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España España · Barcelona
Críticas de Juankiblog
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Críticas 61
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
27 de abril de 2018
11 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay tiempo para presentaciones, apenas lo hay para explicaciones. Los primeros minutos de la decimonovena entrega del Universo Marvel Cinematográfico se encarga de ponernos en situación y enviar un mensaje muy claro: Thanos ya está aquí. Y no, el Titán Loco no va a andarse con hostias.

Estructurada como una desesperada huida coral hacia adelante, Vengadores: Infinity War consigue transmitir una sensación de estrés y amenaza constantes. Ninguna película de superhéroes había aprovechado tan bien el sentido de la urgencia como ésta. Su ritmo implacable deja poco lugar para escenas más contemplativas —que las hay, y bien utilizadas— y sus responsables consiguen que después de dos horas y media de metraje parezca que hayamos visto un corto.

Los hermanos Russo tenían muchos retos por delante. Superar lo que ya habían hecho en sus películas del Capitán América, manejar al reparto más tocho que se ha visto nunca en este género dándoles a todos la importancia adecuada y su momento de lucimiento a la par que ofrecer una conclusión satisfactoria para las tramas y personajes que llevamos siguiendo desde que se estrenó la primera Iron Man hace ya una década. Esta Infinity War tenía que ser espectacular, sí, pero sin permitirse el lujo de abandonar lo terrenal. Tocaba mojarse. Tocaba romper las reglas. Tocaba liarla.

Por suerte, aunque los Russo tuvieran que enfrentarse ante un reto tan grande, contaban con un arma mucho más poderosa. Exacto. Estoy hablando de sus huevos. Porque no es que los tengan gordos, es que cada uno (de los cuatro que hay) podría ocupar campo y medio de fútbol. Debido a esto, Infinity War no sólo le va a dar al espectador exactamente lo que quiere, sino que va a jugar con sus expectativas a su antojo y le va a dejar con la mandíbula por los suelos en muchas más ocasiones de las que un ser humano podría soportar. Preveo lloros en la sala, niños traumatizados y adultos tardando días en superar la montaña rusa emocional ante la cual han sido sometidos sin piedad.

No todo es bajón, claro. Hay comedia, por supuesto que la hay. No estamos ante Thor Ragnarok, pero el enorme carisma de sus personajes y los múltiples choques de ego que tienen lugar en pantalla resultan divertidísimos de presenciar. El fanservice se da por hecho antes de entrar en la sala, pero desde luego tampoco decepciona. Los guionistas aciertan al dividir a los protagonistas en diferentes equipos, cada uno cubriendo un terreno diferente y con sus propias misiones particulares. Todas con un objetivo en común: evitar que Thanos consiga las Gemas del Infinito.

Josh Brolin —captura de movimiento mediante— se consolida como el mejor villano que ha parido el Marvel cinematográfico. No quiero decir mucho para no destripar mas de la cuenta, pero han huido sabiamente del típico coco megalomaníaco al que curtir el lomo. Thanos acojona, sí. Acojona de verdad porque sabemos de lo que es capaz, sabemos que lo puede conseguir y lo mejor de todo es que podemos llegar a entender sus motivaciones. La actuación desgarradora de Brolin convierte a Thanos en el auténtico protagonista de la cinta. Ésta es una de las decisiones más deliciosamente arriesgadas que he visto en mucho tiempo, sobre todo si tenemos en cuenta que ésta es una de las películas más caras de la historia.

Aunque el héroe (jé) de la función sea el villano, también se agradece que sus secuaces no sean unos simples masillas. No es que tengan un desarrollo muy marcado, ni siquiera un arco argumental propio, pero sí que gracias a ellos tenemos unas set-pieces de lo más vistosas y en contextos inesperados. Desde la emisión de los episodios de paintball de Community sabemos que los hermanos Russo ruedan la acción como nadie. Aquí consiguen lo imposible, que en su película más marciana y cósmica los combates sean siempre dinámicos y tensos. Nunca son un simple trámite ligerito para los héroes, esta vez las pasarán canutas para salir vivos de las situaciones en las que se ven envueltos.

