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España España · Barcelona
Críticas de reporter
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Críticas 629
Críticas ordenadas por utilidad
7
28 de octubre de 2011
31 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Àngel Sala, director del Festival de Cine Fantástico de Sitges, afirmó justo al concluir la última edición de este certamen que cualquier cinematografía que se precie debe potenciar su cine de género si quiere sobrevivir; si quiere destacar en un panorama internacional cada vez más competitivo. Una lección no demasiado bien aprendida en nuestra casa, pero que por suerte va por el camino de ser asimilada. Nunca es tarde para cumplir buenos propósitos. A medio camino entre el tópico más tramposo y la realidad más hiriente, lo innegable es que en España ha habido desde siempre cierto temor a la hora de probar suerte con productos que por categoría, su procedencia parecía estar reservada a otros países.

Pero ya se sabe, no hay regla sin excepción, y afortunadamente en nuestro territorio éstas se están dejando ver cada vez con más frecuencia. Los responsables de este fenómeno responden a los calificativos de insensatos, o de valientes, aquellos que saben que sin riesgo no hay gloria, y que por ello no temen enfrentarse a grandes retos. La nueva incorporación a este selecto grupo de respetables ''suicidas'' es Kike Maíllo, uno de los principales responsables de la serie de animación de culto 'Arròs covat', y que debuta en el campo del largometraje con 'Eva', desde ya, una de las candidatas a convertirse en la gran revelación del cine español de esta temporada, un título honorífico que año tras año gana más peso, con todo merecimiento debe decirse.

Ahora llega el momento en el que quizás nos puedan tachar de provincianos. No se trata de ser autocomplacientes, o de mostrarse excesivamente indulgente con lo ''nuestro'', sino de mirarnos sin miedo el ombligo, que a resumidas cuentas viene a ser lo mismo, pero nos guste o no, hay veces en las que la nacionalidad es un valor añadido a la hora de pasar evaluación a una película, más aún tratando con un paciente con una alergia tan abiertamente declarada al cine de género, como se ha comentado antes. En el fondo es un enfoque triste y mediocre, pero a malas es una filosofía que sin quererlo nos deja de vez en cuando alguna alegría, que para la ocasión adopta el nombre de la primera mujer, o de aquel robot del que se enamoraba perdidamente nuestro querido WALL•E.

En efecto, Maíllo nos presenta con su creación uno de estos ejemplos que a nuestra industria parecen atragantárseles tanto: una película de género modélica. Así, como suena. El club de outsiders que se atreven con este cine dentro de nuestras fronteras, en el que encontramos a ''locos'' como Daniel Monzón, Enrique Urbizu o Nacho Vigalondo, ya puede ir reservándole un hueco a este novato que se empeña en no dejar rastro de dicha condición. El primer síntoma de ello se deja ver en una factura técnica impecable (muy buena fotografía, efectos especiales de calidad, banda sonora que inevitablemente recuerda a Danny Elfman...), que no debe quedar en un segundo plano sino constar como el gran triunfo que es.
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reporter
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7
24 de noviembre de 2009
30 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Viejas, imperfectas y ahora extinguidas máquinas de mecanografía se convierten en el vínculo entre dos seres torturados pero encantadores. Un punto de partida que puede parecer algo desfasado, pero que en realidad es un acierto total, al estar éste en perfecta sintonía con la actualidad más rabiosa, en la que la “red de redes” permite que cada día se conozcan personas que habitan en los lugares más recónditos del planeta y que nunca antes se han visto. Todo ello puede interpretarse entonces en clave de visión romántica de los actuales e indudablemente más fríos chats virtuales, poblados por gente que seguramente no tenga absolutamente nada en común. Afortunadamente, este último punto no coincide con el caso de los dos entrañables protagonistas de esta película de animación definitivamente no apta para menores.

