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Fanny y Alexander

Drama La historia está ambientada en 1907, en Uppsala, Suecia, y se centra en los Ekdahls, la familia del joven Alexander y su hermana Fanny. Los padres se dedican al teatro y son felices, hasta que el padre muere de forma repentina. Al poco tiempo, la madre decide casarse con un líder religioso conservador, una decisión que cambiará sus vidas. (FILMAFFINITY)
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Críticas 91
Críticas ordenadas por utilidad
19 de marzo de 2009
49 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sostengo, aunque me cueste mis berrinches, que el CINE murió finalizados los 70. Luego llegaron peliculitas y engendros: best sellers adaptados, (unos mejores, otros peores), productos de mero entretenimiento creados para lucimiento de titiriteros de a 3.000 millones de dólares la producción, ataviados de pret à porter y embutidos en cotilleos.

Al tiempo, nos asaltaron los videoclubs, los videojuegos, los efectos especiales, Paris Hilton, las subvenciones del Ministerio de Cultura a todo bodrio concebible y un sinfín de directores de menor calado que la propia Paris. Y por supuesto, los productores con olfato canino para la pasta: donde sea que esté, aún a costa de patrocinar mediocres proyectos bajo una única condición, que sean taquilleros. De otro modo no se explica que sigan proyectando, cuatro meses después esa cosa llamada... “Un chihuahua en Beberly Hills”.

Para muestra un botón: un cine era una sala con patio de butacas, palcos y hasta gallineros. Había dos o tres películas que ver y durante al menos dos meses. Hoy hay multicines. Cuando de niña iba a la tienda a comprar leche, sólo existía leche. No leche desnatada, semidesnatada, entera, con aloe vera, omega 3, calcio, soja y gingsen. Con el cine pasó algo igual. De ser un ultramarinos, se convirtió en un impersonal hipermercado de productos empaquetados al vacío.

Y en esto resurgió Bergman...

Cuando según mi teoría, el cine ya había muerto, en el año 1982, Bergman, ni corto, ni perezoso, lo resucitó. Con Fanny y Alexander, parecía que se le estuviese rindiendo tributo a un arte moribundo. Y tal vez siendo consciente, se valió de su talento sobrenatural para reírse de toda la inmundicia que llenaba las pantallas y exclamar: eh! Que aquí estoy yo! Todavía no me he muerto!

¡Sigo vivo y vengo a daros una soberana lección a todos vosotros... botarates!

Y vaya si lo consiguió... este señor ya era adulto cuando mi abuela parió a mi madre. Y aún mucho después, con Fanny y Alexander, hizo lo que siempre supo hacer: bordar otra de sus obras maestras.

Película solemne, repleta de giros bruscos y tragicómicos, de intrahistorias dentro de la principal (la que padecen Alexander y su hermana Fanny), matizada en multitud de detalles, desde la esplendorosa Natividad en casa de la honorable abuela hasta ese infierno en la tierra que Bergman sitúa en pleno seno de la Iglesia. Genial...

Sobresalientes caracterizaciones e interpretaciones soberbias de cada uno de los miembros de las dos familias: una que adora a Hamlet y otra que sugiere: ¿aceite de ricino? ¿cuarto oscuro? ¿o latigazos?

Lo dicho, una resurrección del CINE como sólo Bergman pudo conseguir.
Valkiria
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14 de agosto de 2007
36 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con motivo del óbito del gran cineasta, me he permitido volver a ver esta obra maestra, que ha de pasar, con todo mérito, a la historia del cine.

Se ha hablado ya de diversos aspectos en las diferentes críticas (iluminación, vestuario, contrastes, etc) que no voya a repetir. Tan sólo quería llamar la atención sobre el último discurso de Gustavo Adolfo, que a mí me parece una joya . Creo que en ese discurso se sintetiza todo el legado de Bergman, su intento de respuesta a tanta pregunta metafísica. Y la respuesta es que no existe ninguna respuesta lo suficiente certera al sentido de la vida. Habrá que conformarse con los pequeños placeres que nos otorga la vida. Pero, al final, cuando besa a su pequeño retoño, deja un resquicio de luz por el que no renuncia a seguir presguntándose por ese "gran mundo" que quizá podamos construir. Magistral: somos hombres, pegados a la tierra. Pero, por mucho que nos queramos conformar sólo con lo inmediato, la pregunta sobre el sentido de la vida y el más allá, la pregunta sobre Dios, siempre estará presente. Al final, ¿qué queda?: queda la gran pregunta. el que renuncie a esto, deja de ser hombre en plenitud. Yo creo que todo el pensamiento de Bergman va por ahí.

