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Críticas ordenadas por utilidad
16 de agosto de 2021
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Chateaubriand llamó así a su famosa autobiografía después de disponer que se publicase a su muerte. Así, los recuerdos que debían perderían con él, se dispersarían por el mundo. En el mismo texto, el autor francés escribe que hay personas que se interponen entre nosotros y el pasado, impidiendo a los recuerdos llegar a nuestra memoria, mientras que otras se mezclan con lo que hemos sido. No sé si Leste Chen habrá tenido el tiempo (y la paciencia) de leer a Chateaubriand, pero Battle of Memories parece evocar todas estas ideas sobre la memoria, el tiempo y el olvido.
Es cierto que el cineasta taiwanés emplea la ciencia ficción como medio y no como fin, que no ahonda en el tema memorístico y lo usa para llevarnos por el camino que quiere y que al final todo es una excusa para hacer una película policíaca cuyos aires de thriller terminan en un final demasiado fácil para el espectador, después de haber estado sufriendo (en el buen sentido) toda la película la agonía del descubrimiento, la fragmentación de la memoria.
La premisa es que, en un futuro donde se pueden eliminar recuerdos, un escritor a punto de divorciarse elimina los recuerdos de su mujer, pero a la hora de recuperarlos sus recuerdos se mezclan con los de otro cliente y empieza a ser testigo de crímenes cometidos. Maravilloso Chen comparando los avances de la medicina estética, que reconstruía los rostros y la autoestima de los soldados mutilados hasta hoy, que se convierte en algo muchas veces banal. Es el cliente el que emplea la herramienta como quiere. Un hombre sensible puede querer eliminar sus recuerdos igual que un asesino quiere desembarazarse de los suyos ¿Siempre tiene el cliente la razón? Maravillas capitalistas.
El caso es que entonces empieza una carrera contrarreloj para determinar la identidad del asesino, porque los recuerdos se ven en primera persona, claro. Tenemos un dualismo audiovisual claro, en el que los recuerdos se muestran en blanco y negro y la realidad temporal a color para que no nos perdamos del todo porque los recuerdos son fragmentados, y somos nosotros quienes tenemos que ir reconstruyendo lo que ha podido suceder. ¿Suena tramposo, verdad? Pues lo es aún más de lo que parece.
A ritmo lento, pero con escenas absolutamente maravillosas, como el bucle de las bañeras infinitas, se cocina un largometraje tan inteligente como entretenido. Una joyita escondida que se queda, seguro, en algún rincón de nuestra memoria.
Es cierto que el cineasta taiwanés emplea la ciencia ficción como medio y no como fin, que no ahonda en el tema memorístico y lo usa para llevarnos por el camino que quiere y que al final todo es una excusa para hacer una película policíaca cuyos aires de thriller terminan en un final demasiado fácil para el espectador, después de haber estado sufriendo (en el buen sentido) toda la película la agonía del descubrimiento, la fragmentación de la memoria.
La premisa es que, en un futuro donde se pueden eliminar recuerdos, un escritor a punto de divorciarse elimina los recuerdos de su mujer, pero a la hora de recuperarlos sus recuerdos se mezclan con los de otro cliente y empieza a ser testigo de crímenes cometidos. Maravilloso Chen comparando los avances de la medicina estética, que reconstruía los rostros y la autoestima de los soldados mutilados hasta hoy, que se convierte en algo muchas veces banal. Es el cliente el que emplea la herramienta como quiere. Un hombre sensible puede querer eliminar sus recuerdos igual que un asesino quiere desembarazarse de los suyos ¿Siempre tiene el cliente la razón? Maravillas capitalistas.
El caso es que entonces empieza una carrera contrarreloj para determinar la identidad del asesino, porque los recuerdos se ven en primera persona, claro. Tenemos un dualismo audiovisual claro, en el que los recuerdos se muestran en blanco y negro y la realidad temporal a color para que no nos perdamos del todo porque los recuerdos son fragmentados, y somos nosotros quienes tenemos que ir reconstruyendo lo que ha podido suceder. ¿Suena tramposo, verdad? Pues lo es aún más de lo que parece.
