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España España · Los Llanos de Aridane
Críticas de Nairdan
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Críticas 87
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
Red Army. La guerra fría sobre el hielo
Documental
Rusia2014
7,3
3.661
Documental
8
28 de noviembre de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Junto a la ciencia-ficción, el documental es el género cinematográfico que ofrece posibilidades más estimulantes, y también es uno de los géneros peor entendidos. El paso de los años certifica que la audiencia acepta cada vez más las propuestas de largometraje documental, que son distintas a los documentales televisivos y meramente funcionales (la variante National Geographic o Canal Historia, para que nos entendamos). En esta variante se inscribe sin duda Red Army, magnífico y altamente ingenioso (palabra clave ésta) documental que cuenta la historia de un galardonado equipo ruso de hockey que en los años 80 se convirtió casi sin quererlo en un potente símbolo de las ínfulas de supremacía soviética.

Para ello, cuenta con una increíble cantidad de provechoso material de archivo, fundamental para cimentar la calidad final de la película y todo un hallazgo. Es por todos sabido que el deporte, bien instrumentalizado, puede ser una de las más efectivas armas de propaganda, aunque también de las más inestables. Según nos cuenta el director, ambos casos se dieron con el HC CSKA de Moscú, equipo que pasó de la gloria ganada con esfuerzo y disfrute por el deporte (bajo la dirección del querido Anatoli Tarasov) a la gloria fundada en sufrimiento y angustia (bajo la dirección del déspota Viktor Tikhonov).

Es una de esas historias más grandes que la vida, la trayectoria de un pequeño grupo de jugadores que simbolizaban algunos rasgos de carácter exportable, como el compañerismo y el buen trabajo resultado de la compenetración, y que fueron usados tratando de vender un modo de vida que, sin saberlo ellos, era cada vez más insostenible. El mérito de Gabe Polsky y su equipo es concentrar en unos impagables 80 minutos la cantidad de cosas que pasaron desde principios de los 80 hasta la actualidad, un repaso a la vida de los miembros del equipo (Slava Fetisov, Alexei Kasatonov, Sergei Makarov, Igor Larionov, Vladimir Krutov), centrado especialmente en su figura más interesante: Slava Fetisov. Pieza clave de la historia que el cineasta nos está contado y un hueso duro de roer como entrevistado (no es casualidad que Polsky le entrevistara un mínimo de tres veces), Fetisov vivió la historia más dura de las aquí contadas y formula algunas ideas muy incómodas.

El mérito del máximo responsable reside en conocer al dedillo los resortes clásicos del género y por eso entender cómo sobrepasarlos sin alardes excéntricos. No es baladí que uno de los productores del film sea a su vez uno de los mejores documentalistas del cine actual: Werner Herzog. Como el director alemán, Polsky usa el montaje con sabiduría, haciendo que las imágenes dialoguen entre sí gracias a unos cortes de los más sutiles y un ritmo endiablado. También hay en Red Army un sentido del humor socarrón, que contagia desde el uso de las declaraciones en las entrevistas hasta la insólita creación de chistes (el millón de dólares americano, los osos sobre hielo).

Sin abandonar el tema de las entrevistas, sus muchos aciertos incluyen también el uso de material que normalmente se cortaría (la nieta del retirado agente de la KGB interviniendo en la charla grabada de su abuelo) o el tener la cámara encendida también en la preparatoria de la conversación, cuando un entrevistado puede tener la guardia baja. Se convocan también múltiples perspectivas sobre los hechos específicos aquí documentados, ya sea por medio de la labor del director, o declaraciones de archivo y material de prensa de la época (escrito o audiovisual).

