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Críticas de Juan Marey
Críticas 641
Críticas ordenadas por utilidad
8
24 de mayo de 2023
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El 26 de Enero de 1974 se reunió a varios bailarines de Broadway para que contaran en una especie de terapia conjunta, el motivo por el que quisieron dedicarse al baile y las experiencias que habían tenido en sus comienzos, las sesiones fueron grabadas, parece ser que sin saber muy bien en qué acabaría aquella iniciativa, la idea fue presentada por los bailarines Michon Peacock y Tony Stevens, que manifestaron a los participantes que de allí podría brotar la raíz para crear una academia de baile, la base para un libro o un proyecto teatral o musical, el conocido coreógrafo y director Michael Bennett fue invitado a asistir a las sesiones en calidad de observador, aunque bien pronto su colaboración se volvió muy activa en lo referente a las actuaciones de los intérpretes. Las diferentes experiencias relatadas se entregaron a James Kirwood y Nicholas Dante, que confeccionaron el libreto de lo que se terminó convirtiendo en “A CHORUS LINE”, dándose la circunstancia que de los bailarines que colaboraron en el experimento, ocho terminaron finalmente formando parte del reparto original que estrenó la obra en Broadway. Hubieron varios intentos de convertirla en película, aunque algunos directores no veían claro su paso a la gran pantalla, finalmente Richard Attenborough se encargó de dirigirla, dándole el papel protagonista al actor Michael Douglas como director de la obra, aunque el verdadero protagonista del musical es el anónimo bailarín que pasa de prueba en prueba dejándose los sueños y alma en cada audición.

Pienso que todo aquel que alguna vez haya asistido a un casting, incluso (permítaseme la licencia) todos aquellos que alguna vez han ido a una entrevista de trabajo o se han presentado a algún examen en el que te juegas todo a una carta, conocen la sensación de tener el futuro en manos de otros, esa terrible sensación de, ¿qué es lo que esperan de mí? ¿qué necesitan exactamente? ¿importa algo mi experiencia, mi trayectoria o mi formación? ¿tengo alguna posibilidad?… esa incertidumbre es mortal de necesidad, cuando tienes un alquiler que pagar, unas facturas, comida que comprar e incluso, en algún caso, bocas a tu cargo que alimentar, la sensación de "me están examinando y de lo que extraigan de este examen depende mi futuro" es una de las peores sensaciones que se pueden tener. Bien pues, imaginad una profesión donde esto sucede constantemente, donde tener trabajo ahora no te garantiza tenerlo dentro de cuatro meses, donde no importa lo bien que trabajes o la experiencia que tengas, un trabajo en el cual se te examina constantemente por personas ante las cuales sólo representas un número. Y, sin embargo, parafraseando a uno de los personajes de la película, ¿alguien en su sano juicio querría ser otra cosa que no fuese bailarín? Ese es el tema principal de ésta película, esa pasión que sobrepasa la lógica e incluso el sentimiento de autoprotección al elegir una vida que te aboca irremisiblemente al desarraigo, al desequilibrio, que hará de ti un asiduo de habitaciones de hotel, pensiones y apartamentos compartidos, que convertirá tu vida personal en una colección interminable de relaciones rotas, pruebas duras, crueles casi, semanas de ensayos, meses de gira fuera de tu hogar... todo para ser una presencia en el coro, alguien que se mueve rítmicamente varios metros atrás de la estrella principal y cuyo principal objetivo es no destacar, hacerlo bonito pero que nadie se fije en ti.