La estética y el más bien poco virtuoso uso de la stop-motion delatan -por si no lo habían hecho ya los personajes y las circunstancias que les envuelven- el gusto de la cinta por el feísmo, así como la voluntad de retratar una realidad que como tal, es desagradable, incómoda, obscena... pero no por ello fascinante, y endiabladamente divertida. Para conseguir este paradójico efecto, Sam Elliot repite la fórmula que en el año 2003 le llevó a ganar el Oscar al mejor cortometraje de animación. En ‘Harvey Krumpet’, el director australiano se centraba en la peculiar vida del no menos peculiar personaje que daba título a aquel auténtico diamante en bruto de apenas veinte minutos de duración. Se trataba de un hombre con síndrome de Tourette que, debido a su nula comprensión -o particular visión- de la sociedad, se veía obligado a apuntar constantemente en una libretita los Hechos (“Fakts” en la versión original) que le ayudarían a comprender el mundo que le rodeaba. Un esfuerzo que caía en saco roto, pero que obviamente ayudaba a conectar con el bueno de Harvey, y a descubrir el humor de Sam Elliot.

Seis años después abandonamos el síndrome de Tourette y abrazamos el de Asperger. En forma y contenido, pocas cosas han cambiado bajo el sol australiano, ya que en todo este tiempo, Elliot ha aportado escasas novedades a su discurso... y ni falta que hace. Aquella máxima que tanto se oye en el mundo del fútbol cobra sentido en ‘Mary and Max’: “si una cosa funciona, no la cambies.” Aquel multipremiado cortometraje funcionaba como un reloj suizo, y su correspondiente “prolongación” también lo hace. Buena parte de la culpa la tiene un guión magistral que por ritmo, planteamiento y substancia recuerda a la primerísima etapa de Woody Allen. Es por ello que no deben sorprender las continuas referencias a temas sexuales, religiosos o patológicos, todos ellos enfocados siempre desde una perspectiva irónica y con elevados niveles de acidez. Porque sí, hablar del abandono, del bullying o de la muerte, con una sonrisa en la cara, no es sólo posible, sino que además es un ejercicio muy saludable.
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reporter
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8
4 de octubre de 2013
29 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Suena el despertador e inmediatamente se pone en marcha la radio. Del transistor sale la voz del locutor favorito de Ana. No sabría explicar racionalmente por qué, pero le encanta el tono de aquella voz, la sutileza e ingenio de sus comentarios, la manera que tiene de machacar a la gente que entrevista, el cachondeo y buen rollo que se trae con sus colaboradores habituales. Poco a poco se va desperezando. Muy lentamente. Hoy las sábanas se le pegan demasiado al cuerpo. Será porque la noche se alargó demasiado. Esto está claro... todo lo demás discurre en una confusa y tempestuosa nube de recuerdos borrosos. Algo pasó. Algo malo que no alcanza a recordar. Esto la pone enferma. Y ya estamos: Otra vez, vuelta a empezar... El pulso y la respiración de Ana se aceleran exponencialmente. El pedal del freno no responde. Por mucho que intente poner la mente en blanco, el mundo a su alrededor sigue desmoronándose. Todo se tiñe de negro... Hasta que en la pantalla del ordenador aparece un rayo de esperanza. Una sonrisa se aprecia en el rostro de Ana.

El programa radiofónico de sus amores vuelve a sonar. La calma y una profunda sensación de felicidad invaden ahora su cuerpo... Hasta que su madre anuncia, con su voz melosa, que acaba de llegar a casa. Otra vez, vuelta a empezar. Entre la montaña a la ruleta rusa, la distancia es, efectivamente, ridícula. Dicho esto, se concede el permiso para hablar, una vez más, sobre los instintos masoquistas que a veces despiertan en nosotros ciertas expresiones artísticas. ¿Por qué vas a ver esta película si sabes que lo vas a pasar mal? Pues precisamente por esto. Asumiendo que lo peor que le puede pasar a una obra de arte es no saber / querer ir más allá de la apatía (que como es sabido, tiene infinitas formas de manifestarse), entonces lo que cabe esperar de ella, en el mejor de los casos, es que despierte, en el interior del espectador, un alud de emociones y sensaciones que, puestos a andarnos con exigencias, agiten la conciencia, las entrañas... y lo que se preste.

