Otra de esas películas antiguas en blanco y negro, sin estrellas de renombre principal, seguramente olvidada hasta por los estudiosos, si bien el director sí es de renombre. Y sin embargo, cuánto tendrían que aprender algunos más recientes o contemporáneos. Los actores son excelentes, como Montalban o Elsa Lanchester, la dirección es sobria y eficaz y al servicio de un guion policíaco preciso y bien hecho. Hay otros policíacos donde el espectador se acaba perdiendo y no sabe porqué el inspector o el teniente ha ido a visitar a tal o cual ni de dónde ha sacado sus señas, etc., a veces adrede y otras veces por ineptitud al perderte en una marea de nombres que ya no sabes quién es quién. Nada de eso sucede aquí donde el teniente va poco a poco avanzando en su investigación, hilando los elementos con lógica y haciendo que el espectador le siga, comprendiendo las cosas y con creciente interés. En este caso hay también un homenaje a las técnicas forenses, balísticas, etc., que tanto han ido haciendo avanzar la investigación criminal desde el descubrimiento de las huellas dactilares y su aplicación hace ya más de un siglo.

Estos antiguos maestros tenían el secreto de contar algo interesante y bien narrado, y el que fuera un film de mediano o bajo presupuesto les motivaba aun más para que el guion y todo lo demás fuera bueno; incluso bastantes de estas llamadas Series B, son mejores en todos los sentidos que bastantes películas glamorosas y laureadas con oscars, etc.

Un buen director de verdad no necesita disimular una historieta simplona y unos diálogos bobos montando una película casi entera a base de planos de un segundo, como si fuera un spot publicitario, o moviendo la cámara en mano nada más que de un primer plano a otro, todo para intentar crear la sensación de que todo el tiempo ocurren cosas tremendas. Por fortuna, esa forma de dirigir y montar parece que ya remitió porque finalmente quizá se están dando cuenta de que el público, en general, no es simple ni bobo, y los espectadores han ido huyendo de las salas, las mismas que antes tenían a menudo colas para entrar.

La película se toma su tiempo en entrar en materia pero sin aburrir, al menos a mí, que odio esa expresión tan habitual de "es un poco lenta...", salvo que el film sea de verdad uno de esos ladrillos, que los hay, donde realmente el argumento naufraga y no te interesan nada los personajes ni lo que ocurre. Pero esa postura general del "es un poco lenta" acabó desembocando en que guionistas y directores estén acojonados de tratar de contar algo, y busquen continuamente la mal llamada "acción", pues, si hay algo de verdad lento y aburrido es toda esa sarta de películas que no tienen más que golpetazos, efectos especiales a menudo chapuceros, luchas físicas cada vez peor filmadas, las estúpidas persecuciones de coches, etc., es decir, todo en lo que acabó desembocando mucho el cine desde hace ya bastante, para intentar que nadie suelte la frasecita de que "es un poco lenta".

Esta película es de las que intentaban contar algo. Se presenta a un relojero, un hombre normal, separado, que vive de su trabajo y tiene sus escapes en forma de una cena con los amigos, y cosas sencillas. Hay un punto de inflexión cuando, súbitamente, le visita la policía y se entera de que hay un cierto problema con su hijo, con el que lleva la relación también bastante normal de coexistir sin entenderse apenas. Ahí, y tratándose de una adaptación de Simenon, puede parecer que la película va a girar a lo policíaco, pero nos vamos dando cuenta de que no. Bien filmada, se ofrecen planos de Lyon y todo el entorno cotidiano, y bastantes diálogos durante diversas comidas. Aun no había la psicosis posterior con el colesterol, y vemos cómo el comisario (Jean Rochefort) se zampa un imponente plato de embutidos, y su ayudante un imponente bocadillo con su cervecita, etc., y, encima, están delgados, y el comisario casi "chupao".

Todo esto es posible, y repito que a mí no me aburre, porque Tavernier cuenta con buenos actores, pero, sobre todo, con el gran Philippe Noiret, capaz de expresar todos los sutiles matices con un mínimo cambio en su rostro, lo cual también es acción y de la buena. Y ahí, hacia la parte final, es cuando va entrando el verdadero tema del film, cuando ese padre acorralado renuncia a cualquier cosa que... (ver brevísimo Spoiler).

