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España España · El Puerto de Santa María
Críticas de Jesus Gonzalez
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Críticas 79
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
21 de enero de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Damien Chazalle nos mostró en Whiplash (2014) la cara más tenebrosa de su discurso sobre el éxito y la culminación de la genialidad —basado en el sacrificio y la entrega totales— y, en definitiva, del tortuoso camino que se nos presenta hasta conseguir cumplir nuestros sueños. Llegó a establecer una relación escabrosa y abusiva a partir de la cual el protagonista conseguía dar ese plus prácticamente inalcanzable para el resto de mortales, que ni siquiera suelen llegar a plantearse el camino de ida hacia lo, a priori, imposible. Luego nos regaló “ese” final y el resto ya es historia.

La La Land o La Ciudad de las Estrellas (ambos títulos me encantan) supone una revisión de ese mismo discurso estructurado en tres niveles narrativos superpuestos que engloban, cada uno de ellos, al anterior. El primero de todos, que funciona como motor esencial de la trama, es el amor. Ese amor romántico, musical y verdadero que a todos nos atrapa alguna vez en la vida. Por encima de este, se encuentra la música, esencialmente en forma de jazz, marcando el tiempo y el tono de la película, dándole pausa y a la vez ritmo al afloramiento de sentimientos y estableciendo la base metafórica de lo que es el tercer nivel de la obra: el cine. El jazz y el cine se miran aquí a los ojos y se dicen que se quieren, pero que para vivir no basta con lo ya vivido, aunando lo clásico con lo contemporáneo —y a la vez el fondo con la forma— de manera magistral.

Este entresijo argumental, latente en la dicotomía tonal que adquiere la película —siempre en constante vaivén entre el positivismo y la melancolía— define el buen hacer de la cinta a la hora de reflejar ese ligero equilibrio vital entre lo sustancial y el detalle, desde las románticas casualidades hasta los desgarradores desengaños del destino, entremezclando con la más mágica ficción esos pequeños momentos que conforman la inverosímil historia de nuestras vidas. Ese mismo realismo mágico y embriagador que hace que el foco se centre en dos personas que se enamoran a través de un excepcional uso de la luz y el color, creando unos momentos musicales para el recuerdo.

Chazelle deja claro esta vez que el éxito no es incompatible con el amor, es más, nos demuestra que el afán por cumplir los sueños siempre acaba alimentándose del mismo y que hay personas capaces de llevarnos a lugares inalcanzables por nosotros mismos a través del cariño, el respeto y la admiración mutua e inocente. Cuando dos personas conectan de la manera en que aquí lo hacen Seb (Ryan Gosling) y Mia (Emma Stone) cada uno de ellos acaba dejando en el otro un poso eterno que nunca podremos determinar en qué grado acaba definiéndoles como quienes finalmente acaban siendo. “Te querré siempre” es una afirmación categórica solo una vez en la vida, aunque en el momento de decirlo nunca lo sabemos.

Esas 7 primeras notas de piano que abren Mia & Sebastian´s Theme (gracias por la composición, Justin Hurwitz) me llevarán siempre al final de esta hermosa y perfecta película, en la que me quedaría a vivir si pudiese, al igual que sirven a nuestros protagonistas para volver a ese preciso instante en el que se conocieron para ya nunca olvidarse. Una mirada entre dos, acompañada de una sonrisa cómplice, que parece hacernos olvidar que la vida sigue, por supuesto, al ritmo endiablado del jazz. Un dos, un dos tres cuatro. “The End”.
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Jesus Gonzalez
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8
30 de diciembre de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de la mejores maneras en las que podía terminar el año era viendo Comanchería en una sala de cine completamente vacía.

Resulta que David Mackenzie ha hecho la película que a mí siempre me habría gustado hacer; un western trasladado y asentado en las miserias de la época actual. Un señor peliculón arropado y justificado por su contexto, una Texas en ruinas donde conviven una jauría de vaqueros, rangers y desgraciados (todos ellos armados, genialmente escritos e interpretados) que, o bien se han hartado de la supremacía bancaria, o aún se aferran al cumplimiento inútil y honorable de la ley.

