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España España · Barcelona
Críticas de Amor DiBó
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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
9
28 de agosto de 2016
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me creo que en Hollywood exista un personaje como “Ray Donovan”. Es lo primero que hay que retener de esta serie de la que ya se está rodando una cuarta temporada: que todo en ella es verosímil. A la vista de la calidad humana, moral y de la inteligencia de algunos “famosos”, ha aparecido en EEUU y especialmente en California, la figura del “solucionador”, personaje contratado especializado en desfacer todos los entuertos en los que son capaces de zambullirse, por estupidez o ingenuidad, los famosos: rockeros, DJs, figuras de la NBA, actores de moda, empresarios, propietarios de estudios, etc. Es algo parecido al papel del “señor Lobo” de Pulp Fiction: el tipo que resuelve situaciones comprometidas y casi irresolubles.
Tal es el oficio de Ray Donovan que da nombre a la que, sin duda, es una de las mejores series que haya producido jamás Showtime y que Netflix nos ha obsequiado en este caluroso mes de agosto. Es difícil construir un anti-héroe como el protagonista, hacer creíbles, no solamente las situaciones más desquiciadas, sino también las andanzas del resto de los personajes centrales. La serie es como un bancal de cebollas en donde cada bulbo tiene una y otra capa, diestramente superpuestas ninguna de las cuales hace que el relato pierda interés. Ningún personaje, ni principal, ni secundario, es maltratado por el guionista: todos, absolutamente todos, están pintados con unos rasgos que los hacen verosímiles y dotados de unos diálogos ingeniosos, lacónicos y que no admiten tiempos muertos.
Uno de los leit-motiv de la serie son los abusos de menores cometidos por sacerdotes católicos y que parece un tema de moda en la cinematografía norteamericana (véase la galardonada Spotlight) y entre los humoristas de aquel país (John Mulaney o Anthony Jeselnik, cuyos shows son también ofrecidos por Netflix), pero el enfoque que le da esta serie tiene que ver, sobre todo, con los efectos psicológicos de estos abusos sobre las personas que los sufrieron, que ocupan un lugar central en la trama.
Salvo el capítulo inicial en el que parecía que los guionistas tardaron en encontrar el ritmo que finalmente explotarían y daba la sensación de que todos los que participaban en la serie se sentían inseguros, a partir del segundo capítulo encuentra su tono y se convierte en una de las mejores series producidas en esta década. Así pues, hay que pedir algo de benevolencia para este primer episodio.
Si esta serie gusta –y gusta mucho– es porque “pasan cosas”. Los personajes están en continuo movimiento, no hay descanso ni relajación para el espectador; vanamente buscaríamos diálogos inútiles o ramplones, tomas innecesarias o escenas prescindibles o que no aporten nada a la trama. Ritmo trepidante, sensación de que en caso de levantarse para ir al WC el espectador se va a perder unos segundos esenciales, son los elementos que han otorgado a esta serie un lugar en el Olimpo de las seriéfilos.
La serie está concebida en función de los distintos círculos en los que se mueve el protagonista: la célula familiar básica, esposa y dos hijos adolescentes con más problemas que una tostadora fabricada en China. En este primer círculo se generan problemas de convivencia (Donovan es de natural infiel). Luego, la familia originaria del protagonista: una ruina de padre macarrilla recién salido de prisión, especializado en generar de la nada problemas en cadena. Donovan lo quiere fuera del ámbito familiar, pero él, una y otra vez, se obstina en regresar y no tardar en generar el enésimo problema. Ray Donovan aprecia a sus tres hermanos, uno de ellos, negro (al padre le encantan “los culos negros”) y los otros dos “averiados” (uno con parkinson temprano y el otro anoréxico sexual), cuya vida se polariza en torno a un gimnasio de boxeo. En cuanto al tercer círculo está compuesto por el entorno laboral de Ray Donovan perfectamente definido: sus empleados directos, un ex agente del Mosad y una lesbiana que lo mismo soluciona un roto que un descosido, y el bufet de abogados judíos para el que trabaja; finalmente, el último círculo está compuesto por los famosos convertidos en máquinas de generar problemas que Ray Donovan debe solucionar. No le va mal: a fin de cuentas, un famoso que debería de pagar la mitad de su fortuna por una demanda de paternidad, está dispuesto a soltar gustosamente uno o dos millones de dólares para que alguien le resuelva el conflicto. Y Ray Donovan se apresta a ello eludiendo cualquier norma moral. Combinando todos estos elementos, las situaciones que se desencadenan son siempre nuevas e inesperadas. Así pues podemos calificar al planteamiento de la serie, a la construcción de los personajes en la mesa de diseño y al andamiaje de la trama, como sencillamente geniales.
Amor DiBó
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4
16 de junio de 2016
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jean-Paul Rappenau, un cuarto de siglo después de haber rodado la excelente Cyrano de Bergerac, vuelve ahora con una película intrascendente, Belles familles (Grandes familias).

