Pese a que nadie la colocaría entre las mejores obras de su generalmente admirable filmografía, me gusta la útlima película de Clint Eastwood. Había leído algunas críticas negativas pero que parecían discutir más el contenido sobrenatural que otra cosa, y eso me hacía pensar que a menos que se le fuera mucho la mano con el tema, estaría bien. Y sí, me convenció.

Una película que contada a su manera, sin prisas, consigue no aburrir en absoluto y hace que estés engachado a los devenires de los tres personajes de las otras tantas historias que se nos narran en paralelo, localizadas en tres ciudades diferentes como Londres, París y San Francisco. Un tono melancólico del que el viejo Clint no abusa y un estilo reposado y sereno ayudan a su disfrute y a que acabe convenciendo, al margen de que los temas esotéricos interesen más o menos.

Ah, y me ha gustado mucho el plano de la gorra del niño en el colegio (quien la ha visto sabe de qué hablo); Eastwood, haga lo que haga, y toque el tema que toque, siempre se las arregla para ofrecer sus interesantes, apreciables y agradeciblemente incisivos recaditos.

Película sencilla (que no simple, conceptos que se suelen tristemente confundir) que, casi con vocación semidocumental, nos muestra la vida de un quinceañero que estudia en una granja-escuela, y que trabaja como aprendiz durante ese periodo en una granja donde su viejo propietario le enseñará su sacrificado oficio, además de establecerse entre ellos una relación casi paternofilial.

Tanto los momentos de la vida del chico en su instituto agrícola, y sus vivencias y travesuras con sus compañeros, tan propias de su edad, como la relación con su madre y su vida en la granja con el viejo dueño, están bien escogidos, y su buena factura y la naturalidad de los actores acaban por contribuir a las buenas sensaciones que deja esta sencilla película, que si bien no descubre el mundo ni intenta explorar otras vías cinematográficas, (no es su pretensión, obviamente) se deja ver con placidez y agrado.

De una cinematografía tan ultradesconocida y casi insólita como la de Sri Lanka, ese pequeño país situado al sur de la India, ‘Between two worlds’ se revela como una embriagadora y desconcertante muestra de cine no narrativo, entendiendo por esto que no hay una línea argumental clara y todo es interpretable por el espectador a partir de una colección de (fascinantes) imágenes.

Todo es bellísimo en su colección de estampas y de planos-secuencia, y no dudo que captará el interés de cierto tipo de cinéfilos con su radicalísima propuesta visual y conceptual, pero sin duda un cine como este también despertará el tedio y el desconcierto mayúsculo en aquellos que, sin conocer el tipo de propuesta que ofrece, intenten buscar en ella una explicación coherente y una línea argumental que seguir.

Personalmente estaba ya advertido de esto, así que me dejé llevar por la evocadora sucesión de bellísimas imágenes y la excelente combinación de sonidos y música, no mostrando excesivo interés por la aleatoria presencia de simbolismos basados en leyendas y elementos propios del folklore y la tradición locales. Por tanto, ante semejante propuesta, me quedé, efectivamente, “entre dos mundos”.

Esta irregular película holandesa relata de manera tan correcta como anodina las relaciones paternofiliales en torno al futuro de la empresa familiar que da nombre al film. No despierta pasiones, porque no las merece, pero no carece de cierto interés en la exposición de, precisamente, ese duelo generacional.

De una película realizada por alguien que cuenta en su filmografía con títulos como 'Armaggeddon', 'Dos policías rebeldes', o 'Pearl Harbor' (aquella película destinada a ser un nuevo el nuevo 'Titanic' y que resultó absolutamente fallida además de hacer el ridículo al intentar vender una derrota de los Estados Unidos como una victoria, en un tramo final vergonzante), no se podía esperar demasiado a priori.

Y es que el nombre de Michael Bay se asocia a una manera de fabricar películas excesivamente videoclipera y frívola, lo cual es una pena, poque el material de partida con el que contaba en 'La isla', era bastante atractivo sobre el papel, y de hecho, lo es también en la pantalla durante la primera parte del metraje. Después, la incompetencia de Bay se encarga de estropear el interesante punto de partida al parecer asustado por estar haciendo una película más o menos inteligente, y cómo esto no puede ser, parece, hay que meter escenas de acción hiperbólicas, realizadas de manera que se maree al espectador lo más posible y en las que apenas se pueda ver nada.

'La isla' arranca en un centro donde una serie de personas viven recluídas tras haber sobrevivido a una gran contaminación ocurrida en La Tierra, esperando ver logrado su sueño de ser envíados a "La isla", el único lugar a salvo de todo el planeta, al que acceden algunos por sorteos practicados entre los internos. Pero un día, alguien descubre algo que no encaja...

Lo dicho, si esta primera parte de la película está bien llevada e interesa, quizá sea porque en ella Bay no necesita de explosiones, efectismos, persecuciones y demás tonterías para ofrecer una historia que hace pensar en que estamos ante algo, si no importante, al menos inteligentemente entretenido. Una vez se desencadena el conflicto, nada sorprendente por culpa de la imbecilidad de los encargados de realizar los trailers, el director se encarga de dar rienda suelta a los que es la seña de su "autoría": acción mal realizada y montada, pese a que parezca lo contrario, y obviedades masticadas para que a todo el mundo le quede claro lo que le ha parecido entender.

En definitiva, una película entretenida en un principio y muy desaprovechada después, en la que es difícil encuadrar a tres actores, Ewan McGregor, Scarlett Johanson y Steve Buscemi, acostumbrados a intervenciones en un cine de más alto vuelo. En cualquier caso, ellos elevan algo la película con su competente trabajo y credibilidad.