Creo que cumple con las pautas básicas para ser una gran cinta: el continente y el contenido se acoplan a la perfección, tanto que interactúan el uno por y para el otro; los personajes y sus relaciones se sienten reales, sinceras y emocionantes; se establecen unos diálogos maravillosos que fortalecen la camaradería entre las parejas protagonistas y la historia que se narra es sencilla pero acorde a lo que se quiere contar, sin presentar cabos sueltos.

Por si fuera poco, el soundtrack es alucinante. Nick Cave siempre funciona, pero es que cada tema suena justo cuando debe hacerlo.

Por ponerle un pero, yo no la habría terminado exactamente así. Pero qué sé yo.

"Mother was a golden girl
I slit her throat just to get her pearls
Cast myself into a whirl
Before a bunch of swine
It's a long way down the Harlan road
Busted back and a heavy load..."
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Jesus Gonzalez
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6
30 de diciembre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El fin de nuestro mundo tal y como lo conocemos, todo caos violento y en constante evolución, podría llegar de diferentes maneras; una de ellas sería de la mano de la muerte del libre albedrío. Eliminar de la ecuación humana su capacidad para el raciocinio es algo con lo que se ha jugueteado mucho en toda creación artística, desde la literatura —ahí tenemos la magnánima 1984 de George Orwell como ejemplo más conocido— hasta a través de uno de los vehículos ficcionales de mayor actualidad: el videojuego.

Assassin's Creed, adaptación del exitoso videojuego homónimo, es la nueva película de Justin Kurzel, aclamado autor de la última adaptación de Macbeth (2015) a la gran pantalla. La película repite varios de los problemas, no ya de las más recientes adaptaciones de videojuegos —Warcraft (2016) podría ser el más reciente ejemplo de ello—, sino del blockbuster actual: una aproximación demasiado cómoda e incompleta al mundo y a la mitología que la sustentan; un mal desarrollo de personajes que acaban siendo burdas marionetas incapaces de emocionar cuando les toca; y una rara sensación de espectacularidad hueca donde prácticamente nada nos importa, por muy trascendental que supuestamente sea todo lo que ocurre.

Debo decir que solo he jugado al primer videojuego de la saga, y aunque lo considero un acercamiento más que suficiente —la trama está bastante simplificada—, todo parece suceder con demasiadas prisas y de manera confusa para el espectador. Es más, es una película increíblemente mal narrada, y eso es algo que me extraña y me perturba, porque según su protagonista, Michael Fassbender, pretenden edificar sobre ella el inicio de toda una saga. ¿Cómo sostener el peso de una serie de películas en un origen que no dedica el tiempo suficiente a que sus escenas claves reposen y se asienten, ni nos da motivos de peso para que los personajes y sus motivaciones nos atraigan en demasía? Deberemos dar un salto de fe.

Con todo, la película posee un gran potencial: un buen reparto en el que Fassbender se ve acompañado por Marion Cotillard y Jeremy Irons entre otros; un mensaje potente y tenaz; una ambientación atractiva, y un acabado visual asombroso —ojo a la espectacular fotografía, a cargo de Adam Arkapaw—, pero deberían dejar de tomar al público por tonto (es inexplicable como Kurzel modifica tanto sus métodos narrativos de su anterior película a esta) y tener algo más de confianza en los espectadores, ya que estos errores se vienen repitiendo en muchas historias de emocionantes posibilidades, como la que nos ocupa, y la eterna decepción que finalmente provocan está empezando, creo, a cansarnos.
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Jesus Gonzalez
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8
18 de diciembre de 2016
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La esperanza tiende puentes y abre caminos, aporta luz y demanda valentía. Lo cierto es que no hay rebelión sin esperanza. En los momentos más aciagos, cuando la oscuridad parece estar a punto de engullirlo todo, aparece. Brota de lo profundo de nuestro pecho para proyectarse como una luz capaz de definir la conclusión de nuestra historia; ayudándonos a que la enfrentemos —independientemente del resultado final— sin incertidumbre ni temor. Actuamos porque realmente creemos que podemos lograrlo. Y a veces lo logramos.