Dicen que Jean Rostand, el autor de Cyrano de Bergerac, fue devorado por esta pieza teatral. Y seguramente es cierto porque nunca más volvió a componer ninguna otra que se aproximara a aquella –a pesar de que lo intentó– y si su nombre ha pasado a la historia de la literatura francesa es sólo por ella, por ninguna otra más. Será una maldición del Cyrano, porque, hasta ahora recordábamos también a Jean-Paul Rappenau como el genial director de la versión cinematográfica de la obra de Rostand en 1991, más que por cualquier otra de sus películas.

¿A que viene todo esto? A que Rappenau, un cuarto de siglo después de haber rodado la que podemos calificar como mejor versión cinematográfica de la obra de Rostand, vuelve ahora con una película intrascendente, Belles familles (Grandes familias). Esta película podía ser admisible como ópera prima de cualquier director de nueva hornada, pero no de alguien que pasará a la historia del cine galo por dirigir aquel Cyrano protagonizado por el mejor Depardieu.

No es que sea una mala película. Es, simplemente, una película intrascendente. ¿A quién se la podríamos recomendar? No, desde luego a los que recuerdan al Rappeneau de otros tiempos y que se verán ampliamente defraudados. Quizás a los que, peinando canas, en un tiempo remoto, les hizo gracia Louis de Funes, aquel Gendarme de Saint-Tropez, desgarrado, histérico y gesticulante (aquí, en Grandes Familias, la gesticulación de los actores y la rapidez de sus movimientos, forman parte de una sobreactuación excesiva). Podría gustarles también a los amantes impenitentes del cine francés, a pesar de que esté en crisis. Quizás la podríamos recomendar, finalmente, a los que no tienen nada que hacer en una calurosa tarde de verano y optan por refugiarse en una sala dotada de aire acondicionado. Realmente, no se nos ocurre a nadie más que pudiera salir satisfecho tras ver esta película.

Lo hemos dicho muchas veces y lo volveremos a decir otras muchas más: una película empieza a ser aceptable a partir de un buen guión. Si falla el guión todo lo demás falla también y aunque un guión aceptable, no garantiza una “gran película”, habitualmente el resultado final merece verse. Grandes actores, presupuestos desmesurados y directores de campanillas no logran sacar adelante películas aceptables a partir de guiones mediocres o simplemente malos. Aceptar esto es asumir un criterio de calidad objetivo para mesurar el valor de cada película. En esta película falla el guión: previsible, sin apenas destellos de ingenio, era difícil sacar de ese guión algo más de lo que nos ofrece Rappenau. Lo censurable es que él mismo es co-autor del guión. Y a ese guión le falta mucha maduración.

De hecho, no es la única carencia de la película. Es frecuente que el crítico tras ver una película tienda a encontrar algún aspecto salvable y lo resalte en su crítica. En unas ocasiones se trata de la fotografía, de las localizaciones o de la genialidad de algunos encuadres. Otras veces del trabajo de los actores y del casting. De la banda sonora, quizás. O el montaje, sin ir más lejos. Pero, en ésta cinta, en Grandes Familias, cuando se encienten las luces y acaban los créditos, nada absolutamente queda por encima de la más sucinta mediocridad y todo se mantiene en esos parámetros intrascendentes.

Y esto es más grave todavía en la medida en que algunos espectadores tienden a volverse cada vez más exigentes. La reiteración de películas mediocres empieza a ser preocupante para el cine francés, especialmente porque las cinematografías emergentes de algunos países “aprietan fuerte” (tal es el caso, en estos momentos, de los cines nórdicos y no solamente en la gran pantalla, sino también en TV-movies y en series televisivas).

De hecho, no sabemos muy bien si lo que el director-guionista pretendía era hacer de Grandes Familias una comedia o un drama (para lo primero ha faltado ingenio, para lo segundo intensidad), quizás una tragicomedia o un producto ecléctico que satisficiera a todos. Sea lo que fuere, no le ha salido bien.

