No hay duda de que Thomas Anderson me atrae, pero no es todo atracción en el mundo del cine. La electricidad y la sarcástica puesta en escena deslumbra en alguna ocasión con situaciones hilarantes y grotescas. Además, el director no deja de sorprendernos con personajes sumamente extraños, algo característico de sus películas. Sin embargo, la gracia de los repentinos y grotescos impulsos se transforma en algo empalagoso a lo largo del filme. La inexistencia de un guión lúcido impide que retenga mucho tiempo en mi memoria al personaje que representa Adam Sandler en Embriagado de amor, a diferencia del Joachim Phoenix de The Master o el Mark Wahlberg de Boogie Nights. El argumento termina por ser una tontería con ínfulas de complejidad.
El filme se pierde en su propio laberinto.

Es una película grandiosa y no sólo por la música (Preisner es eterno). Expresa ideas terriblemente complejas y arriesgadas de una forma poética (es casi como explicar en un soneto los pasos a seguir para armar un mueble de IKEA) y con una aparente facilidad. La bella Irène Jacob también hace posible la magia del filme y todas las implicaciones éticas de cada cara de la moneda, teniendo en cuenta también la eterna incertidumbre vital reflejada en las vidas de Verónica. Estamos ante un mundo entero de significados, poblado por un vasto terreno de implicaciones filosóficas (al puro estilo de Kieslowski) y todo esto sin pasarse al rococó, permaneciendo en el limbo de la sencillez y la espiritualidad terrenas.

Esto sí que es una obra maestra.

La película comienza con un golpe de gracia, pero con el tiempo la gracia se pierde en la ambigüedad y en la falta de vida de un guión "sin más", tratado excesivamente a la ligera (dejo más abajo algo que me ha sorprendido con respecto a este tema). No hay que dudar de la genialidad de algunos momentos y planos altamente evocadores, pero cuya contribución no consigue dejar al filme en el podio del cine alemán (es incluso demasiado decir que se acerca).

Sturges nos cuenta una historia interesante y acabada en poco tiempo. Crea una envidiable tensión en un paisaje desolado y un ambiente sórdido, cargados de hombres vacíos que esconden un oscuro pasado. Se tratan temas de importancia universal, como es el racismo (sobretodo en el contexto de la guerra), de una forma sencilla y precisa. Sin embargo, quizás por la poca duración del filme, la historia no me ha llenado. Ha sido casi un visto y no visto, una conversación fugaz de la que prácticamente ya me he olvidado.

Desde el comienzo ya me sorprenden los movimientos enérgicos de la cámara y el ambiente sórdido y salvaje que filma. Noé es un cineasta heredero de Sade, es un anticristo como ha demostrado en este filme. Además de dejarnos una estructura narrativa muy original (de adelante hacia detrás y de forma lineal) nos sorprende con una monstruosa violencia (no gratuita por cierto) que tiene como culmen la violación de la famosa actriz italiana Mónica Bellucci. Pero hay algo que no convence: la poca expresividad de los actores. Sin duda, esta película no sobresale por sus actuaciones.

Una patada en el alma con sentido, de las que hay pocas. Además de tener una música y un sonido brillantes.