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Críticas de SEÑOR SPINALZO
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Críticas 16
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
14 de diciembre de 2015
26 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida en pareja es siempre una montaña rusa de momentos buenos y malos que hay que saber superar. Pero, ¿cómo lidiar con la idea de que tu vida no ha sido más que una pantomima? Esta la gran pregunta que plantea esta película sobre un matrimonio sin hijos que inicia ya el camino de la vejez. Una nueva etapa vital que se rige más por mantener vivos los recuerdos del pasado, que por avanzar a través de nuevas experiencias y elecciones vitales. Pero, el problema surge cuando dichos recuerdos pueden hacer tambalear toda una vida. Una simple carta sobre una antigua novia muerta es el detonante para preguntarse si los 45 años del título han sido realmente una farsa. He ahí que lo que iba a ser una fiesta de celebración acabe por convertirse casi en una penitencia. Sólo seis días son necesarios para mostrar esta transformación a través de sus dos personajes principales, unos fantásticos Tom Courteney y sobre todo Charlotte Rampling. No en vano, estamos hablando de una de las actuaciones más sólidas de la actriz británica, avalada ya por importantes premios, y para nada descartable para llevarse el Oscar en la próxima edición.

Una cinta tan madura en su factura como sus personajes protagonistas, toda una sorpresa teniendo en cuenta la juventud de su director Andrew Haigh. Sin duda, estamos hablamos de un auténtico valor en alza que ya había dado muestras de originalidad en su anterior trabajo “Weekend”. En este su tercer largometraje se confirma como un autor que sabe explorar los sentimientos y anhelos de sus personajes, especialmente en aquellos que atañen a las relaciones de pareja. A esto, debemos sumar una mirada particular fundamentada en su cámara distante, pero siempre atenta a los mínimos detalles que son los que realmente enriquecen el conjunto final.

Un film que se suma a la nómina de propuestas en torno a matrimonios en su última etapa vital, a estas alturas casi un subgénero con identidad propia. Piénsese en obras maestras de los últimos años como “Saraband” o “Amour”, dos títulos cuyas influencias son casi inevitables. Si a estos referentes fundamentales le sumamos el saber hacer de su autor, el resultado es una de las películas imprescindibles del año. Una muestra en la que todos sus elementos, desde el ritmo pausado hasta las controladas situaciones, sirven para edificar un relato totalmente cohesionado y consistente. En definitiva, una cinta que cuenta más por lo que calla que por lo que habla, una capacidad no siempre al alcance de todos en el mundo del cine.
SEÑOR SPINALZO
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9
2 de noviembre de 2013
24 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy pocas veces se tiene la oportunidad de salir del cine con la sensación de ver un clásico moderno, una película que desde ya tiene asegurada su posición de privilegio en la historia del séptimo arte. Sin duda, un sentimiento impagable para cualquier amante del cine. Y una vez más, el mérito recae en la última Palma de Oro del Festival de Cannes, confirmando nuevamente que la fama del festival francés, fundamentado en una excelente promoción mediática, puede extrapolarse también a su depurada programación oficial. He ahí “La vida de Adèle”, un profundo viaje sobre el amor que vuelve a situar al cine francés en la cúspide del panorama internacional.

La premisa de partida no podría ser más simple: Adèle (Adèle Exarchopoulos), una adolescente con todas las inseguridades propias de su edad, acaba descubriendo el amor verdadero con Emma (Léa Seydoux), una lesbiana con el pelo azul. Si nos quedamos aquí, el planteamiento sería de lo más superficial e incluso falto de verdad. En todo momento, la película va siempre más allá, ya que los afectos afloran a lo largo de sus escenas, incluso cuando el amor se manifiesta a través del sexo explícito (la primera escena íntima es simplemente antológica). Un tema difícil si tenemos en cuenta que se concentra en el despertar sexual de la adolescente protagonista, una edad en la que la vida es de una intensidad inigualable, marcada igualmente por la inexperiencia y la curiosidad.

Por otra parte, decir que la película es un retrato del amor homosexual tampoco sería acertado, ya que su intención es mostrarnos el amor sin más, exento de connotaciones extra. A nadie sorprende hoy día la homosexualidad en el cine, pero “La vida de Adèle” cuenta entre sus logros traspasar dichos límites que, excepto ciertas salvedades (bares homosexuales, desfile del orgullo gay, prejuicios sociales…) trascienden la simple apología, habitual en estas producciones. En ese sentido, la película es un producto incuestionable de su tiempo, una época donde cualquier relación puede ser igualmente natural con independencia de sus características sexuales.

