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Críticas de Migue Muñoz
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Críticas 100
Críticas ordenadas por utilidad
5
22 de noviembre de 2008
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comenzando con que '007: Quantum of Solace' es una historia de venganza pura y dura, el espectador ya se puede atener a lo que ello conlleva dentro del cine de acción: adrenalina contenida y sobreexpuesta; explosiones emocionales y literales; argumento vacío y trama endeble; y resoluciones convencidas en querer ir al meollo de la cuestión: acabar de cincelar el estado anímico, los actos y la expresividad del James Bond del siglo XXI, que no deja de ser el que dialoga con sus orígenes: ni más ni menos, que el que alumbró Ian Fleming en sus novelas.

Si '007: Casino Royale' respondía a una rehabilitación e intensificación del personaje a través de algo tan sencillo (sorprendentemente nunca se había realizado) como era el bucear en el verdadero origen del icono Bondiano y lograr que el film número 21 de la saga se mantuviera, al menos, en el top 3 de lo mejor de la dinastía; el que hace 22 continúa con el atrevimiento, pero a través de martillazos que cincelan a grosso modo la nueva talla y terminan de modelar a grandes rasgos la nueva figura del agente británico hacia la nueva consciencia del espectador.

A pesar de que Quantum of Solace entretiene y en algún momento hasta sorprende (me viene a la cabeza la escena hitcotchckiana en la ópera con los diferentes magnates intercomunicándose), sí que peca en querer formularse a través de diferentes modos de ser sin decidirse por ninguno.

A medio camino trifurcado entre el intento de atrapar las bondades de la saga Bourne, el querer continuar con la sobriedad emocional de Casino Royale y el regresar tímidamente al ligero estado pop de los inicios fílmicos de la saga, Daniel Craig termina posando, más que interpretando, dentro de una tri-polaridad que lo arrastra a ser lo más similar a un dibujo de Jordi Labanda con el acto reflejo de un T-1000 y con el cinismo de un James Bond Conneriano pero sin resultar especialmente guasón.

Aunque la nueva fisionomía que ha tomado la saga motiva más que cansa al espectador, y esta nueva entrega no deja de ser el broche final que presenta la nueva psicología del personaje, si que se observan alicientes como la buena complementariedad de Olga Kurylenko, la desolación y desertización emocional y metafórica de 007, así como una melancolía fría que hiela toda la luminosidad mayoritaria en la película. En definitiva, elementos que nunca pasan de moda y fortalecen esta historia de venganza. Algo totalmente opuesto a la fragilidad del papel de Matthieu Almalric o ciertos pegotes sobrantes.
Migue Muñoz
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7
7 de septiembre de 2008
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ahora que se ha estrenado este interesante y más que decente remake de uno de los westerns de cámara que mejor han plasmado la psicología del héroe y el villano, se hace la mar de apetecible no sólo revisar el original homónimo de Dalmer Daves con los magníficos Glenn Ford y Van Helfin, sino recuperar el relato corto de un Elmore Leonard que bordó el filo narrativo por el que deambulan las caras del Bien y del Mal con toda su gama de matices (vale la pena leérselo en inglés, ya que yo sepa no se ha traducido), por el hecho de que el espectador-lector se pueda formar una inmensa concepción moral de las ambigüedades que deambulan por la mente de un ser humano a la hora de representar su papel en la sociedad, y como llevarlo a cabo.

'El tren de las 3:10' de James Mangold, como no podía ser menos, dibuja en pleno 2007 (aquí nos ha llegado un poco tarde) un western en el que el 90% de las secuencias están ejecutadas con mayor intención de trascendencia y con mayor deseo de espectacularidad que en su original. Se pierde la noción intima y abstracta de sus originales, además de meter con calzador (en algun pasaje puede resultar hasta sonrojante) los elementos melodramáticos, pero sin embargo, todo sale muy bien parado, ya que no traiciona la base de la historia: el duelo intelectual donde el demonio intenta seducir a un ángel herido, en sus horas más bajas, y por tanto, en su momento más débil para dejarse llevar por el lado oscuro.

