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Críticas de VictorRodrigo
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Críticas 68
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
25 de febrero de 2021
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como un monstruo que acecha en cada esquina de la habitación. Un nombre impronunciable para todos aquellos que trabajan en su empresa. Harvey Weinstein es el villano que se esconde detrás del reino de oscuridad que ha construido a lo largo de las décadas, en esta notable película dirigida por Kitty Green. The Assistant es la primera mirada al movimiento #MeToo desde una perspectiva de ficción, iluminando una magnífica, contenida y emotiva interpretación de Julia Garner.

La larga y ancha oscuridad bajo la sombra de Weinstein no solo aterrorizaba actrices y mujeres de la industria. Los miembros de su empresa, en especial las asistentes y secretarias, formaban parte de otro nauseabundo grupo: los cómplices obligados bajo el manto de silencio de un sistema construido por un monstruo. Ante la amenaza de destrucción de sus primerizas carreras, Garner es el símbolo de esas dieciséis asistentes que testificaron contra Weinstein al recibir acoso, abuso y amenazas durante años.

La película retrata con templanza esa ley del silencio que recubre todos los rincones del edificio de la empresa, jugando a la iconografía del machismo inherente en la sociedad cinematográfica. Las desconfianzas, el menosprecio ante el supuesto bajo rango que es una asistenta; ser completamente absorbida por un ecosistema que la etiqueta más como una esclava que no como una verdadera aprendiz del oficio.

Green denuncia con consistencia, tacto y pulcritud una situación que no solo ocurría bajo la sombra de Weinstein, sinó que es representativa de Hollywood. Las actrices primerizas pasan ante los ojos de la joven Garner, que con sus ojos muestra al espectador el terror de saber la realidad a la que se enfrentaran estas intérpretes en pocos minutos. “Necesito un abogado para firmar esto?”, pregunta una de ellas a uno de los ejecutivos. “Realmente tienes un abogado?”, contesta con sorna.

El silencio que invade la película es un elemento de contención, una representación de la rabia, la frustración, las vejaciones y la tristeza estructural a la que se han enfrentado las jóvenes en la industria durante tanto tiempo. Y el extasis final, que llega a media película, es la conversación con el mediador y supuesta persona que debería arreglar semejantes problemas. Es el paradigma de la desesperación ante el intento de solucionar algo por los supuestos protocolos, las vanagloriadas vías de ayuda a las que debería acudir una joven por abuso. Su respuesta acaba siendo el terror de ver que él también forma parte del sistema. Y su dedo acusador la apunta. “No destruyas tu carrera por este malentendido”.

Sin ser explícita en ninguno de los casos, The Assistant habla del monstruo encerrado en el armario (Weinstein), que representa el reino de silencio y terror de Hollywood para las mujeres durante tanto tiempo. El rey va desnudo, todo el mundo lo sabe (ejecutivos, trabajadores, productores) i el sistema de contención le protege (el mediador). La única respuesta para sobrevivir es la contención, el sigilo. Y esta película es el grito silencioso cargado de rabia hecho desde un rincón, reclamando soluciones y exponiendo una verdad incómoda.
VictorRodrigo
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10
7 de febrero de 2021
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La intimidad de un conflicto de pareja se desborda en un conjunto de caudales emocionales, una vorágine de sentimientos, un fuego cruzado exquisitamente escrito y ejecutado por la magnífica dupla que forman Zendaya y John David Washington. Un ejercicio de cine teatral perfecto, con muy pocas grietas que la convierten, asimismo, en un drama humano creíble, con toda la complejidad que conlleva una discusión de tal elevada magnitud. El cineasta Sam Levinson vuelve a deslumbrarnos en la pantalla con una historia marcada por el huracán que supone el amor, la dependencia emocional; las diversas capas de una cebolla que representa una relación tan entrelazada entre dos personas marcadas por su pasado, su asfixiante presente y un futuro incierto.

Evocando a una elegancia infinita a través de cada escena, plano, escenario, tiro de cámara y canción -escogida cada una de ella con la precisión de un cirujano-, Levinson nos traslada al colapso de dos personas con personalidades fantásticamente construidas en un guion magnífico y firmemente representadas en la piel de Washington y Zendaya. La musa de Levinson, con quien cautivó el mundo en Euphoria, carga sobre sus espaldas con adjetivos nocivos como "la reina de los millennials". Zendaya merece los calificativos adecuados: es una de las mejores jóvenes actrices del planeta. Y Malcolm & Marie es la consolidación, la prueba definitiva.