A ritmo lento, pero con escenas absolutamente maravillosas, como el bucle de las bañeras infinitas, se cocina un largometraje tan inteligente como entretenido. Una joyita escondida que se queda, seguro, en algún rincón de nuestra memoria.
12 de junio de 2021
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Robert Schumann decía que la música era el lenguaje que le permitía comunicarse con el más allá. Sin duda, cuando empiezan a sonar las notas, de alguna manera todo cambia y los bordes del mundo se difuminan. El tiempo y el espacio parecen perder su lugar y durante los segundos que permanece en nuestros oídos tenemos la sensación de que todo es posible.
Kentarô Hagiwara ha hecho una película en la que esta idea alcanza su mayor expresión. Con un comienzo fulgurante, apenas unos minutos en los que vemos la historia de Aki y su muerte a través de rápidas transiciones, pronto se nos presentará al otro personaje principal, Sato. Ambos son como el día la noche, alegre y extravertido uno, lleno de alegría de vivir, y el otro bastante huraño, serio y solitario. Sato encuentra un walkman perdido de Aki, y al ponerlo en marcha, son capaces de cambiar de cuerpo. Esto tendrá un por qué, y al final la relación que se establece entre ellos, y la evolución de los personajes serán el eje central de la película.
Pero toda la cinta gira en torno a la música: Porque Aki tenía una banda, porque Sato es un pianista que compone solo para sí mismo. Porque, como dicen en una escena genial, cuando uno tiene una conversación interesante o disfruta de la música, los segundos parecen durar mucho más, la vida parece ser mucho mejor. Así que en torno a este arte, ambos encuentran un punto en común: Aki quiere que la banda que lideraba, que se ha disuelto tras su marcha, vuelva a juntarse, y Sato descubre que esos segundos de disfrutar de la música son eternidades enteras cuando es capaz de compartirlas con los demás.
Podemos esperar lo típico de una película desenfadada, pero profunda: un triángulo amoroso clásico, una banda sonora maravillosa, el contraste entre la jaula de las vidas cotidianas respecto a la expresión artística. Un canto, y nunca mejor dicho, a la creatividad, a los años universitarios, a la vida misma. No se debe dejar de ver. Es una pequeña joya.
Kentarô Hagiwara ha hecho una película en la que esta idea alcanza su mayor expresión. Con un comienzo fulgurante, apenas unos minutos en los que vemos la historia de Aki y su muerte a través de rápidas transiciones, pronto se nos presentará al otro personaje principal, Sato. Ambos son como el día la noche, alegre y extravertido uno, lleno de alegría de vivir, y el otro bastante huraño, serio y solitario. Sato encuentra un walkman perdido de Aki, y al ponerlo en marcha, son capaces de cambiar de cuerpo. Esto tendrá un por qué, y al final la relación que se establece entre ellos, y la evolución de los personajes serán el eje central de la película.
Pero toda la cinta gira en torno a la música: Porque Aki tenía una banda, porque Sato es un pianista que compone solo para sí mismo. Porque, como dicen en una escena genial, cuando uno tiene una conversación interesante o disfruta de la música, los segundos parecen durar mucho más, la vida parece ser mucho mejor. Así que en torno a este arte, ambos encuentran un punto en común: Aki quiere que la banda que lideraba, que se ha disuelto tras su marcha, vuelva a juntarse, y Sato descubre que esos segundos de disfrutar de la música son eternidades enteras cuando es capaz de compartirlas con los demás.
Podemos esperar lo típico de una película desenfadada, pero profunda: un triángulo amoroso clásico, una banda sonora maravillosa, el contraste entre la jaula de las vidas cotidianas respecto a la expresión artística. Un canto, y nunca mejor dicho, a la creatividad, a los años universitarios, a la vida misma. No se debe dejar de ver. Es una pequeña joya.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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Cortometraje
2013
23 de enero de 2017
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El joven cineasta francés Michaël Terraz se dio a conocer en el Nocturna Film Fest de Madrid con L’Heritage, un corto que da un toque técnico moderno a algunos argumentos de la fantasía clásica.
