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España España · Barcelona
Críticas de polvidal
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Críticas 348
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
10 de diciembre de 2019
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por alguna incomprensible ingenuidad, volvemos a tropezar con la misma piedra. Aun a sabiendas que todo tiene un final, que la pasión se acaba y que la ilusión del principio puede derivar en pura rabia, seguimos arriesgándolo todo por amor. Algunos incluso osan comprometerse, casarse y tener hijos. Sin duda, lo hacen sin haber visto antes Historia de un matrimonio, que lejos de mostrarnos los momentos felices de la vida en pareja nos recrea con todo lujo de detalles un proceso traumático de divorcio, si es que existe otra vía más amable de ruptura.

El arranque de la película es inmejorable. Charlie, un director de teatro, y su mujer, la actriz Nicole, se describen el uno al otro mientras asistimos a esa avalancha de momentos felices que inundan los inicios de una relación. Esos instantes en los que todo es perfecto y solo centramos la vista en las virtudes del otro, cuando el futuro juntos se aventura prometedor. Pero al poco rato, un cambio brusco de tono nos sitúa en la consulta de un terapeuta matrimonial. Aquellas bellas palabras no son una declaración de amor sino un ejercicio para intentar salvar el matrimonio. Primer gran golpe que nos asesta Noah Baumbach en esta obra maestra repleta de mazazos.

Porque a partir de ese instante, los acontecimientos van cuesta abajo, sometidos a la inercia de los intereses individuales y de las injerencias externas. El bien común se ha roto y las buenas intenciones se van corrompiendo a medida que el tiempo avanza. Todo aquello que uno espera que no suceda, termina llegando. De la ceguera inicial pasamos al odio irracional, cuando lo deseable se encuentra, como casi siempre, en el término medio. Cada fundido a negro nos va sumergiendo en un estadio mayor de degeneración, arrastrados por una corriente hacia la decadencia que culmina con una ya mítica escena de bronca monumental en la que Scarlett Johansson y Adam Driver se ganan a pulso cualquier tipo de nominación.

Como suele ocurrir con los amigos comunes tras una ruptura, resulta imposible quedarse con uno de los dos miembros de la pareja protagonista. Ambos actores se dejan la piel humanizando a sus personajes y con ambos termina siendo sencillo empatizar. El director les reserva escenas de lucimiento de forma equitativa. Ella, en esa primera consulta con la abogada en la que explica los motivos de la separación; él hacia el final del metraje con una discutida interpretación musical. Química real y ficticia que se transmite incluso en las secuencias más desgarradoras.

Pero es que más allá del matrimonio, el desfile de secundarios es apabullante. Desde la madre que se debate entre el cariño al yerno y la fidelidad a la hija a cada uno de los abogados, algunos menos despiadados que otros, siempre dispuestos a empeorar la situación a cambio de más horas de facturación. Alan Alda y Ray Liotta están estupendos desde sus lados opuestos de la ética profesional pero lo de Laura Dern vuelve a ser impresionante. Desde el despiadado cinismo de su personaje, nos brinda un alegato en contra de la presión social sobre las madres que hace más por el feminismo que tantos y tantos discursos vacíos.

Como ocurriera con Revolutionary road, otra de las obras cumbre sobre la decadencia del amor, Historia de un matrimonio ahonda en esa retahíla de renuncias y sacrificios que con los años terminan derivando en reproches. El inevitable conflicto entre los intereses personales y el bien común. Por suerte, Baumbach deja un resquicio para la esperanza y el sabor de boca es mucho menos amargo que el que nos dejó Sam Mendes con aquél descorazonador final. Si DiCaprio nos rompía el alma, aquí al menos se nos encoge a base de nostalgia. Dos películas imprescindibles que dejan patente que el amor es para insensatos y valientes.
polvidal
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7
7 de noviembre de 2019
9 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
A riesgo de que Leticia Dolera me tilde de machista, heredero del heteropatriarcado o cualquiera de los adjetivos con los que su visión del feminismo nos deleita, tengo que confesar que la trama que más me interesa de su primera serie es la de un personaje masculino. La intención de la directora seguramente era la de contar la vida moderna desde el punto de vista de las mujeres pero al final lo que ha logrado normalizar con más fuerza es la discapacidad psíquica. No es que ninguna de sus tres protagonistas sufra problemas psicológicos sino que uno de los personajes de Vida perfecta, el más interesante, es discapacitado psíquico. Y es hombre. Y es el que se gana de lleno la empatía del público.

