No sé qué vueltas le daría en el 69, pero desde luego ahora es un plomo de no te menees.

Aburrida a decir basta, con un guión que se hincha a fuerza de desfiles y, lo peor que le puede pasar a una película con personajes de cartón piedra cuya vida no me interesa para nada.

George Scott y Malden, dos actorazos poniendo caras harto conocidas bajo una trama espeluznante de boba y, para peor, detrás la el apasionante final de la II guerra.

No, hay algo peor aún que no luzca el principal acierto de la producción: ver a ingleses y alemanes trabajando cada uno para ganar su batalla.

Una americanada infumable.

Es lo peor, al menos para un espectador: un pastoso bodrio con ínfulas de obra de arte. He aquí todos los vicios de Béla Tarr y ninguna de sus virtudes, presentes en la notable "Armonías...": abuso exageradísimo de los planos secuencia con situaciones reiterativas, mucha lluvia, suciedad, miseria, feísmo a manta; frases compuestas cuales oráculos de la peor literatura sentenciadora...
Bueno, el espectador tiene una posibilidad, abandonar a mitad de metraje, que es lo que hizo el aquí presente, por eso la hago corta: no es justo excederme en análisis cuando salí por peteneras o hice mutis por el foro a buscar desesperadamente un poco de oxígeno. Di unas cuantas vueltas, me tomé un café, fumé medio pitillo y me puse la primera parte de "La edad de la inocencia", ese magno ejercicio de bella elegancia y excitante contención emocional de Scorsese.

Zeffirelli hace el más difícil todavía en una serie de piruetas pesadísimas para contar la versión católico-pastiche de una Pasión Cristiana con guapo Jesús salido del más ario de los mundos arios. Por no salvarse no se salva ni el repartazo bestial.

Vamos, que ni hinchándome a chocolate llego al final, por otra parte resabido.
Que sí, que la abándoné viéndola por la tele. En cambio, del cine me fui partiéndome de risa del Hamlet que hizo con Mel Gibson en interpretación de chico moderno. Mantuvo la época original pero el estilo interpretativo era de un motorista siglo XX y daba risa escuchar el maravilloso texto de Shakespeare con esas caras y esos gestos.

En su libro de memorias Franco Zeffirelli confiesa haber sido amante de Luchino Visconti allá lejos y hace tiempo, cuando era un rubio chico muy guapo, algo andrógino, ferviente católico y Visconti un ferviente comunista. Se lo pasaron bastante bien juntos, no habla mal del maestro, lástima que no aprendió su arte en la dirección de actores ni aprendió a hacer buenas películas. Y eso que elige bastante bien los argumentos. Apenas tiene una o dos películas logradas si uno tiene el día tonto. Yo lo tuve dos veces. En Romeo y Julieta y Amor sin fin: pelis que en su tiempo reconocía que eran malas pero lindas. Perdón.