Las críticas negativas a una supuesta presentación tediosa de las conversaciones entre la pareja evoca a una pregunta sincera: ¿qué tipo de discusiones pasionales han vivido aquellos que miran con desdén la representación de los protagonistas? El valor, el poder de la película radica en esta montaña rusa creíble, realista, asquerosamente humana que significa una discusión que empieza por un pequeño roce y se convierte en un monstruo que rasga las vestiduras emocionales, desentierra el hacha de guerra y da rienda suelta a todos los fantasmas del pasado del Malcolm y Marie. La dependencia emocional y artística se descubre como la yema del huevo en una relación construida por las virtudes y las problemáticas de cada uno.

En un huracán de sensaciones, Levinson reclama la mirada permanente de un espectador atónito a una interpretación magnífica de sus protagonistas. Washington, a ratos un eco de los magníficos discursos que ha regalado su padre en pantalla, se retuerce en la piel de un director de cine que espera las críticas de los profesionales en la noche del estreno de su película más importante. Zendaya, la pareja y acompañante del director, se destapa como la verdadera esencia de la obra de Malcolm, desgarrándose el alma en rencores, desamores, injusticias y desavenencias.

El virtuosismo innato de ambos intérpretes baila alrededor de las líneas escritas por Levinson, que a través de los dos personajes explora existencialismo del amor, la complejidad de las relaciones y los fantasmas que todo el mundo, incluso a tan joven edad, arrastra. En este tsunami de amor, el director y guionista pide protagonismo a través de la boca de Washington, cargando contra la industria -la real, la de verdad- del cine, sus prejuicios, sus adjetivos, etiquetas y moralismos. Tiene tiempo para girar la tortilla y señalar la pedantería de los creadores, marcados con el pecado eterno del artista, que considera su obra inmaterial, intocable, desmerecedor de crítica alguna.

Es una película brillante, inteligente, sorprendente y bellísima. El magnetismo entre los dos protagonistas es acertado en todas las conversaciones, pero sobre todo en los momentos más físicos. Las miradas, los despropósitos de rabia, los silencios, los gestos que desprenden en todo momento qué pasa por el cerebro del responsable. Y en todo este cóctel, una banda sonora escogida por el artista Labrinth que merece ovación aparte. Es un placer absoluto caer rendido en esta película, etiquetada erróneamente de pretenciosa, recargadas o pedante.

Los tempos de cada conversación están marcados con una teatralidad inmejorable, pero con una carga humana que traslada al espectador a recuerdos de sus amores más profundos. Queda mucho camino por recorrer en la multinacional de Netflix, pero criticada siempre por su ociosa falta de contenido profundo en sus obras, es un gozo absoluto disfrutar de esta historia. Quien se agote en esta historia carece de alma, de sensibilidad amorosa y artística. Y no hay tres mejores cineastas para explorarlo que Sam Levinson, Zendaya y John David Washington. Un diez.
VictorRodrigo
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2
21 de octubre de 2020
25 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entiendo el poder de Netflix. Entiendo su necesidad de hacernos ver a todos que poseen la capacidad, los recursos y el talento para adaptar, escribir, rodar y hacerse con lo que les de la realísima gana. Que lo entiendo. Pero dejadnos en paz en algunas cosas. Dejadnos recordar el sobrecogedor relato cinematográfico que crean los verdaderos genios como Alfred Hitchcock, cuyas películas 60, 70 y 80 años después siguen siendo frescas, ágiles, creíbles y consumibles. Dejadnos en paz con vuestras versiones modernas, ajetreadas, con filtros de Instagram y con una capacidad nula para crear personajes -¡e incluso aquellos que ya han sido adaptadas o versionados!-.

Sacad vuestras zarpas de un legado cinéfilo que ha forjado, cimentado y creado las bases de muchos directores, actores y productores a lo largo y ancho del siglo XX. Que ya está bien hombre. Que ni se merecen que perdamos el tiempo en 2 horas que no recuperaremos nunca ni en los 15 minutos que he tardado en vomitar en una palangana tras ver esta nueva versión de Rebecca. Desfilad rectos hacia el Infierno, que no os queda otra que pagar por vuestros crímenes infames.

Que no nos contéis cuentos. Que no había ni una -¡NI UNA!- necesidad de sacarle el polvo a Manderley, a De Winter ni a Rebecca. Que la readaptación podria haber sido más ambiciosa pero solo ha sido una muestra más del poder de Netflix, de su falta de escrúpulos y de una muestra de fuerza de su imperio. Danzad alrededor de esta hoguera creada con las cenizas de nuestros recuerdos, porque al acabar de ver esta película solo he querido arrancarme los ojos. Pobre Lily James y Armie Hammer. Anoche soñé que volvía a Manderley. Hoy he visto como volvían a arrastrarme a una película Infame bajo un sello supuestamente de calidad. Nos veremos en el Infierno.
VictorRodrigo
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8
20 de octubre de 2020
7 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ficción española estaba saturada de series blancas, permisivas, románticas y heroicas de los cuerpos policiales del estado. Retratos familiares de una institución que posee el monopolio de la fuerza en las calles, junto a otros cuerpos policiales y militares. Con estos precedentes, Antidisturbios de Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña ha disfrutado de los aplausos de la crítica española y del público además de la crítica furibunda de los sindicatos policiales por "humanizar de manera injusta" el departamento de la UIP (Unidad de Intervención Policial) a través de las vidas y desgracias de un grupo de antidisturbios de Moratalaz.