La historia nos habla de un pintor incapaz de superar la muerte de su esposa que hereda un antiguo castillo misterioso. Con sus hijas, Camille y Meline se dirige al mismo, al que llega en una noche tormentosa. Una vieja ama de llaves les guiará por la antigua mansión, decorada con estrafalarios cuadros en las paredes. Augustin, el protagonista, acusando el insomnio, pinta a sus hijas mientras duermen. Y al amanecer una de ellas ha desaparecido, pero aparece una joven y bella mujer.
Por supuesto, la clave está en las pinturas, en los lienzos, como esas historias clásicas del gótico clásico y del género fantástico en la que el alma del individuo puede quedar atrapada en los trazos de los artistas (El retrato de Dorian Gray, El retrato oval, El extraño caso de Charles Dexter Ward) Asimismo, la vieja hechichera que trata de recuperar su juventud robandósela a las muchachas jovenes también es un tema tratado en muchos cuentos de los Hermanos Grimm, por ejemplo. Terraz resucita así los patrones clásicos de la literatura fantástica dándoles un nuevo tratamiento.
Y es que los recursos audiovisuales que muestra el director galo en apenas quince minutos parecen ilimitados. Un despliegue de atmósfera, imágenes generadas por ordenador, apariencia clásica y animación que muestran todo el potencial artístico de su creador.
Sin duda, gusta y entretiene. Reinventa, aporta algo distinto. Quizá peque de la juventud de Terraz, pues lo que le falta en ciertos aspectos (Introducción demasiado larga e insustancial, poco desarrollo de algunas fases de la historia) le sobra en otros (Aparición de elementos fantásticos, intriga, resolución onírica)
En cualquier caso, no deja de ser un homenaje a la fantasía clásica y a la película francesa de los Babluani que lleva el mismo título y que parte de la misma premisa de la casa heredada. Y Terraz no deja de ser un joven artista que quiere deleitar a su público demostrando todo su arsenal de recursos, todo lo que puede y sabe hacer para ofrecernos su arte. Se trata de una primera obra interesante y simpática, que se nos queda en la memoria y nos hace esperar entusiasmados futuros trabajos
La historia nos habla de un pintor incapaz de superar la muerte de su esposa que hereda un antiguo castillo misterioso. Con sus hijas, Camille y Meline se dirige al mismo, al que llega en una noche tormentosa. Una vieja ama de llaves les guiará por la antigua mansión, decorada con estrafalarios cuadros en las paredes. Augustin, el protagonista, acusando el insomnio, pinta a sus hijas mientras duermen. Y al amanecer una de ellas ha desaparecido, pero aparece una joven y bella mujer.
Por supuesto, la clave está en las pinturas, en los lienzos, como esas historias clásicas del gótico clásico y del género fantástico en la que el alma del individuo puede quedar atrapada en los trazos de los artistas (El retrato de Dorian Gray, El retrato oval, El extraño caso de Charles Dexter Ward) Asimismo, la vieja hechichera que trata de recuperar su juventud robandósela a las muchachas jovenes también es un tema tratado en muchos cuentos de los Hermanos Grimm, por ejemplo. Terraz resucita así los patrones clásicos de la literatura fantástica dándoles un nuevo tratamiento.
Y es que los recursos audiovisuales que muestra el director galo en apenas quince minutos parecen ilimitados. Un despliegue de atmósfera, imágenes generadas por ordenador, apariencia clásica y animación que muestran todo el potencial artístico de su creador.