La cinta suma y sigue hasta crear un Todo capaz de ser entretenidísimo y valioso, no tontamente obvio en su crítica pero claro en su mensaje. Solo faltaría para redondear la jugada que no se notara tanto la influencia de los países productores a la hora de hablar con la cúpula política. La imagen dada del poder es unidimensional en la parte rusa y ausente en la parte americana, y solo al final se nos informa de si se hicieron esfuerzos o no para contactar con las personas nombradas pero no presentes ante la cámara de Polsky y su equipo. Con todo, la pericia de los implicados es meritoria, y aunque lo dicho impide que Red Army sea la obra maestra que podría ser, hay que dejar claro que estamos ante una gran película, el enésimo ejemplo del nivel de creatividad y calidad que el documental ofrece como género cinematográfico.
Nairdan
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6
26 de febrero de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acantilado empieza tan bien que es una pena lo mal que acaba (el epílogo es demasiado breve para tener la eficacia que busca). Su primera escena, que recoge el suicidio colectivo de una secta de raíces alemanas en Gran Canaria, en una muestra de sabiduría visual que contagia gran parte de la propuesta de Helena Taberna, que coloca y mueve la cámara de manera que da resultados muy interesantes, encuadres que escapan de la funcionalidad para entrar en la categoría de herramienta narrativa.

Su película contiene una promesa, la de que vamos a ser testigos de una intriga adulta, un misterio inteligente contado en dos tiempos que dialogan con fluidez, sin que cada incursión de un flashback sea necesariamente la respuesta a un interrogante del presente, sino otra gigantesca subtrama que existe por sí sola, y que culmina horas antes del suicidio que abre la cinta. Dicha promesa no acaba por cumplirse, porque lo armado con paciencia durante una hora no cumple las expectativas en un desenlace que va enlazando tópicos, que empieza a hacer que las acciones de los personajes no tengan mucho sentido (los de Juana Acosta y Jon Kortajarena especialmente) y que convoca un par de deux ex machina –ese tío quiosquero– para unir puntos del guión a toda prisa.

El punto de partida es la llegada de un fiscal a las islas para investigar la desaparición y posible muerte de su hermana en el mentado suicidio. Allí conoce a la ex-novia de la joven y a la agente de policía encargada del caso, con un interés especial porque tenía un infiltrado en la secta. Taberna y sus guionistas desechan pronto la oportunidad de profundizar en la secta como idea de intenso lavado de cerebro y lacra social y centran la trama en la investigación pura y dura, con sus clásicos encontronazos entre la ley y la familia, tensiones dentro del cuerpo y transformaciones personales de los implicados. En el pasado, vemos cómo Cordelia (estupenda Ingrid García-Jonsson) pasó de la felicidad sentimental a la pertenencia a un grupo muy peligroso de prácticas rituales. Los espectaculares paisajes canariones se convierten en una parte más de la historia y su halo de misterio es logrado y genuino, contagiado por la excelente partitura de Ángel Illarramendi.

Un estupendo reparto (hay que darle más papeles en cine a Ana Gracia) lidera un relato con sexo, suspense y turbiedades varias, que mantiene en vilo al espectador con inteligencia hasta que expone todas las verdades y las prisas se apoderan de la historia, quizá por la necesidad de contarlo todo en 100 minutos en lugar de dos horas. Los arcos de la mayoría de los personajes se pierden porque la importancia de la intriga se apodera de todo, y aunque Acantilado garantiza una hora y media de lo más digna, es difícil no ver el potencial desperdiciado para hacer un diagnóstico de una complicada realidad, una de una sociedad con los sentimientos atrofiados y las sectas como soluciones rápidas para no llevar el control sobre uno mismo.
Nairdan
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7
26 de febrero de 2021
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Era cuestión de tiempo que Angelina Jolie acabara dirigiéndose a sí misma, ya que es la ambición de muchos intérpretes reconvertidos en directores/guionistas el servirse retos de envergadura, en este caso doble (escribirse un papel complejo y a la vez capitanear el siempre complicado barco que es un rodaje). Tras tres largometrajes que exploran historias de otros pero que de alguna u otra manera le tocaban de cerca, la directora ha decidido lanzarse a una aventura de lo más curiosa y personal. Un drama intenso y elegante que explora las nociones de la pena y el amor en un marco tan hermoso como su pareja protagonista, la propia Jolie –que como actriz se queda a medio gas– y su ahora ex-marido Brad Pitt –estupendo–, productores además del proyecto.

