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Críticas de Wladimyr Valdivia
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Críticas 157
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
20 de octubre de 2014
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para quienes conocen y son seguidores de la comedia y el insuperable humor negro de Pedro Ruminot, Sergio Freire, Fabrizio Copano y Rodrigo Salinas (comediantes chilenos), sabrán lo que se esperan al ver “Barrio Universitario”, fundado sobre las bases del sarcástico, absurdo e incoherente estilo de hacer comedia, que vino a refrescar la pantalla de la televisión chilena en los últimos años.

Esteban Vidal, director de TV y con más de 40 videoclips en el cuerpo (Kudai, De Saloon, Jorge González, entre otros), debuta en la dirección de un largometraje para cine, elaborado en conjunto con Ruminot y Copano, guionistas y creadores de la película, quienes presentan “Barrio Universitario” bajo el alero de Fábula Producciones, una de las instituciones más consagradas del audiovisual chileno tras el exitoso paso de “No” (2012) por los Premios Oscar y un sin número de éxitos (“Ulises”, “Post Mortem”, “Tony Manero”), quienes en esta oportunidad le dieron el espaldarazo a una comedia liviana y sin mayores pretensiones.

“Barrio Universitario”, filmada en tan sólo un mes, cuenta la historia de cuatro amigos de infancia, Miguel (Fabrizio Copano), Dakota (Pedro Ruminot), Dallas (Sergio Freire) y el Guata (Rodrigo Salinas), compañeros en el Instituto de Informática “Michael J. Fox”, un centro de estudios de muy bajos recursos, quienes se ven enfrentados a un reto: competir frente a la tremenda “Universidad Superior” en un concurso para crear al mejor robot y obtener el gran premio final: un viaje a Silicon Valley, EEUU.

Sin duda, la única intención de la cinta es entretener y lo consigue de muy buena manera, sin abusos, sin desnudos ni groserías gratuitas, sin apelar al morbo ni a la política, ni al fútbol ni a la religión. Y es quizás ahí donde radica el mayor mérito de la película, que a pesar de ser un compendio de situaciones absurdas y diálogos surrealistas, se mantiene fiel al estilo y particular humor desarrollado por Ruminot y Copano detrás del guión, el que nunca pierde el hilo argumental y nos conduce a través de la historia de manera ascendente, sin grandes técnicas audiovisuales ni efectos detrás de la filmación, pero si sobre una narrativa sin vacíos, sin escenas de más y sobre la creación de personajes lo suficientemente acabados para las propias exigencias del film, que insisto, no van más allá de hacernos pasar un buen rato y soltar una carcajada de vez en cuando.

A pesar de que en ciertos momentos, la cinta pretende hacer cierta crítica al momento actual del país, específicamente al problema de la educación y el sesgo social, no ahonda jamás en ello, sin ir más allá de un par de líneas en el parlamento de algún personaje, lo que resulta también un acierto y afirma la poca pretensión y la más absoluta honestidad del trabajo con el género de la comedia y la intención de los creadores a la hora de filmar y dar con el simple y real objetivo.

No sorprende el histrionismo y la natural espontaneidad de los actores en sus roles principales. Ruminot, Copano, Freire y Salinas hacen mella de su inacabable sentido del humor, desparpajo y la envidiable falta de miedo al ridículo, para plasmar en pantalla personajes tan graciosos como verosímiles: un geek enamorado de una inalcanzable ABC1, un metalero con poleras escritas a mano, un rubio mal teñido que pretende ser lo que no es, y un inmaduro con sobrepeso amigo hasta la muerte de sus amigos.

Alejados de la sobre interpretación, a ratos teatral, del acostumbrado reparto chileno, sobresalen justamente por no caer en ello el resto del reparto: Juanita Ringeling, Marcial Tagle, Luis Dubó, Alessandra Denegri y Felipe Avello, todos cumpliendo de manera correcta con su papel y dándole forma y sustento a la historia. Los cameos de Iván Arenas e Italo Passalacqua suman de manera positiva, lo que también se agradece.

Finalmente, imposible no darle un dedo para arriba a la banda sonora de la película. Ases Falsos con la canción “Estudiar y Trabajar” de su disco “Juventud Americana” (2012), son el alma y corazón de “Barrio Universitario”, tema central de la película, que musicaliza los créditos finales; Juan Cristóbal Meza (“Fuga”, “Prófugos”) y su orquestada música incidental le dan un valor agregado a diversas escenas; Francisca Valenzuela, Los Bunkers y Los Ramblers terminan por darle la frescura a una cinta que, como pocas dentro del género, sabe cómo hacer del elemento sonoro un personaje más dentro de la trama, premio para el equipo técnico y el trabajo de post producción de la cinta. Recomendable y para toda la familia.

