Chocolate y del bueno hay que fumarse para tragarse semejante bodrio.

No desentonaría un domingo por la mañana en cualquier canal de la tele, sin duda.

Se ha lucido aquí el colega, el productor de la serio tengo entendido que és. Un figura. Curiosamente, de los pocos en esta serie que no ha adaptado una historia de otro autor, pero precisamente el que más necesitaba hacerlo, porque vaya creación más lamentable se ha marcado este sujeto.

No sé, no quiero entrar en detalles porque es que poco o nada se salva y además ya lo han señalado otros usuarios con bastante acierto. Joder, que mi prima de seis años escribiría una historia más coherente que ésta, donde nada se explica, los personajes son realmente patéticos y las situaciones y los diálogos son para troncharse de tan inverosímiles que resultan (algunos de auténtica vergüenza ajena).

Ni siquiera la, obligada por contrato, ración de tetas salva el asunto en esta oda al aburrimiento y el sinsentido. Por no hablar de ese final tan lamentable.

Lo único que queda tras ver esta magna obra es la desagradable sensación de haber desperdiciado una hora de mi vida.

Mira que tenía ya ganas de verla, pero que decepcionante ha resultado ser al final. Queda lejos de Zombie's Party, mejor en todos los sentidos. Y que conste que agradezco que al menos de vez en cuando llegue una de zombies a las salas, aunque sólo sea para refrescar un poco el panorama, pero no por ello puedo ser condescendiente con Zombieland.
La cuestión es que cómo yo me tuve que tragar Avatar, hice que mis amigos se tragaran Zombieland con la esperanza de, o bien escandalizar, o bien echar unas risas, y la verdad es que ni lo uno ni lo otro.
Un ambiente de total indiferencia se respiraba tras los créditos finales. ¡Y tiene delito!, después de ese gran comienzo a ritmo de For Whom the Bell Tolls y esos instantes iniciales que hacían presagiar algo grande. Además aparece Harrelson, con un papel que parece irle que ni pintado. Poco a poco la cosa va desinflándose.
No salen zombies. Harrelson se vuelve marica. El protagonista no tiene carisma y dos teenagers inverosímiles toman protagonismo en un film que, de repente, empieza una historia romántica mil veces vista.
Para colmo, el tan famoso cameo no tiene ni puta gracia si ya lo sabes y probablemente si no lo sabes tampoco la tiene.
En fin, que es posible que sea un buen intento y, desde luego, prefiero ver Zombieland (que tiene sus puntos graciosos, es cierto: dos) a la mayoría de lo que ponen en multisalas, pero ni de lejos esperaba esta medianía.

Recuerdo cuando era joven que íbamos al videoclub, siempre a por una de terror, y nos quedábamos siempre mirando la misma carátula (la de Hellraiser III, que por cierto es prácticamente calcada a ésta) y con las ganas de alquilarla, porque siempre, siempre estaba pillada. Aquella cabeza llena de pinchos nos tenía fascinados. Hasta que por fin conseguimos verla sin, ni siquiera, saber que era la tercera entrega de una saga que a la postre sería sorprendentemente prolífica.
Así que ante las críticas que afirmaban que la primera era la mejor de todas las entregas me lancé a verla.

Y mi veredicto es que Hellraiser es terror con todas sus letras. Así de simple. De verdad, no sé como se ha desvirtuado tanto este género en los últimos tiempos, simplificándolo hasta el paroxismo mediante estúpidos psicópatas del todo a cien, jovenzuelos mongólicos y una rastra de clichés que han convertido al terror actual en un género repetitivo y previsible, en la mayoría de casos.
Esta película, aún con sus limitaciones y defectos (no especialmente importantes, en mi opinión) cumple con las premisas que muchos aficionados demandamos, esto es: unos monstruos muy feos, que además son unos auténticos cabronazos, y sangre, mucha sangre; pero es que ¡hasta tiene argumento!, los personajes están bien perfilados, la ambientación está muy lograda y los efectos son buenos, teniendo en cuenta que tiene más de veinte años. Cierto es que el final es demencial pero Hellraiser es, por méritos propios, un clásico instantáneo y un auténtico testimonio del mejor terror ochentero.

Lo mejor: cabeza-pincho y sus compis en atuendo sado. Ah, y la mala malísima. Los personajes, sujetos normales en situaciones límite.

Lo peor: ese final de chiste; algunos peinados que dañaban la visión y, sobretodo, la camisa de cuadros que luce el novio de la protagonista en la última escena. Pa matarlo. De largo, lo más terrorífico de la película.

He aquí una revisón de la-típica-fea-guarrona-que-se-tira-a-todo-el-pueblo, pero dándole una vuelta de tuerca hacía algo un poco más macabro, digamos. La verdad es que me llamó mucho la atención las ansias de cópula de la muchacha y no se hasta que punto es solo una excusa para mostrar algo de carne o realmente forma parte de esa cruel y grotesca paradoja de juntar una cara que parece haber sido rociada con ácido y un cuerpo de escándalo, en una mezcla de erotismo y asco a partes iguales.
No se, las lecturas que se pueden hacer son varias. La principal es obvia, y no es otra que el retrato del género masculino reducido a una idea esencial: somos capaces de olvidarnos de cualquier cosa con tal de meterla en caliente. Da igual que aquí la amiga sea prima lejana de un orco o que tenga su residencia en Chernobil, la cuestión es que si tienes ocasión de mojar, moja. Que lo que tenga que venir ya vendrá. De hecho, Argento deja caer esa cuestión ¿tu no te la hubieras tirado o qué?.
Aquí se ve venir lo que va a ir pasando, a grandes rasgos, pero no impide que sea un buen entretenimiento y que suscite en uno sensaciones diversas, antagónicas, al igual que le sucede al protagonista de esta historia.

Está hecho un armario el Robert Englund. Y aunque no es tirillas de Pesadilla en Elm street, sigue siendo bastante carismático. Se encuentra agusto como showman del macabro espectáculo que presenta. De hecho es casi lo único que queda después de ver esta historia, el poder ver a un clásico del género de terror.
Y eso que parte de una idea, al menos, curiosa, esa de resucitar muertos para verlos bailar, pero bastante desaprovechada (en parte porque los bailes provocan, en ocasiones, más de una carcajada).
Peca de efectista el señor Hooper, en la estética, en la realización, en algunas escenas en concreto, pero al final todo está al servicio de una historieta que no trasciende en absoluto, ni en la recreación de un futuro post-apocalíptico ni en la infrahistoria de, digamos, venganza o reprimenda que nos quiere vender. Es cierto que consigue que la madre nos caiga mal, pero lo cierto es que su inexpresiva hija es también una imbécil de cuidado.
Fallida.