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Críticas de Vivoleyendo
Críticas 1.746
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
19 de septiembre de 2024
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Después de varios años sin escribir una sola crítica, he decidido volver brevemente a Filmaffinity tras el visionado de “Inside Out 2” (admito que los títulos en español que le han adjudicado a esta saga no me convencen, así que yo prefiero el original en inglés). Hace un tiempo vi la primera película y esta crítica está dedicada un poco a ambas como conjunto pero especialmente a la segunda.

Hoy día se habla mucho de inteligencia emocional la cual, bajo mi punto de vista, es una de las grandes asignaturas pendientes en el desarrollo global e íntegro de la mayoría de las personas, en la que me incluyo, por supuesto, ya sea porque el tema de las emociones es tan complejo o porque en gran medida se aborda erróneamente o insuficientemente desde diversos planos (familiar, social, escolar, laboral...). Por eso Disney se ha ganado muchos puntos al coger por los cuernos una cuestión tan difícil y hacerlo de manera que ha conseguido llegar a una amplia audiencia de pequeños y mayores de una forma tan divertida como conmovedora. Siguiendo el crecimiento y desarrollo personal de una niña, Riley, desde su interior, somos testigos de cómo siente, acumula recuerdos y experiencias, se equivoca, aprende y cómo se relaciona con su entorno. En definitiva, de cómo construye su personalidad y vive cada momento. Toda la "maquinaria" e ingeniería de su yo están controladas por una serie de emociones, entre las que la encargada de que todo funcione es Alegría. A medida que Riley pasa de bebé a niña que adquiere el uso de la razón, otras emociones, como Tristeza, Miedo, Ira y Asco van apareciendo y a menudo desplazando a la optimista Alegría en su labor supervisora, creando un desequilibrio que desemboca en algunas crisis.

Y ahí está el motivo de que no le haya dado un diez a ninguna de las dos películas. Porque creo que todas las emociones presentadas en ambas partes deberían haber aparecido desde la más tierna infancia de Riley. No todas de la misma manera en que influyen cuando tiene más edad, desde luego, pero deberían haber sido insinuadas al menos, como hace Nostalgia en la segunda película, que aparece ocasionalmente pero aún no es una emoción tan preponderante como para tener protagonismo. Aunque confieso que yo ya sentía nostalgia incluso desde niña, quizás no de la manera en que la sentimos de adultos, pero yo la experimenté ya entonces. Y lo mismo con las demás emociones. Los niños se aburren con frecuencia, especialmente los que son muy activos, y a partir de cierta edad ya sienten vergüenza, envidia y, por desgracia, la ansiedad también se deja sentir desde muy pronto. Algo debemos estar haciendo muy mal si en esta sociedad ya incluso la infancia está cada vez más afectada por trastornos de ansiedad, pero es un hecho.

Que en "Inside Out 2" la ansiedad, la envidia, la vergüenza y el aburrimiento surjan de repente, como si nunca antes Riley las hubiera experimentado, me parece un poco simplista. Pero trato de perdonárselo con el argumento de que no se trata de que no hubieran estado ahí, sino de que Riley había sido básicamente una niña feliz durante gran parte de su niñez y, quitando algunos períodos de tristeza, miedo e ira, el resto de las emociones no llegaron a dejar mucha huella, con lo cual no se les prestó atención en la primera película. Como ya dije, me las imagino como Nostalgia en la segunda. Este razonamiento sigue sin convencerme del todo, pero lo dejo pasar porque en definitiva tampoco ensombrece apenas el deleite que supone volver a ser espectadores de primera fila del alma de Riley, ahora adolescente. El viaje por sus emociones, con la conmoción de los nuevos y difíciles retos a los que se enfrenta, en los que todos sus cimientos se tambalean y entran en juego grandes conflictos interiores, donde la ansiedad puede llegar a trastocarlo todo (como les ocurre a tantos jóvenes y mayores) coloca sonrisas, hace escocer un poquito los lagrimales y nos hace identificarnos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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8
29 de julio de 2021
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En este peculiar triángulo de hombres con superpoderes (porque, como he señalado en la crítica de “Múltiple”, no cabe ya hablar simplemente de superhéroes), el tercer vértice, pero no menos importante ni mucho menos, es Don Cristal.

Elijah Price ya nos explicó brillantemente en “El protegido” su creencia en que los cómics se basan en la realidad. La eterna lucha entre las fuerzas del bien y del mal tiene numerosos referentes a lo largo de la historia, si bien sus rasgos tienden a exagerarse y mitificarse. De ahí nacen las leyendas. El héroe contra el villano, dos seres que se complementan, el uno en su afán de proteger y el otro en su afán de destruir.