Rogue One: Una historia de Star Wars (2016), como ya ocurriese con The Force Awakens el año pasado, funciona como puente —en Disney aún no se atreven a cruzar del todo las fronteras marcadas por George Lucas— entre lo clásico y lo novedoso. Trasladar al imaginario cinéfilo contemporáneo los entresijos narrativos que han hecho de Star Wars una de las sagas cinematográficas de mayor calado histórico no se presuponía tarea sencilla, más aun cuando se intenta contentar a los fans más veteranos y al mismo tiempo enganchar a nuevas generaciones, pero parece estar costando algo más de la cuenta.

En esta ocasión, Gareth Edwards es el responsable de que la bifurcación que sufre el canon marca de la casa —sobre todo en lo tonal y en lo formal— sea lo suficientemente acusada como para dejarnos disfrutar de algo claramente atípico. Las líneas que servían de introducción a Star Wars: Una Nueva Esperanza (1977) se dilatan para narrar con mayor profundidad cómo un puñado de rebeldes consiguieron robar los planos de La Estrella de la Muerte para dar sentido a una rebelión que comenzaba a parecer inútil. La ópera espacial se entremezcla con el belicismo realista. La fotografía de Greig Fraser, sobria y refinada, se adapta a esta nueva mezcla, así como la banda sonora de Michael Giacchino, que lejos de imitar burdamente al maestro Williams, intenta dejar su sello en cada una de las piezas que compone, aunque eso sí, con irregulares resultados.

El grupo de rebeldes responsables de tal heroica hazaña está capitaneado por la insurrecta y valerosa Jyn Erso (Felicity Jones), hija de Galen Erso (Mads Mikkelsen) un científico vital en la construcción de la poderosísima arma imperial; Cassian Andor (Diego Luna), un espía rebelde capaz de sacrificarlo todo por la causa; Chirrut Îmwe (Donnie Yen) y Baze Malbus (Wen Yiang), dos compañeros inseparables devotos de la fuerza; Bodhi Rook (Riz Ahmed), un piloto imperial desertor; y K-2SO (Alan Tudyk), un robot imperial reconfigurado con ciertos efectos secundarios que lo convierten en el mayor alivio cómico de la cinta. Es una pena que tal grupo de personajes, a priori interesantísimos, solo funcionen correctamente cuando actúan como un todo a través de la camaradería, que sí está bien conseguida, pero sin embargo se hundan en cierta trivialidad cuando se les observa desde la individualidad. Todos ellos comparten un arco algo irregular, que flaquea en los dos primeros actos de la película y que adquiere su cénit a través de la redención en el tercero y último de ellos.

Es en este tercer acto donde se libra la mayor de las batallas y donde Edwards despliega todo su talento para narrar lo épico del momento a través de la acción portentosa y cuidadosamente fragmentada, consiguiendo con la suma de todas sus partes —el montaje de momentos escalonadamente dramáticos para conseguir el objetivo es digno de elogio— un colofón espectacular. Las emociones se desparraman a la par que los disparos, las explosiones y las persecuciones se suceden a un ritmo vertiginoso, tanto en tierra firme como en el espacio exterior. Lástima que tal despliegue de energía se concentre en el punto y final de la cinta, sobre todo por lo que respecta a la falta de carisma de ciertos personajes que, hasta el momento, habían necesitado del discurso sobre-expositivo para ser relevantes y despertar emociones.

Haciendo hincapié en sus defectos, no debemos olvidar que la película sufrió regrabaciones de hasta el 40% de su metraje, algo que podría haber devenido en catástrofe y que, salvo en ocasiones muy concretas, parece no apreciarse demasiado. Quizás el “pero” más importante, obviando el desarrollo emocional de personajes y el desequilibrio de ritmo entre las tres partes de la película, corresponde a la recreación completamente digital de dos personajes míticos de la saga, cuya aparición se podría haber enfocado de otra manera menos polémica sin mayores problemas.