Por eso creo que la producción original tuvo tanto éxito, del Off-Broadway al circuito principal en apenas unos meses y, acto seguido, a encabezar la lista de nominaciones en los premios Tony de 1975, con 12 candidaturas de las cuales, nueve se convirtieron en premio. El espectáculo funciona porque muestra tripas, corazón y bilis del “show-business”, apaga las luces brillantes que tanto deslumbran para mostrar lo otro, las sombras, los corazones rotos de los bailarines, de los artistas, que soportan crítica tras crítica de directores, profesores o coreógrafos, de extraños que no conocen su historia, sus circunstancias, sus porqués. Dramas personales como la bailarina entrada en años que, sin embargo, no puede dejar de bailar porque es lo único que sabe hacer y que se ve incapaz de aconsejar a su hija que no sea bailarina también, o el muchacho que entra en el mundo del espectáculo por la puerta de atrás, por el lado más sórdido y decadente de la profesión, o el camarero que siente que traiciona a su familia llegando tarde a su trabajo por estar en la audición arriesgándose a ser despedido una vez más.

Uno de los grandes musicales de su momento, un espectáculo puro y duro, un musical que transmite emoción, con bellas canciones y mucho pero que mucho ritmo.
Juan Marey
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8
22 de mayo de 2023
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Tras el enorme éxito de la maravillosa “Desayuno con diamantes”, Blake Edwards había conseguido una cómoda situación dentro de la industria de Hollywood lo que le permitió realizar consecutivamente a principio de los 60 dos películas alejadas de su universo temático y estilístico de comedias sofisticadas, dos intentos de experimentos sobre otros géneros que contienen algunos de los elementos menos usuales en la trayectoria del realizador. “Chantaje contra una mujer” y “Días de vino y rosas” parten de temas bien distintos –el asedio de un psicópata a una mujer, en el primer caso, la decadencia de un matrimonio de clase media víctima del alcohol, en el segundo- y fueron financiadas por estudios distintos, Columbia y Warner respectivamente, siendo el thriller claustrofóbico un proyecto personal de Edwards y el melodrama etílico un encargo que le llegó de manos de Jack Lemmon. Sin embargo, las dos películas tienen demasiados elementos coincidentes como para no considerarlas fruto de una situación y unos intereses comunes: Lee Remick es la protagonista femenina de los dos films, ambos se desarrollan en la peculiar geografía urbana de San Francisco, cuentan con una antológica fotografía de Philip Lathrop y son los dos únicos títulos en toda su filmografía rodados en blanco y negro, aspecto que resulta muy determinante, un blanco y negro contrastado con similar intensidad de brillos y dominado por los claroscuros que ilustran peripecias distantes, temáticamente hablando, pero coincidentes en su íntima desazón; el blanco y negro de Lathrop, en claustrofóbico formato casi cuadrado, profundiza aún más en la tensión interna que se respira, recrudece las formas ciudadanas de un San Francisco que en pocas ocasiones se ha contemplado mejor y otorga una especial fotogenia al rostro de los actores, concretamente a una bellísima Lee Remick, convertida en ambas ocasiones en una especie de icono inalcanzable que se altera o denigra por culpa de los demás, un asesino psicópata o un marido que la incita a la bebida.

“Chantaje contra una mujer” comienza de manera insuperable, una cámara aérea sigue el coche descapotable de una atractiva mujer con pañuelo para retener el cabello en el aire del viaje, una mujer, Lee Remick, que en la noche cruza el Golden Gate en San Francisco, brillan las luces en la noche californiana, retratadas en ese brillante blanco y negro del que antes hemos hablado, preciso, elegante, depurado, mientras, oímos, en tanto que desfilan los títulos de crédito, la subyugante banda sonora de Henry Mancini, un prodigio de vanguardia a la hora de provocar emociones fundidas con las imágenes, como ya hiciera para Hawks en “Hatari!” y “Su juego favorito”. La mujer llega a su domicilio en un barrio residencial, una calle sin salida, al otro lado del Golden Gate, se abre la puerta del garaje y, ya en el interior, la puerta se cierra, la oscuridad se cierne sobre ella, sorprendida, y de repente, surgiendo de esa opresiva oscuridad, unas manos le atenazan el cuello, le tapan la boca y susurran amenazas, Blake Edwards filma esa secuencia en primeros planos que agobian a Remick tanto como al desprevenido espectador, abriendo la puerta a un elegante, pausado y sofisticado “psycho thriller” en el que Lee Remick es la pieza a cobrar si no cumple lo exigido: robar cien mil dólares del banco en que trabaja como cajera, la amenaza se extiende a la suerte que correrá Toby, una juvenil Stephanie Powers, la adolescente hermana de Remick, con la que convive.

