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Críticas de Antonio Morales
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Críticas 1.537
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
2 de mayo de 2017
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un thriller puro y duro inspirado en el policíaco americano de los setenta, que lleva a cabo una exploración moral del policía y una denuncia social. Son policías que no se sienten respetados por la sociedad, que se sienten desautorizados y mal pagados por sus superiores, es por eso quizás por lo que cada uno de ellos intenta sobrevivir como mejor puede, unos cayendo en la corrupción, otros intentando no meterse en líos y otros son presionados por sus superiores para traicionar a quienes aprecian. Ya desde la primera escena vemos como un policía es capaz de dar dos tiros fríamente a un delincuente dentro de un coche para robarle el dinero. Los tres policías cuyas trayectorias, vidas y dramas, va recorriendo paralelamente el film, se sienten desencantados, despreciados por sus compañeros, desmotivados y poco compensados por un sistema que les hace vivir en una tensión permanente, entre traficantes de drogas, extorsionadores y criminales sin un mínimo atisbo de mejorar la situación profesional.

Sal (un desquiciado Ethan Hawke), es un agente católico con complejo de culpa, necesita una casa mejor para sus hijos y su mujer asmática, afectada por la humedad del edificio y se presta a una enloquecida espiral para obtener el dinero que nunca ganará honradamente. Otro es Eddie (Richard Gere, en el mejor papel de carrera) es un veterano agente a punto de jubilarse, deprimido y hastiado de patrullar las calles, divorciado y solitario con una relación intermitente con una prostituta, y que coquetea con pegarse un tiro. El tercero es Clarence (Don Cheadle) o Tango para los traficantes, es un policía infiltrado que debe apresar y traicionar mediante una trampa a un amigo que conoció en la cárcel y le prestó protección personal. Los tres personajes se mueven por las zonas menos amables de Brooklyn, uno de los barrios neoyorquinos. Actúan de manera independiente, con un sinuoso montaje paralelo de sus actividades, dibujando un mapa de comportamientos humanos a ambos lados de la ley, hasta llegar al clima final electrizante y excelentemente orquestado por su director Antoine Fuqua, gran especialista del thriller actual que testimonia su anterior “Training day”.

Ritmo narrativo trepidante, con elegantes “travellings” y gran despliegue técnico que nos muestran varias acciones al mismo tiempo en un ejercicio de virtuosismo de un cineasta que domina perfectamente el género y sabe cómo contarlo al espectador para que lo viva en toda su intensidad, en una catarsis de los servidores del orden: el desinterés por altruismo, el pecado y la redención, la traición por la amistad. Antoine Fuqua plasma perfectamente el desengaño y la sordidez del cuerpo y el alma policial, de unos hombres que no son héroes como algunos nos lo han querido mostrar, cuando en realidad, son gente con sus problemas y debilidades.
Antonio Morales
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7
1 de mayo de 2017
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las horas vespertinas de 13 TV, están dedicadas al wéstern diariamente, por lo que a veces podemos encontrar no sólo entretenimiento, incluso algunas joyas olvidadas que podemos descubrir. Es lo que ocurre con este excelente western en el marco de la Guerra de Secesión americana, menos conocido de lo que debiera y mucho mejor de lo que parece por ser un film de bajo presupuesto o serie B. Porque la serie B nunca fue una etiqueta despectiva, no hace alusión a su calidad sino a una cantidad económica menor. La pequeña productora Panoramic y el director argentino Hugo Fregonese llevaron a buen término este ambiguo drama bélico y moral. En Octubre de 1864, un pequeño destacamento confederado realizaba una incursión en la ciudad de Saint Albans en el estado de Vermont, al norte del país y cerca de la frontera con Canadá. Bennett H. Young lideró la maniobra consistente en cruzar la frontera desde el país vecino y asaltar el banco local quemando todos los edificios posibles en el proceso. El objetivo era materializar una guerra de guerrillas que obligase a las tropas nordistas a dispersarse del frente principal de la guerra en el sur. El film se inspira en esos hechos reales.

La película es un ejemplo de concisión narrativa, claridad de dirección y riqueza de ideas que eran necesarias en la producción de bajo presupuesto. Las limitaciones no permitían desperdiciar planos, con lo cual estos se llenan por igual de información narrativa y profundización psicológica. El resultado es una reflexión sobre la guerra y los hombres en guerra, articulada en la acción y tensión de un thriller, donde los personajes están dibujados a la perfección, en sus anhelos y contradicciones, responsabilidades y deberes, méritos y errores, indecisiones y resoluciones. Extraña y oscura “The Raid” plantea desde la estética del wéstern las preocupaciones morales y la sensibilidad fatalista, mientras se solapan géneros como la fuga carcelaria, las hazañas bélicas, los robos perfectos y el melodrama. Si el wéstern es el marco iconográfico, el melodrama conduce la empatía y emoción con los personajes, todo ello reúne la sustancia trágica de un film ejemplar.