Hablamos, por ejemplo, y por supuesto, del efecto Michael Haneke. ¿Cuál fue su última película que no te dejó destrozado? Correcto. Por esto mismo nos encanta. Pongamos ahora sobre la mesa la leyenda negra que cosechó aquella inmortal novela de J. D. Salinger. 'El guardián entre el centeno', como otros muchos ''demonios'' de la historia, quizás tuvo la mala suerte de caer en las manos menos indicadas (véanse infames asesinos de la talla de Mark David Chapman o John Hinckley Jr.)... lo cual no quita que en las vivencias de Holden Caulfied; en la combinación de palabras usadas por aquel inmenso escritor de Nueva York, se encontrara tal vez el detonante para poner en marcha un imprevisible efecto en cadena en el sistema neuronal del lector. Sin entrar a juzgar la intencionalidad del autor, lo cierto es que, incluso a día de hoy, cualquier mente, sin importar lo enferma o sana que esté, se enfrenta a un reto de altura si se dispone a enfrentarse a dicho libro.

No puede definirse de otra manera, pues lo que al fin y al cabo hizo Salinger fue meternos de lleno en el interior de un factor divergente, cuyos fútiles intentos de encajar, sin traicionarse a sí mismo, en una sociedad hermetizada en su hipocresía, desembocaban en la más profunda de las depresiones... que a su vez mutaba en virulenta alergia. La patología iba dirigida a todo lo que se encontrara al alcance de los sentidos. El malestar, ni falta hace decirlo, se contagiaba. Cada página te hundía más que la anterior... y por esto no paraste de leer hasta llegar al final. Sesenta y dos años después, y con el hito en plena vigencia, un consagrado montador (suyo es el prodigioso trabajo detrás de la no menos magnífica 'Blancanieves', de Pablo Berger) llamado Fernando Franco tuvo a bien debutar en la dirección de largometrajes... y de paso salvar buena parte de la dignidad -perdida- de la Sección Oficial a Competición del Festival de Cine de San Sebastián. Ni más ni menos.

'La herida' al rescate. No sólo por ser una de las mejores películas españolas de la temporada (el mayor descubrimiento patrio, sin duda), sino directamente por ser una de las más agradables revelaciones registradas este año en el panorama internacional. Como sucediera en el texto antes citado, Fernando Franco parece quitarle todas las capas a su película para que al final quede lo que realmente importa. Es como si los escenarios, así como las personas que pueblan el paisaje, desaparecieran, quedándonos nosotros, pobres voyeurs, solos ante ella: Ana, quien en realidad es una bestia parda que responde al nombre de Marian Álvarez (más allá del descubrimiento, lo suyo cabe considerarlo como una brutal eclosión que, para ser justos, ya llevaba tiempo asomando, sino pregunten en Locarno). Afirma el director y co-guionista de la cinta que su primer trabajo para la gran pantalla surge del intento frustrado de documental, condenado al fracaso por el factor intrusivo del invento más intrusivo jamás concebido: la cámara.
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reporter
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7
2 de noviembre de 2009
27 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es la primera vez que Daniel Monzón se sumerge en el mundo carcelario. Buena parte de la acción de ‘El robo más grande jamás contado’ transcurría entre barrotes, eso sí, desde un tono muy diferente al que hoy nos atañe. Algo que por otra parte ilustra muy bien la carrera de un director que hace del constante cambio de género entre proyecto y proyecto uno de sus estandartes. Así, si con la preparación del robo del Guernica se nos mostraba una visión de las cárceles cómica y obviamente bastante poco fidedigna, todo lo contrario sucede con ‘Celda 211’, película trepidante que se apoya en su casi inquebrantable realismo para inyectar en el patio de butacas terror y adrenalina en estado puro.

Consciente de las exigencias del guión, es de agradecer que Monzón vaya directo al grano. Las presentaciones son escuetas pero suficientes y sin casi sin enterarnos, ya nos veremos envueltos en el terrible sublevamiento. A partir de ahí, el peor día en la vida de Juan; las horas más largas sufridas por el cuerpo penitenciario; el -sanguinario- momento de gloria de los reclusos... llámese como se quiera, pero todo ello se traduce en un formidable e intensísimo espectáculo. Viendo el entorno y las circunstancias que envuelven la historia, podría pronosticarse que el filme va a ir por los derroteros del retrato social o de la crítica política. Efectivamente nos encontramos con estos elementos, pero al fin y al cabo, todo apunta a algo más puro; más simple, pero no por ello más fácil de llevar a cabo. De lo que se trata aquí es de entretener al espectador agarrándole del cuello, sin apenas darle tregua.