Un magnífico trabajo, una película que se disfruta plano a plano, con la credibilidad mágica de todo el reparto, la fisicidad de los escenarios de la brumosa San Francisco y la vida cotidiana atrapada en lo imprevisto, porque vivir siempre es una aventura peligrosa.
Juan Marey
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9
17 de mayo de 2023
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“Cazador de forajidos” fue el resultado de la apuesta decidida de la “Perlsea Company”, compañía creada en 1951 por el productor William Perlberg y el director George Seaton, a quienes llegó un extraordinario guion, nominado al Oscar, de Dudley Nichols, escritor habitual de John Ford en la década de los cuarenta. La historia tenía como protagonista a un cazador de recompensas, personaje, a diferencia de Europa, no excesivamente explotado en el wéstern americano que, además, presentaba importantes diferencias con la figura prototípica de los “eurowésterns”, ya que si en estos, siguiendo el arquetipo creado por Sergio Leone en “La muerte tenía un precio” (1965), se caracterizaba por su amoralidad y el deseo de obtener un rédito económico a cualquier precio, en el wéstern que nos ocupa se nos presenta como un hombre con principios morales muy sólidos, convertido en el brazo armado de la ley y necesario para pacificar el Oeste. Además fue el único wéstern producido por la Perlsea,
una película rodada en blanco y negro, por lo que llama la atención que encargarán su dirección a Anthony Mann cuyas películas del Oeste más famosas se habían caracterizado por el uso del color y de la naturaleza como elementos dramáticos de primer orden.

Henry Fonda, una de las más fieles encarnaciones de la dignidad sobre la pantalla de cine, se encuentra aquí en el papel de un frío caza recompensas enfrentado contra un Oeste que ha dejado de ser salvaje al menos en su apariencia externa, su Morgan Hickman de “Cazador de forajidos” se presenta con una impasible amoralidad, es un hombre que ha reducido la justicia y la muerte a un simple medio de vida, a negocio, mercancía, no obstante, se trata de una pose impostada, construida para defenderse contra los agrios y dolorosos embates de la hipocresía que domina la sociedad supuestamente civilizada, ávida de justicia limpia pero cobarde e insolidaria a la hora de hacerla valer, una conducta hermética, renegada y descreída aunque en perpetuo desacuerdo con su naturaleza sentimental y con los desafíos de su presente, a través de los cuales se descubrirá su condición de llaga ardiente, mal cicatrizada.

La dirección de Mann es simplemente perfecta, es tan brillante que parece sencilla, extremadamente sobria y planificada de forma magistral en planos y contraplanos, donde demuestra un magnífico dominio del lenguaje cinematográfico clásico. Además la película visualmente es una maravilla, Mann, con la ayuda inestimable del operador Loyal Griggs saca el máximo partido del formato VistaVision, un nuevo sistema creado por la Paramount para frenar la competencia de la televisión, volviendo a demostrar su pericia técnica y su maestría a la hora de componer las escenas en las que la ilimitada profundidad de campo juega un papel fundamental, al mismo tiempo que coloca la cámara en el lugar exacto en cada secuencia de la película. La excelente composición de planos brinda contrapicados, escorzos irrumpiendo en el plano, además los escasos primeros planos sirven para subrayar estados emocionales, como debe ser, de igual modo, como ya hemos señalado, hace un portentoso uso de la profundidad de campo y emplea fluidos y elegantes travellings laterales con asiduidad. Mann se sirve, además, de un excelente reparto, encabezado por el ya referido Henry Fonda y por Anthony Perkins (en un papel que casi abandona por enfermedad, y para el cual se pensó para reemplazarle en Jeffrey Hunter), pero conviene no olvidar a magníficos secundarios como Neville Brand, John McIntire, o el imprescindible Lee Van Cleef.