La realidad es otra: ni les hace ningún favor a nivel humano ni hace la crítica necesaria a un cuerpo que ha sido protagonista en los últimos cinco años. Evidencia la condición personal de un grupo de personas que hace su trabajo, los agravios a los que se enfrenta -policiales, judiciales, administrativos ...-, pero se posiciona detrás de los escudos, bajo los chalecos antibalas y dentro de las fundas donde se guardan las porras.

El talento audiovisual de Sorogoyen es innegable, con su puesta en escena particular y los tiros de cámara próximos a sus caras, viviendo casi su angustia y notando su aliento fatigado. Las escenas son crudas, realistas. Solamente hay que preguntar a los periodistas que cubren desahucios y todas aquellas plataformas que luchan por la vivienda digna para corroborar la veracidad del relato de Antidisturbios.

El problema no es la vivencia realista. El problema es la intención política, blanca y vacía de contenido. A veces incluso, decantada contra las entidades sociales o los inmigrantes. El obstáculo de Sorogoyen es volver a caer en la trampa de la película El reino. Sí, todo el mundo identifica la problemática, todo el mundo se puede imaginar quienes son, y dónde, y cuándo, y recordar algún caso que han visto y leído. Pero ningún nombre sobre la mesa, ningún riesgo para señalar protagonistas, culpables. Y, como siempre, muchas asociaciones policiales enfadadas porque si una serie no se parece a El Comisario o Los Hombres de Paco merece su reprobación. No les basta con recibir el apoyo del poder judicial.

En cuestiones técnicas es muy difícil criticar el trabajo de Sorogoyen e Isabel Peña. El ritmo es frenético, la tensión en varios momentos es tangible en las emociones de los espectadores y la madurez del guion es muy veraz. Atrapar el público no es fácil en un mundo saturado de plataformas y series. El reparto es el elemento clave de la producción: una elección excelente, unas interpretaciones impecables requeridas por el momento, la rigurosidad y la profesionalidad que precisa un relato tan delicado, añadiendo los toques brillantes de grandes actores, como Roberto Álamo, Hovik Keuchkerian, Raúl Arévalo y Vicky Luengo.

La contundencia de las imágenes chocará a muchos espectadores pero la realidad es aún más cruda. Sorogoyen definió el grupo de antidisturbios protagonistas como "una manada". Siguiendo su metáfora, nos pasamos los capítulos viendo como el grupo "de animales" se lame las heridas, lucha para defenderse de una serie de complicaciones ajenas a sí mismos que los lleva a una situación insostenible. Pero nunca vemos las heridas de la gente que recibe los golpes de porra, las actuaciones policiales, no conoce las injusticias por las que pasan tanto ellos como los agentes de policía. La rabia recorre todos los miembros de la serie Antidisturbios, desde los que van con armadura hasta los desahuciados, manifestantes, hooligans y los miembros de Asuntos Internos.

El guion de Peña y Sorogoyen está vacío de la realidad paralela que hemos vivido todos los ciudadanos durante los últimos tres, cinco, diez años en España. Sin embargo, ninguna de las escenas, tramas y vivencias de los personajes es mentira ni esconde una realidad real. El abanico de cretinos, profesionales y víctimas en un desahucio, una carga policial y una actuación están muy bien representados. Las vejaciones judiciales y administrativas contra los agentes, también. Los problemas psicológicos y la nula capacidad de autocontrol, de impecable rigor.

Antidisturbios no es la mejor serie del año. Es una serie magníficamente rodada e interpretada, una serie valiente que pone una primera piedra para seguir realizando ficciones espinosas sobre los cuerpos policiales. Pero ni mucho menos provoca los agravios que denuncian los sindicatos ni tampoco retrata de manera fidedigna los abusos policiales que cometen los antidisturbios, que tan bien ha aplaudido parte de la crítica que nunca ha pisado un desahucio, una carga policial o una manifestación que se descontrola.