Al margen de ello, es que el film es un peliculón. Si a ésta no la puntúo con diez, no sé a cuál se la voy a dar. Es más, me gustaría conseguir la versión extendida. Por lo visto, contiene escenas de grandíssimo valor.
Perandones
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31 de julio de 2007
41 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mundo del cine queda huérfano de uno de los mejores autores que ha tenido. Por fin descansa de su constante lucha interior Ingmar, quien ha sabido retratar fielmente sus (nuestras) obsesiones en sus películas. Por su honestidad consigo mismo merece respeto. Y puesto que yo considero que los cineastas que plantean un cine reflexivo y activo son dignos de aplauso, mi más sincera ovación.
La filmografía de Bergman no deja indiferente a nadie, y yo me reconozco seguidor de sus películas. El conjunto de su obra ha tenido una gran calidad y ha sido de gran influencia en futuros cineastas. Sin embargo, el hecho de haber realizado maravillosas películas como Persona, El Séptimo Sello, Fresas Salvajes... no le ha privado de realizar otras en mi modesta opinión más discretas como Cara a Cara, Gritos y Susurros o la que me ocupa, de la cual esperaba mucho más. Porque si bien es cierto que la ambientación, el vestuario, la iluminación...el atrezzo al fin y al cabo, es sobresaliente, el guión es excesivamente barroco y se pierde en la presentación de los personajes. La descripción de los recuerdos de la infancia de Bergman es mucho más lúcida en Fresas Salvajes, y sus miedos e inquietudes están mucho mejor descritos en El Séptimo Sello. Pese a ello, la interpretación de Alexander es excelente y no deja de resultar una película interesante y entretenida a ratos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
tantra
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3 de marzo de 2012
38 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo intenté, juro que lo intenté. Me dispuse con toda la paciencia del mundo para a Bergman. Cuando llevaba una hora fue imposible, me dormía sin remedio. Me dije, "bueno, hoy una hora y mañana las otras dos". Como no había pasado absolutamente nada, seguí el plan.

Al día siguiente retomé la película donde la dejé y aguanté hasta el final como un valiente... Puedo hacer la crítica, pues he visionado esta letanía.

El problema es que le sobra metraje por doquier. Y he leído que hay una versión de trescientos minutos. Por dios, eso sólo lo resisten sus incondicionales que ya he visto que son unos cuantos. Sí, la tijera podría caerle en cualquier parte, sin embargo el final es precipitado, tanto tiempo para llegar a un final improvisado. En el spoiler me explayo sobre este tema.

¿Vestuario, fotografía, dirección artística? Por eso le he puesto un cuatro en vez de un dos. Los actores tampoco me han gustado especialmente, ni los niños ni los adultos, salvo a la abuela.

El guión tampoco se salva, ya puestos, prefiero uno de Dickens, al menos seguiría una historia más interesante o entretenida.

Por lo tanto, suspenso a Bergman, por pesado. Y si es una "vaca sagrada" que me lo demuestre, claro que para que yo vuelva a reunir fuerzas para ver una película del sueco van a pasar unos años.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
zaporowsky
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9 de junio de 2014
23 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
—Adultos—

a) Ekdahl

Los adultos tienen, la vida así lo impone, una respuesta lógica del mundo. Incluso en la familia Ekdahl, tan vitalista, los pequeños placeres y las melancolías gobiernan sus días. Ese álbum de familia, ese instante de rama genealógica, es material y costumbrista. Lo reconoce el tío Gustav en su discurso: “los Ekdhal no hemos venido al mundo para desvelar su misterio… Vivimos en nuestro pequeño mundo… Tenemos nuestras escapatorias para evadirnos del drama… El mundo y sus realidades han de ser tangibles para que podamos quejarnos de su monotonía con plena conciencia”.

Hay homenaje y respeto por parte de Bergman a esa confesión de incapacidad –la del pequeño burgués– y a la profesión de cómico. Porque el teatro abre puertas a la imaginación, permite mantener una cierta visión infantil –juguetona aún, inocente dentro de su aparente trascendencia shakesperiana– de las cosas. Son parte del solaz de la existencia. Como las amantes y las comilonas de domingo.

b) Vergérus

El obispo, al contrario, no entiende de juegos. Aspira a la eternidad y a la grandilocuencia. Con él pasamos del oropel y el calor del mobiliario de los Ekdhal a los colores fríos y desabridos de paredes enrejadas. En la casa Vergérus los signos de austeridad se pretenden síntomas de predestinación divina. Ese ascetismo luterano implica la intransigencia autoritaria, porque al contrario que la familia Ekdhal este hombre tiene una misión fanática. Como a tantos otros adultos la madurez le ha confiado un papel que ejerce con convicción. El papel del que cree tener un único personaje en la función de la vida.