Un wéstern espléndido que, como la estrella de su título original, brilla con luz propia gracias a la extraordinaria dirección de Anthony Mann, un guion de Dudley Nichols soberbio, de gran profundidad y con diálogos sobresalientes, magníficas interpretaciones de todos los actores, y una adecuada partitura musical de Elmer Bernstein, prácticamente debutante en el género. Pienso que es de obligatoria visión para todo buen aficionado al cine.
Juan Marey
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8
10 de mayo de 2023
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Una vez más vinculado a la Paramount, estudio en el que desarrolló la mayor parte de su carrera, Mitchell Leisen nos traslada a imágenes una pieza teatral titulada “Maggie”, además fue la quinta y última colaboración entre el guionista y productor Charles Brackett y Leisen, un excelente director, elegante y sutil en su puesta en escena y capaz de realizar comedias tan destacadas como “Una chica afortunada” o ”Medianoche”, dramas como “Si no amaneciera” o “La vida íntima de Julia Norris”, e incluso grandes películas de género negro como “Mentira Latente”. En “Casado y con dos suegras” podemos disfrutar de una como siempre inconmensurable Thelma Ritter, una secundaria de lujo en numerosas producciones hollywoodienses, a quien no resultaba extraño ver en pantalla eclipsando a las estrellas que encabezaban el reparto, uno de estos casos se observa en esta película, comedia en la que su nombre aparece después del título del film y de los nombres de Gene Tierney, John Lund y Miriam Hopkins, pero, desde el inicio, su personaje, Ellen McNutty, asume un rol vital en el desarrollo del film, su arrolladora presencia es de lo mejor de esta fantástica obra, es de esas actrices secundarias que valen por toda una película, y que además fue nominada al Oscar por este papel, en la parte final de la cinta tiene un memorable enfrentamiento con su consuegra, encarnada por Miriam Hopkins, una mujer insoportable que solo busca la disolución del recientemente instaurado matrimonio.

La película esta muy ligada con ese conjunto de comedias que por aquellos años firmaron realizadores como George Cukor para la Columbia –THE MARRYING KIND (Chica para matrimonio, 1952), BORN YESTERDAY (Nacida ayer, 1950), IT SHOULD HAPPEN TO YOU (Una rubia fenómeno, 1954)- o incluso el primerizo Richard Quine de THE SOLID GOLD CADILLAC (Un cadillac de oro macizo, 1956). En aquellos casos los títulos se encontraban al servicio de la actriz cómica Judy Holliday, mientras que en el que nos ocupa el elemento más o menos cómico se ofrece a la veterana y estupenda Thelma Ritter de la que ya hemos hablado anteriormente. “Casada y con dos suegras” destaca por formular una crónica sobria y contenida, por momentos escorada hacia el melodrama, en la que sobresale una vez más la inteligente utilización del espacio escénico por parte de un Leisen, sobradamente curtido en la dirección artística, en la que el uso del detalle a la hora de cerrar o abrir algunas de sus secuencias denota el sentido visual de su puesta en escena, y en donde brilla el retrato de personajes que están a punto de bordear la caricatura, sin que por fortuna este rasgo anule su autenticidad. A destacar también el apoyo que supone la excelente iluminación y fotografía en blanco y negro ofrecida por el especialista en el género Charles Lang.