De forma consciente o no, Vida perfecta ya tiene una razón de ser. Porque integrar de una forma tan natural, sin miedo a herir sensibilidades, en esta época de desmedida corrección política, a un personaje con discapacidad psíquica y a todo su universo tiene mucho mérito. Y es que los problemas del primer mundo de tres treintañeras con crisis existencial resultan anecdóticos al lado de un chico con minusvalía psíquica que debe enfrentare de repente a un cambio trascendental en su vida. Cómo afronta ese reto y cómo encaja en esa nueva realidad es la trama más sugerente de la serie. Si además la encarna, con absoluto respeto y verosimilitud, un actor como Enric Auquer, ya podemos concluir que esta ficción no sería la misma sin la presencia de ese personaje clave.

Pero la protagonista no es otra que Leticia Dolera. No en vano se adjudica el papel principal y consigue, ¡milagro!, resarcir el enorme daño a su propia imagen que arrastra desde que decidió convertirse en una aguerrida feminista para terminar despidiendo a Aina Clotet tras conocer que estaba embarazada. Incoherencias aparte, lo cierto es que la directora, guionista y actriz logra con Vida perfecta no solo salir airosa de todos aquellos que la esperaban con las espadas en alto sino incluso triunfal. A la buena acogida en Cannes le ha seguido el respaldo casi unánime de la crítica española, puede que porque finalmente la serie ha resultado ser más honesta y con menos demagogia de lo esperado.

Las tres protagonistas responden a un cierto estereotipo, todas marcadas por la crisis de la treintena. María, el personaje de Dolera, sufre las incertidumbres de una inesperada soltería, con la ilusión de la nueva etapa y los miedos de sus consecuencias, mientras que su hermana Esther, que encarna de forma muy espontánea Aixa Villagrán, vive en una lucha constante por sentar la cabeza. A su vez, la mejor amiga de María, perfecta Celia Freijeiro, experimenta el camino contrario, el de una mujer atada a la familia y el trabajo con ganas de desmelene. Lejos del discurso fácil, sin marcado acento de denuncia, la serie apuesta más por un tono amable y cómplice, con el que fácilmente podrán identificarse tanto hombres como mujeres, a pesar de que nosotros, ellos, no sufrimos en nuestras carnes el embarazo, la discriminación laboral o las exigencias de la maternidad.

Dolera no puede evitar introducir alguna consigna de forma más o menos natural, como el jefe que insiste en ofrecerle jornada reducida al personaje de Freijeiro para que pueda atender a sus ‘obligaciones’ como madre, mientras su marido llega reventado a casa. Son situaciones que existen, aunque parezcan menos habituales que en el pasado, pero en determinados casos su introducción en la trama resulta un poco forzada. Por suerte, la directora ha decidido llegar a todos los públicos y brindar una ficción entretenida, incluso a ratos enternecedora, cuyo microuniverso termina resultando amigable y reconfortante.
polvidal
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9
22 de octubre de 2019
126 de 139 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hubo un tiempo en el que el matrimonio se forjaba en la distancia, con los títulos nobiliarios, las credenciales económicas y la pintura como únicos requisitos para el compromiso. Desde nuestra era de la imagen y la inmediatez, sorprende pensar que nuestros antepasados se sirvieran de una sola imagen, pintada a mano, para sellar un contrato de por vida. Ahora, que no damos un paso sin antes haber rastreado todas las fotos en redes sociales de nuestros futuros pretendientes. De ese punto de partida nace ‘Retrato de una mujer en llamas’. El de una artista en el siglo XVIII que recibe el encargo de pintar el retrato de bodas de una joven que no quiere casarse. Por ello, debe hacerlo a escondidas, observando su rostro a hurtadillas.

