"El hombre del traje blanco" narra la historia de un joven científico que descubre un tejido irrompible, que no se mancha ni se desgasta. Cuando está a punto de llegar a un acuerdo para que se fabriquen en serie, dueños de empresas textiles, accionistas y trabajadores, se unirán para intentar evitar que el famoso tejido salga a la luz y se convierta en una ruina para ellos.
La película, cargada de humor inglés, posee un ritmo lento y aburre. Alec Guinness nos hace sentirnos indiferentes ante el personaje que representa. No transmite. No se hace verosímil. Nos resulta muy raro que la guapa y deliciosa Joan Greenwood se sienta atraída por él. Ella parece lo único que da sensación de autenticidad en la película. Y, curiosamente, también el traje blanco parece auténtico. El juego luminoso y las confusiones de sombras y colores durante la persecución final son realmente efectivos. Lo mejor de la película.
En resumen, película que gustará mucho a los incondicionales del humor puramente británico. A los demás...creo que no.

Bela Lugosi no me cae bien. Ni me gusta como actor ni me gusta su jeta de 'maloso'. Además, en películas de intriga como ésta, el suspense se acaba a los cinco minutos. En cuanto aparece. Arquea las cejas y ya la ha pifiado. Para darle las gracias al tipo. Si a ello le unimos la lograda pero oscurísima ambientación, la película queda reducida a un yorkshire al que acaban de pelar. Puro hueso. Por no hablar de la falta de verosimilitud que impregna la historia (¡qué bien! el doctor Orloff en la misma habitación tiene al enfermo, el cuadro de mandos para las descargas, la bañera de acero y la ventana con vistas al fango) ¡Ah! por si fuera poco, el año de la película es 1940, o sea, de pionera nada de nada. Ya llevaban años haciendo películas de suspense cien veces mejores que ésta.

Un hombre presencia un asesinato y cuando la policía quiere interrogarlo en comisaría éste desaparece. A partir de entonces, su esposa, la policía y el asesino emprendarán una desesperada búsqueda por encontrarlo.
Película tremendamente oscura (aunque quizás se deba a la calidad de la copia que he podido ver yo) y sin gran cosa a destacar. El guión tiene lagunas, la puesta en escena es más bien pobre y su gran fallo es un ritmo lentísimo que hace que la película se nos haga larga a pesar de su escasa duración. La película se ve sin la menor emoción porque no la transmiten ni su director ni sus intérpretes. Se salva Ann Sheridan y el montaje de la secuencia de la montaña rusa en su parte final. Entonces sí. Sólo entonces Norman Foster mete algo de ritmo a la película.

Otra "maravilla" más del admirado, loado, talentoso, genial, etc, etc., cine europeo, donde se demuestra una vez más que, ni en los años 60, habían aprendido a hacer buenas películas. René Clément se une a la lista de los Pelman, Tontonioni, Rayer, Vis conti falta para que termine tu taladro, Follini y demás, verdaderos especialistas en el hipnótico arte de adormecernos frente a la pantalla con sus estupendas películas-siesta. "El día y la hora" es una de ellas.
La película nos sitúa en la Francia ocupada por los nazis unos meses antes del final de la Segunda Guerra Mundial. Una mujer francesa, Teresa, se verá obligada a ayudar a tres aviadores americanos permanentemente perseguidos por la Gestapo.
Cinta aburrida donde las haya, mal dirigida, mal montada y con malos diálogos. Al minuto veinte ya estaba mirando el reloj (además de confirmar que el tiempo pasaba muy lento, me entretuve limpiando la rosca de la cuerda). Al minuto cuarenta las personas que me rodeaban estaban profundamente dormidas. Yo aguantaba por ver en que momento la buena de Simone Signoret le daba una patada en la espinilla al ridículo de Stuart Whitman. En el minuto final, además de arrepentirme mucho por no haberla quitado y ponerme una de El Gordo y El Flaco (tenía un corto con una pinta buenísima) decidí que Simone Signoret era una buena actriz, sin más. Que sólo los grandes actores y actrices americanos eran capaces de levantar películas malas y tediosas como ésta.

Bob Weston escribe en una revista que se dedica a difamar a gente conocida y de prestigio. Su siguiente objetivo es Helen Brown, reputada psicóloga cuyo libro sobre la soltería de la mujer acaba de convertirse en todo un best seller.
Al amigo Quine, el pobre, alguien le engañó para que se dedicase exclusivamente a las comedias -craso error, pues su único éxito fue el drama"El mundo de Suze Wong"- y, si las primeras de su carrera eran al menos originales aunque del todo insulsas, a mediados de los 60 perdió la chaveta con dos engendros como "Encuentro en París" y esta "La pícara soltera". No sé, quizás entusiasmado por la corriente hortera, fútil y sexual de la época o tal vez limitado por su propio talento para hacer reir nos 'obsequió' con esta patética y desafortunada cinta con unos primeros minutos prometedores y otros siguientes verdaderamente infumables.
Preocupado sólo por mostrarnos el escote y la desinhibición de la psicóloga Wood, Quine hace trizas la historia, desvaría con la cámara, hace perder toda naturalidad al excelente Curtis y consigue que el nefando Mel Ferrer haga el ridículo una vez más con unos pasos de baile que ni Chiquito. Mención aparte el destrozo de los pobres Fonda-Bacall que no debían haber caído tan bajo en toda su carrera. Con Edward Everett Horton no pudo. Algo hemos ganado.