Probablemente una de las miniseries españolas más interesantes, por salirse de los tópicos habituales y aportar una mirada y una realización insólitas.
El desarrollo del joven acusado de matar a sus padres, comienza cuando cumple los 6 años de prisión en un centro para menores. Vuelve al hogar donde se produjeron las muertes y se mantiene como siempre, firme en una especie de catatonia por decidirse a callar ante jueces, psicólogos y gurú de una iglesia evangélica que dice protegerle. La psiquiatra que logra un costoso estudio del muchacho siente por él una atracción que se nos muestra detalladamente hasta el final, pero en un peregrinar por la piel ajena mientras la suya goza o sufre ante lo imposible...
Hay una niña adoptada, la hermana por la que el chico suspira en tanto única persona que puede salvarle íntima y socialmente. Pero nada es como desean los personajes. Las secuencias se suceden entre fugaces amores, a partir del deseo sexual que el bello adolescente genera en distintas mujeres. Un manto de sensualidad que alcanza las idas y venidas de historias paralelas que en el último capítulo se resuelven a medias, según interprete lo sucedido cada espectador: esta resolución es uno de los mayores aciertos de la producción, ya que se ha creado un clímax cautivador que no abandoné en ningún momento, dejándome con el análisis del final, vivamente dependiente de mi memoria de otros capítulos, otros personajes, otros videos de gran carácter testimonial, pues tiene mucho que ver ese formato en toda la historia, pasada y presente.
Admirable realización con una fotografía muy lograda de Bilbao.

Con una falsa intimidad profunda en la realización, se llega al final sin haber visto nada interesante, excepto lo que ofrece una gran actriz como Susi Sánchez, a la que le basta aparecer para transmitir ese mundo interior resentido, tan doloroso, que guarda en su amargura...

En realidad todos callan lo que les pasa, pero no hay sugerencia interesante. Plomiza la depresión posparto de la protagonista, muy leve casi inexistente la bondad de su marido, y el gran Ramón Barea da lecciones de abordar un personaje ínfimo hasta hacerlo imprescindible, pero siempre frustrante, apenas nada.

Todos actúan según las coordenadas de un guion muy torpe que seguramente estará construido en plan autoficción de la guionista-directora, pero que a mí me resulta muy decepcionante, al presentar un cuadro de desdichas sin calidad de personajes ricos en situaciones interesantes.



Más aún cuando entre tanta cosa anodina, típica de que no pasa nada a todas horas "en un nuevo día de mierda", se resuelve con un cliché de lo más irritante, como siempre que un melodrama cierra el chiringuito de esa forma.

Un ejercicio que arranca muy bien y va perdiendo interés sin control. Un guion elemental con dos personajes muy vistos desde las creaciones de Lemmon-Matthau. A Resines le toca el más plano y Rellán se luce en un simpático sablista que ya compuso en otras películas. Todo se expande con muy pocos aciertos, con mucha mejor realización que guion e interpretaciones divertidas en las breves colaboraciones.
Los protagonistas son tan planos que me resultan ajenos, tanto como ver dirigir una orquesta a Resines, completamente inverosímil.
Decepcionante.

Ya en 1947 los distribuidores españoles transformaron el título original de la película con Tyrone Power. Un año antes se había publicado en Estados Unidos con su título original, Mightmare Alley, Callejón de pesadilla. Cuando se publicó la novela, y ahora mismo hay ediciones muy buenas, se mantuvo el poético título español. Ahora se insiste en lo mismo. No está mal, suena interesante, pero no es ese lance moralista el que prevalece en el original ni en la película actual (la de Power es muy floja, muy acaramelada a lo Hollywood de la época) fiel al brutal escepticismo del escritor William Lindsay Gresham (1909-1962).

En efecto, Guillermo del Toro es fiel al relato, no escatima las miserias que se describen con lujo de detalles, tanto en el sector de los buscavidas como de los artistas ambulantes en un ambiente muy degradado como en el de los muy ricos. Se salva de la quema un personaje muy ingenuo, frágil como copa de champán, pero a su vez también tan falso y encaramado en la rutina del engaño como el que más, aunque con algunos límites respecto al encanto del protagonista: seductor guapo con una necesidad de victoria tan codiciosa que no es capaz de ver más allá de la epidermis de las mujeres, tan distintas con las que se acuesta.

Resulta extraordinaria la atmósfera, la banda sonora, la fotografía y desde luego las colosales interpretaciones de todos, contando con primeras figuras en pequeños papeles.

Cine negro auténtico, sin censura, aunque con el pudor de Guillermo del Toro para las secuencias sexuales. Un pudor que no le impide dejar constancia de la sensualidad y la lujuria que puede guardar en sus amplias mangas el deseo de triunfar, mientras el mundo se desangra con la segunda guerra mundial, y un par de millonarios lo tienen todo...

De comedia negra a melodrama trágico en un viaje muy bien interpretado y realizado, con buen ritmo y capacidad de sorprendernos. El creador Pau Freixas juega con los géneros como en un brillante ejercicio de malabares.

Empieza con una intriga que alterna con pasos de comedia faltona. Esto último funciona muy bien porque el ambiente pijo, de gente exageradamente adinerada (maestra, abogado, psiquiatra: todos en el imaginario pueblo de Belmonte) se ridiculiza a sí misma con sus modos y manera. En el tercer capítulo se pronuncia el primer giro hacia la sobrecarga psicológica de padres-hijos... para desarrollarla sustancialmente hasta el final en un muy logrado crescendo.

Irene Arcos fantástica, después de sus últimos aportes en televisión y teatro (Embarcadero, Antígona, Traición), aquí en el clásico personaje de mujer torturada en un estado de alta tensión cuyos resortes los explica, pero en el contexto de que Todos mienten... nunca sabremos exactamente lo sucedido a lo largo de los últimos años en que se relacionó con un alumno hasta acostarse con él... y desencadenar el típico axioma de Pueblo chico Infierno grande. A su lado, todos profesionales excelentes, aunque demasiados en los primeros capítulos, algunos de los cuales carecen de efectivo desarrollo o desaparecen sin previo aviso.

El resultado es muy bueno en su totalidad con un final impactante, propio de un policiaco con raíces en la tradición francesa. Y el eje, muy logrado. Un eje que pasa por las malas relaciones sentimentales con padres versus hijos: un tinglado en que la mentira resulta esencial porque nadie se comunica realmente con los demás, todos en el centro neurálgico de su egocentrismo.