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España España · Donostia-San Sebastián
Críticas de Keichi
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Críticas 24
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
8 de septiembre de 2012
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En este largometraje Truffaut vuelve a tocar una de sus temáticas predilectas, la del género femenino. La película rememora las muchas conquistas de Bertrand Morane, un hombre que vive exclusivamente por y para las mujeres al que interpreta un estupendo Charles Denner. Como muchos otros trabajos del director, se trata de un film a medio camino entre la comedia y el drama del que se extraen interesantes reflexiones sobre las relaciones de pareja y el eterno dilema del amor. Acompañando a Denner se van sucediendo un nutrido grupo de actrices, destacando Nelly Borgeaud, Geneviève Fontanel y Nathalie Baye. Para esta película se recupera la fotografía de Néstor Almendros, mientras que la música vuelve a incluir temas de Maurice Jaubert. Años más tarde Blake Edwards rodó un remake protagonizado por Burt Reynolds titulado Mis problemas con las mujeres.

Nos hallamos sin duda ante una de las películas más autobiográfica del realizador. Detrás de cada amante, de cada mujer, se intuyen las historias de amor del propio Truffaut, hasta la primera de todas ellas que es la de la madre. Pero no encontraremos la promiscuidad de un conquistador al uso en su fetichismo por las piernas heredado de Buñuel. Efectivamente, el amante-seductor del film no es más que otro Antoine Doinel, un niño adulto más incapaz de comprometerse que no dispuesto a ello. Truffaut vuelve a insistir en la idea de que el amor libre nunca lo es en términos absolutos. Pero si Truffaut amaba a las mujeres, también hacía lo propio con los libros y por ello referencia aquí su proceso creativo. Del mismo modo que ocurriera en La noche americana con el cine, el director nos habla del oficio del escritor, de los recuerdos que perduran en el texto y la necesidad de volver a narrar un mismo hecho desde otro punto de vista, sin saber siquiera adónde nos lleva.
Keichi
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9
8 de septiembre de 2012
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Truffaut siempre tuvo algo de niño grande y como tal se interesó especialmente por el mundo de la infancia. En esta película buscó retratar las diferentes vivencias de un grupo de escolares de la localidad de Thiers, desde las geniales ocurrencias de los chavales pasando por el descubrimiento del amor o los maltratos familiares silenciados. El realizador nos regala aquí algunas escenas memorables, como la de la caída desde la ventana o el primer e inocente beso que cierra el film. Una vez más, el do de pecho lo dan los pequeños protagonistas, incluido un breve cameo de la hija del director. También los adultos, encabezados por Jean-François Stevenin, están fantásticos. Nuevamente, Truffaut recuperó para la ocasión alegres piezas clásicas del ya fallecido Maurice Jaubert, compositor al que volverá a recurrir más adelante. La fotografía vuelve a corresponder al ya habitual Pierre-William Glenn.

Una vez más, la lectura del film versa sobre la educación, temática ya abordada en Los 400 golpes pero también en El pequeño salvaje, pudiéndonos remontar incluso hasta el principiador cortometraje de Les Mistons. Pero si en la primera de las aventuras de Antoine Doinel Truffaut se identificaba con el niño rebelde, aquí es el adulto profesor. Resulta interesante comparar la visión que de las instituciones presentan una y otra película. En su opera prima el director entendía la escuela y a la policía como instrumentos represores, pero el paso del tiempo los ha convertido en tutores y protectores de los más pequeños. No obstante, los niños siguen siendo unos grandes olvidados. Esta visión cristaliza en el apasionado discurso final del maestro que no esconde sus ecos autobiográficos, toda una oda a las nuevas generaciones y su valor futuro. Injustamente olvidada dentro de su extensa filmografía, esta película debiera estar considerada como una de las mejores de Truffaut.
Keichi
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7
8 de septiembre de 2012
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al igual que hiciera con las memorias de Jean Itard en El pequeño salvaje, Truffaut se sirvió de elementos autobiográficos para llevar a la pantalla hechos históricos. Aquí nos narra la novelesca y desgraciada vida de la segunda hija de Victor Hugo, a la busca y captura de su pretendido. Se trata de un romance nada habitual en su filmografía, en tanto este no es correspondido ni involucra a terceros. Como no podía ser de otro modo, Adela profesa la religión del amor incondicional y autodestructivo. Su diario retrata a una mujer completamente desquiciada cuyo destino solo puede terminar en tragedia pero del que Truffaut extrae a la postre un cierto orgullo desafiantemente romántico. El director recuperó para la ocasión piezas del fallecido Maurice Jaubert, afamado compositor de cine al que también recurriría en sus tres siguientes películas. La fotografía volvió a correr a cargo de Néstor Almendros.