Grandes Familias no aportará laureles a su director de quien hubiéramos esperado algo con más calidad. Los actores cumplen sin esforzarse, la música irrelevante, la fotografía modesta, la dirección sin energía, el montaje rutinario, el resultado apto solamente para un público poco exigente. Quizás ese sea el grupo de espectadores a los que mejor conviene ver esta película. Si usted responde a este rasgo, véala y seguro que no le defrauda. Pero si pide algo mas, sepa, desde ahora, que no lo encontrará. Y es una pena porque nos gustaría que en Europa se filmara un cine de calidad, ambicioso y brillante, capaz de cerrar el paso a la triste mediocridad que constituye el 80% del cine norteamericano que nos llega.

En Francia la “comedia de bulevar” es como en España fue la “comedia madrileña”. Parece como si, necesariamente, debiera hacer reír, simplemente porque algunos productos del mismo género hicieron reír en otro tiempo. Pero la fórmula no siempre funciona y en este caso, después de 10 años de ausencia de Rappeneau de la dirección, la sensación que da es de no estar en forma.

Cuando un director estrena su ópera prima, hasta el crítico más despiadado tiene tendencia a ser condescendiente con él. A fin de cuentas, el director neonato tiene una larga carrera por delante y no es cuestión de desmoralizarlo, sino, más bien de estimularlo reconociendo sus cualidades e instándole a mejorar. ¿Qué podríamos decir sobre Rappenau, el director que empezó tan alto con su Cyrano que le ha resultado imposible revalidar aquel nivel que logró hace un cuarto de siglo? ¿Será porque aquella película fue la más cara del cine francés hasta aquel momento?

El Cine en la Sombra
Amor DiBó
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8
17 de julio de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera temporada de Happy Valley nos dejó muy, muy buen recuerdo. Llegaba el mismo año en el que se estrenaba las primeras temporadas de las series norteamericanas Fargo (2014) y de True Detective (2014), así que era inevitable realizar comparaciones. De muchas más modestas aspiraciones que True Detective, Happy Valley está mucho más próxima a Fargo: una historia de policías alejados de los grandes rascacielos de Londres y Nueva York, una trama que discurre en lugares sin historia, próximos al Edén, en donde todo debería ser felicidad y dicha, estrecheces económicas aparte, pero sin grandes inseguridades, conflictos, ni crímenes escabrosos. Quienes sigan series inglesas sabrán reconocer en Happy Valley ciertas similitudes de encuadre con Broarchurch (2013).

La protagonistas es una policía madura, con años de experiencia en el cuerpo y que en ambas temporadas, exteriormente, da sensación de una gran solidez interior. Sin embargo, sus problemas personales la sitúan próxima al derrumbe anímico por cuestiones familiares, cuestiones que, a fin de cuentas, tienen una relación directa con su trabajo. Ésta segunda temporada está, en buena medida, ligada por los cabos sueltos dejados en la primera.

La recomendación completa se pude leer en:
http://agoradeideas.blogspot.com.es/2016/07/happy-valley.html
Amor DiBó
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8
17 de julio de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay series que marcan estilo en la televisión mundial. Borgen es una de ellas. Trata sobre la política danesa: recordará a muchos House of Cards (que trata sobre política estadounidense), Marseille (que trata sobre política marsellesa, que se como aludir a toda la política francesa), o nuestra olvidable serie de Antena 3 El embajador (que intenta tratar de política española… sin, por supuesto, hacer nada más que una caricatura insulsa). La “madre” de todas estas series y la que se anticipa a todas ellas es Borgen: House of Cards aparece en 2013 y, aunque sus promotores se empeñen en hacer de ella una adaptación de una miniserie británica del mismo nombre que data de 1990, seguramente nadie se hubiera acordado de ella de no ser por las tres temporadas de Borgen que se prolongaron entre 2010 y 2013.

La crítica completa se puede leer en "AgoradeIdeas":
http://agoradeideas.blogspot.com.es/2016/07/borgen.html
Amor DiBó
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9
11 de junio de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cromo o la consagración de las series argentinas

Hace unos meses veíamos la primera temporada de Club de Cuervos, una serie mexicana que nos llamó la atención por su brillante ejecución. Era el primer signo de que en el ámbito hispano se pueden hacer series que compitan –y superen– con las elaboradas por las grandes potencias cinematográficas. Ahora, esta impresión nos queda confirmada por el visionado de la serie de televisión argentina Cromo.

Estrenada en octubre de 2015, la serie no deja cabos sueltos para que se filme una segunda temporada. No sé hasta que punto a Cromo le cabe el calificativo de “miniserie” cuando la trama se desarrolla a través de doce episodios. Con un guión ágil que hasta el último momento mantiene el interés y las sorpresas, una interpretación inmejorable y unos paisajes que nos muestra la variedad y la riqueza natural de la República Argentina (desde los esteros de Corrientes, hasta los glaciares de la provincia de Santa Cruz), la serie roza la perfección. No sabríamos encontrarle defectos, ni puntos débiles.

