Tópico va, tópico viene, unos personajes* mil veces vistos en una pantalla hacen cosas que no entiendo ni me interesan lo más mínimo, mientras hablan con permanente engolamiento y sabiduría infinitas. Eso sí, todo lo que se cuenta en la película es muy trascendente y muy progre. Al pedo.

* El zangolotino confuso porque sus papás no le demuestran el cariño que se merece y no encuentra su sitio en esta sociedad "de mierda" (en estos panfletos progres siempre todo es "una mierda", menos las babosadas que sueltan sus personajes por la boca); el maricón filósofo y drogata, que lo sabe todo de todo y muestra a todas horas su profundísima facundia de colega enrollado ante el jovenzuelo estólido pero listísimo, sin osar jamás, vade retro, a darle un consejo; el papá cabrón, sociópata y encoñado (a su pesar), que en el fondo es un tío legal que jamás traiciona a un amigo; en fin, la chorba anarco-intelectualoide vía mayo del 68 que, nadie sabe cómo, se ha enamorado inconvenientemente del papá cabrón y vive conflictuada consigo misma. Por supuesto, en el fondo todos son cojonudos, bellísimas personas y conocen todas las claves para mejorar el mundo y sus vidas. Lo raro es por qué renuncian a aplicárselas a sí mismos y llevan unas vidas tan tristes y desalentadoras. Fin.

Pretencioso drama, pedante hasta el límite del bochorno, realizado por individuos de la especie humana sin mayor sentido del ridículo. Aitana Sánchez Gijón interpreta a una tipa impresentable que dice que es escritora y que tiene cáncer, como su madre, pero tarda tanto en morirse que el truño se alarga por encima de las dos horas. Como suele ser habitual, a los actores argentinos no se les entiende un pijo cuando hablan. No es por el acento, ni por el dialecto: es porque no vocalizan. Una escuela de preescolar para actores no vendría mal en BBAA.

En el primer cuarto de película, ocurre un hecho terrible: una mujer entra en la casa de un vecino y comprueba que el padre acaba de asesinar al hijo y que está a punto de meterse el cañón de la escopeta en la boca para suicidarse. Pues bien, a esas alturas, yo estoy ya descojonado de la risa, y sigo así aproximadamente media hora más, pero, claro, todo tiene un límite, y cuando el pestiño se aproxima a la hora, empiezo a cansarme, sobre todo porque me aburro y, a la vez, me irrito, me irrito al pensar que esta boñiga pretenciosa y estúpida ha salido de mis impuestos, así que, ateo como soy, termino rezando porque el meteorito llegue cuanto antes a la tierra y libre del sufrimiento a esos pobres niños... Y, para colmo, Tito Alex termina tocando la guitarra.

¡Qué triste!