Kubrick. Esa marca registrada.

Qué de nuevo nos puede aportar un, otro documental sobre Stanley Kubrick, sí, Stanley Kubrick. Pues más de lo mismo según se mire o según se oiga. Porque ahí estriba la novedad, el interés o el gancho para ver un, otro documental sobre Stanley Kubrick.

A Stanley Kubrick aquí se le puede escuchar.

Y a fe que le escuchamos contar de primera persona en qué consiste su manera de encarar una película: en definitiva, conocemos de primera mano lo que constituye todo un universo cinematográfico. Su versión de los hechos.

Y lo hacemos gracias a una de las pocas entrevistas que el director exiliado en Gran Bretaña concedió a lo largo de su prematuramente corta existencia. El afortunado fue un crítico francés que cayó en gracia a Stanley Kubrick. Porque Kubrick pertenece a esa también corta estirpe de cineastas que aúnan maestría con parquedad pública al límite de la misantropía: él, Bresson y dos más. Entre ellos, Víctor Erice. Benditos y fantásticos puntos en común.

Y escuchamos esas grabaciones salpicadas con imágenes de archivo de los protagonistas más celebrados de sus películas. Algunos diciendo lo que les parecía medio raro de las mismas. Nicholson o Tom Cruise son los extremos que explican la diferencia de Kubrick respecto a los demás.

Y vemos extractos, momentos behind the scene y atrezzo de sus películas que ya habíamos visto en las mismas y en esos otros documentales. Pero con el gran añadido: cuántos de nosotros habíamos escuchado ese adoptado acento british de Stanley Kubrick.

Se habla de todas sus películas, hasta de Eyes Wide Shut. Pero nada se dice de la que para quien suscribe puede ser la más auténtica película de Kubrick: todo un olvido voluntario o no por parte de los responsables del documento. Obvio decir cuál. Tenéis que dar con ella primero al escuchar la voz de Kubrick y después viendo esa película para comprobar si estamos en lo cierto.

Valoro positivamente No mires arriba a pesar de los, siempre lo son, evidentes subrayados, en exceso y ya entrevistos en Vice, su anterior película. Sólo que aquí el recado es incluso superior. Un escalón más, en concreto. Miremos arriba del Vice.

La segunda parte de la vida cinematográfica de Adam McKay lastra lo que fue una infausta primera de la que mantuvo la coña y que revistió con un remolino de sátiras dirigidas a todo bicho viviente.

La película más gamberra y peor de Tim Burton emparenta con No mires arriba. Que es de lo mejor que ha hecho el señor McKay, quien ya nos ha acostumbrado a los repartos inverosímiles por estelares en la segunda mitad de su filmografía. Puntos en común de dos polos opuestos.

Afortunados somos de que entre esa constelación de estrellas que pueblan No mires arriba nos encontremos estrellas fugaces como Mark Rylance o Jonah Hill, lo mejor de la película. Película a la par estelar e inverosímil que se casa con la sátira igual que un matrimonio fake en Las Vegas de Elvis Presley. Nos lo creemos porque nos hace gracia. O Viceversa.

Al final éste es el subgénero McKay: nadie quedamos a salvo.

Barbie no defrauda ni a las Barbies ni a los Ken. O les molestará, según se mire, en igual medida a unas y a los otros. Tampoco habría motivo. No está hecha con la idea de moralizar ni de poner más puntos sobre las íes, ni para echar más leña ni al fuego ni al mono. El sentido figurado es tan obvio que no merecería la pena prestarse a ver otra película de tales carices. Te lo pasas bien en ese mundo real al que van a parar los felices muñequitos de plástico y sexualidad ausente. Te ríes con las cabezas no tan huecas que se esconde por debajo. Luego se monta la intrahistoria consabida. No son necesarias las demás interpretaciones. Cerradas con el monólogo político de Ferrara.

Ahora bien, tras el paso al mundo real después de liderar ese cine que está ahí en la independencia americana, nos gustaría que Greta Gerwig, una vez realizado ya un cine hollywoodiense de corte alternativo, aprovechase mejor las armas que tiene ya a su disposición. Un drama autobiográfico, un clásico del cine literario y esto. Quién diría que no las ha aprovechado con cine comercial de calidad. Aquella Gretica puede dar más de sí. No quiero acordarme de lo que no quiero escribir, pero Chloé Zhao ya se cayó en el pozo.

Pues por fin una película redonda de Lanthimos. Una película redonda por su calidad pero sobre todo porque cierra una historia, quizá la más mainstream (a pesar de las apariencias) de toda su carrera, sin que te quede la sensación de que podría haber dado más de sí.

Por fin. Poor things. Y es que para servidor las películas anteriores de Lanthimos, incluidas las que le dieron la oportunidad de dar el salto al Mediterráneo, pecaban de fagocitación. Incluso La favorita, que se perdía en ella misma. Por fin el estilo griego encuentra la salida.

Y aquí Lanthimos se abre.

Y aprovecha la riqueza visual para dar un salto también en el rango estético, proclive si sabe utilizarse para conseguir un efecto fácil de elegancia y feo atractivo. Lo que ya hiciera al comienzo de su filmografía David Lynch, Tod Browning en sus inicios del sonoro y Kubrick desde siempre. Y finalmente el envoltorio de Lanthimos, que a veces usa ese otro papel usado.

Caigo en la cuenta de las libertades de Emma Stone en su fructífero personaje: es también productora. También veo Rebecca o Kane en Poor things. Qué de universos. Una ciencia ficción sutil y deudora que continúa una senda Jeunet. Y puede que la mejore. Otra será que siga por ahí.

Pero cuando aparece en pantalla el nominado Mark Ruffalo… casi aparece una inesperada pecata minuta.

Por fin una música, como en La favorita, que-no-parece-música; o mejor dicho, banda sonora. Títulos finales que parecen exigir a gritos que aquí hay diseño de producción. Suyo es el final. Y la importancia que ha cedido en esta oportunidad Lanthimos a los aspectos técnicos de una película terminan por conceder a Poor things un acabado perfecto. El mejor trabajo del griego.

Antes de ver esta película no sabía lo que me iba a encontrar. Sí creía en un drama independiente. Vista puedo decir:

Todo en ella me recuerda a Payne. Su protagonista, su trama, las subtramas, la baba, los desastres amorosos y los profesionales. En fin, todo me recuerda a Payne, excepto Payne.

Queda claro al finalizar la película y en mitad de la misma que si hubiera manos en expertas en la silla de dirección, American fiction tendría otro color. Pero también es cierto que el estigma de ópera prima le confiere la frescura y la ausencia de ataduras (lo del aburguesamiento y el acomodamiento te llega a los veinte años de ejercer el oficio de cineasta) que caracterizan la carrera afianzada de directores afianzados. Como Payne o como Almodóvar o Tarantino o el largo etc.

De no ser así, de haber sido una película de segundas, American fiction hubiese tenido los mismos atributos positivos que cuenta sabiéndolo. Sólo queda el aplauso y el respaldo que iniciativas como la del realizador novel Cord Jefferson se ha sacado de la manga. Este chico además escribe muy bien.

Aunque no sé si me leerá esto.