"Un enemigo del pueblo" forma parte de ese grupo de películas injustamente infravaloradas, cuando no ninguneadas, a las que yo al menos no dudo en calificar de "obras maestras" (otros ejemplos son "Promesa al amanecer", de Jules Dassin, "El ángel Levine", de Jan Kadar o "Hablando con la muerte", de Oliver Stone). Esta adaptación de la obra de Ibsen fue una de las últimas interpretaciones de Steve McQueen, quien se involucró en la producción, en un papel muy alejado de lo que en él era habitual. Todo en la película es excelente, sobresaliendo las interpretaciones de todos los actores y sobre todo, el guión, co-escrito por Arthur Miller, que es, lo digo rotundamente, uno de los mejores de la historia del cine.

Al comienzo de la película, un Kurt Russell disfrazado de Elvis Prestley sorprende a un niño robándole los llamativos tornillos que sujetan los tapacubos a las ruedas de su coche. El niño le propina una patada y sale corriendo. En una de las películas de Elvis (¿"Viva Las Vegas" quizás?), éste sorprende a un niño robándole (si mal no recuerdo) los tapacubos de las ruedas de su coche. El niño le propina una patada al rey del rock y sale corriendo. ¿Cómo se llamaba este segundo niño? Efectivamente, se llamaba y se llama Kurt Russell.
¿Qué quieren que les diga? A mí es lo que más gracia me ha hecho de la película.

Siempre que leo u oigo el título de la difícil novela de Martín-Santos, pasados los años desde mi voluntarista lectura, se me vienen espontáneamente a la mente dos cosas: los ratones de laboratorio y la implacable (y extraordinaria) diatriba contra las corridas de toro. La película, resulta obvio constatarlo, extrae del libro la historia descarnada, quiero decir, su esqueleto argumental. Y sin embargo, sorprende que no esté falta de chicha. La truculenta odisea del protagonista está contada de forma inteligible aunque no simplista (lo que siempre es un acierto), sin llegar a desbarrar en ningún momento. Los actores cumplen con un notable, con un inquietante Joaquín Hinojosa (¡esa voz de Nicholson en El resplandor!: «Wendy, querida, luz... de mi vida. ¿De qué tienes miedo?»). Resumiendo, una de las películas más convincentes de don Vicente.

Hacía muchos años que tenía ganas de ver esta película de Wilder, una de sus más enigmáticas por cuanto apenas sí se la suele destacar de entre la magnífica filmografía wilderiana y por lo poco vista que ha sido y es (yo, al menos, nunca la he visto programada por Televisión Española o la autonómica de turno -de las otras, mejor no hablar-). Siempre me he preguntado el por qué de esto. Ahora he logrado despejar esta cuestión, pues, gracias a una edición en DVD, por fin la he podido ver y... ¡qué decepción!, ¡¡qué aburrimiento de película!! Creía que nunca podría afirmar esto de una película de Billy Wilder: qué aburrida es. Y para más inri dura dos eternas horas (y diez minutos). ¿Que está elegantemente dirigida? Sí. ¿Que los actores, incluido el inefable Maurice Chevalier, están bien? Sí. ¿Que tiene momentos divertidos? Discutible. ¿Que la historia de amor es creíble? En absoluto. Comparada con otras películas de las llamadas "menores" de Wilder, como la ágil y divertida Sabrina, o como la extravagante y encantadora El vals del emperador, Ariane es un clamoroso patinazo del gran Wilder. Y es que, ya se sabe, nadie es perfecto.

Desde hace algunos años existe un nuevo género cinematográfico. Al wéstern, la comedia, el cine de aventuras o de terror..., se le ha sumado uno nuevo que bien podría denominarse "cine con Bruce Willis al fondo" o bien "cine con Bruce Willis pasando por allí".

A este nuevo género pertenece esta Vendetta, una pseudo-película que sólo puede definirse como una ensalada de clichés, tópicos, estereotipos y lugares comunes habidos y por haber.

En fin, un insulso plato difícil de tragar.