Sin duda, gusta y entretiene. Reinventa, aporta algo distinto. Quizá peque de la juventud de Terraz, pues lo que le falta en ciertos aspectos (Introducción demasiado larga e insustancial, poco desarrollo de algunas fases de la historia) le sobra en otros (Aparición de elementos fantásticos, intriga, resolución onírica)
En cualquier caso, no deja de ser un homenaje a la fantasía clásica y a la película francesa de los Babluani que lleva el mismo título y que parte de la misma premisa de la casa heredada. Y Terraz no deja de ser un joven artista que quiere deleitar a su público demostrando todo su arsenal de recursos, todo lo que puede y sabe hacer para ofrecernos su arte. Se trata de una primera obra interesante y simpática, que se nos queda en la memoria y nos hace esperar entusiasmados futuros trabajos
24 de febrero de 2014
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La Última Estación es un film basado en los controvertidos últimos días de Tolstoi, cuando, abandonando su mujer, acabó muriendo en una estación al sur de Rusia.
Para ver esta película es necesario conocer algo de la vida y la obra de Tolstoi, pues otros personajes, como Valentin Bulgakov (su discípulo favorito) o Vladimir Chertkov, quien intenta que el pensamiento de Tolstoi adquiera un carácter más práctico e implantar en las sociedad esas ideas.
El contrapunto será la mujer del escritor, la Condesa, maravillosamente interpretada por Helen Mirren, quien pese al amor que profesa a Tolstoi, no comparte sus ideas, siendo mucho más pragmática y queriendo mantener los antiguos privilegios de la nobleza. La enemistad entre Chertkov y la Condesa será uno de los grandes argumentos, ya que al tirar cada uno del escritor ruso para conseguir sus derechos de autor, crearán una trama cortesana de complejas maquinaciones de esas que tanto gustan en las películas británicas.
Lo que sorprende es que, pese a que podían haberse quedado ahí (como hacen tantas otras cintas), superan las intrigas cortesanas y llevan el argumento a algo mucho más abstracto y difícil de representar: el amor.
A través de la opinión de Tolstoi (La película empieza con esa frase suya que dice: “La razón no me ha enseñado nada. Todo lo que sé me ha sido dado por el amor”) se nos plantea una bonita disquisición sobre el amor a través de dos parejas: Por un lado, Tolstoi y la Condesa, que pese a amarse y ser felices se han visto distanciados por las diferencias ideológicas entre ambos. La solución de este conflicto es el final, así que no podemos contar nada más.
Pero mucho más interesante es la relación de Masha y Valentin Bulgakov. Ella trata de enseñarle la pureza del amor, mediante grandes frases que sin duda harán reflexionar a más de uno. (“¿No se trata de eso?¿Libertad y amor?” “Por un instante, olvida las reglas, y recuerda el amor. Es fácil”) que influirán en la joven e inocente mente de Valentin Bulgakov. Esto nos pretende demostrar que los pensamientos, por buenos que sean, cualquier racionalismo no se puede entender alejado de la experiencia. Eso nos demuestra Bulgakov cuando, tras ceder al amor dice a Masha “Amar y ser amado es la única realidad del mundo. Lo dijo Tolstoi, pero ahora lo digo yo” porque realmente lo comprende.
Una última vertiente de la película trataría de las diferentes interpretaciones que se pueden hacer de una obra, y de cómo es necesario huir de los intereses particulares para hallar la pureza de la misma. La discusión entre Bulgakov y Chertkov, en la que este último es acusado de querer convertir al escritor en un icono que se parece a él, tampoco dejará indiferente a nadie.
Quizá el gran fallo de esta película sea que no es accesible a todo el mundo. Con un conocimiento previo de Tolstoi, vida y obra, se disfruta mucho (hay muchas menciones: Guerra y Paz, Ana Karenina, etc.) pero sin ellas, puede parecer la típica película de intrigas. La música tampoco contribuye, que no resulta una buena acompañante.
Para ver esta película es necesario conocer algo de la vida y la obra de Tolstoi, pues otros personajes, como Valentin Bulgakov (su discípulo favorito) o Vladimir Chertkov, quien intenta que el pensamiento de Tolstoi adquiera un carácter más práctico e implantar en las sociedad esas ideas.
El contrapunto será la mujer del escritor, la Condesa, maravillosamente interpretada por Helen Mirren, quien pese al amor que profesa a Tolstoi, no comparte sus ideas, siendo mucho más pragmática y queriendo mantener los antiguos privilegios de la nobleza. La enemistad entre Chertkov y la Condesa será uno de los grandes argumentos, ya que al tirar cada uno del escritor ruso para conseguir sus derechos de autor, crearán una trama cortesana de complejas maquinaciones de esas que tanto gustan en las películas británicas.