El espectador puede estar de acuerdo o no con las posturas del hijo (autodestructivas y absurdas), incluso es difícil que lo esté, o con esa postura que acaba tomando el padre, pero ese es el verdadero centro de la película. (Daniel Nieto Ureña)

Al igual que "En el desafío de las águilas", los soldados alemanes son tontos, no ven nada ni se enteran de nada. Los cogen siempre en calzoncillos, no se parapetan y los matan como a chinches. También disparan pero, a juzgar por estas películas, debían usar balas de fogueo, porque casi nunca le dan a nadie mientras que los otros, con una sola ráfaga, se cargan a montones.

Sin embargo, aun siendo este film un tebeo, aunque bien hecho, contiene una sana rebeldía contra el más horrible sinsentido de todos, que es el de la guerra. El grupo de soldados están hartos de dejarse manipular y matar por ideas abstractas e intereses que no ven directamente como suyos, por cincuenta dólares al mes, y acaban luchando por un pingüe posible botín.

En "El bueno, el feo y el malo", Clint Eastwood interpreta el mismo tipo de personaje que aquí. Observa la carnicería de la Guerra de Secesión y dice "Qué forma tan estúpida de morir". Él lucha y se arriesga por un buen saco de dinero.

Algo confusa a veces en los detalles, pero la idea y detalles generales están bastante claros. Se supone que esta peripecia está basada en un hecho real del principio de la IIGM, y llama la atención ese detalle continuo de la "caballerosidad" entre militares enemigos, que ciertamente debía existir hasta cierto punto, algo como en el deporte: tú de ese equipo y yo de éste, pero, en realidad, somos colegas, y te felicito por tu "deportividad" y buen hacer, aunque vayan en contra mía... Pero si se mira objetivamente, que alguien me explique qué respeto ni consideración merecen unos marinos que, aunque sea obedeciendo órdenes, se dedican a hundir barcos mercantes civiles. Y aunque aquí, según cuenta la película, salvan a las tripulaciones civiles, se sabe que casi nunca era así, y la mayoría, civiles o lo que sea, morían con su barco.

Lamentablemente, a los que, gracias al Cielo, no nos ha tocado pasar por la prueba de ir o de vivir una guerra, nos resultan más fáciles de creer escenas como las de "Salvar al soldado Ryan", de Spielberg, incluso con toda su brutalidad: "¡Aquí se viene a morir!", y "¡¡No disparéis, dejad que se abrasen!!... Y se ve que Spielberg se documentó a fondo para esa secuencia del desembarco, para mí la secuencia bélica mejor filmada de la historia del cine, y que coincide en todo con los testimonios de supervivientes, aunque en los documentales censuren, sin duda, lo más crudo.

Volviendo a la comentada, hay que señalar en esta película también la impresionante producción. Debió ser una película muy cara.

Interesante complejidad argumental donde los personajes ya ellos mismos no saben si son patriotas, traidores, o cualquier otra cosa, y todo bien cimentado desde el punto de vista de las motivaciones y las acciones.

Esa toma de decisión de uno de los generales alemanes, de tratar de forzar la defensa ante el desembarco aliado en algún punto de la costa francesa (que no sabían), de forma distinta a las órdenes que tenían de Berlín, no sería raro que estuviera basada en algún hecho real, pero no sé; nunca lo he oído, aunque seguro que ni los historiadores más expertos saben todo lo que realmente ocurrió, pues en la Historia siempre hay muchos detalles que quedan tapados, fuera de lo oficial, y que ya es muy difícil saber o investigar.

Sin embargo, otro usuario que ha enviado una interesante crítica, dice que sí, que existe un informe sobre ello. Muy probable: queda la impresión de que la verosimilitud es perfectamente posible. El resto de detalles de personajes y trama, seguro que son inventados, pero funcionan bien. Hardy Krüger, luego uno de los inolvidables protagonistas de "El vuelo del Fénix" (1965, Robert Aldrich), entre otros varios films excelentes, es fundamental con su medida y brillante interpretación para dar credibilidad a todo el asunto.