Frente al mar cuenta la estancia en un hotel de Malta de una pareja neoyorquina tocada por una desgracia. De entrada un misterio, ya que no sabremos exactamente qué mal ha trastocado sus existencias hasta cerca del desenlace, y una propuesta que trata de no caer en obviedades ni caminos fáciles, algo que se agradece mucho en una temática –la de los dramas de pareja– aquejados de un sinfín de lugares comunes e instantáneas repetidas. Pero también de referentes tan magistrales que cualquier nuevo intento se recibe con la ceja arqueada, algo que le ha pasado a ésta notable película desde que se estrenara en Estados Unidos el pasado noviembre.

La cinta está a medio camino entre las loables intenciones de Jolie y el resultado final. Aquejada de una construcción dramática que finalmente se revela de manual de guionista, con arcos de personaje transparentes y una concatenación de eventos que llevan mansamente a un clímax dramático al que sucede la calma, Frente al mar tiene sus mayores virtudes en las decisiones más atrevidas. La cineasta y su equipo han creado un envoltorio no solo primoroso sino muy adecuado, evitando casi siempre el caer en lo estético porque sí y dejando que la narración la muevan los tumultuosos sentimientos de la pareja protagonista, las cosas que hacen para llenar su rutina diaria.

Este es un relato de sentimientos a flor de piel, de emociones en crudo, y no hay apenas momentos de relajo. Que se nos prive además de los finales de las escenas –una decisión muy curiosa– o se dedique tanta parte del metraje a los silencios y devenires (físicos y mentales) de los personajes y a explorar con la cámara el lugar es algo maravilloso, porque acentúa la suerte de catatonia emocional en que ambos están envueltos. Y una de la que deben tratar de salir.

Para ello entran en la vida de Vanessa y Roland unos Fantasmas de las Navidades Pasadas y Futuras que se materializan en una pareja de recién casados que habitan la suite contigua y un viudo muy reciente que lleva el bar donde Roland ahoga sus penas. Su alcance metafórico es básico y dificulta su existencia como seres dimensionales, pero la dinámica en la que meten al matrimonio protagonista es muy interesante, sobre todo en la subtrama voyeur, planteada y rodada con mucha atención al detalle y apelando a lo intangible de las emociones humanas. El dramatismo de su historia puede parecer caprichoso sino se regulan mejor los elementos, aunque su reivindicación de la fuerza del amor y la comprensión merece ser destacada.

Bailando en ese equilibrio entre la voluntad de diferencia y lo ortopédico del desarrollo dramático, Frente al mar queda finalmente como una propuesta con muchas virtudes dentro pero que como Todo adolece de problemas de envergadura. Si la forma es irreprochable, al fondo le faltaba algo más de valentía para cerrar la historia en alto y no irse a un proceso de posible sanación que deviene en exceso sencillo.
Nairdan
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8
25 de febrero de 2021
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es un placer ver que un cineasta mejora y madura de un largometraje a otro, que es capaz de corregir problemas y dar un paso hacia delante con la progresión de su trabajo. Esto, que podría parecer lógico y normal, no sucede en el mundo del cine con la frecuencia que debería. En su segundo largometraje, Vicente Villanueva ha pulido muchas de las aristas que hicieron que su debut, Lo contrario al amor (2011), se quedara sólo en más que aceptable cuando tenía potencial de grandeza. En Nacida para ganar el metraje no es excesivo, las subtramas están todas reguladas como deben y la comedia y el drama de todo lo que sucede están muy bien integrados. Desde su irrupción en el mundo del cortometraje en 2004, Villanueva ha desplegado unas señas de identidad plenamente reconocibles y que le convierten en un estupendo cronista cómico de la España actual, en concreto la del petardeo y el autoengaño.

No es nada casual que la cinta que nos ocupa comience con una familia que ve la célebre Nochevieja de Martes y Trece y las Empanadillas de Móstoles mientras el patriarca está moribundo, que a las Supremas de Móstoles les salga una cuarta hermana coja o que una extraordinaria Victoria Abril se preste a hacer una versión tan sangrante de sí misma (los múltiples guiños a su vida y obra son deliciosos), porque al director y guionista le interesa el mundo del espectáculo por detrás y por delante de las bambalinas, tanto el resultado final del trabajo de maquillaje como los momentos en que los payasos se quitan las pelucas en el camerino. Para ello idea un punto de partida tan alocado como factible, una estafa piramidal que Abril promociona y en la que entra nuestra protagonista Encarna (estupenda Alexandra Jiménez) por mediación de una antigua compañera de clase (magnífica Cristina Castaño), con la promesa de que mejorará su triste vida.

