Desde el principio sabes qué vas a ver: una película seria con un protagonista que sufre de trastorno de identidad disociativa (TID) que rapta a tres jóvenes y cuya identidad número 24 está por emerger. Es una de esas películas que te encanta o la odias, no hay término medio. En el caso de que no te atraiga la sinopsis, déjala, probablemente te resulte aburrida. Si ocurre lo contrario, disfrutarás de una buena película.
Comienza como cualquier thriller, un tipo secuestra a tres adolescentes. Pero no es solo "un tipo", sino "varios". Durante el transcurso del largometraje vamos conociendo varias identidades que conviven dentro de Kevin, mientras las chicas no dan crédito a su situación. Las personalidades van desde un señor con trastorno obsesivo compulsivo hasta una mujer aparentemente agradable, pasando por un niño de nueve años. Gracias a la psiquiatra de Kevin comprendemos el TID y los cambios físico-químicos que pueden ocurrir en un paciente. Mientras tanto, los flashbacks de la infancia de Casey se alternan lo suficiente con el presente para conocer a la joven.
La intriga que ofrece la película consigue que no te despegues del asiento. Siempre hay un toque de suspense que te mantiene en tensión, ya que no sabes qué va a hacer cada personalidad ni cuándo va a cambiar, o si aparecerá otra desconocida. Shyamalan entrelaza correcta y razonadamente los abusos y traumas infantiles con el sufrimiento que estos acarrearán con los años y con las diferentes maneras de reaccionar ante ellos.
Lo más destacable es la actuación de McAvoy. Si meterte en la piel de un personaje para una película es difícil, hacerlo en más de tres es un verdadero reto. Tiene mucho mérito el hecho de decir una sola frase y que el espectador ya sepa cuál de las personalidades está presente. Y las escenas en las que cambia continuamente de identidad muestran la gran capacidad del actor.