Desde pequeño Elijah desarrolló una obsesión, una idea descabellada. Si nacían personas tan frágiles como él (afectado de osteogénesis imperfecta) también debían nacer personas en el lugar opuesto de la escala. Personas físicamente tan fuertes que fueran prácticamente indestructibles. Pero todo superpoder (ya sea físico o mental) tiene su kriptonita, su punto débil.

Y si ya tenemos un superhéroe (David Dunn, el Protector, cuya debilidad es el agua) y un supervillano (Elijah Price, Don Cristal), ¿dónde cabe un tercer superhombre?

Shyamalan nos plantea un triángulo de fuerzas, donde un vértice representa el bien y los otros dos son encarnaciones del mal. De estas dos representaciones del mal, Don Cristal es el débil de cuerpo. Su superpoder reside en su inteligencia, muy por encima de lo corriente. Sus grandes limitaciones físicas y el dolor con el que convive no merman en absoluto un brillante intelecto al servicio de un único objetivo: descubrir otras personas con superpoderes. Este villano es amoral. Su sufrimiento cotidiano se canaliza hacia una búsqueda implacable, sin importar los medios ni las consecuencias. Quizás por eso es el más peligroso. Está dispuesto a sacrificar a quien sea por su causa.

El otro supervillano, la Horda, es débil de mente, pero ha descubierto todo su potencial físico en su personalidad número 24, la Bestia. Todas sus identidades son su mecanismo de defensa para lidiar con el sufrimiento de una vida rota, y la Bestia es su expresión más vengativa contra los “impuros” (los que nunca han sido seriamente heridos por la vida) y reivindicativa de la “pureza” (el dolor como expresión de una mayor evolución y superioridad).
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Vivoleyendo
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8
27 de julio de 2021
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y fue Shyamalan y nos plantó la continuación de una espectacular trilogía, y veo que a muchos los pilló (como a mí ahora) completamente por sorpresa, pues haciendo uso de uno de los trucos y giros que acostumbra a incluir, no avisó de que “Múltiple” forma parte de un todo mucho más grande. Por ahí leo que es la única vez en la historia del cine en que algún director ha hecho algo tan inaudito como plantarnos ante las narices la segunda parte de una saga sin que lo supiéramos. Y en el spoiler comento ese instante magistral en el que a los espectadores incautos se nos enciende la bombilla.

El cuco de Shyamalan nos agarra y nos hace encogernos de tensión y congoja aquí con una de las más inquietantes y terroríficas películas sobre secuestros que se puedan ver, y tan sólo por eso es muy remarcable como entidad independiente, con la presentación de ese torturado personaje afectado de trastorno de identidad disociativo. Probablemente se acerque muchísimo al Joker al que recientemente dio vida un extraordinario Joaquin Phoenix (quien fue considerado en primer lugar para el protagonista masculino de “Múltiple”), en la categoría de villanos más tristes y patéticos jamás creados. No puedo evitar remitirme al atormentado némesis del universo Gotham, al que el de “Múltiple” me ha recordado durante todo el visionado. Ambos tienen algo en común que es lo que gesta tanto dolor y tanta rabia: un sufrimiento aplastante arrastrado desde la infancia.

McAvoy, en un ejercicio de actuación impecable, sale más que airoso interpretando algunas de las diversas personalidades de Kevin, pasando de una a otra con pasmosa naturalidad y habilidad camaleónica, y logrando algo tan difícil como es el hecho de no caer en el ridículo (ni por asomo) en un papel que podría prestarse a ello de haber sido escrito y dirigido por un director con menos talento. E interpretado por alguien que no diera todo de sí como McAvoy ha hecho.

Pero McAvoy no podía estar solo en la cumbre del apartado actoral. Como en toda gran película de Shyamalan, siempre hay alguien que da la réplica perfecta. En este caso, se trata de Anya Taylor-Joy, que hace poco me conmocionó con su Beth Harmon en “Gambito de dama”. Nadie mejor que ella para encarnar a Casey Cook, pues esta chica sabe cómo transmitir todo un mundo de matices en sus ojos y en sus gestos. Nadie mejor para hacer de una adolescente silenciosa y lastimada que entiende bien lo peligroso e imprevisible que es un depredador.

La atmósfera asfixiante, junto con las actuaciones, es sobresaliente, con esa sensación de no saber lo que va a pasar al momento siguiente, una sensación claustrofóbica y aterradora.

Mi única pega es la psiquiatra, cuyo papel me ha sobrado. Para mí es prescindible, excepto por alguna pequeña contribución, pero por lo demás me ha resultado un personaje bastante anodino y cargante que aporta poco.