Es una serie notable, vertiginosa y una referencia que hay que fiscalizar, no divinizar. Ponerse en la piel de los agentes antidisturbios es un ejercicio difícil pero necesario para forjarse una opinión poliédrica sin sectarismos. El problema radica en España: donde es el monopolio de la fuerza, donde radican las decisiones policiales, cuál es el perfil de muchos antidisturbios y por qué se obvian las palizas, los abusos y las actuaciones políticas como la del 1 de octubre. Mostrar los escudos, las heridas y las consecuencias está muy bien, pero preferiríamos que enseñaran los números de placa cuando le rompen los dientes a un manifestante, y el cuerpo sale blindado e impune. El público está preparado para afrontarlo sin paternalismos ni símiles.
VictorRodrigo
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Hollywood (Miniserie de TV)
Miniserie
Estados Unidos2020
6,5
3.695
Ryan Murphy (Creador), Ian Brennan (Creador) ...
7
9 de mayo de 2020
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las películas son sueños que se hacen realidad a través de una pantalla. Son miles de historias que conmueven y emocionan a los espectadores de todo el planeta. Relatos imaginarios, irreales, versiones de la misma verdad que vivimos cada día, tan mundana, imperfecta y repleta de grises. Sobre estos cimientos se construyó la industria cinematográfica de Hollywood, añadiendo toneladas de cinismo, un moralismo norteamericano que todavía hoy se arrastra, y todas las pinceladas posibles de racismo, clasismo, homofobia y misoginia que ocultaban actores, directores, productores y propietarios. Toda esta alineación titular de odio social es tumbada por la nueva obra de Ryan Murphy y Ian Brennan, donde responden a una de las mayores preguntas que se hace el ser humano, pero en referencia al pasado del séptimo arte: ¿Qué hubiera pasado si ...?

Entre adaptaciones y personajes que existieron realmente (George Cukor, Henry Wilson, Rock Hudson, Vivien Leigh ...), la miniserie intenta construir una realidad paralela, una ucronía, donde varias personas unen fuerza para romper estereotipos, barreras y prohibiciones en una industria tan prolífica como la del cine de Hollywood. Aunque el planteamiento de la serie sea muy blanco, a ratos infantil, la trama se ejecuta con solvencia y una elegancia impostada. Este último ingrediente es un clásico, un sello de las obras de Ryan Murphy, que suele molestar, y con razón, a muchísimas personas. Esta miniserie no ha sido una excepción en la inclusión de este elemento pero funciona como un guante a la hora de retratar la industria más impostada posible en el momento más indicado, el Hollywood de Oro, donde las apariencias eran más importantes que el contenido.

El reparto es insultantemente apuesto, otra de las capacidades de Ryan Murphy a la hora de escoger sus actores y actrices. No es ningún inconveniente sino un añadido al ya explicado momento histórico en el que transcurren los acontecimientos, aquella ciudad de Los Ángeles repleta de estrellas que iluminaban el cielo pero dejaban en la sombra todas las carencias de la sociedad norteamericana. Una grata sorpresa (i satisfactoria) es ver a actores teatrales en la obra, como Joe Montello, Patti LuPone o Jeremy Pope, pero la mayor es encontrarnos una brillante interpretación de Jim Parsons en el papel de Harry Wilson, dejando atrás el Sheldon Cooper que siempre le ha perseguido.

La trama no es nada complicada y los problemas son frívolos, banales. Se nota la intencionalidad de los creadores de vestir una crítica ácida, humorística y con un razonamiento lógico, a veces forzado, contra las imposiciones moralistas de época en la sociedad y la cinematografía, pero a veces todo esto pierde sentido, se quedan a medias o contrastan con la misma serie -quejas contra el machismo, pero todas las mujeres podrían ser diosas griegas, o un tratamiento, casi blanqueo, de la prostitución-. Inconvenientes y defectos que se olvidan a lo largo de las escenas, arrancando sonrisas a los espectadores si es que no la han perdido por el camino. Todo parece que se solucione de una manera demasiado fácil, demasiado precipitada, demasiada coincidencia positiva. Pero esta es la gracia de la miniserie: te muestra todo lo contrario (lo que habría pasado si ...) de lo que ocurrió en aquella época, pintada en oro, pero repleta de oscurantismo, sufrimiento y desgracia.

Los finales felices en un mundo multiplataforma, saturado de series que intentan ser el mayor dramáticas posibles, no lo veo como un error. Es una invitación a la reflexión sobre los cánones que todos hemos aceptado y establecido sobre la industria de Hollywood, del mismo cine y de una sociedad que ha cambiado a lo largo de 80 años pero tiene mucho camino por recorrer. Ninguna persona debería amargarse, dejar de escribir historias ni sentirse marginado porque no explican la suya a través de las películas, porque le olvidan desde las productoras. Esta es la gran conclusión que se extrae de Hollywood, además de la sonrisa y de las ganas de recorrer Beverly Hills en un Cadillac descapotable.
VictorRodrigo
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