De esa intimidad, de los paseos diarios al borde de los acantilados, de conversaciones a distancia corta y de profundas miradas, surge el amor prohibido. Y lo hace con la tranquilidad que a veces provoca saber que no hay mayor conflicto que el destino impuesto. Porque Céline Sciamma prefiere detenerse en el microuniverso de estas dos mujeres antes que recrearse en las consecuencias de un contexto hostil. Ya existen muchas películas que han denunciado la ausencia de libertades. No tantas que exploren el amor entre dos mujeres en su vertiente más recóndita.

La directora ha confesado que necesitaba mostrar una relación lésbica con la mirada de una lesbiana. Dice que películas que admira, como ‘La vida de Adèle’, no enseñaban un auténtico sexo entre mujeres. Para ello, se vale de una puesta en escena sobria, de la ausencia prácticamente total de banda sonora, y de unos planos que detallan gestos, sonrisas y miradas, reivindicando el arte manual, el cortejo de la palabra y el gozo de la paciencia. Lo hace prácticamente sin la presencia de hombres, reflejando una comunidad de mujeres en mutuo apoyo. Una rareza que tarde o temprano dejará de serlo en la historia del cine.

Y si la película ya cautiva con ese gusto por el detalle, con ese don de la palabra, con esa lucha entre el deber y la emoción, es con el plano final que termina de conmover.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
polvidal
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7
21 de octubre de 2019
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ryan Murphy, el fichaje estrella de Netflix junto a Shonda Rhimes, ha debutado en la plataforma haciendo poco ruido, o al menos sin el estruendo esperado. Puede que haya sido de forma consciente y calculada, pero el caso es que The politician, a juzgar por las redes sociales, único barómetro posible en esta época de opacidad en datos de audiencia, no se ha convertido en un nuevo hit del universo en streaming. Tan solo nos queda la posible renovación como único mecanismo para saber si la serie ha calado entre el público. Y, francamente, sería una lástima que no renovara porque el último capítulo se dedica íntegramente a sentar las bases de un sugerente cambio en la trama.

Iniciar su andadura en Netflix con una serie política era arriesgado, por mucho que esta primera temporada se haya regido casi al completo por las convenciones del género de instituto. Una manera astuta de ganarse al gran público, iniciando las tramas entre carpetas, aulas y amoríos adolescentes. Los orígenes de un ambicioso joven que sueña con convertirse en el futuro presidente de Estados Unidos suponen un altibajo de sensaciones, con cúmulo de giros inesperados y mezcla, no siempre acertada, de géneros.

Y es que Murphy sigue haciendo lo que le da la real gana, fiel a su estilo excéntrico, tanto en la forma como en el contenido. Aquellos que frunzan el ceño con cada movimiento de cámara, con la verborrea de sus personajes o con la estética pretendidamente kitsch de este gurú televisivo, ya pueden empezar a huir de The politician, salvo que esta vez parece que el proyecto está profundamente pensado, con la idea clara de mostrarnos la trayectoria de su principal baza, un protagonista inmejorable.

Si para algo nos ha servido esta nueva serie es para darnos a conocer el enorme talento de Ben Platt, hasta ahora retenido en los círculos de Broadway. Hay un momento en el primer episodio, cuando Payton interpreta River en el auditorio del instituto, que es cuando uno despierta y advierte estar ante un auténtico actor revelación. No solo nos muestra su portentosa voz sino que también nos revela que tanto la serie como el personaje van más en serio de lo que parece.