Neal Benton (Van Heflin) es el oficial sudista que lidera la fuga de una prisión y reúne un destacamento para seguir luchando en la retaguardia, un héroe oscuro y melancólico al que se le presenta una segunda oportunidad cuando conoce a la viuda Katie Bishop (Anne Bancroft) de formar una nueva familia, tras perder otra asesinada por los nordistas. Por lo que mantiene una lucha interior, corroído por el rencor, entre su deber y lo que le gustaría haber sido, más aún cuando es declarado ciudadano ejemplar de una comunidad a la que quiere atacar, haciéndose pasar por comerciante. La fotografía es amarillenta y terrosa, como queriendo agudizar la tristeza y tragedia del conflicto entre el Norte y el Sur, del que ambos salen mal parados. El ritmo narrativo no decae nunca y va creciendo en intensidad emocional, más aún cuando conocemos el oscuro secreto que esconde el Capitán yanqui Lionel Foster (Richard Boone), enamorado de la viuda que debe hacer frente a su oscuro pasado sobreponiéndose a los acontecimientos.
Antonio Morales
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7
30 de abril de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de que en este extraño western predominan los exteriores, se trata de un film claustrofóbico, que se apoya en la creación de una atmósfera enrarecida y obsesiva. Se estructura en una inacabable persecución cuyo contrapunto son una serie de elementos de estricto suspense. Con una puesta en escena de precisión admirable, Robert Mulligan elabora un relato inquietante y turbio, lindante con códigos del género fantástico. Un western inclasificable y lamentablemente olvidado. Gregory Peck encarna a Sam Varner, uno de esos personajes tan característicos dentro de la filmografía de este gran actor donde la corrección moral y la bondad eran sus principales virtudes cinematográficas. Peck fue un actor sobrio, poco dado a histrionismos fáciles, sin llegar al hieratismo de otros recordados actores de su época, todos ellos con una presencia física magnífica y un magnetismo que traspasa la pantalla.

Sam fue explorador y ahora piensa llevar una vida tranquila en su rancho desde que se ha retirado del ejército, hasta que una mujer, Sara Carver (Eva Marie Saint) y su hijo mestizo se cruzan en su camino en busca de protección. Ambos acaban de escapar de su reclusión en un poblado indio y son atosigados y perseguidos por un peligroso y criminal indio llamado "Salvaje", así arranca esta interesante película con guión de Alvin Sargent. La obra refleja un western lleno de tensión, cierta dosis de critica racista y porque no decirlo, tintes del género de asesinos en serie (el villano en cuestión aniquila a todo ser viviente que se le cruza por el camino) que a pesar de contar con un sencillo argumento, Robert Mulligan presentaría un planteamiento narrativo lo suficientemente atractivo para engancharnos a la pantalla durante toda la proyección. Una película seca y sobria de poquísimos diálogos.

Su itinerario físico pasa por numerosos exteriores, por una estación de posta para diligencias, por una estación de tren que aparece como perdida, en medio de un desolado paisaje y por un pequeño rancho de Nuevo México al pie de las montañas, donde se agudiza más si cabe esa atmósfera malsana y ese ambiente claustrofóbico. Un western que plantea la soledad en un ambiente hostil, donde las tormentas de polvo, el silbido del viento, el recelo y el temor son los acompañantes de los personajes, ayudados por una música de percusión que incluye el sonido de una serpiente cascabel como amenaza y retrato de un perseguidor que apenas vemos. Un film nada desdeñable por su originalidad.
Antonio Morales
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5
29 de abril de 2017
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una república bananera imaginaria aparece el tirano Santos Banderas inspirado en la novela de Valle-Inclán, se asemeja a un ser abyecto en descomposición que huye de la luz y se refugia en la penumbra mientras su hija, de la que no conocemos nada languidece enferma en una cama. El macabro físico lo aporta un espléndido Gian María Volonté, amanerado gesticulante e histriónico sátrapa, es la imagen patética que le ha querido otorgar el cineasta al personaje con claro sabor expresionista, de cabeza casi rapada, parapetado tras unas gafas de sol redondas con movimientos parecidos a una marioneta, proyectando su malsana sombra por las blancas paredes de su imaginaria fortaleza, rodeado de correveidiles, aduladores y lametraserillos. Busca la vida en el coraje de los otros y ama la oscuridad como única compañera. Una amarga reflexión sobre la soledad del poder.

Santos Banderas adolece de la vitalidad y la fuerza para luchar por su amada, sencillamente porque no tiene nadie a quien amar, por su naturaleza represora siempre será temido y nunca amado, aunque presentado de forma vampírica, no se alimenta de sangre como hacía Nosferatu a quien se asemeja con su inquietante perfil. Pretende socavar una revolución con su paternalismo prepotente, pero la andadura de este tirano se va desmoronando igual que su mundo corrupto, mientras el resto de personajes del relato, sin apenas entidad ni espesor dramático se aferran a los privilegios que les garantiza el régimen. Esa clara diferencia entre el dictador excelentemente dibujado y sólo el esbozo del resto de personajes que le rodean: el embajador homosexual español (Gurruchaga), el prestamista ladino (Fernando Guillén), la puta vidente (Ana Belén), el cortesano bufón y ebrio (Juan Diego) y el oficial rebelde (López Tarso), entorpecen más que mejorar lo que se representa con la intención de ser fiel al autor.