El cineasta se nutre como pocos sabrían de toda esa palabrería vacua para escribir una historia cargada de retranca, que tiene la virtud de ser medularmente española con claras inspiraciones americanas –los títulos de crédito, el tramo final con tono de thriller–, que hace reír a cada paso y cuya mala leche no rebaja la complejidad de lo que está contando. Nacida para ganar trata de la búsqueda de la identidad y cómo la sociedad de consumo trata de explotarla para su beneficio, y lo hace partiendo de una mostoleña que se llama Encarna y ha sufrido por ello. Casi nada. El resto funciona porque hay ritmo, un eficaz uso de la comedia de la humillación y la vergüenza ajena y una exploración de nuestra infelicidad crónica como sociedad. Con su mano maestra para el diálogo cotidiano y un reparto en estado de gracia, Villanueva entrega una película única y muy ocurrente, que termina de sorprendente manera circular y que a pesar de algunos problemas de guión, garantiza 95 minutos de inteligente diversión.
Nairdan
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Absent
Documental
Estados Unidos2015
--
Documental
7
25 de febrero de 2021
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Este es uno de esos documentales de tan transparente concepción y ejecución que uno pensaría que no puede habitar en él grandeza, pero estaría equivocado. El director y co-guionista Matthew Mishory escuchó la historia de su padre sobre la región moldava de Marculesti, que en 1941 fue masacrada por las fuerzas que querían erradicar a los judíos de la faz de la Tierra. En octubre de 2013, Mishory y un equipo mínimo (productor/traductor, director de fotografía, sonidista y él mismo) se fueron a la zona no solo a documentar la vida en el país más pobre y menos visitado de toda Europa (la generación con 30/40 años trabaja en otros lugares para poder mantener a su familia a distancia), sino a preguntar por el pasado del sitio, de una ciudad que quizá tiene una gigantesca vergüenza encima, y cuyas respuestas no están nada claras.

En lugar de la habitual voz en off, el cineasta nos habla a través de frecuentes carteles explicativos donde se refiere en primera persona a sus intenciones y experiencias, en una decisión que tiene incluso más sentido vista toda la cinta. Y es que Absent existe también en lo no visto, lo no dicho y lo no escuchado. Eso es vital en esta hora y diez de metraje (muy bien aprovechado). En su recorrido por una ciudad sumida en la pobreza, los responsables hablarán con el alcalde de Marculesti y sus múltiples vecinos. Con niños que no aprenden mucho sobre los nazis en la escuela, con adultos que oyeron diferentes historias de sus padres, con unos documentos oficiales que cuentan una historia y una generación, la que pudo ver y saber algo de primera mano, que cuentan cosas opuestas.

Las piezas más importantes de su investigación, aunque todas lo son, las protagonizan los ciudadanos de mayor edad. Uno es un historiador que ha dedicado su vida a escribir la historia de la zona para que no se pierda su visión de los hechos y la otra una conmovedora anciana sorda que solo habla ruso y que fue testigo de los hechos de primera mano. Como en un buen reportaje de investigación, Mishory urga con amabilidad pero insistencia en una herida abierta, y llega a conclusiones reveladoras y nada obvias. La barrera lingüística es muy importante, y es que oiremos hablar moldavo, inglés, rumano y ruso, y tenemos que valorar la importancia de un testimonio que casi siempre llega de segunda mano.

La sencillez del proyecto, su clara vocación de querer obtener respuestas sin alzar la voz, es su arma más poderosa. La empatía está garantizada con las intenciones del director (materializar esa “ausencia” a la que alude el título), y aunque también con los moldavos y sus perras vidas, está conseguida la sensación de sospecha sobre lo que están diciendo y por qué lo hacen. Las conclusiones finales, seguidas además de la charla con el hijo del alcalde que ha acabado por protagonizar el cartel, son como un mazazo que acaban de hacer que la película se quede grabada en el espectador, prueba de que Mishory sabe narrar y crear imágenes con potencial perdurable.
Nairdan
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