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elotrocine.cl
Wladimyr Valdivia
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7
20 de octubre de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El caso de las hermanas Quispe es, sin duda, uno de los relatos más impactantes ocurridos en el contexto de la Dictadura Militar en Chile. Esto porque tres mujeres de la cultura Colla, un pueblo originario que aún existe en Chile, decidieron acabar con sus vidas muy cerca de su hogar, una choza en medio de la nada, al interior de la Región de Atacama. El hecho impactó por su forma y las extrañas circunstancias que rodearon al suceso, el que motivó al dramaturgo chileno Juan Radrigán a llevar la historia al teatro en 1980, cuya obra retornó a las tablas este 2013.

Y es precisamente sobre esta obra en particular -y a la historia en general- en la que se basó Sebastián Sepúlveda para dirigir “Las Niñas Quispe”, el último estreno nacional.

La cinta nos sitúa exactamente en el mismo lugar donde vivían Justa (Digna Quispe), Lucía (Catalina Saavedra) y Luciana (Francisca Gavilán), tres hermanas que sobrevivían gracias la venta y manufactura de sus cabras y ovejas, las que pastoreaban durante el día, lejos del sostenido ruido de balas y bombas que inundaban al país en plena dictadura. Sólo Justa, la hermana mayor, tenía ciertos conocimientos de lo que sucedía allá afuera, manteniendo siempre las historias lejos de los oídos de sus hermanas. En ciertas ocasiones, en medio de la nada, aparecían chilenos que, arrancando del país, llegaban donde ellas para solicitarles ayuda y poder atravesar la frontera para ir hacia Argentina cruzando la Cordillera. Vivían agobiadas de sus vidas, del letargo, del miedo, la incomunicación y la incertidumbre que les generaba la posibilidad de que los militares llegaran y les confiscaran su rebaño.

Con el silencio como música incidental y tan sólo tres personajes en escena durante los 80 minutos de metraje de la película, “Las Niñas Quispe” resulta un cuidadoso relato, potente y conmovedor, del día a día de estas hermanas. La cinta deja ver la soledad y modo de vida de tres mujeres, cuya hermana mayor, Justa, hacía las veces de madre, tomando las decisiones y sobreprotegiendo a Lucía y, en especial, a Luciana, la menor de las tres.

La atmósfera es, por momentos, desgarradora, sostenida en todo momento por el inmenso peso actoral de dos figuras de la pantalla grande en nuestro país: Catalina Saavedra (“La Nana”, “Gatos Viejos”) y Francisca Gavilán,(“Violeta se fue a los Cielos” “Ulises”), la primera como una mujer dura, inconmovible, sin escrúpulos, a ratos masculina; la segunda lo suficientemente retraída, aprendiendo a (sobre)vivir y, probablemente, más consciente que ninguna de lo duro que resulta su propia vida. Párrafo aparte merece Digna Quispe (Justa), sobrina en la vida real de las hermanas, que se roba la película interpretando con una naturalidad que ya se la quisieran varios actores.

Filmada a 4.000 metros de altura, en el sector de la Tola, a 190 kilómetros al interior de Copiapó, “Las Niñas Quispe” nos pone a disposición una historia en todas sus formas, sin pretensiones, sobre una historia real que retrata el contraste de dos mundos: una cultura altiplánica ancestral que, sin mediar, se vio sometida al miedo, la presión y las repercusiones de un golpe militar, permitiendo al espectador respirar ese denso y pesado aire, que silba entre cerros, trayendo consigo el grito de cientos de personas que vivían una pesadilla detrás de la inmensidad de esos muros de tierra.

Planos largos, primeros planos y una fotografía pintada a mano completan el primer cuadro dibujado por Sebastián Sepúlveda, un joven director que hoy se abre paso con su ópera prima, donde la muerte es tan sólo un ritual que da paso a la libertad de tres hermanas que, sin enterarse, se convirtieron con el paso del tiempo, en otras víctimas más del miedo y el horror de una dictadura que no respeto, siquiera, a las raíces del país y su gente.

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Wladimyr Valdivia
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