Ese miedo determinista a un dios castigador no es casual. La severidad del obispo es pertinente a la hora de contraponerla al mundo infantil, pues su fe práctica, la más pragmática y crematística de las creencias religiosas (“La ética protestante y el espíritu capitalista”), busca en lo terrenal un reflejo de gracia ultraterrena. Cuanto más escapa de la melancolía y diletantismo del burgués y el cómico, cuanto más férrea es su convicción en su máscara de asceta y más se agarra a las manifestaciones materiales del mundo, de mayor gracia divina cree ser acreedor.


—Alexander (y Fanny)—

"Hay muchas cosas extrañas que no pueden explicarse, eso se aprende cuando se mete uno en magia".
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a) Esa severidad es contraria a Alexander, depositario de una infancia donde la imaginación es abismo. Criado en un feliz ambiente familiar y artístico, capaz de indagar en la realidad desde una visión mágica. Su mundo está fuera de la materialidad adulta. Ve moverse una escultura, su padre se le aparece (no actúes como Hamlet, le dice la madre), sufre la aparición de niñas fantasmales (en la versión televisiva). Observar lo fantástico y conjugar la realidad con los sueños es un frecuente tema bergmaniano:
http://www.filmaffinity.com/es/film750961.html.

Alexander tiene sucesivas visiones que culminan en el último acto del film, donde, mientras dialoga con Ismael, Vergérus muere en una tragedia proyectada por la voluntad y el deseo a través de ese mentalista andrógino. El director sueco relaciona ambas secuencias mediante la superposición de diégesis [ http://politube.upv.es/play.php?vid=54925 ], quedando entrelazadas.

b) Fanny es relevante dentro de su aparente papel secundario. El realizador la sitúa como testigo callado, le reserva planos donde resuenan los ecos del maltrato del hermano. En ella, en los primeros planos que llenan sus enormes ojos de niña, reconocemos nosotros nuestro propio desasosiego de espectadores.


—Máscaras—

"Todo el mundo actúa en la vida en realidad"
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Bergman no se priva de una nueva declaración de amor al mundo del teatro, llegando a relacionar el teatro con la propia existencia ["Una mujer llorona y con nostalgia del amor se disfraza de abuela seria. Debemos interpretar nuestros papeles"].

Ese homenaje a la máscara autoconsciente y la ficción provoca una puesta en escena teatral (incide en ello Giménez Rico en el coloquio de Qué grande es el cine): el salón de la abuela, entradas y salidas siguiendo un escrupuloso juego de puertas laterales… Secuencias configuradas como un espacio escénico en la idea de que todo forma parte de lo mismo. Todo es escenario.

El momento culminante de tal teatralidad llega cuando la ficción nos engulle a nosotros, público, como sujetos pasivos de la farsa. Un truco prestidigitador (cofre) que nos recuerda el cine como ilusionismo y la tensión ficción-realidad. Nosotros, en nuestra máscara-condición de espectadores, hemos sido una vez más engañados por el cinematógrafo.


—Puesta en escena—

Tríptico de la cosmovisión bergmaniana en Fanny y Alexander: el abigarrado y ostentoso festín navideño, la casa ascética y despojada, de ecos calvinistas, del obispo Vergerus y el laberinto de marionetas del anticuario (Erland Josephson) que nos sugiere a E. T. A. Hoffman (como descubre en su crítica Servadac) o el barroquismo visual del Dickens mejor adaptado a imágenes:
http://www.filmaffinity.com/es/film204956.html

Destacan también los primeros planos, instrumento de disección en Bergman, rescatando del rostro aquello que en la palabra es redundante. La película es rica (como Secretos de un matrimonio y tantas otras) en rostros y matices: "A veces hay una especial felicidad en ser director de cine. Una expresión no ensayada nace en un instante y la cámara la registra. Eso ocurrió hoy. Sin ensayarlo ni prepararlo, Alexander se queda muy pálido, una expresión de puro dolor se dibuja en su rostro. La cámara registra el instante. El dolor, el inasible, pasó unos segundos por su rostro y nunca volvió, tampoco había estado allí antes, pero la película captó el instante preciso. Entonces me parece que todos esos días y meses de minuciosa planificación han valido la pena. Tal vez yo viva para esos cortos instantes". La linterna mágica. Bergman.
Bloomsday
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