Viajar a otra época y otra dimensión bajo una inteligencia imprevisible en una película impresivible, un inesperado relato de gran inspiración a todos los niveles, no es sólo pintoresca y no sólo está demasiado recargada, es también misteriosa y certera, esa ruina encantadora no sólo esconde rutina, porque se va expandiendo hacia la aventura, ampliando su aroma y su esencia y cautivando con una simetría atractiva, se trata de una simbología que bordea a la guerra superándose en cada discurso y promoviendo un vínculo con la pantalla.

Va avanzando sobre diferentes subgéneros con apetito por la exploración humana al tiempo que la sátira, con gran contraste social y económico, una coreografía refinada y culta, un enredo con la segunda copia del segundo testimonio que llega hasta la cima del mundo entre la razón y el delirio, sin nunca abandonar esa solidez propia de una obra de arte, compleja, genuina y virtuosa, una película vibrante y sentimental, de técnica propia y cercana, cada espectador verá activada su propia melancolía mientras avanza y también permite desatar la propia locura por un cuadro de personajes excéntricos.

Ya uno se va mal acostumbrando al cine negro coreano moderno y su miseria y falta de escrúpulos al límite de la humanidad, trajes caros y delitos del poder, una fórmula quizás repetida pero siempre demasiado apetecible, el contraste de personajes fríos con extravagantes, humor e identidad, luego la corrupción empieza a hacer rodar cabezas en un proceso de sucesión en el que todo, absolutamente todo, se encuentra en el punto de mira, el duelo de la vacante juega con las vidas y tiene su carga sentimental, un complejo entramado de ratas, avisos y más ratas que hay que tomar en serio, algo que resulta fácil en el espectador desde que se engancha descomunalmente.

El acoso agobia y la traición enfuerece, no hay mucho sobre los negocios habituales sino más bien se centra en diálogos que intimidan, tampoco se vuelca en la acción, los litros de sangre están dosificados, pero no tiene que ponerse ningún disfraz porque maneja el tono y el volumen en un triángulo que lleva a tocar fondo entre tanta mentira, pocas opciones y una elección, todo pone a prueba cuánto está de involucrado el protagonista, y al tiempo el espectador, una historia de supervivencia dónde todo se convierte en comprensible por su aplastante moralidad y su inspirada confianza como elementos imprescindibles.

Con el ocaso el samurái rehuye de sus sentimientos y se refugia en sus recuerdos y su familia, el sacrificio ante la ruina y la enfermedad para abrirse camino entre la cultura y la tristeza, la degradación tiene gran riqueza y permite contemplar esta invitación al auténtico cine clásico oriental que encuentra armonía en la sequía y el valor de la ambición envuelta en un romance tímido y sincero, la excesiva humildad encuentra el juego de contraste en las intenciones y en problemas cada vez mayores, un desafío para desprenderse del pasado, la oportunidad del honor convence en su fidelidad y en el misterio de la figura del samurai, pero es evidente que nunca obtiene el corte de las grandes, porque no resuena la esencia del lamento ni del destino, no consigue desgarrar a sus personajes ni al espectador.

Continua la acción, la violencia, y la música, abriendo el abanico dejado por Sardar, Wasseypur incrementa si cabe su terror, pierde el camino del objetivo primitivo, pero se define en ese revuelto difícil de digerir pero de gran apetencia, mucho desprecio y poca compasión, los ojos rojos se estabilizan en una película muy oscura pero rodada a plena luz del día y a todo color, con fuertes intenciones de locura y pecado, la supervivencia tiene mucho calor en cada secuencia, sin necesidad de recurrir a la religión, los coros musicales toman el testigo buscando nuevos amaneceres en los que todo termine, en lo que algo nuevo empiece.

El mundo en llamas tiene siempre el atractivo de la ficción hecha realismo, con la capacidad de irse superando una y otra vez aunque cuente siempre la misma historia de relevo, sabe exprimir a eso chicos del demonio ofreciendo alternativas de conducta y frustración como causa de una delincuencia siempre bien presentada hasta el punto de desenvolverse como un auténtico homenaje para los diferentes pesos de la calle, la marginación y el exotismo intrínseco no son sin embargo lo más destacado, el guión exclusivo es el que definitivamente la realza como una de las grandes sorpresas que me haya llevado, un fuego cruzado de arenas movedizas y mucha leyenda, un continuo baño de sangre sobre trenes que nunca se podrán coger

Más que una de héroes y villanos, el cine indio regala una de hijos de puta y de imbéciles, un producto enrevesado en lo que podría parecer una jungla tranquila, mantiene el contacto cultural supuesto para el país, pero lo obliga a jugar con fuego, trenes, minas, acción y leyenda, todo se mezcla para que la crueldad se deguste con libertad hasta parecer incompatible con la vida, una película inestable como la misma sociedad y la pobreza que la rodea, la mafia y un lento sabotaje entre gusanos y leones, nombres y posesiones, errores y problemas, una larga mecha para ir disfrutando de muchas explosiones adornadas de un sarcasmo brutal hacia lo escandaloso, más que violenta, me deja una sensación sensual en su mezcla de casera y compleja.

Generaciones de palomas a las que les queda una sola ala, cuchilladas y asaltos bajo sencillas condiciones de supervivencia y con cargas sentimentales, robar o matar no es lo que más llama la atención, la calidad técnica de la película es incuestionable y ya su banda sonora es indescriptible e imprescindible, luego el atractivo de ver un género de cine en otra cultura, muchos factores se unen como para que este círculo vicioso sea recomendable porque su enfoque es diabólico, parece que vivirá por mil años mientras canta y baila.