No me quiero alargar más, no tiene sentido. Voy a decir ya lo que tengo que decir. Vengadores: Infinity War es oficialmente la mejor película que ha salido de Marvel Studios. Es el blockbuster palomitero rozando la perfección en todos sus aspectos. Esto es así y no reconocerlo sería tan injusto como no decir también que hace trampa. Mucha trampa. Porque pese a tener el final más kamikaze que he visto en mucho tiempo es importante recordar que la cosa no termina aquí. La tercera entrega de Vengadores se concibió como una cinta en dos partes y —aunque luego decidieran rebautizarse comercialmente como dos películas independientes— lo cierto es que el año que viene tendremos la otra mitad en Vengadores 4. Y lo más posible es que sea peor que la que se acaba de estrenar.

Aún no sabemos su título, aunque sin entrar en spoilers seguramente será algo muy parecido a «Vengadores 4: Recogida de Cable». Claro, que también es verdad que ya van tres veces que subestimo los huevazos de los hermanos Russo y luego me tengo que callar, así que no sería muy descabellado pensar que el año que viene igual estoy comiéndome mis palabras por cuarta vez consecutiva. No lo sé. Hasta entonces, creo que lo mejor que podéis hacer es ir corriendo al cine al gozar de estas dos horas y media de pura ambrosía superheróica.

Crítica original en: http://www.cineenserio.com/vengadores-infinity-war-el-crossover-definitivo/
Juankiblog
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7
20 de abril de 2018
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo aquel que se disponga a rodar un film de terror saliéndose de los cánones preestablecidos y de los clichés más sobados lo tiene muy difícil: si se pasa de arriesgado seguramente encantará a la crítica pero aburrirá a la mayoría de su público potencial, pero si llena su película de sustos baratos lo único que conseguirá es un producto de usar y tirar que pasará sin pena ni gloria. Un lugar tranquilo no es ni una cosa ni la otra. No es un delirio gafapastil, pero por suerte tampoco es un tren de la bruja del todo a cien e intenta ofrecer algo original.

Cuando la humanidad se ve acechada por unos bichardos muy jodidos —que ni se acaba de saber de dónde salen ni falta que hace—, aparentemente indestructibles y que sólo parecen estar por la labor de montar una carnicería y acabar violentamente con la vida de cualquier ser al que puedan oír, la única solución viable consiste en procurar mantenerse en silencio a sabiendas de que el mínimo desliz puede provocar tu inevitable masacre en unos pocos segundos.

En Un lugar tranquilo seguiremos el día a día de una familia que, sobre todo, trata de sobrevivir sin hacer ruido bajo ningún concepto. Debido a esto, las líneas de diálogo serán más bien escasas y nos encontraremos ante una cinta prácticamente muda durante la mayor parte de su metraje. Y aquí había una oportunidad de oro. Los seguidores del terror sabemos que la mayoría de películas englobadas en este género se sustentan en sobresaltos previamente anunciados por un progresivo descenso del volumen o por acentuación musical. ¿Qué mejor forma de tener en tensión al público que eliminando esas pistas y convirtiendo toda la experiencia en una agonía donde no se pudiera intuir en ningún momento cuándo les van a asustar? Por desgracia, los responsables de este film decidieron incluir una banda sonora omnipresente que no sólo desaprovecha esta oportunidad sino que resta efectividad a muchas escenas que habrían ganado enteros sin ningún tipo de acompañamiento musical.

Y hablando de artificios innecesarios, hay que mencionar a los monstruos. Un lugar tranquilo se beneficia, sobre todo, de la tensión que provoca la situación en la que se encuentran sus protagonistas al evitar atraer la atención de estas horribles e implacables criaturas. Pero, a la hora de la verdad, cuando éstas terminan mostrándose en todo su esplendor, la cosa pierde bastante gracia. Y esto ocurre porque, una vez más, han tirado de CGI para crearlas. Y no es que sea un CGI malo del todo —el resultado final está a medio camino entre el jefe final de algún Resident Evil de mediados de los 2000 y los bichos de Cloverfield—, pero sí que evita que nos den tanto miedo o asco como cabría esperar.

John Krasinski, el eterno Jim de la versión americana de The Office, hace aquí un trabajo mucho más que digno: como director es capaz de marcarse unas set-pieces de lo más resultonas y como actor logra expresar una cantidad ingente de emociones sin mediar palabra. Lástima (o no) que en ese aspecto quien salga ganando sea Emily Blunt, que se adueña de la función al protagonizar la mejor escena de la cinta. Algo por debajo están Millicent Simmonds y Noah Jupe en el papel de los pequeñuelos de la casa. Por suerte, al no oírles hablar demasiado, nos caerán mejor que algunos de sus compañeros prepúberes de profesión.