El mérito de que este objetivo se cumpla (buena prueba de ello es que las casi dos horas de metraje se hacen efímeras) está compartido a partes iguales por el sólido guión y la cada vez más experta tarea -en lo técnico y lo artístico- de Daniel Monzón como realizador. El texto basado en la novela de Francisco Pérez Gandul y firmado por Jorge Guerricaechevarría y el propio cineasta sabe jugar muy bien sus cartas, asfixiándonos cada vez más, dibujando muy bien a los personajes y, salvo algún detalle algo cogido por los pelos, consigue que la trama avance sin vacilar y sin fisuras destacables. Por su parte, Monzón da sentido a este monumental caos, planificándolo, estructurándolo y sobretodo retratándolo sin ningún tipo de rubor para acabar confirmando que (a pesar del torpe uso de los flashbacks, que más que dar respiro, cortan el innegablemente excelente ritmo narrativo) estamos ante una gran película.
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reporter
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9
20 de diciembre de 2007
26 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el año 2002 Fernando Meirelles conquistó a la pública y al público de todo el mundo con esta inmensa obra. La tarea de adaptar la novela de Lins era más que complicada (para hacernos a la idea, mencionar que el libro cuenta con más de trescientos personajes y cien historias distintas), pero a fe que salió airoso del reto. Con una colorista pero a la vez oscura estética cercana al video-clip, el director crea una atmósfera que envuelve y asfixia al mismo tiempo. Parece que en ella se ha captado a la perfección la esencia de la vida en las favelas… un lugar que como bien define el protagonista, “queda muy lejos de la típica postal de Río”

Quizás el gran triunfo de Meirelles es el de conseguir que no nos perdamos en medio del caos que supone la trama que envuelve a Ciudad de Dios. Tratar durante más de dos horas con tantos personajes y situaciones distintas y no “morir” en el intento es todo un logro. El interés no decae nunca, ya sea gracias a la brutalidad de la historia, ya sea por su humor negro, ya sea gracias al dinamismo que imprime el director en toda y cada una de las escenas. Los actores -la mayoría de ellos no profesionales- rinden a un altísimo nivel, cualquiera diría que realmente han vivido las desventuras descritas en el filme (lo cual tampoco se tendría que descartar) y la selección de temas musicales es simplemente inmejorable. En parte contribuya mucho a conseguir lo anteriormente comentado: plasmar la esencia de un lugar… de una época.

Especialmente interesante es el personaje de Dadinho… o más bien dicho, Ze Pequeño. Es la reinvención del mal en su estado más puro. La imagen del niño que creció entre disparo y disparo con una sonrisa de oreja a oreja, es simplemente una de las más espantosas que haya visto jamás. El aterrador Ze Pequeño siembra el pánico por allí donde pasa, cegado por el deseo de poseer cuanto ve, sin importarle el camino que tenga que coger para llegar a dicho fin. Un monstruo que si nos paramos a reflexionar, ha sido creado por el sistema… o siendo más justos, el sistema ha permitido su existencia.

Lo único que cabe esperar de un lugar dejado de la mano de Dios (nunca mejor dicho) como lo es esta favela, es que la podredumbre se apodere de las calles y de sus habitantes. El filme viene a expresar esta idea en la “cómica” escena en la que Buscapé trata en vano de ganar algún dinero fácil, para acabar dándose cuenta que la única manera de espabilar en aquella ciudad es empuñando una arma. La pistola como el único instrumento que permite triunfar, pero también como el instrumento que acaba condenando a su propio dueño. No importa cuantas veces pidamos que al final no aparezcan las palabras mágicas “basada en un hecho real”… porque en efecto es una película real como la vida misma. O acaso había alguna duda?
reporter
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