Del otro lado, concretamente del oscuro, Edwards consigue rescatar y aprovechar al máximo a uno de los personajes más emblemáticos de la saga —quizá el que más— y uno de los mejores villanos del cine: Darth Vader. Y lo hace a través de dos escenas de contrastes muy acusados. En la primera de ellas, Vader aparece sin el traje, flotando en un líquido blanco que, presupongo, le ayudaba en su recuperación. En la segunda, su sable de luz ilumina de rojo un pasillo en el que se respira puro terror. Quizás los puristas se escandalicen, pero yo necesitaba ver en acción al Sith más temido de la galaxia.

En definitiva, Rogue One sirve para dar un paso más allá en el desarrollo de este universo desde un enfoque inexplorado y novedoso, abriendo la puerta a toda una serie de “spin offs” que Disney tiene preparados. Desde mi generación, la intermedia entre las dos trilogías de Star Wars, esta nueva oleada de films está siendo acogida con un entusiasmo y un amor vehementes, gracias a que sus personajes y las situaciones que los definen sirven rápidamente de refuerzo empático con nosotros mismos. Yo lo tengo claro, voy a atravesar el puente con los ojos cerrados, con la esperanza de encontrar el camino correcto al otro lado, mientras rezo: "I'm one with the Force, and the Force is with me".
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8
14 de diciembre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Ayúdame a salvar a uno más” implora Desmond Doss desde lo más alto de un acantilado no muy diferente al que de pequeño solía escalar junto a su hermano. Le habla a Dios, pero no tiene tiempo para esperar una respuesta, pues ya ha divisado a otro compañero herido entre las rocas y el humo. Con las manos aún temblorosas por el esfuerzo y el miedo, se levanta de nuevo. La voluntad que lo mueve permanece férrea. Su convicción es infinita e imbatible.

Mel Gibson resurge del olvido al que lo había sometido el tiempo para dirigir su nuevo y esperado film, Hasta el Último Hombre (2016), una historia real —por imposible que pueda parecer— sobre un hombre y su extraordinaria participación en la 2ª Guerra Mundial, pero también el vehículo de un mensaje evidente, cuestionable y poderosísimo sobre la religión —en sus más fervientes formas—, la tenacidad de los ideales que esta misma conlleva, y el empuje de la fe.

Gibson utiliza la primera mitad de la cinta para presentar y definir a los personajes. Un breve y significante hecho en la infancia de Desmond (Andrew Garfield respira convicción) da paso a su adolescencia, en la que se enamora de Dorothy (virginal Teresa Palmer) y decide alistarse para servir a su país. La fase de instrucción del siempre radiante joven se convierte en una lucha empecinada contra todos —compañeros y superiores— por su inamovible objeción de conciencia: no piensa tocar un arma, pues su desempeño en el ejército consistirá en salvar vidas, no en arrebatarlas.

Una vez sentadas las bases de la tesis espiritual que prepara Gibson, la segunda parte de la cinta procede a su realización. El infierno que se desata en Okinawa durante prácticamente todo lo que resta de metraje puede calificarse como una de las mejores escenas bélicas del siglo XXI. No solo por el uso maestro de la narración que exhibe su director, también por el desenfreno de la acción, generosa en sangre, fuego y balas; nunca confusa ni irrelevante; y potenciada siempre por una multiplicidad de recursos técnicos que van desde un extraordinario uso de la cámara lenta hasta la más envolvente y alucinante edición de sonido.

La catarata de imágenes, todas ellas colocadas con sensatez para servir al apasionado mensaje de su director, se sustentan en el contraste continuo entre la violencia y la calma para equilibrar un film en el que todo parece cuadrar a la perfección; desde los momentos de humor protagonizados por el sargento Howell (Vince Vaughn) hasta los puntuales sustos provocados por el abstracto ejército imperial japonés. Un milagro —tanto por el desarrollo de los hechos como por la resurrección de quien los filma— que no parece real, pero que definitivamente lo es.
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