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Críticas de harryhausenn
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Críticas 146
Críticas ordenadas por utilidad
7
1 de abril de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando se nos lanza un hechizo perdemos el control, nos reducimos, nos inhibimos, quedamos a merced del conjuro. Y sin embargo, a la vez, somos libres de nuestro entorno, de nuestros problemas. El cine también es un hechizo momentáneo y a la vez duradero. Tlamess es un hechizo cuyo efecto surte a fuego lento, sin que nos demos cuenta. Su efecto puede ser el esperado o uno no deseado, lo que no es discutible es su capacidad de embrujar al espectador.

Un desertor que huye. Una mujer atrapada. Dos caminos que al cruzarse, crean magia. Desde Túnez llega una propuesta poética, potente y extraordinaria.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
harryhausenn
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8
27 de noviembre de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La flor no es una película cualquiera. La flor se ha convertido en pocos meses en una leyenda, en un concepto extraño que resuena de festival en festival como algo que nadie se cree que pueda existir, en algo a lo que uno no sabe cómo hacerle frente. Es un objeto místico y mitológico, un leviatán, un kráken, un juggernaut cuyo principio, cuya estructura y cuya narración intimida a cualquier espectador aguerrido que ose ponerse delante y que se arriesga a terminar aplastado por este gigante. La flor son seis historias: cuatro empiezan, pero no terminan. Una empieza y termina, como un cuento, y la última no tiene introducción pero sí un final. El esquema que forman la cronología de las historias se parece a una flor, de ahí su título y su cartel.

Las seis historias son, además, independientes entre sí: la primera es una película de terror de serie B al estilo de la Hammer, la segunda es un drama musical con un trasfondo de thriller, la tercera es una película de espías, la cuarta es un cuaderno de rodaje salpicado por una subtrama de fantasía, la quinta es un remake francés y la sexta es una película de aventura histórica. Nada tienen en común excepto a sus cuatro actrices protagonistas, cuerpo y alma de la obra, que en cada historia interpretan personajes distintos.

Y por si pareciera poco, un pequeño detalle: La flor tiene una duración de catorce horas. Catorce. Una duración reservada a las series pero cuyo patrón no puede aplicarse a la película. En una serie cada episodio tiene una duración similar, un ritmo periódico de corte a corte. No es el caso de La flor, que ya desde su inicio fue concebida como una antología de géneros, una película de películas, una metapelícula, donde un episodio dura cinco horas y otro apenas veinte minutos. Además, los intervalos que acompañan a las proyecciones rara vez coinciden con el final de uno de los segmentos. En palabras del propio director, los cortes de La flor nos devuelve a la nostalgia del cine-club, donde veríamos la misma noche tres películas seguidas con apenas una pausa entre ellas para salir a fumar un cigarro.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
harryhausenn
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7
4 de mayo de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vemos dos ojos abrirse en una montaña de carbón. De la oscuridad sale un hombre, un refugiado sirio que abandona su escondite cuando el barco que lo transportaba atraca en el puerto de Helsinki. Este hombre pide asilo en el país, pero las autoridades se lo niegan. Él, sin embargo, no cesará en su empeño de reunirse con su hermana tras haber huído ambos de la guerra.

Vuelve Kaurismaki. Fiel a su estilo, denunciando otro drama de actualidad a través de la comedia, la mejor forma posible. El finlandés siempre homenajeando el origen del cine de comedia, con Chaplin en el punto de mira, siguiendo un hilo conductor simple, sin demasiado artificio. Una comedia en la que se suceden situaciones absurdas sin olvidar en ningún momento el drama en el que se desarrolla ni la crítica que se contruye. Pero nada nuevo en la filmografía del cineasta: el paro en Nubes pasajeras, la pobreza en El hombre sin pasado, la inmigración en El Havre...

Ahora, en El otro lado de la esperanza, toca el turno a la odisea de los refugiados Gran proeza es atacar la apatía de los gobiernos al mismo tiempo que vuelve a enternecernos con este hombre que busca a su hermana. Todo sin renunciar a sus ya célebres marcianos, esos personajes caracterizados por actores que se mueven de manera maníquea y que apenas entonan, aumentando el efecto cómico y evitando la melaza que sobrecargaría un drama de por sí duro.

Si hace noventa años un vagabundo que comía sus zapatos provocaba risas, también lo hace hoy un refugiado que se pega con el propietario de un restaurante para poder dormir tras los contenedores de basura. Pese a la cruda realidad tras tales escenas, y a sabiendas que tomarse tales asuntos de manera cómica podría considerarse una falta de empatía o incluso una frivolidad, en ambos casos, funciona gracias a su fondo.

La crítica a un sistema sociópata se contrasta poniendo enfrente al pueblo llano. Ya conocimos los voluntarios de El hombre sin pasado. También el barrio de artesanos que ayudan al niño en El Havre. Aquí, el cineasta pone a personas tristes y grises frente a una crisis internacional de tal envergadura. La solidaridad de un mínimo gesto del individuo más banal resulta que puede cambiar el rumbo de la vida de alguien en apuros. Y es precisamente eso lo que la película reivindica. La colaboración entre individuos contra las estructuras de poder inhumanas. El color y la vitalidad que suponen los extranjeros en cada rincón. Algo tan evidente que asusta que no parezca posible.
harryhausenn
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8
17 de enero de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se abre el telón y aparece un atasco bajo el sol. Damien Chazelle, director de increíble talento, sabe ambientar perfectamente una fantasía. Si en Whiplash Nueva York era la noche, las alcantarillas humeantes y las trompetas que resuenan en los callejones próximos a los rascacielos de piedra marrón; Los Angeles en cambio son los atascos, las palmeras, el sol, los sueños y la gentrificación de los barrios abarrotados de bares de tapas.

