Consistente adaptación de dos sólidos clásicos relatos anglosajones. Contados con el clásico estilo Disney, no se puede pedir más a un cortometraje.
El Señor Sapo es una historia entretenida, sugestiva y divertida, aunque algo banal fruto de unos personajes no del todo desarrollados; un peldaño inferior a La Leyenda de Sleepy Hollow, un corto con una persecución final emblemática e inolvidable. Un episodio que bordea el terror, quizás demasiado intenso para el público más infantil. Aun así, es de necesaria visión, un boato de relatos.

Minimalista recorrido de emoción y amor materno filiar. Una historia de pequeños detalles, un retrato honesto y humilde de la cotidianidad familiar. Ese es su encanto y su defecto, porque la historia quizás resulte demasiado plana y vacua, fallando en la emoción.
Un film que ofrece una contemplación interior a la tristeza pero desde la esperanza en la familia como vestigio principal de la vida. Un trabajo humilde donde los haya, en el que las interpretaciones de la pareja protagonista están por encima de todo lo demás.

Secuela afortunada que no es una obra maestra, ni pretende serlo. Una película de animación familiar, graciosa, entretenida, con mensajes positivos sobre la incapacidad de madurar, sobre la aceptación de las diferencias en los demás, sobre la importancia de la familia en nuestra felicidad.
Un film que no llega a aburrir en ningún momento, cargado de detalles vistosos, pero que tampoco será perdurable en el tiempo. Más de lo mismo, que no es exiguo.

De tono amable y rodada con estilo, una película premiada dignamente. Un film encantador de ver, con unos mensajes tan meritorios como la lucha por tus ilusiones, el valor de la cultura para evitar la incomunicación, la energía poderosa del valor personal, etc.
Por otro lado, con tanto impulso por los Goya, no esperes una obra maestra. Ni mucho menos, solo una fábula hermosa y fría, de rápido olvido y verdadera enseñanza.

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La la land, dos horas exactas de melancolía vital. Réquiem por las vidas no vividas, las desechadas en nuestras elecciones vitales. Pena por los errores cometidos en el pasado. Todo aderezado a ritmo de una imperecedera banda sonora.
La la land, una joya de película con una preciosidad de elipsis final. Una síntesis que te deja temblando y emocionado.
Una obra a reivindicar como el verdadero renacimiento del musical. Algo extraordinario. Un film que te hiere y te enamora gracias a una incomensurable Emma Stone.
Puro arte melancólico, morriña por el cine clásico, por las vidas no habidas que nunca volverán.
La la land, yo siempre te voy a querer.