La serie recuerda extremadamente las dos temporadas de True Detective. No estamos en la América profunda, sino más al sur, en una Argentina alejada de los bulevares de Buenos Aires o de la planicie de Córdoba. Estamos en una Argentina recóndita, áspera y salvaje. No existe ley, ni norma que proceda de fuera de la pequeña comunidad en la que se desarrolla lo esencial de la serie. Una tanería (curtimbre, en Argentina) está en el centro de la trama. Genera enfermedad y muerte (por el cromo contaminante que arroja a los esteros, de ahí el nombre de la serie), pero es la única fuente de ingresos de aquella comunidad. Todos son culpables, pero, al mismo tiempo, también son víctimas atrapadas en una trampa mortal. Las sorpresas se suceden en cada episodio.

Nada es lo que parece y no hay grandeza en los personajes.

Esta serie nos dice mucho sobre esa otra Argentina que nunca aparece en los informativos y que cuesta situar en el siglo XXI y en el continente americano. Podría ser la Calabria de hace unas décadas, con la omertá mafiosa que durante mucho tiempo aportó la cohesión vincular a toda la comunidad. Pero es la República Argentina, aquí y ahora. No hay instante alguno de la trama que no sea creíble o que suponga una pérdida de ritmo narrativo o la posibilidad de que pensemos en otra cosa más que en lo que vemos. La serie atrapa. En algún momento recuerda a la Isla Mínima, aunque su modelo innegable es True Detective. Pero, advertimos, no es una serie policíaca, sino un thriller dotado de una carpintería interior perfectamente armada.

Hay que congratularse de que en la America hispana se hagan cada vez productos televisivos de la mejor calidad. Tanto la serie mexicana Club de Cuervos como ésta otra (que ni de lejos se parecen) muestran la pujanza, la imaginación y las ganas de componer productos competitivos en el mercado mundial. Hasta ahora, las series televisivas estaban indiscutiblemente dominadas por las productoras norteamericanas. Pero en los últimos años, potencias cinematográficas que hasta ahora eran poco menos que irrelevantes a la hora de elaborar productos exportables al mercado mundial, están acortando distancias con el liderazgo norteamericano que debe empezar a preocuparse por las cinematografías nórdicas y por las que bullen al sur del Río Grande. Suecos, noruegos y daneses están haciendo muy buenas series en los últimos tiempos. Los rostros de sus actores nos empiezan a ser familiares y sus estilos narrativos no tienen nada que envidiar a las series norteamericanas. A este pelotón de cinematografías emergentes se une ahora Argentina con Cromo.

La serie ha sido creada por Lucía y Nicolás Puenzo. Fue la única representante de Iberoamérica en el Festival de Cine de Toronto el pasado mes de septiembre en donde debió competir con series norteamericanas y francesas, causando excelente impresión incluso para la crítica norteamericana. La serie se estrenó en la televisión pública argentina con enorme éxito. Todo en ella es “nacional”: actores, guión, equipo técnico, encuadres. Un producto argentino al que auguramos un triunfo en todo el mundo.

Cromo demuestra se pueden hacer series que estén al mismo nivel de las mejores series norteamericanas en Iberoamérica. La pregunta es ¿por qué en España cuesta tanto? Y la respuesta es simple: falla la guionización y la realización carece de ambiciones. Incluso en algunos casos, el casting es nefasto. Y llevamos mucho tiempo así. De la producción actual española se salva Los casos de El Caso y, justo porque el guión y el casting son aceptables. Bruscamente, aparece esta serie argentina que puede enseñar mucho a quien se dedica a este oficio en España y todavía no ha aprendido a realizar algo exportable que se pueda codear con lo mejor. En la mayoría de series producidas en España lo menos que puede decirse es que “pasan pocas cosas”, son demasiado estáticas, hay diálogos interminables que aportan poco a la trama, los movimientos de cámara mínimos, cuando hay destellos de humor, abunda la zafiedad insultante y la pobreza en el vocabulario y si se trata de generar suspense, se suelen utilizar recursos poco imaginativos. De tanto en tanto, se produce alguna buena serie por aquello de que “ya tocaba”, pero el nivel medio es bajo y demuestra que el público que le queda a las televisiones generalistas es poco exigente y que para las empresas lo importante es la publicidad que puedan colocar en esa franja horaria mucho más que el producto en sí. Olvidan que, a veces, la rentabilidad de una de estas series depende de su venta a otras cadenas y no solo de la publicidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Amor DiBó
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