En cuanto a la caracterización de sus dos personajes principales, éste es uno de los puntos esenciales de la película. No en vano, la Palma de Oro reconocía conjuntamente la labor del director y sus dos actrices principales. Con todo, es innegable el enorme trabajo de la actriz que da nombre al film, hasta el punto de que ella es realmente la película. Una actriz que cautiva con su presencia en pantalla de apariencia dulce. Pero también es necesario precisar que toda la perfección alcanzada es fruto de las exigencias de su director, el franco-tunecino Abdellatif Kechiche, a menudo tildado de déspota por su exagerada minuciosidad en el rodaje. Sea como fuere, la evolución del retrato de Adèle es encomiable, pasando de ser una adolescente con todos sus tics intrínsecos a convertirse en una mujer en sus primeros años de la edad adulta. Por su parte, el personaje de Emma podría asociarse a la simbología colorista de la cinta, principalmente al azul de su pelo, símbolo de la seguridad, la inteligencia y el reposo. Pero igualmente azul es la relación entre ambas chicas, ya que el color también se asocia con las emociones profundas y el mundo de lo onírico, cualidades ambas muy presentes en su relación sentimental.

Casi de forma inevitable, tampoco falta el tópico, una herencia directa del original literario. Así pues, las protagonistas se vinculan directamente al mundo del arte, principalmente a la pintura, como si la sensibilidad y la homosexualidad fuesen dos premisas inseparables de lo artístico. Pero la película consigue apoderarse del estereotipo para ir más allá, para plasmar su declaración de intenciones. En ese sentido, el director pretende incorporar su creación al dilatado canon artístico de la representación del cuerpo femenino desnudo, tan repetido en la historia del arte. Una película que aspira a ser arte, tanto por su ideología, expresada en sus continuas y veladas referencias literarias y pictóricas; como por su artesanía que busca la perfección en cada plano. Llegados a este punto, sólo cabría hacerse la casi pertinente pregunta: ¿qué es arte? Ante esta irresoluble incógnita, osamos subjetivamente a definirla como aquello que nos llega a través de la percepción para surtir en nosotros una emoción. Si nos acogemos a lo dicho, “La vida de Adèle” es arte en estado puro, una suerte de emociones continuas que brotan a lo largo de su metraje, ya sea a través del amor o del dolor.

Todo lo dicho adquiere su sentido final en el otro punto crucial de la película que es su apartado técnico. Sin duda, su punto más arriesgado a través de continuos primeros planos que sitúan al espectador como un voyeur que invade la vida y la intimidad de la protagonista. Una planificación audaz que nos recuerda irremediablemente a “Faces” (1968) de John Cassavetes, y que encuentra aquí su más digna sucesora en lo formal. Todo ello aderezado por un estilo típicamente francés que se mueve a medio camino entre patrones típicos de la “nouvelle vague” (ciertos cortes de escena son netamente godardianos), hasta el más realista estilo autoral de los últimos cineastas galos.

Ni que decir tiene que su proyección sólo puede disfrutarse como merece en una sala de cine, imprescindible para admirar todo su esplendor, su técnica e intensidad emocional. Tal es así que acaba superando con creces al original de la novela gráfica, mucho más sucinta en su planteamiento. No en vano, su historia apenas se desarrolla en la primera parte del díptico fílmico, para luego dar paso a una segunda parte totalmente nueva y libre cuya progresión final es simplemente excelente, tan real como la vida misma. Un saber hacer y una honestidad pocas veces vista en el cine actual que son dos valores que resumen toda su fuerza expresiva. En definitiva, cine con mayúsculas.
SEÑOR SPINALZO
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8
20 de julio de 2013
17 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya no queda duda que cuando Richard Linklater viaja a Europa consigue sacar lo mejor de sí mismo como autor. Y “Antes del anochecer”, tercera parte de su trilogía romántica, no es la excepción, ya que sus icónicos personajes vuelven a concedernos un nuevo “tour de force” interpretativo. Una trilogía fundamentada en los diálogos de su pareja protagonista, una plática que vemos evolucionar como la vida misma desde su más redonda primera parte hasta esta menos tontorrona conclusión, sin duda el más incisivo de todos sus viajes.

Este anochecer de Linklater vuelve a ratificarlo como uno de los cineastas norteamericanos más polifacéticos al atreverse con propuestas tan contradictorias en su filmografía que van desde el drama hasta la comedia más ligera, pasando por ámbitos tan atípicos como la animación y el documental. Pero la película también demuestra otra capacidad innegable del director que es su cinefilia, ya que existen referencias a su compatriota y también europeizado Woody Allen, a Eric Rohmer y al mismísimo Ingmar Bergman. De hecho, el tercer acto de la película bien podría formar parte de “Secretos de un matrimonio”, situándose a la altura de los mejores momentos del genio sueco. En definitiva, un americano también puede volverse profundo, pero para ello necesita volver a sus orígenes, al Viejo Continente tanto para sus referentes como para sus escenarios.

