Una de las cosas buenas que tienen las adaptaciones que de la obra de Agatha Christie se hicieron en el último tercio del asesinado siglo XX es la del reparto. La de aquellos repartos estelares. Y, así, al lado del bigotudo de turno (¿bigoturno?), ya Albert Finney, ya el inconmensurable Peter Ustinov, vimos, seguimos viendo, a Bette Davis, Sean Connery, Vanessa Redgrave, Olivia Hussey, James Mason, sir John Gielgud, David Niven o a la maravillosa Maggie Smith. Algunos de ellos, la maravillosa Maggie Smith, por ejemplo, o Jane Birkin, de sugerente diastema, saltaron de unas películas a otras con agilidad de impala.
Bien, MUERTE EN EL NILO, que puso en la pantalla grande otra de las entretenidísimas novelas de la Dama del Crimen y que cuenta con reclamos de enorme magnitud: un bigotudo (¿bigoturno?), un diastema, una maravillosa y una maravilla: las Pirámides de Egipto, una de las siete del mundo antiguo.

Es cierto que desprende un hipnotismo grande, como se afirma por aquí, pero no menos que el cine, en la mayoría de los casos, de Bernardo Bertolucci. Tampoco es mentira que EL CIELO PROTECTOR es más hipnótica cuanto que John Malkovich anda en pantalla, que estando sola Debra Winger, de ojos acuosos, el hipnotismo propende más hacia la reivindicación furibunda que a otra cosa.
Es posible que El paciente inglés beba de EL CIELO PROTECTOR como beben los beduinos en oasis salvadores; y hay algo en la película, también, de Patricia Highsmith. O de la decadencia que asocia Patricia Highsmith a algunas relaciones interpersonales en un tiempo esplendorosas. Sea como fuere, encuentra EL CIELO PROTECTOR su espacio propio y es un espacio dorado, como la rubia arena del desierto saharaui.
Hay que verla, EL CIELO PROTECTOR. No tanto como a la luna llena, claro, pero sí en una ocasión, al menos.

El inicio es más que bueno, y es que cuando los franceses se ponen, se ponen. El planteamiento llama la atención y augura un desarrollo un poco más equidistante, que, con toda certeza, en la mayoría de los matrimonios que acaban en divorcio -no hablando de esos divorcios que implican magulladuras y pescados meados- no hay nunca un malo terrorífico ni una buena apostólica. O un bueno apostólico y una mala terrorífica. O un buene terrorífique o una male apostolique. Cómo se está complicando la cosa...
El inicio es más que bueno, decía. Da la sensación, además, con independencia de que su señoría sobreactúa un tanto, de que el director quiere afrontar el tema desde una perspectiva valiente, lo que viene a animar a les propies y a les extrañes. Pero luego, toda vez que se ha puesto la miel en los labios del espectador ansioso, lanzando incluso el sedal un poquito más allá con la primera conversación de la madre con la hija, de la hije con la madro, el todo cortocircuita, Xavier Legrand se convierte en Joseph Ruben, Julia Roberts aprovecha la coyuntura de un viaje en un paquebote durante una noche de tormenta y, así se ha desprendido con ansia viva del anillo de casada, del anille do casade, se va en un autobús al otro confín del país para, entre algún que otro quehacer, visitar a su progenitora ciega (ciegue).
Ya la había visto. Estos franceses...

Para las mujeres de mi casa hay dos tipos de películas: las protagonizadas por "tíos buenorros", que dicen ellas, y las que no. Las primeras, las protagonizadas por los "buenorros", son todas excelentes, así sean una basura; las segundas, las no protagonizadas por estos adonis de arte séptimo, son todas una basura, así sean excelentes. De esta manera, Leyendas de pasión es maravillosa en tanto que vehículo para lucimiento de Brad Pitt, por ejemplo, y, por ejemplo, Marty, con Ernest Borgnine, resulta un absoluto desperdicio.
UNA HISTORIA VERDADERA, protagonizada por Richard Farnsworth, dirigida por David Lynch, es una obra maestra. Es como si cada componente de los que conforman el oficio y la sabiduría de Lynch se hubiera compendiado en esas dos horas facturadas, como si los encargados de la banda sonora hubieran sido tocados por un genio milagroso y como si un trozo de una realidad descarnada y preciosa se hubiera trasladado con un telón de fondo de la América profunda a las pantallas grandes del planeta mundo. Luego, Richard Farnsworth y Sissy Spacek desplegaron ante el pueblo soberano, un pueblo atónito en la mayoría de los casos, lo enorme, lo inmenso, de sus capacidades.
Son, las mujeres de mi casa, supongo, ramitas que forman conmigo ese haz irrompible del que habla Alvin en la película. Fantásticas cuando quieren, hacendosas y guapas, significan el centro indiscutible de mi entera vida. Faro de las noches. Luces que me alumbran. Y con UNA HISTORIA VERDADERA se durmieron, las muy hijas de p...

No seré yo, maestro, el que diga de EN LA LÍNEA DE FUEGO que es una mala película; pero, en mi opinión, está más cerca de ser una película mala que de ser una de las mejores películas de 1993, como por alguien se afirma en esta Santa Casa. Eso, si no es que en 1993 se rodaron sólo dos o tres películas.
No se puede decir que Clint Eastwood o John Malkovich estén flojos. No. Sin embargo, tampoco cabe afirmar que acometan el mejor papel de sus carreras. Pues Clint, como casi siempre, hace de Eastwood y el John Malkovich de la época había desarrollado la facultad de sobreactuar siendo sólo perceptible a los ojos de los muy avezados. O no: ese bamboleo en la calle con el diente de oro, el tanto sorber por la nariz en los momentos chungos... En fin.
Muy normalita, EN LA LÍNEA DE FUEGO. Todo donde tiene que estar, la muerte llevándose a los que se tiene que llevar, los impertinentes siéndolo cuando lo tienen que ser y Abraham Zapruder filmando lo que tenía que filmar. Y Ennio, por su parte, haciéndonos sentir.