Un increíble número musical como abertura que nos deja claras sus intenciones desde el primer momento: la película será actual, pero el tono es clásico. Another day of sun es una canción imposible de quitársela de la cabeza que nos recuerda a las composiciones de Michel Legrand para las películas de Jacques Demy. Eso sí, con una puesta en escena, con bailarines en el capó de los coches, como si se tratase de los deshollinadores de Mary Poppins saltando de chimenea en chimenea. La la land es una obra con una pizca europea, un toque Hollywood pero sobre todo, un film con el ritmo de Chazelle.

En Whiplash el montaje venía condicionado por el ritmo de la música, brindándonos un resultado estimulante. Chazelle vuelve a dominar el tempo al detalle sin que la comedia musical decaiga en ningún momento. Dividir la película en estaciones es un acierto que ayuda al público a seguir la trama, aunque bien es cierto que ninguna canción resulta aurrida. Es más, la ausencia de números musicales a mitad de metraje provoca que el espectador eche en falta más canciones, viéndose su deseo satisfecho en el austero número de la audición de Emma Stone.

La la land consigue que el público quiera más música. Ningún número sobra. Esto se debe a la dosificación perfecta del director, pero también a la libertad que le confiere que este musical se trate de una producción original. Estos últimos años los mayores éxitos del cine musical son adaptaciones de Broadway: Chicago, Dreamgirls, Nine, Los miserables... Lo que en cierta medida supone un problema: adaptar un show de tres horas, con numerosas canciones adoradas por los fans, han de ser condensadas en menos tiempo en pantalla sin eliminar tampoco ninguna pieza que contribuya a la narración. A esto, hay que sumarle el truco de algunos grandes estudios de añadir una nueva canción al metraje para poder optar al Oscar de mejor canción original. Por tanto, La la land se libra de un esquema recargado y cansino que en manos de su maestro fluye en total armonía.

Pero no sólo la música sostiene el peso de la película. La imagen y la producción artística, con sus colores pastel, su vestuario atemporal y sus planos abiertos en las escenas de baile, remiten al pasado, a los códigos de los grandes clásicos del género que triunfaron: vemos el homenaje a West side story en los vestidos ondeantes de las cuatro chicas que bailan en la carretera. A Fred Astaire y Ginger Rogers en la escena del parue, a Bob Fosse en las escenas al piano, a Gene Kelly en el planetario y en el final, con un número similar a los de Cantando bajo la lluvia. Cine que superará la barrera del tiempo, al igual que sus protagonistas, de gran talento pero de mayor carisma, núcleo imprescindible de la película.
harryhausenn
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7
16 de junio de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Julieta es un drama, no un melodrama. Esta vez, Almodóvar deja de lado a Douglas Sirk, a Fassbinder o a Tennessee Williams, grandes referentes de su filmografía. Deja de lado por tanto los elementos exagerados y casi paródicos que contrarrestan el dolor de los relatos para suavizar el golpe en el espectador. Julieta no pretende torturar al público, ni tampoco conmocionarlo. Es, en resumen, el film más austero del cineasta.

Julieta es una mujer que hace doce años que no sabe nada de su hija, Antía. Tras encontrarse por casualidad con una amiga de la infancia de esta, la protagonista se encierra en un piso para recordar cómo ha sido posible llegar a esta situación. Almodóvar traza dos líneas temporales del mismo personaje, en los 80 y en la actualidad, en la que la primera alcanza a la segunda a través de una notable escena con una toalla.

El dominio técnico de Almodóvar vuelve a destacar incluso cuando renuncia al toque kitsch de sus identificables colores vivos, en particular el rojo, mucho más discreto que de costumbre. También prescinde de técnicas de montaje sofisticadas al jugar con los marcos temporales, como bien hizo en Los abrazos rotos pero sobre todo, con gran maestría, en La mala educación. Parece que el director quisiera suprimir todos los adornos con los que le asociamos para ofrecernos un drama en bruto. Salvo que tampoco es el caso, puesto que el film esconde cuidadosamente sus intenciones.

Tres sucesos en su vida atormentan a Julieta: un suicidio, un accidente y un abandono; pero curiosamente el espectador no presencia ninguno de los tres, todos ocurren fuera de pantalla. Tampoco da a la heroína la oportunidad de desahogarse y encontrar el alivio, en ningún momento la vemos exteriorizar el dolor con gritos. Ni siquiera, por primera vez en la filmografía de Almodóvar, el espectador puede refugiarse en las escenas cómicas, dado que no hay ninguna, pese a algunas réplicas desternillantes de la parte del ama de llaves gallega, Rossy de Palma, o de la indisciplinada madre de Beatriz, la amiga de Antía.

Julieta es una película enferma por el pasado en la que las paredes hablan, al igual que las del piso vacío desde el que la protagonista escribe una carta. Es un malestar que invade al espectador poco a poco y del que no seremos capacez de librarnos al no encontrer desahogo alguno. El dolor de madre e hija macera en el interior de ambas hasta que se convierte en culpa, siendo esta la clave. Sin embargo, esta composición que muestra a un Almodóvar más en forma de lo que muchos creíamos, convierte la sofistificación y el cuidado por el detalle en un film más habitual de lo que nos gustaría reconocer.
harryhausenn
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