Pocas veces en la historia del cine han confluido de forma tan asombrosa la habilidad narrativa, la belleza de los exteriores y los recursos expresivos propios del arte de nuestro tiempò. Flaubert hubiera puesto pocas objeciones a esta recreación de su heroína Enma en la Irlanda de principios de siglo. Este clase de obras pertenecen a cineastas de raza de los que ya no hay.

Buena música y excelente fotografía, pero, a mi modo de ver, floja dirección de actores. Y ello por una razón: resultan poco convincentes, como si no se creyeran lo que están interpretando. Muy particularmente el periodista norteamericano, figura tópica y plana, además de excesivamente vociferante. Esta limitación llega hasta tal punto que el director se permite dsaprovechar al propio Joh Malkovich, al que no duda en convertir en un auténtico majadero cuyo único entretenimiento parece consistir en mover la cámara fotográfica de forma compulsiva. Todo esto no es aplicable al papel representado por Haing S. Ngor, figura tierna y conmovedora que salva la película del naufragio. Por lo demás, un buen documento sobre la utopía política más criminógena del siglo XX: el comunismo.

No creo mucho en el poder del arte para cambiar las mentalidades. Pero tras ver esta pelïcula, y aunque sea por poco tiempo, se recupera la confianza en la condición humana y en su capacidad para hacer el bien. Nos sentimos mejores, en tres palabras. Y poco más. Tanta belleza te anonada y no te permite engolarte en el comentario. Gracias, Chaplin, por hacernos ver que otro mundo es posible.

Lacrímogena hasta la náusea y sentimentaloide hasta decir basta. Pero lo malo, con serlo, no es eso. Lo peor es que la película tiene pretensiones, olvidando la Coixet que entre lo sublime y lo ridículo sólo media una delgada línea, que ella cruza con desparpajo y contumacia. La musiquilla de fondo no basta para enmascarar tanto discurso inane y vacuo, por más que se pretenda disfrazar de trascendencia. Item más, tanta abnegación resulta inverosímil, y, al final, la película, por poco creíble, se hace eterna. Llaneza y menos lobos, Doña Isabel.

Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con unos diálogos que son pura inteligencia, vitriolo y mala leche, a partes iguales. Una delicia de guión, y tan perfecta dirección de actores, que las situaciones más esperpénticas se nos aparecen como un dechado de naturalidad y carencia de artificio. Ni se les ocurra perdérsela.