figura de uno de los más importantes jugadores de hockey que haya habido en la historia, ya no sólo por su calidad en la pista sino por lo que significó a nivel sociopolítico.

La cinta nos desgrana los comienzos de Fetisov en el deporte y, por extensión, el germen del que sería un equipo de leyenda. Una evolución que siguió los pasos del país, desde el orden de los 60 y los 70 pasando por la crisis de los 80 hasta acabar en Gorbachov y el derrumbe definitivo del bloque soviético. Pero Polsky no pretende dedicarse a hacer política, sino que se centra en el desarrollo del mencionado equipo. Para que alguien lo entienda, la URSS en los años 80 era al hockey algo muy parecido a lo que recientemente vimos con el Barça de Pep Guardiola en el fútbol: unos hombres que se compenetraban de maravilla, que mascaban la jugada con virguerías y pases frente a la portería dejando atónitos a los rivales hasta que alguno decidía anotarse el tanto, un grupo que evitaba el contacto físico y se dedicaba exclusivamente a practicar el deporte de la manera más bella posible. Eso sí, la diferencia entre ambos equipos a nivel de dominio es apabullante, ya que la hegemonía de ese dream team soviético en el hockey duró una década.

Sin embargo, es inevitable para Polsky mencionar el peso que la esfera política tuvo sobre el deporte. En esa época, era muy goloso disfrutar de cualquier apartado que significara una victoria sobre el otro bloque, por muy apartado del terreno militar que estuviese. El KGB pronto se metió en el hockey hasta llegar al banquillo, lo que endureció sobremanera las condiciones de vida de los integrantes del equipo hasta provocar mucha división entre un grupo que parecía cohesionado hasta la muerte.

A nivel cinematográfico, Red Army se nutre de muchos recursos documentalistas que enriquecen su calidad. Combina entrevistas a protagonistas que vivieron la acción de cerca (jugadores, entrenadores, familiares, periodistas, hasta un ex miembro del KGB) con muy buen material de archivo (sospecho que con alguna reconstrucción de por medio, lo cual no le quita un ápice de validez) y algún recurso visual copiando la estética tradicional rusa. El resultado final se merece una ovación, ya que Polsky sabe armonizar todos esos elementos para que la historia avance de forma certera, sin que ningún espectador se pueda perder por el camino por mucho desconocimiento del hockey que tenga, con momentos de risa y momentos de emoción, que enseña a la vez que entretiene, con un valor histórico considerable.

Antes de ver Red Army, parecía que los 76 minutos se iban a quedar muy cortos. Pero Polsky sabe sintetizar todo su material de tal manera que el metraje se puede calificar como óptimo. No hay ningún momento de receso, en todo momento se palpa que la narración evoluciona. Parecía tan fácil para cualquier amante del deporte quedarse prendado de este documental que la línea entre complacencia y decepción era muy fina, pero finalmente se termina confirmando como un trabajo más que satisfactorio. Por supuesto, también es recomendable para aquellos que no disfrutan tanto viendo deporte, ya que la historia de cómo unos hombres supieron extraer belleza de un país que sólo les otorgaba oscurantismo trasciende cualquier consideración deportiva.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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