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España España · Vilafranca del Penedès
Críticas de SergiMerchan
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Críticas 21
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
19 de diciembre de 2017
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cada vez hay más gente que ensalza la “americanización” de las cosas, como si el parecerse a aquello que salga de la eterna fábrica que es Norte América es algo por lo que enorgullecerse y sí, en efecto, lo es, en muchos aspectos deberíamos americanizarnos todos y vivir como ellos, pero tal vez no es algo aplicable a todo.

El cine español siempre ha sido considerado popularmente como ‘malo’ al compararse con el modelo americano que reina en las taquillas del mundo entero, pero no por la inventiva de sus guiones, la interpretación los yanquis o la calidad de su dirección fotográfica, sino por la factura que tienen.

Es cierto que si comparamos una producción española, al disponer de un presupuesto mucho más ajustado y reducido que el de cualquier otra que provenga de Estados Unidos, esta parecerá más, digámoslo banalmente, ‘mala’, pero no por ello debe ser castigada.

El cine español lleva ya décadas luchando para derribar esa eterna comparación, haciendo que cada vez sea más complicado diferenciar entre una película que venga de ese país o del nuestro propio.

Estamos librando una batalla por perder nuestra identidad cinematográfica y se han estrenado célebres rarezas donde nuestros rasgos nacionales se muestran a modo de burla como pasa en ‘Ocho apellidos vascos’ y su secuela.

Ahora nos queremos desprender tanto de quiénes somos que hemos olvidado que si películas hechas en nuestro país son referente en el mundo es gracias a autores como Pedro Almodóvar que elogia de forma exagerada aquello castizo.

Esto es todo lo que ha pasado, a grandes rasgos, en el campo del cine, pero es que en la cada vez menos conocida como pequeña pantalla también ha habido el mismo fenómeno.

En Televisión se pasan en prime-time remakes de exitosos programas anglosajones como ‘¿Quién quiere ser millonario?’ mientras en el horario de menos audiencia se emite nuestro ‘Saber y ganar’, es una realidad que lleva ya años implantada y no sorprende, ¿pero qué pasa en cuanto a las ficciones televisivas nacionales?

Si al cine español se le ha estado catalogando de nauseabundo por no tener la media del presupuesto americano, a la televisión española se la ha tenido en una consideración todavía más baja.

Hasta hace muy poco sólo la nostalgia se ha encargado de que programas como ‘Verano Azul’, ‘Farmacia de Guardia’ o ‘La huella del crimen’ sean considerados de calidad y tengan un lugar en el corazón de los espectadores de nuestro país sin ser boicoteados.

Pero, tal y como ha pasado en el mercado cinematográfico, la televisión ha tenido que estudiar, entender y reinventarse sin llegar a copiar. Y es en el medio de este proceso cambiante donde aparece la primera temporada de una serie que se titula ‘La Zona’.

Movistar+, que nace de la fusión de Movistat TV y Canal+, sabe qué funciona y gusta del modelo extranjero en el mundo entero y lo ha implementado con buen gusto y fajos de dinero en su paquete de contenido propio.

Jorge Sánchez-Cabezudo, quien ya demostró su buen saber hacer con la aclamada ‘Crematorio’ de Canal+, también comparada con ‘Los Soprano’ de HBO, y su hermano, que hasta ahora no había saltado a la dirección, han sacado la gema de la corona de la nueva plataforma de Streaming Services de España.

La premisa es interesantes, a lo largo de ocho capítulos veremos qué pasa cuando una central nuclear del norte de la península sufre un grave accidente llevándose con él a cientos de trabajadores. Hay una trama lo suficientemente grande como para asimilarla con otras ficciones estadounidenses, así que en principio debe gustar.

El elenco es conocido a nivel nacional, en él hay caras como Eduard Fernández, Emma Suárez o Alexandra Jiménez. Ninguno es Javier Bardem o Penélope Cruz que ya constan de un reconocimiento que va más allá de nuestras fronteras, pero, de nuevo, se supone que tiene muchos números para gustar al público mayoritario.

Daniel Sosa Segura ya se había encargado de la dirección fotográfica de ‘Crematorio’, de la de ‘Zipi y Zape y la Isla del Capitán’ y actualmente trabajaba para Netflix, así que también debía embarcarse en el proyecto, de bien seguro él haría que todo tuviera un look que, para nada, recordara a la Marca España.

¿Qué podía salir mal? La serie tenía todos los ingredientes para gustar, pero, tal vez por el resultado de esa “americanización” que se quiere ahora implementar a todo, cada capítulo te deja más frío y desenganchado que el anterior.

Es como si un sistema operativo estadounidense hubiera hecho esta tanda de episodios con el piloto automático, implementando todo lo que se supone que es sello de calidad y gusta.