Pero incluso con ese escollo, la película es realmente angustiosa al estilo de Shyamalan, que no tiende a los sustos fáciles ni al efectismo del montón.
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Vivoleyendo
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10
11 de abril de 2021
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a haber visto solamente dos miniseries de 2020, dudo que aunque viera muchas más, hubiera alguna que me vapuleara más la fibra profunda que “Gambito de dama”. Ojalá me equivocara, pues siempre es bienvenida cualquier serie que me haga sentir tanto con tan poco.

Y con tan poco no me refiero, ni mucho menos, a que le falte calidad o carezca de algo importante. Nada de eso. Me refiero a que en tan sólo siete episodios, que se ven en un suspiro, se condensa una historia inmensa, de las que me marcan al rojo vivo. En unas pocas horas la vida de Beth Harmon ya me ha atrapado sin remedio.

Yo lo que sé de ajedrez son los movimientos y reglas básicas, nada más. De niña jugaba por pura diversión sin más trascendencia y de adolescente intenté mejorar un poco (practicando con un pequeño ajedrez electrónico que le regalaron a uno de mis hermanos), pero yo carezco de dotes para ese juego, en paralelo a mis escasas dotes para las matemáticas, teniendo en cuenta que ambas disciplinas están relacionadas. En fin, en aquellos años fue donde terminó mi moderada curiosidad por el ajedrez. Sabía que en esa época el campeón del mundo era Kasparov (uno de los más grandes de todos los tiempos), y que su rival era Karpov. Hasta ahí llegaban mis conocimientos. Yo nada entendía de defensas sicilianas ni de gambitos ni como quiera que se llamaran todas esas jugadas. Y sigo igual.

Pero como esta serie ha sido creada respetando tanto al público que entiende de ajedrez como al que no, no importa que uno no sepa ni papa del juego. Esa sí que es una gran estrategia de los creadores, enganchar al espectador con una serie que gira alrededor del ajedrez pero ese no es enteramente el centro de la trama. Sí, vale, tiene gran importancia, pero como no eclipsa en absoluto al resto de factores que hacen de “Gambito de dama” una serie fascinante, sino que más bien todo fluye en bella consonancia, nadie se sentirá excluido, al menos no quienes se metan de lleno y de cabeza.

Como tantas otras cosas, el ajedrez siempre ha sido un deporte muy sexista. Y precisamente es uno en los que no se debería hacer ninguna distinción entre sexos, pues el talento para practicarlo no depende de ninguna condición física. Pero es totalmente injusto que dicha distinción se practique en disciplinas en las que estamos en igualdad, como las que requieren dotes intelectuales.

Walter Tevis (autor de novelas tan conocidas como “El buscavidas” y “El color del dinero”) dio vida a Beth Harmon, una chica de Kentucky (como él) de infancia trágica e inadaptada que descubre una absorbente pasión por el ajedrez (al que el escritor era muy aficionado) al tiempo que cae en el infierno de la adicción (como una más de las muchas víctimas de los abusos institucionales).

Tevis introdujo a una jovencita solitaria e introvertida, decidida a revolucionar un ambiente tan dominado por el sexo masculino como el ajedrecístico, y creó un tapiz de personajes entre los que se aprecia, comenzando por Beth y continuando con un pequeño desfile de secundarias de lujo, una profunda sensibilidad hacia el universo femenino. La historia está impregnada de un halo de melancolía casi perenne en el que laten con fuerza atronadora las frustraciones de esas muchachas y mujeres (reflejo de una sociedad dominada por la apariencia, la frivolidad, los prejuicios y la discriminación) condenadas a dejar de lado sus sueños (convertirse en eminencias reconocidas de las matemáticas o en pianistas de orquesta, pero sobre todo, tener a su lado a un igual que las ame como se merecen ser amadas). Tevis se suma, junto con otros autores de su época, a la denuncia lanzada contra esa sociedad anquilosada que genera una infelicidad crónica en la gente (no sólo en las mujeres), que encuentra vías de escape en los tranquilizantes y el alcohol para soportar un día tras otro sumidos en la mediocridad de no haber conseguido casi nada de lo que el corazón desea.

Ese halo ha sido reflejado extraordinariamente en la serie, y es lo que en más de una ocasión me ha hecho llorar bastante. Todo ese potencial, ese talento, ese brillo, ese amor apagado y perdido en medio de la indiferencia.

Harmon empieza a marcar la diferencia al golpear ese asfixiante e hipócrita sistema con su inocente e implacable determinación. La determinación de alguien que no concibe ni admite la derrota. Ella encarna la esperanza para quienes la van conociendo (incluso para los que al principio la miran con recelo y desprecio) al demostrar que lo que parecía imposible, puede ser posible.

Pero ningún camino hacia los grandes sueños es fácil ni recto, y el de Beth está especialmente retorcido y plagado de obstáculos. Aunque no hay mayor obstáculo ni enemigo que uno mismo.