Por lo demás, más allá de un acusado sentido de la urgencia y algunos tramos que pondrán a prueba nuestra capacidad para no mordernos las uñas, el guión de Un lugar tranquilo no es nada del otro mundo. Ni sus personajes resultan especialmente complejos ni la trama contiene giro alguno que no nos viésemos venir desde los primeros minutos. En base a esto, llegamos a la conclusión de que no se trata de ninguna obra maestra, pero sí de una evasión muy disfrutable dirigida con pulso y diseñada para arrasar con la taquilla de cualquier sala en la que se exhiba. En Estados Unidos ya ha sido un fenómeno, ¿lo conseguirá aquí también? Deseémosle buena suerte a Jim, el tipo se lo merece.

Crítica original en: http://www.cineenserio.com/un-lugar-tranquilo/
Juankiblog
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5
28 de marzo de 2018
26 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hablemos de Ready Player One, la novela escrita por Ernest Cline —un pajillero de los 80 que rezuma narcisismo por cada poro de su piel— en la cual se dedica a canalizar sus fantasías más sexuales y ególatras, bombardeándonos con un sinfín de referencias a la cultura pop hiladas por un amago de historia más propia de un fanfic de tres al cuarto que del best-seller en el que finalmente se convirtió. Lo peor es que este señor no sólo se hizo de oro con su aberración literaria, sino que además llamó la atención de gente tan influyente como George R. R. Martin o Steven Spielberg. Este último, por supuesto, es el que ha dirigido la adaptación cinematográfica que hoy se estrena en salas españolas.

Siendo positivos, quedaba claro que con un titán como Spielberg detrás de las cámaras teníamos la garantía de que, como mínimo, no nos íbamos a encontrar con un completo desastre. Por desgracia, el guión de la película lo firmaba el propio Ernest Cline, así que ya podíamos ir descartando una hipotética mejoría con respecto al material original. Como os podéis imaginar, mis expectativas estaban por los suelos. Esto ha jugado a su favor, claro, porque me esperaba un truño tan grande que a poco que no me ofendiera demasiado iba a salir satisfecho. Y así ha sido. Con matices.

Con un inicio que no puede describirse de otra forma que no sea como un vómito de explicaciones, el guionista consigue que nos perdamos en la trama casi antes de empezar. Acompañado, cómo no, de un derroche de CGI que nos recuerda que no estamos viendo una película sino el tutorial de un videojuego. Tanto es así que llega un punto en el que al menos yo preferiría que me dieran un casco de realidad virtual y ponerme a jugar yo mismo a OASIS en lugar de ver a otro capullo haciéndolo durante dos horas. Pero hay que tener muy en cuenta una cosa: Ready Player One está enfocada a la generación que disfruta consumiendo gameplays narrados por adolescentes con sinusitis.

Lo cierto es que la historia no es demasiado complicada, lo que pasa es que Ernest Cline se empeña en contárnosla con la punta de su polla. La trama consiste, a grandes rasgos, en un chaval que quiere follarse al avatar de una pelirroja que ha conocido dentro de un mundo virtual lleno de referencias ochenteras. Para que os hagáis una idea, es es como si San Junipero lo hubieran escrito los instigadores del Gamergate. Pero la trama es lo de menos, porque lo que verdaderamente le interesa al escritor y guionista es mostrar en pantalla un festival de guiños cómplices al espectador que haya consumido las mismas películas y jugado a los mismos videojuegos que él. Sí, algunas pueden esbozarnos una tímida sonrisa en el rostro durante unos segundos, pero la mayoría no funcionan porque están integradas tan a machete y suceden a una velocidad tan frenética que nos perdemos la mitad al pestañear o simplemente nos morimos de saturación.

Ready Player One está ambientada en una sociedad distópica donde OASIS —un videojuego de realidad virtual—, consiste no sólo en el mayor entretenimiento evasivo de una población jodidísima por la pobreza que les rodea, sino que además es una enorme potencia económica en sí mismo. Su creador, un señor más forrado que Steve Jobs, escondió un huevo de pascua en el juego antes de morir para que quien lo encontrara tuviera todo el control sobre el mismo. Heredando también toda su fortuna en el proceso, por supuesto. ¿Y cómo pueden los jugadores encontrar ese huevo de pascua? En esencia, memorizando toda la cultura pop con la que su creador estaba obsesionado. Es un problema cuando el supuesto mundo distópico que te presenta una película parece más bien el sueño erótico de su guionista. Y si resulta que la clave para disfrutar del film consiste en haber consumido los mismos productos que Ernest Cline, ¿significa que estamos viviendo ya en esa distopía?