Más allá de sus altibajos (hay tramas que se hacen largas, personajes que molestan, capítulos más flojos), The politician nos regala muchos más momentos para el recuerdo que para el olvido. El primer episodio es una perfecta carta de presentación sobre lo que se avecina. En los siguientes, somos testigos de un nuevo despliegue interpretativo de Jessica Lange (también es notorio el regreso por todo lo alto de Gwyneth Paltrow de la mano de su marido, y también guionista de la serie, Brad Falchuk). Pero es en el quinto capítulo, de tan solo media hora, cuando asistimos a toda una joya de la televisión, cuando la trama se detiene para mostrarnos la realidad del votante medio, ese que vive ajeno a una política que solo llama a la puerta para mendigar un voto.

El último capítulo, con la aparición sorpresa de Judith Light y Bette Midler, sirve para dar un giro de 180 grados a la trama sumamente interesante. La serie se torna de repente mucho más adulta y nos advierte de que el camino hacia la Casa Blanca, si Netflix lo permite, puede ser apasionante. Murphy nos demuestra que The politician es ambiciosa pero que requiere paciencia y, sobre todo, que admira en secreto a los King. Sin quererlo o queriéndolo se ha sacado de la manga una ficción al más puro estilo The good fight.
polvidal
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The Boys (Serie de TV)
Serie
Estados Unidos2019
7,7
27.817
Evan Goldberg (Creador), Seth Rogen (Creador) ...
8
25 de julio de 2019
156 de 175 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acostumbrados como estamos a una saturación de superhéroes que ha convertido las sagas en franquicias y las franquicias en fases, con todo tipo de reboots, precuelas, secuelas y spin-offs, es normal que la enésima propuesta que nos llega, esta vez de la mano de Amazon Prime Video, produzca más bien pereza. Acostumbrados como estamos a que las adaptaciones para televisión sean más bien modestas, por no decir funestas, todavía se entiende más el posible hastío hacia un género que parece mostrar síntomas de agotamiento, aunque las cifras de recaudación nos digan más bien lo contrario.

The Boys, esta vez sí, supone una apuesta alternativa y arriesgada. No del tipo Deadpool, o Guardianes de la galaxia, o Escuadrón suicida, o de tantas otras variantes que Marvel y DC se han sacado de la manga para expandir sus universos. La adaptación del cómic de Garth Ennis y Darick Robertson por fin supone un soplo de aire fresco, ya que se adentra en un terreno hasta ahora desconocido, con una capacidad de sorpresa y un espíritu crítico que la alejan por completo de toda la oferta previa.

De entrada, The boys ofrece tantas lecturas que cada espectador podrá quedarse con la que mejor le convenga. Los amantes de la acción se encontrarán, en el primer episodio, con un par de escenas dignas de las mejores superproducciones. La muerte inicial y la lucha con un superhéroe invisible demuestran que Amazon no ha escatimado recursos en un producto que parecía pertenecer a la serie B.

Para los que busquen algo más que el despliegue técnico, la serie les reserva una sucesión de giros de guion que oscilan entre la irreverencia y la crítica despiadada hacia los abusos de poder. Porque en The boys los superhéroes son productos pervertidos por la maquinaria económica, instrumentos en manos de las grandes corporaciones para proporcionar al mundo una sensación de falsa seguridad, mientras en la trastienda se esconde todo un entramado de perversión y falsa moral.

La mirada más desesperanzada sobre una sociedad desencantada y necesitada de ídolos a los que aferrarse. En ese punto de vista pesimista y amoral es donde reside la fortaleza de The boys, que convierte a unos superhéroes fácilmente identificables con las factorías Marvel y DC en antagonistas de las personas de carne y hueso, las auténticas heroínas que luchan por desenmascarar un status quo basado en la corrupción. Los paralelismos con el mundo actual, con referencias también a los abusos sexuales, son tan evidentes que la convierten en una serie necesaria, además de entretenida. Producto perfecto para aquellos que reniegan del género superheroico, precisamente porque les ayudará a reafirmar su postura.
polvidal
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