Una muestra tardía pero valiosa de uno de los talentos más singulares -y todavía infravalorados- con que contó la comedia americana en sus años de esplendor, Mitchell Leisen. Ojalá este breve comentario suponga el empujón final que os decida a ver esta deliciosa película, seguro que al final disfrutaréis de un rato agradable y sobre todo, recordable, y además está Gene, Gene Tierney, una actriz de una belleza legendaria, pero también con un inmenso talento no lo suficientemente reconocido a mi juicio.
Juan Marey
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8
3 de mayo de 2023
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El escritor colombiano Gabriel García Márquez relató el difícil idilio de sus padres en su quinta novela, “El amor en tiempos del cólera”, de la cual se toma un fragmento para el guion de la película “Cartas del parque”. “Cartas del parque” es uno de los filmes que integran la serie “Amores difíciles”, proyecto cinematográfico auspiciado por TV Española y la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, formado por una serie de seis guiones que Gabriel García Márquez escribió en 1987, basados en notas periodísticas y cuentos suyos, son seis episodios independientes que giran en torno al amor, como eje motriz, común denominador que la prodigiosa imaginación del autor de “Cien años de soledad” dota de personalidad propia, cada uno de ellos ha sido dirigido por un prestigioso cineasta latinoamericano y sus guiones están desarrollados a partir de la simiente argumental de García Márquez, a quien se le ha consultado la supervisión de los mismos. Bajo mi punto de vista el mejor film de la serie es el que dirigió el cubano Tomás Gutiérrez Alea, la película que hoy nos ocupa, “Cartas del parque”, la historia de amor que cuenta se ambienta en la ciudad de Matanzas, en 1913, la anécdota está protagonizada por Pedro, un escribano y poeta enamorado cuyo diseño se inspira en el Florentino Ariza de “El amor en tiempos del cólera”, que a su vez se inspira en Gabriel Eligio, el padre del escritor.

La película es una comedia romántica, y según el narrador, un cuento sencillo, es una historia de amor, pero también de varias facetas y caras del amor, y a la vez es una defensa del papel de la poesía en el mundo moderno. El argumento tiene paralelos con el drama francés, “Cyrano de Bergerac”, pero García Márquez, Diego y Gutiérrez Alea actualizan ese drama con un protagonista distinto, redefiniendo el concepto de amor romántico. La película, ubicada en “Matanzas, Las Atenas de Cuba,” en 1913, tiene cuatro personajes principales que representan actitudes distintas hacia el amor: Pedro, Juan, María y la prostituta Milagros, que es amiga de Pedro, tenemos un contraste entre el amor físico, el amor platónico, el amor práctico y el amor “real”. También, hay otro personaje aquí, no mencionado pero sugerido en el argumento de la película, y es el ya nombrado Cyrano de Bergerac, el personaje de Pedro contrasta con Cyrano, y también es parecido, y hay similitudes entre el amor de Cyrano y el de Juan. Pedro es poeta, escritor, y escribano, y escribe las cartas para personas de esta ciudad que no pueden escribir o no pueden expresarse bien, Juan le pide que le escriba una carta de amor a María, y lo hace incorporando la poesía de otros y su habilidad poética dentro de sus cartas, luego María le pide que haga la respuesta, ninguno de los dos sabe que es Pedro quien escribe la carta del otro. El amor de Juan es un amor platónico, y en vez de realizarlo, tiene más interés en usarlo como inspiración para montar en globo y volar, en controlar el amor entre los dos como titiritero, como hace Cyrano, se enamora también Pedro de María, sufre mucho, pero sigue escribiendo en nombre de Juan pero expresando su propio amor, como hace también Cyrano.

Quienes piensan que una película sin escenas románticas es como una flor sin aroma, luego de ver "Cartas del parque" se convencerán de que no están equivocados, una fantástica comedia de enredos sentimentales, una película hermosa como la poesía que la adorna en todo su transcurso, una película que nos muestra de forma espléndida ese misterioso sentimiento que cada ser humano ha sentido alguna vez, el amor en su mas pura esencia.
Juan Marey
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