Destaca en todo momento la interpretación de Isabelle Adjani, acompañada por Bruce Robinson como el teniente Pinson y la excelente secundaria Sylvia Mariott. Adjani da vida a un personaje hermosamente lívido, una frialdad que compensa con arrebatos de locura absolutamente magistrales, hasta transmutarse en un verdadero espíritu en pena al final de su deterioro mental. Su trabajo le valió, entre otros reconocimientos, un César y una nominación al Oscar. En un claro ejercicio de contención e intimismo, Truffaut rehúye obsesivamente del plano general y los paisajes en favor de escenarios minimalistas, casi teatrales, a medio camino entre el film de época y el melodrama. Aunque la película se desarrolla casi íntegramente en Nueva Escocia, tanto los interiores como los exteriores fueron rodaron en Guernsey, hogar en el exilio de Víctor Hugo, de donde también procedían muchos de los actores secundarios.
Keichi
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8
8 de septiembre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La noche americana, uno de los trabajos más hermosos y queridos de Truffaut, supone todo un ejercicio de metacine. Realidad y ficción dentro de la ficción, cine dentro del cine, se entremezclan en el rodaje de Os presento a Pamela, una película ficticia. Como no podía ser de otro modo, el propio Truffaut se asigna el papel de director. Le acompañan un variado elenco de intérpretes, destacando los actores protagonistas Jacqueline Bisset, Jean-Pierre Léaud, Jean-Pierre Aumont y una maravillosa Valentina Cortese. También podemos ver a Nathalie Baye en una de sus primeras apariciones. Con esta historia el realizador consiguió no solo captar el ambiente de equipo que se respira detrás de las cámaras sino también llegar al corazón de los profesionales de su gremio: La película estuvo nominada a cuatro Oscars, de los cuales obtuvo el de mejor película de habla no inglesa.

Repiten Pierre-William Glenn y Georges Delerrue, quien vuelve a deleitarnos con una partitura extraordinaria. El mismo inicio del film nos da una idea del aprecio que François sentía por este compositor, con esa consulta musical en negro. Truffaut alardeaba habitualmente de cinefilia pero en esta película sus homenajes se disparan, llegando incluso a la autorreferencia en la gestación de una escena de La piel suave. Detrás de la cotidianeidad del rodaje, los pequeños trucos revelados al espectador o las inevitables vueltas al amor siempre está la mirada del niño romántico que robaba las postales de sus ídolos en sueños. Al igual que la ilusión de la noche americana, el cine imita a la vida pero siempre termina superándola. Lo dice una de las frases más recordadas del film: En el cine no hay atascos ni tiempos muertos. Las películas avanzan como trenes en la noche. No puede concebirse mejor canto de amor al oficio del cine.
Keichi
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6
8 de septiembre de 2012
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mientras Truffaut realizaba un viaje en avión cayó en sus manos una novela de Henry Farrell titulada A Gorgeus Kid Like Me. Nada más leerla el director compró los derechos para llevarla a la gran pantalla. El protagonista es Stanislav Previne, un joven sociólogo que prepara un libro acerca de la criminalidad femenina. Su sujeto de estudio es Camille Bliss, de la que iremos conociendo el pasado en forma de flashbacks. Con esta inusual incursión en la comedia negra Truffaut se aleja en gran medida de sus géneros predilectos pero no por ello renuncia al personaje de la mujer fatal, un ser amoral, libertino y egoísta que acaba por destruir todo lo que toca. Su particular visión del feminismo expresada a través de la ironía y la frivolidad es la del hombre indefenso ante las armas implacables del supuesto sexo débil. Una vez más, el amor convierte al amante en un ser ingenuo y carente de orgullo.

Lo mejor del film son sin duda los actores, encabezados por una irreverente y verborréica Bernadette Lafont -había sido una de las primeras musas del director en el cortometraje Les Mistons- y el debutante André Dussollier, especialmente reconocido en adelante gracias a las películas de Alain Resnais. La nota de color la aportan los desquiciados y caricaturescos secundarios, entre los que destacan viejos conocidos como Charles Denner. A la música de Georges Delerue le acompaña en esta ocasión la fotografía del reputadísimo Pierre-William Glenn. Podemos situar Una chica tan decente como yo en la onda de la comedia italiana e incluso de los primeros films españoles del destape. Aunque un tanto excesiva, la fría acogida que tuvo en su momento la corrobora como una película menor dentro de la filmografía de Truffaut. Entretenida pero no brillante.
Keichi
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