Reflexiones apocalípticas a un lado, hay que decir que no todo es malo. La selección musical está bastante bien, aunque dé un poco de rabia que tanto temazo haya sido malgastado en una producción que no se los merece. Lo que viene a ser el efecto Escuadrón Suicida, vaya. Y no sólo pasa con la música. La presencia de Simon Pegg y Mark Rylance delante de las cámaras, al igual que la de Spielberg detrás de ellas, también parece absolutamente desaprovechada. Aunque consigan elevar unas décimas la calidad del producto final, no sé hasta qué punto salía a cuenta. La cosa se crece cuando Spielberg quita el piloto automático y se acuerda de que es el puto Steven Spielberg marcándose alguna secuencia genuinamente molona para el recuerdo.

Muy de agradecer también que se hayan rebajado considerablemente los segmentos más problemáticos —y, por qué no decirlo, más machistas— de la novela. Por momentos, hasta parece que el director quiere reírse un poco de lo puto friki que llega a ser Ernest Cline. Son pequeños matices, ínfimos, microscópicos, muy sutiles, pero que me hacen inmensamente feliz. Lástima que no hayamos conseguido librarnos también de una trama amorosa de lo más plana y con tramos ridículos para enmarcar (la escena de la marca de nacimiento es, os lo juro, de traca).

Estoy seguro de que la experiencia se haría mucho más llevadera si su insufrible tercer acto no se alargase tanto como lo hace. Y todo para que, al final, la moraleja de Ready Player One sea que tenemos que apartarnos de la consola, abrir la ventana para que se airee un poco la cuadra, salir a la calle y dejar de ser unos gordacos sebosos. Que ya vamos teniendo una edad para dejar de masturbarnos pensando en avatares.

Una cosa le concedo: es fundamentalmente inofensiva.

Crítica original en: http://www.cineenserio.com/ready-player-one/
Juankiblog
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5
28 de marzo de 2018
28 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
–Estoy feliz.
–Pues díselo a tu cara.

Éste, que es uno de de los primeros diálogos que pueden escucharse en El justiciero, podría pasar perfectamente por una de las múltiples discusiones que me imagino a los productores de la cinta teniendo con su actor principal. Bruce Willis no es el mayor de los problemas de la nueva adaptación cinematográfica de la novela de Brian Garfield —que ya dio pie a una larga saga protagonizada por Charles Bronson allá por los 70— dirigida por Eli Roth, pero os garantizo que tampoco es una de sus virtudes.

Si juntamos a un actor en horas bajas con un director que nunca ha tenido horas altas, no nos debería extrañar que la película que salga de ahí sea bastante justita en el mejor de los casos y una abominación terrible en el más probable de ellos. Por suerte, los astros se han alineado y podemos estar muy agradecidos de que el resultado final no sea tan chungo (ni tan largo) como podría haber sido.

Dejémoslo claro: como entretenimiento funciona como un tiro (jé), pero es la enésima cinta de venganzas que ya hemos visto mil veces. No es la mejor dentro de su género ni tampoco es la peor. No puedo afirmar que me alegre especialmente de haberla visto, pero tampoco me arrepiento. Lo malo es que esta indefinición se puede emplear también para hablar de su tono. Pues ni es lo suficiente violenta y cachonda como para ser un explotation que va a por todas ni parece querer cuestionarse si las acciones de su protagonista son moralmente reprochables o no. Cero atisbo de petardeo y guasa, cero interés en abrir debate.

Esto ha sido un problema en Estados Unidos, donde su estreno ha levantado bastantes ampollas por su cercanía con el terrible tiroteo que tuvo lugar en un instituto de Florida durante el mes pasado. Y no es extraño que esto haya ocurrido, teniendo en cuenta que El justiciero tampoco hace ningún esfuerzo por dejar claro qué es lo que nos está intentando contar. Sinceramente, a mí me gustaría interpretarla como una sátira. Hay momentos que apuntan a ello. Por desgracia, durante la gran parte del metraje parece que nos encontremos ante una apología de las armas que además se las apaña para ser vagamente racista (aunque sólo ligeramente machista) en el proceso. Me cuesta poco asumir que habrá provocado mastodónticas erecciones a cualquier miembro de la Asociación Nacional del Rifle que haya tenido el placer de ir a verla.