Los personajes de Dan Evans y Bill Wade (en esta versión interpretados por Christian Bale y Russell Crowe) personifican unos extraordinarios ejemplos para enseñar los entresijos de la mejor construcción de personajes: todo protagonista necesita su antagonista, como reflejo de un espejo dónde cada uno de ellos se identifica y se topa con su otro yo. La ambigüedad moral llevada a la abstracción del relato y estudiada minuciosamente desde la épica del héroe y el villano (que en el fondo no lo es tanto).

Si la historia comienza como si de algún pasaje de 'La noche de los gigantes' se tratase y se va encaminando hacia el sutil western psicológico y de viajes hacia la redención plasmados con maestría en la década de los 50 por Anthony Mann (un brillante autor-puente hacia el western crepuscular de los 60-70), para llegar siendo un irónico replanteamiento de 'Sólo ante el peligro', uno termina quedándose antetodo con la lúcida disputa moral entre un demonio y un ángel de camino a la mítica prisión de Yuma, dónde tiene más peso y magnitud la seducción de la dialéctica y el embrujo de la palabra envenenada, que los casquillos de mil revólveres.
Migue Muñoz
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5
11 de marzo de 2011
5 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tanto en 'Static' (1986), su ópera prima, como en su segundo largo, 'Retratos de una obsesión' (2002), Romanek da protagonismo a los colores pastel que se retuercen en estética ahogada por pigmentos tenues con la función de derretir de desfallecimiento la vitalidad de los personajes. Esa armonía en el uso de la luz y el color ha sido experimentada en su casi medio centenar de sus videoclips aunando lo siniestro, la elegancia brittish y lo lánguido.

Sea como fuere, lo que con estas suposiciones se intuye es la atractiva conjetura de que Romanek podría ser capaz de superar en extraña oscuridad victoriana la mejor adaptación, hasta la fecha, de las aventuras de Hogwarts, 'Harry Potter y el prisionero de Azkaban'; ya que 'Nunca me abandones' también adapta a un escritor británico (Kazuo Ishiguro se trasladó desde muy joven de Japón a Londres) y narra una historia con ligeras ínfulas fantásticas que comienza su trama en un colegio muy especial. No se trata de magia a lo J.K. Rowling, pero sus alumnos de apariencia totalmente convencional ocultan una existencia y un destino genuino y artificioso.

Si la historia parece acontecer en el mismo presente, el tema central asume el atractivo matiz de la ciencia-ficción o la novela histórica alternativa con tintes de ucronía no tan descabellada.

El guión comedido de Alex Garland (un habitual de Danny Boyle) y el ritmo aún más contenido de la puesta en escena, da lugar a que Romanek vuelva a tocar lo siniestro realzando en primera plana la muerte, la existencia desalentadora y el gusto por la delicadeza estética. Las notables interpretaciones del trío protagonista provocan el mayor atractivo de la película al desplomar en la historia sus diferentes roles: la chica que piensa más en los demás que en su amor propio, el chico desorientado con síndrome de Peter Pan y la egoísta que convierte su miedo al fracaso en lucha constante contra los que le rodean.

Con temas de calado sci-fi entre George Orwell y Philip K. Dick y una elegancia victoriana fundida en nuestro gris presente, este drama romántico con triángulo amoroso y corazón 'steam' (bucolismo y sociedad posindustrial) relatando la vida como si el nacimiento de sus protagonistas fuese el primero de sus últimos días, es tan atractivo por el tema que trata como soso y cargante por su riesgo de seguir a pie juntillas una coherencia estético-narrativa que no resulta tan novedosa y llega a otorgar al ritmo global de la historia un afectado, ceremonioso y petulante eco hastiado.
Migue Muñoz
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7
7 de enero de 2011
5 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tenía que pasar tarde o temprano. Da igual quién sea, pero el torbellino chanante tenía que multiplicarse exponencialmente y esos cómicos tenían que petarlo a lo grande. Tras el absorbente papel de Carlos Areces en 'Balada triste de trompeta', llega el papel cómico del año: un Juancarlitros con un Julian López dando guasa a tutiplén y repartiendo quebrantamientos de caja torácica tras cada frase, cada mirada, cada gesto y movimiento.