Y hablando de orígenes, la parada en este caso nos lleva a la misma Grecia, la cuna de nuestra civilización. Y es ahora cuando podemos afirmar que la elección de las localizaciones de cada episodio no es para nada intrascendente ni caprichosa. Y en este caso, la película se reconduce hacia la tragedia, uno de los mayores logros literarios de esta cultura, y así aparece comentado en la propia película. Carente de los míticos coros (sólo Woody Allen se atrevió en tiempos modernos a introducir esta figura anacrónica en su alocada “Poderosa Afrodita”), la última parte de la película muestra su lado más trágico hasta el punto de que podemos ver en ella una de las partes más importantes en la estructura de la tragedia: el “estásimo”. La referencia no es gratuita dada la enorme carga de “pathos” presente en la escena, ese momento en el que el autor busca influir en el juicio del espectador. Y así lo consigue Linklater hasta el punto de lograr la empatía total en el público, tan dividido como sus protagonistas a causa de la continua guerra de sexos. Así pues, partimos del tópico, pero en boca de estos personajes inolvidables logra un nivel de magia pocas veces igualada en el cine actual.

En definitiva, “Antes del anochecer” nos brinda alguno de los mejores momentos de la trilogía, lo cual no es poco, y nos obliga también a pedir nuevos instantes junto a Jesse y Céline. En que punto se encontrará su relación en los próximos años es la ya habitual incógnita que nos ofrecen sus finales abiertos. Como siempre, todo girará en torno a las dos posibilidades que ya se esgrimían en los capítulos previos, el romanticismo o el cinismo como los dos polos opuestos que determinarán si siguen juntos o no. Sea como fuere, el ciclo gana en fuerza así como se van sumando nuevos episodios, y esperemos que sigan aportándose nuevas muestras de genialidad hasta llegar a lo que podría ser una crepuscular y equivalente “Sarabande”. Nos vemos dentro de otros nueve años (y ahora ya cincuentones).
SEÑOR SPINALZO
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6
23 de junio de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde hace tiempo, las aventuras del hombre de acero parecía una empresa casi tabú. El más grande de los superhéroes merecía una película a la altura de tan grandes poderes, y para ello se echó mano de Zack Snyder como intrépido artífice de este nuevo "reboot". La osadía de Snyder tampoco era nada nuevo, principalmente desde un punto de vista comiquero, tal como demostró en “300” y en la mismísima “Watchmen”, la biblia de los cómics de superhéroes. Y por si fuera poco, el proyecto también contó con la participación de Christopher Nolan y David S. Goyer, dos nombres igualmente curtidos en el campo, principalmente como director y guionista respectivamente de la trilogía “Batman: Dark Knight”.

Como punto de partida, la propuesta no podía pintar mejor. Y tal como era de esperar, la película adoptó el carácter oscuro que caracteriza a las adaptaciones de superhéroes de los últimos años, nada que ver con las más infantilizadas de los años 70, 80 y parte de los 90. Pero la oscuridad y el toque adulto no son elementos suficientes para lograr una obra única, y en este caso cierta parte del metraje adolece de un cierto abuso de fuegos artificiales, excesos en el uso de la estereoscopía, por no hablar de la constante obsesión por parte de los personajes en destruirlo todo. En definitiva, una extralimitación de lo grandioso que no debe confundirse con gran calidad.

Los defectos más grandes se relacionan directamente con la aparatosidad de la última hora de película, mas tampoco podemos obviar la sensación por la escasez de originalidad. En general, la película da una sensación de ya visto, de “déjà vu” en distintos elementos que se engarzan entre sí. Así pues, las referencias a Moebius (universo de Krypton) o a los fílmicos “Iron Man”, “Thor” y los “Avengers” de los últimos años son manifiestas, por no hablar incluso de propuestas de ciencia-ficción como “District 9”. Pese a todo, el film logra una cierta homogeneidad a pesar de los referentes que restan enteros en la originalidad general de la cinta.

La película tampoco carece de importantes aciertos, entre ellos las secuencias iniciales sitas en el planeta Krypton. Nada que ver con la concepción del Superman original de Richard Donner, la creación de este nuevo cosmos se muestra dotada de una originalidad impresionante, a veces tanta que se echan de menos más escenas por aquellos lares. En definitiva, un mundo con un interés digno de un “spin-off” que nos relate las aventuras de Jor-El, el progenitor del héroe. Y no menos interesantes son los diferentes y calculados flashbacks presentes durante la primera mitad de la película. Sin duda, estos momentos centrados en la infancia del protagonista son los más puramente Nolan-Goyer, instantes cargados de una lógica crisis existencial ante tan grandes poderes en un mundo tan hostil ante lo diferente y lo desconocido.