Lo que sorprende es que, pese a que podían haberse quedado ahí (como hacen tantas otras cintas), superan las intrigas cortesanas y llevan el argumento a algo mucho más abstracto y difícil de representar: el amor.
A través de la opinión de Tolstoi (La película empieza con esa frase suya que dice: “La razón no me ha enseñado nada. Todo lo que sé me ha sido dado por el amor”) se nos plantea una bonita disquisición sobre el amor a través de dos parejas: Por un lado, Tolstoi y la Condesa, que pese a amarse y ser felices se han visto distanciados por las diferencias ideológicas entre ambos. La solución de este conflicto es el final, así que no podemos contar nada más.
Pero mucho más interesante es la relación de Masha y Valentin Bulgakov. Ella trata de enseñarle la pureza del amor, mediante grandes frases que sin duda harán reflexionar a más de uno. (“¿No se trata de eso?¿Libertad y amor?” “Por un instante, olvida las reglas, y recuerda el amor. Es fácil”) que influirán en la joven e inocente mente de Valentin Bulgakov. Esto nos pretende demostrar que los pensamientos, por buenos que sean, cualquier racionalismo no se puede entender alejado de la experiencia. Eso nos demuestra Bulgakov cuando, tras ceder al amor dice a Masha “Amar y ser amado es la única realidad del mundo. Lo dijo Tolstoi, pero ahora lo digo yo” porque realmente lo comprende.
Una última vertiente de la película trataría de las diferentes interpretaciones que se pueden hacer de una obra, y de cómo es necesario huir de los intereses particulares para hallar la pureza de la misma. La discusión entre Bulgakov y Chertkov, en la que este último es acusado de querer convertir al escritor en un icono que se parece a él, tampoco dejará indiferente a nadie.
Quizá el gran fallo de esta película sea que no es accesible a todo el mundo. Con un conocimiento previo de Tolstoi, vida y obra, se disfruta mucho (hay muchas menciones: Guerra y Paz, Ana Karenina, etc.) pero sin ellas, puede parecer la típica película de intrigas. La música tampoco contribuye, que no resulta una buena acompañante.
12 de septiembre de 2013
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Al igual que los cuentos de los Hermanos Grimm sirvieron para que Disney realizase sus primeros largometrajes, el director Ahn Sang-hoon ha utilizado una historia popular de la zona de Miyang, la leyenda de Arang, para realizar su primera película. ¿El resultado? Fascinante cuanto menos.
Y eso que la película es un claro ejemplo del ir de menos a más. Durante los primeros minutos no veremos nada distinto a la clásica historia de fantasmas, a la película que hemos visto una y mil veces. La mujer morena, despeinada, cabeza agachada (un claro homenaje a Hadeo Nakata y a su ya clásico The Ring) los policías que investigan los misteriosos asesinatos que produce este espíritu sin tener en cuenta el factor sobrenatural, los sustos, la sangre, la tensión narrativa. Pero a medida que pasan los minutos vamos sumergiéndonos en la historia que nos propone Sang-Hoon. El director juega con nosotros al despiste. Hasta tal punto que no sabemos si estamos ante una película de terror, un thriller policíaco o cine de venganza. Cada detalle cuenta, y podemos perdernos entre todas las secuencias que postulan pasado, presente, recuerdos o intrigas sobrenaturales.
Aunque se utilizan recursos clásicos, tanto del thriller (La poli solitaria pero astuta, la pista encontrada por una frase dicha al descuido) como del terror (ráfagas de sonido conjugadas con las apariciones, el fantasma siempre en el punto ciego, el juego de luz y sombra) veremos como los efectos están lo suficientemente mimados para darnos la sensación, aparente, de modernidad. Especialmente memorable es la escena de la víctima que se enfrenta con un cuchillo al fantasma, unos minutos que miden la carga de intensidad de la película, que pasados los primeros veinte minutos ha adquirido un ritmo trepidante.