El segundo largometraje de Borja Cobeaga es más convencional y multireferencial, así como menos personal y abstracto en su vís cómica que 'Pagafantas'. 'No controles' no es más que la excusa de Cobeaga y su co-guionista, Diego San José, de retratar a toda una generación de artistas, cineastas y en definitiva, de un tipo de público, que se crió con las pelis de John Hugues, Howard Deutch y el blockbuster ochentero. Las interpretaciones de secundarios como el citado López, Secun de la Rosa o Alfredo Silva forman un tridente tan explosivo para el lanzamiento de socarronería que es un gustazo observar la coordinación entre ellos, sus gesticulaciones y la brillante manera de atrapar el tono exacto para que la dicción juegue a favor del chiste y el gag verbal. Cuando la acción se centra en la causa-efecto de los tejemanejes del trío (como si de un Monkey Business marxiano se tratase) la película fluye adictivamente ante los ojos del espectador; cuando Ugalde y Alexandra Jiménez retienen el ritmo para intimar, el relato sufre al intentar esquivar la blandenguería (el actor vasco sería Zeppo, el sosaina cuarto hermano de los Marx).

Aunque Cobeaga y San José hayan realizado su particular mirada Chris Columbus a la época navideña a través de batir esa infravalorada comedia dramática de Hughes, 'Mejor sólo que mal acompañado', con el François Pignon (Jacques Villeret) de 'La cena de los idiotas', el Nen de Castefa y El Monologuista Mierder en un mismo batido vitaminado para no dejar de soltar carcajadas en la sala oscura, a 'No controles' le sobran sus minutos finales y le hace falta mucho más atrevimiento para haber ido más allá de una versión comedia Apatow a lo spanish, donde los relatos tienen una presentación y un nudo memorablemente cómicos y humanos pero que se tuercen al final por la vía de la dulzura mainstream y buenrollista.
Migue Muñoz
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5
11 de marzo de 2011
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos años después de dirigir 'Conan, el bárbaro', John Milius lleva a la pantalla un guión de Kevin Reynolds y presenta en plena era Reagan un bosquejo supremo de su filia militarista, derechista, patriota, violenta y a la postre individualista y anárquica.

'Amanecer Rojo' narra la historia de diez jóvenes (primerizos Patrick Swayze, Charlie Sheen, C. Thomas Howell, Jennifer Grey o Lea Thompson) que tienen que esconderse en las montañas que rodean su idílica ciudad de provincias de Colorado, tras huir del instituto por sufrir un ataque de tropas militares con ínfulas comunistas (soviéticos y cubanos), iniciándose así la Tercera Guerra Mundial.

Adherida tanto al género bélico o al de blockbuster juvenil, su inicio arrollador sin andarse con chiquitas y con un desarrollo donde priman las escenas de acción y se obvia (se eliden) los momentos de conflicto psicológico, explicativo o discursivo, da lugar a un filme mítico, aunque irregular, denostado y extraño ritmo. Con factura poderosamente clásica, potente y un fondo monocorde con unidireccional lectura: el ojo por ojo, la necesidad armamentística para defenderse del enemigo y el despertar al estado adulto por vía del enfrentamiento violento.

(La australiana producción 'Mañana, cuando la guerra empiece', la remakea en pleno 2010, la suaviza y le otorga a una fémina el punto de vista principal de la propuesta, intentando lidiar con las dosis de machismo y misoginia del filme de Milius).
Migue Muñoz
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