Al igual que ya ocurría “The Dark Knight Rises” (2012), la presente “Man of Steel” se postula como una película muy propia de nuestro tiempo desde un punto de vista crítico. Si bien aquella se refería a la crisis económica, política y social, el nuevo punto censurable que nos propone la epopeya del hombre de acero se centra en la sobreexplotación de los recursos naturales, causa de la destrucción del planeta de origen del protagonista. Mensaje subliminal o advertencia, es un tema que habría que tomar más en serio.

Como resumen, estamos ante una creación aceptable con sus puntos positivos y negativos casi a partes iguales. La elección del general Zod, ya visto en la pretérita “Superman II”, como primer antagonista es posiblemente un acierto total, aunque sus razones malévolas eran más justificadas en aquella dado su odio hacia el hijo de su carcelero, principalmente en al más coherente, oscuro y menos chistoso montaje de Donner realizado en 2006. La versión de Zack Snyder se decanta por una mayor estereotipación del héroe como defensor de la Humanidad y el antihéroe Zod como defensor de lo kryptoniano, rozando en ambos casos el fanatismo. Con todo, el producto es digno y un nuevo comienzo de lo que se presupone una saga que esperemos vaya en “crescendo” y nos muestre a otras dignas némesis como Lex Luthor, Brainiac o su mismo ejecutor Doomsday. La meta de DC Entertainment debería ser clara: igualar el listón del murciélago.
SEÑOR SPINALZO
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6
3 de agosto de 2012
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Realmente, hablar de Batman es casi hacerlo del mayor de los superhéroes. Tras ver el episodio final de la nueva trilogía del enmascarado nocturno, consigue dignificar un subgénero tan estereotipado como es el de los superhéroes. Y no deja de ser difícil saber donde radica su fuerza y carisma, ya que no es únicamente patrimonio de sus últimas adaptaciones fílmicas, sino que también es extrapolable a las propias historietas de origen.

Con todo, debemos decir de antemano que “The Dark Knight Rises” no es redonda, ni mucho menos. En primer lugar, existe ese precedente llamado “The Dark Knight”, esa suerte de thriller con toques de cine negro que se situaría como un logro casi insuperable. Además, esta última aventura tampoco es ajena al uso de ciertos tópicos o giros narrativos más que trillados. A pesar de todo, estamos ante una producción épica, tanto en duración como en espectacularidad, que sabe dosificar ciertos estereotipos (casi obligados para el público más comercial), con otros logros propios de una concepción más autoral, situación a la que nos tiene acostumbrados Christopher Nolan.

A día de hoy, la nueva trilogía de Batman es fruto de la necesaria revaloración del subgénero, ya vivido en el mundo de cómic en el último lustro de los 80. Logros solamente posibles gracias a figuras de la talla de Alan Moore o Frank Miller, vividas en publicaciones como “Watchmen” o el mismísimo Batman de papel, en cierto modo influyentes en estas últimas películas. Así pues, el primer título de la serie -Batman Begins- tenía cierta relación con la mítica “Batman: Año Uno” (1987), el nuevo Dark Knight mostraba sus concomitancias con “Batman: The Killing Joke” (1988), hasta llegar a este último título que hace lo propio con “Batman: The Dark Knight Returns” (1986), otro hito que marca otro listón importante a la hora de valorar el film. En esencia, una trilogía que marca un antes y un después, que sitúa los ejemplos precedentes como ridículos, al mismo tiempo que hace cuestionarnos la grandeza de los productos marvelianos.

Al margen de los obligados símiles editoriales, este caballero oscuro no deja de ser un producto fruto de nuestro tiempo. Una era gobernada por la crisis, tanto económica como social, en la que los villanos actúan bajo una moral necesaria en busca de su propia revolución, no distinta de la francesa, para juzgar y erradicar esa lacra de la sociedad que son los poderosos. Todo un trasfondo crítico que no deja de proponer ciertos puntos de reflexión, ya sea sobre economistas, políticos o grandes empresarios, todos ellos puestos en tela de juicio para dejar una pregunta en el aire: ¿Será la revolución la solución?

A modo de resumen, Nolan sigue sin defraudar. Consigue ofrecer productos totalmente comerciales, pero sin renunciar a unos parámetros de calidad poco habituales en este mundo consumista. ¿Volveremos a ver al Señor de la Noche? Puede que “Arkham Asylum” (1989) sea el punto de partida de una nueva aventura de nuestro superhéroe.
SEÑOR SPINALZO
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