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España España · Donostia-San Sebastián
Críticas de Keichi
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Críticas 24
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
8 de septiembre de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Diez años después de Jules y Jim Truffaut decidió regresar al universo literario de su amigo Henri Pierre Roché llevando a la gran pantalla su segunda gran novela, Las dos inglesas y el continente. La historia se sitúa de nuevo a comienzos del Siglo XX y gira en torno a un triangulo amoroso, sustituyendo a los dos hombres por mujeres. Claude (Jean-Pierre Léaud) es un joven francés de vacaciones en Gales. Allí conocerá a las hermanas Brown, Anne (Kika Markham) y Muriel (Stecey Tendeter), con las que entablará una relación que se extenderá a lo largo de varias décadas. Las intérpretes femeninas están fantásticas en su emulación de Las hermanas Brontë, no así Léaud, que más allá de Antoine Doinel ofrece un flojo trabajo. A destacar la fotografía de Néstor Almendros, recreándose en los paisajes naturales. También la soberbia música de Georges Delerrue, al que incluso podemos ver en un breve cameo.

Es completamente necesario cotejar esta película con Jules y Jim, por sus orígenes y temáticas comunes, los límites del amor libre, las relaciones entre hombre y mujer y el sacrificio que enfrenta la pureza con el sexo. En Jules y Jim Truffaut contaba la historia de un modo completamente innovador, el elemento diferenciador que convertía al film en algo único. Aquí nos encontramos a un Truffaut muy academicista, lo que deviene en un film excesivamente monótono. Hasta la voz en off termina jugando en contra. Los vaivenes emocionales tan característicos de la filmografía del francés deconstruyen el amor como algo inexplicable, un sentimiento sometido a impulsos y reflexiones absolutamente inestables. Al igual que las obras de Roché, que solo adquirieron fama de forma póstuma gracias a sus adaptaciones cinematográficas, Las dos inglesas y el amor fue un fracaso comercial y de crítica mitificado tras la muerte de Truffaut.
Keichi
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8
8 de septiembre de 2012
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cuarta entrega de las aventuras del antihéroe de Truffaut presenta a un protagonista recién casado. Antoine ha consumado la relación que iniciara con Christine en Besos robados pero sigue siendo un bohemio con tendencia a la ensoñación y el infantilismo. El director lo retrata una vez más con ternura, tanto en sus absurdos oficios -vendedor de flores tintadas, operario de maquetas de barcos- como en esa mirada ingenua que prefiere el vuelo de los pájaros a la realidad del suelo, pero esta actitud le costará cara cuando se embarque en una aventura amorosa con una joven japonesa (Hiroko Berghauer). Aunque la excentricidad de algunas de las situaciones de la película pueda parecer excesiva, Truffaut sabe hacer creíble al protagonista, consiguiendo incluso que la conversación telefónica en la que este se queja de su amante a su mujer no chirríe.

Truffaut vuelve a recurrir a una serie de gags en los que lo cotidiano se mezcla con el surrealismo, la paternidad, la vida burguesa o el matrimonio. Así sucede con la excéntrica comunidad de vecinos que podría encontrar su eco en los parroquianos del café de Amélie. Como viene siendo habitual, los homenajes del film son incontables, desde el Hulot de Jacques Tati que irrumpe en la estación a la intervención del imitador televisivo citando a Resnais o las autorreferencia a Besos robados. Especialmente bien están Jean-Pierre Léaud y Claude Jade -convertida en una especie de clon risueño de Catherine Deneuve- a los que acompañan secundarios habituales del director como Daniel Boulanger o el habitual cameo del productor Marcel Berbert. Se consolida también el tándem Duhamel-Almendros. En definitiva, una excelente comedia y probablemente la mejor de las películas de la serie de Atoine Doinel desde Los 400 golpes.
Keichi
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7
8 de septiembre de 2012
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para esta segunda adaptación de una novela de William Irish (Vals en la oscuridad)
Truffaut contó con un abultado presupuesto, de ahí que se permita desplazar al espectador hasta los lejanos territorios de ultra mar. La historia comienza en la isla francesa de La Reunión. Jean-Paul Belmondo da vida a Louis Mahé, un rico terrateniente de la industria del tabaco prometido por carta con Julie Roussel, a quien no conoce en persona. A su llegada a la isla Louis queda inmediatamente prendado por la belleza de Julie, una espectacular Catherine Deneuve. El idilio se romperá cuando la verdadera Julie se revele como una impostora que tras la boda huye con los fondos bancarios de su esposo. Louis la perseguirá hasta Francia con la intención de vengarse solo para descubrir que, a pesar de todo, no puede dejar de amarla. Los vaivenes emocionales están garantizados.