Y qué puedo añadir de la hermosísima fotografía, la sublime banda sonora, la sutileza de un guión brillante y de elegancia casi clásica, la dirección artística y el diseño de vestuario... Pero lo realmente estratosférico (aún más que todo lo demás) son las actuaciones. Apoyo la aclamación hacia Anya Taylor-Joy e Isla Johnston. Incluso la pequeñina Annabelle Kelly conmociona. Y aplaudo rabiosamente a Marielle Heller, secundaria que despliega una multitud impresionante de matices. En cuanto al elenco masculino, tengo que señalar que es estupendo y está muy bien seleccionado. En su mayoría son jóvenes con más o menos largas trayectorias en el cine y la televisión (aunque también hay rostros más maduros y, curiosamente, prácticamente desconocidos, al contrario que los chicos, a los que he visto aquí y allá). En cuanto a las actrices, sólo conocía a Marielle Heller. Entre el resto de actrices desconocidas (entre las cuales están, como ya mencioné, las que interpretan a Beth) destaca Moses Ingram como Jolene.

Una preciosa historia de difícil superación, de demonios personales, de imperfecto amor y de conmovedora amistad con el ajedrez como camino y destino, como pasión y obsesión.

Un gran torneo en el que el premio es alcanzar la felicidad.
Vivoleyendo
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8
3 de abril de 2021
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Larsson logró un fenómeno que pocos consiguen. Con sólo tres novelas causó una auténtica conmoción a nivel mundial. Es lo que tiene que un periodista de investigación posea talento para escribir historias que enganchan e impactan. Aúna su extensa experiencia personal en el mundillo del periodismo serio, lo cual se refleja en el personaje de Mikael Blomkvist, con un amplio conocimiento de la sociedad sueca, de la corrupción que existe hasta en los países más desarrollados, del uso de las tecnologías y, sobre todo, de las infinitas complejidades y abismos de la naturaleza humana.

“Millennium” es mucho más que novela negra, género al que no soy aficionada, con lo cual está claro que si esta saga me gusta tanto es porque contiene alguna fórmula especial que la hace trascender dicho género. Sospecho que dicha fórmula se condensa en gran parte en un personaje fascinante: Lisbeth Salander. Y aunque ella es una razón poderosa para engancharse, no es el único factor, desde luego. La agilidad narrativa y el interés, la actualidad y crítica de las tramas constituyen prácticamente el resto de factores que hacen que “Millennium” sea tan adictiva. Además, por supuesto, de tratar con absoluta valentía temas incómodos y muy escabrosos y dejar en evidencia a las sociedades supuestamente modernas (que en el fondo no son tan avanzadas como predican). La persistencia de la misoginia, del racismo y la xenofobia, de los prejuicios ante la libertad de orientación sexual... Todo eso sigue presente. Incluso aunque Suecia se encuentre entre los primeros países por su IDH. Una cosa es lo que predique la constitución, y otra muy distinta la realidad social. Por desgracia, siempre existe un salto grande entre una y otra.

Y Larsson colocó a Lisbeth Salander como una flagrante víctima de dicho salto, así como de la corrupción endémica que hay en todo estado de derecho. Pero si algo convierte a Salander en uno de los personajes literarios más icónicos de los últimos tiempos, es su contundente rechazo a victimizarse, a dejarse vencer por unas adversidades a las que el común de la gente no se suele enfrentar, y a permitir que la categoricen. Encontraremos en ella poco de lo que suele definir a las “heroínas” corrientes.

Por suerte, ha mantenido el tipo perfectamente en las adaptaciones cinematográficas (su enorme complejidad la convierte en un rol muy difícil de interpretar) y en la miniserie. Cualquiera de los dos formatos (cine y televisión) es perfectamente recomendable para quien quiera adentrarse en el universo de “Millennium”, pero si os apetece seguir la historia de Salander y Blomkvist de una manera más exhaustiva, la serie os dará para nueve horas muy bien empleadas. Si bien la primera parte, la del misterio de la familia Vanger, es la mejor de las tres partes de la saga (que se relata en los episodios 1 y 2 de la serie), las otras también consiguen mantener el listón alto.

Esto es más que entretenimiento. Es una denuncia muy contundente, pero sobre todo se trata de la inmersión en la vida de una chica que deja huella, y su peculiar amistad con el periodista Mikael Blomkvist, un coprotagonista muy carismático cuyo carácter abierto y extrovertido contrasta enormemente con el de Lisbeth. Un gran plantel de secundarios junto con unos muy buenos apartados técnicos y una sólida dirección completan el universo Millennium trasladado a esta miniserie que para mí resulta imprescindible.
Vivoleyendo
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