Cierto es que los actores, aunque correctos, no contribuyen excesivamente al desarrollo. Song Yun-ah y Lee Dong-Wok forman un buen dúo protagonista, pero ninguno de los secundarios da una réplica suficientemente buena para elevar el nivel de calidad. Precisamente esto es lo que acaba por hacer que nos fijemos en ciertos lapsus de guión, unos errores que no se puede permitir una película que aspira a ser tramposa. Porque es en la trampa donde está la gracia, en los detalles nimios que vamos viendo escena a escena y que luego sirven para llegar a un final. En este caso, también la escena del climax final acaba por decepcionar, pues nos ofrece el recurso sencillo y manido de cine «hollywoodiense» en lugar de apostar por algo más innovador o inusitado.
En cualquier caso, y en especial para ser el primer largometraje de este director, tenemos una buena película, recomendable tanto para aquellos que no hayan visto demasiado cine de terror asiático como para aquellos que conozcan un poco más en género, a quienes sorprenderá la valentía que demuestra en determinados momentos esta película para tratar de ir más allá. Quizá no sea la cinta más terrorífica del mundo, pero nos ofrece una buena historia de miedo, acción y suspense. Bastante es.
Miguel de la Asunción
www.cinemaldito.com
Y eso que la película es un claro ejemplo del ir de menos a más. Durante los primeros minutos no veremos nada distinto a la clásica historia de fantasmas, a la película que hemos visto una y mil veces. La mujer morena, despeinada, cabeza agachada (un claro homenaje a Hadeo Nakata y a su ya clásico The Ring) los policías que investigan los misteriosos asesinatos que produce este espíritu sin tener en cuenta el factor sobrenatural, los sustos, la sangre, la tensión narrativa. Pero a medida que pasan los minutos vamos sumergiéndonos en la historia que nos propone Sang-Hoon. El director juega con nosotros al despiste. Hasta tal punto que no sabemos si estamos ante una película de terror, un thriller policíaco o cine de venganza. Cada detalle cuenta, y podemos perdernos entre todas las secuencias que postulan pasado, presente, recuerdos o intrigas sobrenaturales.
Aunque se utilizan recursos clásicos, tanto del thriller (La poli solitaria pero astuta, la pista encontrada por una frase dicha al descuido) como del terror (ráfagas de sonido conjugadas con las apariciones, el fantasma siempre en el punto ciego, el juego de luz y sombra) veremos como los efectos están lo suficientemente mimados para darnos la sensación, aparente, de modernidad. Especialmente memorable es la escena de la víctima que se enfrenta con un cuchillo al fantasma, unos minutos que miden la carga de intensidad de la película, que pasados los primeros veinte minutos ha adquirido un ritmo trepidante.
Cierto es que los actores, aunque correctos, no contribuyen excesivamente al desarrollo. Song Yun-ah y Lee Dong-Wok forman un buen dúo protagonista, pero ninguno de los secundarios da una réplica suficientemente buena para elevar el nivel de calidad. Precisamente esto es lo que acaba por hacer que nos fijemos en ciertos lapsus de guión, unos errores que no se puede permitir una película que aspira a ser tramposa. Porque es en la trampa donde está la gracia, en los detalles nimios que vamos viendo escena a escena y que luego sirven para llegar a un final. En este caso, también la escena del climax final acaba por decepcionar, pues nos ofrece el recurso sencillo y manido de cine «hollywoodiense» en lugar de apostar por algo más innovador o inusitado.
En cualquier caso, y en especial para ser el primer largometraje de este director, tenemos una buena película, recomendable tanto para aquellos que no hayan visto demasiado cine de terror asiático como para aquellos que conozcan un poco más en género, a quienes sorprenderá la valentía que demuestra en determinados momentos esta película para tratar de ir más allá. Quizá no sea la cinta más terrorífica del mundo, pero nos ofrece una buena historia de miedo, acción y suspense. Bastante es.
Miguel de la Asunción
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