En definitiva, pese a su indudable mal timing, El justiciero no es una película del todo terrible. Si asumimos que Bruce Willis se va a pasar hora y media poniendo cara de acelga (y aun así os garantizo que se esfuerza mil veces más que en sus últimas películas directas a DVD), que nunca sabremos hasta qué punto el guión va en serio o en broma y que parece más bien un film de transición para un Eli Roth que busca a toda costa salir de su zona de confort… pues oye, que si la echan un domingo por la tarde en la tele y no dan nada más, tampoco pasa nada si la dejáis puesta de fondo.

Crítica original en: http://www.cineenserio.com/el-justiciero/
Juankiblog
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6
23 de marzo de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dios me libre de ser el típico crítico que se queja cada dos por tres de que los estudios no quieren invertir en ideas nuevas y que únicamente apuestan por franquicias, adaptaciones, secuelas, remakes o reboots. Pero claro. Cuando veo que se estrena el reboot cinematográfico basado en un videojuego que en sí ya era el segundo reboot de su propia saga, no sólo se me complica un poco rebatir este argumento sino que además me vería incapaz de explicarle esta última frase a mi madre. Y eso que mi madre es joven.

La nueva versión de Tomb Raider pretende alejarse a toda costa de la que capitaneó Angelina Jolie a principios de los 2000. Alicia Vikander recoge el testigo con gracia, conquistándonos desde el minuto cero con una Lara Croft divertida, enérgica y carismática. Durante el primer acto de la cinta disfrutaremos bastante de las desventuras ligeritas de la heredera de una enorme fortuna que se niega aceptarla, ya que para ello tendría que firmar la defunción de su padre desaparecido siete años atrás en una misteriosa expedición.

Hablemos de lo del padre. Por desgracia, esta trama no sólo es el hilo conductor de la película sino que además todo su peso dramático recae en ella. Y esto es una cagada, porque significa que todo el guión se sustenta sobre un cliché que además de haberlo visto ya cientos de veces en pantalla aquí es abordado con una pereza desoladora. Incluso el pobre Dominic West, interpretando al padre de Lara, parece estar hasta los cojones de su papel y con ganas de cobrar el cheque e irse a su casa cuanto antes.

La decisión de centrar Tomb Raider en lo del padre lastra por completo una película que, por otra parte, tampoco está del todo mal. A diferencia de otras adaptaciones de videojuego, aquí parece existir una intención clara de ofrecer una película de verdad. Lástima que esa película que nos ofrecen no sea del todo buena, pero al menos se puede decir que tiene sus encantos: una divertida aparición de Nick Frost, algún guiño a la Lara Croft primigenia y un ritmo con el que es imposible aburrirse.

Como era de esperar, Vikander demuestra un talento muy superior al requerido para participar en una producción de este tipo y consigue que nos olvidemos —si no lo habíamos hecho ya— de la adaptación anterior. Ella sola se come la pantalla, pero un así creo que se habría agradecido un mayor número de intervenciones del simpatiquísimo Daniel Wu y que el guión no diluyese tanto al villano encarnado por Walton Goggins después de unos primeros minutos suyos muy prometedores que terminan quedándose en nada.

A nivel puramente palomitero, las escenas de acción intentan acercarse a las de los últimos videojuegos de la saga. Es decir, siendo menos fantasmas de lo habitual (que lo son) y derrochando menos CGI (que lo derrochan). Lo malo es que al final tampoco contienen ningún tramo particularmente memorable o emocionante, algo a lo que desde luego no ha ayudado una dirección de lo más impersonal por parte de Roar Uthaug, a quien prefiero rodando terror noruego antes que blockbusters americanos.

En definitiva, esta nueva Tomb Raider consigue superar ampliamente a su predecesora, pero eso no significa que sea un peliculón ni muchísimo menos. Sí que la catalogaría entre una de las mejores cintas basadas en un videojuego que se hayan producido, aunque teniendo en cuenta que es un género entre el que se encuentran títulos como ‘Doom' o 'House of The Dead', tampoco sé si eso es decir mucho. No me importaría ver una secuela de esto si cayera en mejores manos, pero si alguien me pregunta estoy casi seguro que le diría que prefiero volver a ver a Lara dándole un puñetazo en la cara a un tiburón antes que aguantar otra vez el tostón de lo del padre.

Crítica original en: http://www.cineenserio.com/tomb-raider/
Juankiblog
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