Afortunadamente el film es escueto y va directo al grano sin caer en veleidades folclóricas y en la redundancia paisajistica. Aún así, la película resulta poco fluida y un tanto aburrida, a pesar de estar bien adaptada por Azcona y el cineasta, una vez que conocemos su trama y situaciones, nunca nos sorprende y todo es previsible. Deciden comprimir la historia en sólo dos días, en ese lapso temporal deberían ocurrir cosas más importantes a los personajes como a la mecánica propia del relato. García Sánchez construye un mosaico humano que siempre está en función del villano protagonista, además de no definirse con decisión entre el drama y el esperpento. En cambio su puesta en escena me parece inteligente y descriptiva pero en el fondo es un film frío que no emociona, porque no basta sólo con criticar y burlarse del patetismo de un tirano que nos puede parecer familiar y detestable.

Resulta paradójico que la película de García Sánchez, producida entre otros por Víctor Manuel, el cantautor asturiano esposo de Ana Belén y acérrimos militantes de la izquierda, fuera rodada en Cuba sobre un dictador de derechas, precisamente una de las dictaduras comunistas más longevas y terribles del continente americano, haciéndolo sin ningún complejo democrático y bendiciendo las facilidades que les otorgarían desde ese sectarismo que practica la progresía que denuncia las dictaduras, siempre que sean de derechas porque si son de izquierdas, las bendicen y las protegen con esa curiosa vara de medir que suelen practicar. Porque todas las dictaduras son execrables, señores míos, incluyendo cualquier ideología. No conozco ninguna dictadura que haya traído prosperidad a su pueblo. No puedo entender cómo siguen fascinando los Mesías revolucionarios que convencen con promesas utópicas y demagógicas a tanto ingenuo desinformado.
Antonio Morales
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7
28 de abril de 2017
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película sórdida y escabrosa, dura y cruel, sobre una sociedad que tenía poco que decir y mucho que ocultar. Un film realista que traza un descarnado retrato de pobreza y ruina, de conformismo sin expectativas ilusionantes, de paseos por los barrios bajos de Madrid, de oscuras callejuelas con pobres vendedores ambulantes a deshoras, de juergas para evadirse del hastío, de sucios burdeles donde se fornicaba ahogados en alcohol, intelectuales y analfabetos, privilegiados y desheredados, moralistas hipócritas escandalizados por las palabras como: aborto e incesto. Era un tiempo de silencio donde las cosas hacían poco ruido, pero en lo hondo latían la vida, la ambición, el deseo, el ansia de libertad.

Vicente Aranda me parece uno de los mejores directores españoles, pese a los que niegan tal evidencia, si analizamos su carrera fue mucho más que un ilustrador literario, aquí adapta magistralmente gracias a un excelente casting, la impactante novela de Luis Martín Santos, “Tiempo de silencio”, un desolador y triste relato, una mirada atroz de nuestra postguerra, que abarca todos los extractos sociales, no sólo desde la miseria económica, sino también desde la moral. Tiempo de superstición y curanderos, de ignorancia e ignominia, de calumnias y rencores, de odio y crimen, de evocadoras radionovelas interrumpidas por el anuncio del Cola Cao, incluso de tragedia mezclada con humor negro: una madre se lamenta por el dolor causado a su hija muerta, por la autopsia ante el anatómico forense.

El film, que goza de una asombrosa ambientación, narra la historia de Pedro (Imanol Arias), un médico recién licenciado sin excesivo porvenir dedicado a una inútil investigación sobre cobayas, que, súbitamente se ve enredado en la muerte de una joven a la que atiende de un aborto provocado, viéndose atrapado en una trampa. Estamos a finales de los cuarenta, tiempo de gritos sordos de una fachada de normalidad, pero detrás de las recepciones burguesas junto a su amigo con complejo de Edipo, Matías (Juan Echanove), protegido del régimen. Detrás, como digo, se halla el hambre y el chabolismo donde conviven el “Muecas” (Paco Rabal) y el “Cartucho” (Joaquín Hinojosa), en medio de los escombros, la basura y el estiércol, de unos parias cuya única salida es la muerte.

Pedro se encuentra aislado en su torre de marfil de su laboratorio, cuya correlación perfecta es la cutre pensión donde se aloja, universo gris y roto sólo por la viveza y carcajadas de Dorita (Victoria Abril). Los dobles papeles de Charo López como madre y fulana, así como el tripe papel de Victoria Abril, como novia, intelectual y fulana, es la perfecta expresión obsesiva de Matías y Pedro por las distintas mujeres de igual físico. Pedro se rinde a la evidencia, asume su cobardía, la condición de castrado donde la rebelión es imposible. Todo ello transmite como un lienzo a grandes trazos de colores desteñidos que dibuja una sociedad donde todos son culpables. Un film muy personal, partiendo de materiales ajenos, de las mejores de su director junto a su obra cumbre: “Amantes”.
Antonio Morales
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