Aunque narrada en forma de thriller, La sirena del Mississippi ahonda en una de las temáticas predilectas de Truffaut, la de los límites de las relaciones amorosas. Su protagonista es arrastrado a la pobreza, la degradación, el crimen y finalmente la enfermedad por una mujer sin escrúpulos que solamente en última instancia deja un espacio para la duda. Así, los protagonistas son un terrible símil del amour fou, entendido como una pasión autodestructiva o un círculo vicioso. La misma película es un viaje cíclico del amor a la muerte y de la muerte al amor, del sol de los isleños a la nieve que todo lo envuelve en su engañosa pureza. Como no podía ser de otro modo, la sombra de Hitchcock planea sobre el film continuamente, especialmente en sus referencias a Vértigo. La versión de la novela que Michael Cristofer dirigió en 2001 (Pecado original) con Antonio Banderas y Angelina Jolie se queda muy lejos de la de Truffaut.
Keichi
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7
8 de septiembre de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta maravillosa rareza recoge la historia real de Víctor de Aveyron, el caso más famoso de un niño criado en la naturaleza que conmocionó a la Francia de finales del Siglo XVIII. El pequeño salvaje (excelente interpretación del joven Jean-Pierre Cargol) recaerá bajo el cuidado del doctor Jean Itard (el propio Truffaut), quien tratará de reintegrarlo en la sociedad mediante un sinfín de ensayos y experimentos. Con un presupuesto exiguo Truffaut se las ingenió para rodar un film de época de impecable factura. A ello contribuye notablemente la fotografía en blanco y negro del español Néstor Almedros, desde entonces un inseparable de Truffaut, pero también la música de Vivaldi bajo la dirección de Antoine Duhamel. Como veremos, no es casual que el director dedique esta película a su propio “hijo adoptivo”, el actor Jean-Pierre Léaud.

Decimos que El pequeño salvaje es un film un tanto atípico dentro de la filmografía de Truffaut no solo por su regreso al blanco y negro, sino también por la ambientación y su estilo formalista que por momentos coquetea con el documental. Aunque pueda parecer otra cosa, la película se aleja por completo de la biografía para iniciar un diálogo sobre la educación como eje de la sociedad, entendida esta en un contexto histórico en el que vivieron grandes pensadores como Diderot, Montesquieu y Voltaire pero especialmente Rousseau y sus tesis sobre el hombre natural. Pero, a pesar de estas ínfulas reflexivas, el director deja patente una nostalgia por el origen perdido, la naturaleza que dejará a Víctor huérfano de nacimiento para encontrar una cierta ternura paternal en su educador. Truffaut demuestra una vez más que no solamente era un intelectual sino también un humanista.
Keichi
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8
8 de septiembre de 2012
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Besos Robados Truffaut vuelve a interesarse por el destino de su predilecto Antoine Doinel, eterno Jean-Pierre Léaud. El alter ego del director ya es todo un hombre, aunque en el fondo siga siendo el mismo adolescente rebelde, idealista e inmaduro de siempre. Expulsado del ejército, Antoine ejercerá de vigilante nocturno, detective privado, dependiente encubierto y técnico de servicio. Tampoco sus amoríos permanecerán estables, entre la esquivadiza Christine (Claude Jade) y una idealizada Delphine Seyrig cuyas infidelidades a su marido (Michael Lonsdale) emulan a las de El lirio del valle de Balzac. Así, la historia del film es un continuo ir y venir de vivencias y contradicciones en las que trata de encajar un protagonista patoso pero encantador en su inocencia. Al éxito del film contribuyó sin duda la maravillosa partitura de Antoine Duhamel, con el que Truffat volvería a contar para La sirena del Mississippi y Domicilio Conyugal.

A pesar de que algunos consideran que la situación política de Mayo del 68 quedó reflejada en la película, Besos Robados es un film sin excesivas pretensiones, aunque ahí queda el homenaje a Henri Langlois, apartado por el gobierno de De Gaulle de la Cinémathèque Francesa. Truffaut rueda el devenir de su protagonista como una serie de situaciones inconexas que van de lo cotidiano al surrealismo, Antoine frente al espejo, las tostadas del desayuno o un imaginario sistema de correo subterráneo. Pero detrás de esta aparente insustancialidad hay una incuestionable ternura, la del amor entendido como algo inestable, volátil, la eterna nostalgia a la que se refiere la canción de Charles Trenet que abre y cierra la película. Y a tenor del perseguidor de Christine, nunca se es lo suficientemente adulto para no volverse loco por alguien. No cabe duda de que detrás de la cámara de Truffaut había un romántico empedernido.
Keichi
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