En ‘La Zona’ ya no hay ni el rastro de las imperfecciones que tanto me gustaban de nuestra Televisión, es todo tan grande y cuidado que no deja espacio para que sintamos con los personajes, simplemente quieren que aplaudamos que tuvieran tan bien pensado donde iría cada céntimo al milímetro, que no olvidemos que había mucho en juego.

Por supuesto que hay cosas buenas en ‘La Zona’, las interpretaciones son, de hecho, lo más destacable, y siempre es difícil juzgar una serie sin final o saber si se va a renovar para una segunda temporada, pero a Movistar+ le queda mucho por aprender.

Deberíamos reflexionar hacia dónde vamos y qué estamos perdiendo al batallar contra un símil infinito, ya que por el camino nos estamos perdiendo a nosotros mismos como creadores únicos.
SergiMerchan
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8
30 de mayo de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jonas Mekas, poeta visual nato y uno de los padres de la contracultura americana de los años 60, en ‘Walden’ vertebra lo que sería su lirismo, ese tipo de cine-poético que, antes de su aparición, en algunas ocasiones, muchos críticos usaron a modo de insulto y mofa.

Su visionado marea, confunde y empacha, pero no en el mal sentido de la palabra. ¿Sabes esa sensación de cuando vas a ver una exposición de arte y, a tu sorpresa, hay tanta obra que se te acaba por “atragantar”? Pero repito, no lo digo en un mal sentido, ‘Walden’ es una exposición de imágenes en movimiento por donde se pasean artistas de la talla de Andy Warhol, Carl Theodor Dreyer, Marie Menken, Michael Snow, Allen Ginsberg o John Lennon y eso, evidentemente, nunca podría ir a la contra de una obra, en todo caso la retroalimentará.

Hay exposiciones, como la no-temporal de el Louvre, que son imposibles de ver en un solo día, de ver y propiamente apreciar todo lo que haya ahí expuesto, sería el trabajo de toda una vida. De ahí el “mareo” o “atragantamiento” comentado, ‘Walden’ aguarda en sus 3 horas de metraje una belleza extrema, que rebosa vitalidad, hay tantas significaciones y pasmosas secuencias, que sería una falta de respeto considerar la película de Mekas, así como todo su cine, de “articulado”.

¿Qué quiero decir con “articulado”? Por articulado entiendo cualquier film que ha sido ideado y preparado al milímetro, ya antes de acudir a la fase de filmación. Mekas juega con lo que tiene, experimenta con la realidad, con aquello que no entiende de normas y emana una energía única y especial a la par.

Lo que se conoce como “mirada descentrada” es, a grandes rasgos, cuando la cámara se desvía del personaje a retratar, centrándose en aquello que se denomina “profílmico”, es decir, todo lo que está ya dispuesto para ser grabado, más allá de lo planeado. Sería erróneo tachar su cine de vago o impreciso, Mekas, simplemente, lo que hace es ir a buscar la película a fuera, su espacio rodado es, y siempre será, la vida misma.

La película adopta un ensayo de Henry David Thoreau, un experimento sin precedentes literarios en donde el autor norteamericano, tras pasar dos meses en una cabaña construida por él mismo, decidió ponerse a disposición de las palabras y no viceversa, lo cual habría sido lo normal. Me explico, Thoreau, en ese exilio voluntario de las nocivas grandes urbes, acabó creando un nuevo concepto de expresión artística, uno que, como todo soporte que es únicamente literario, no constaba de soporte visual, de pasarlo a imágenes ya se encargó el director lituano más de 100 años después.

Jonas Mekas ha declarado en varias ocasiones, que él ni siquiera hace películas, tan sólo filma lo que le apetece hasta que sus amigos le piden que comparta aquello que tenga entre manos en ése momento. Es un voyeurista nato, uno que dispone de una mirada tan refinada, que hace visualmente atractivo aquello que, para muchos de nosotros, sería imposible de percibir como bonito.

Destruye con lo convencional, con lo lineal, con los personajes claros a seguir y crea un nuevo significado de lo profílmico, ya sea perteneciente al mundo de la no-ficción como de la ficción propiamente, conectando sobretodo con, si realmente es toda obra documental necesariamente comparable a una de ficción, el subgénero/movimiento conocido como 'mumblecore’

Su manera de rodar se adelantó al cine del futuro, puede exasperar a quien no sea asiduo a las experiencias fílmicas no-comunes, él cambió hace tiempo del analógico al digital, como cualquier alumno en la primaria aprende a desprenderse del lápiz para coger el bolígrafo y no soltarlo jamás, el ser humano “muta”. Exuberante en cuanto a forma y abundante de belleza plano a plano, Mekas también hace mutar y desarrolla los principios del realismo psicológico que subyacen, tanto en ‘Walden’, como en cualquier otra de sus otras obras poético-visuales.

Estamos ante un film de un hombre curioso, con una mirada incansable, al que le interesan tantos temas, autores, sitios y cosas, que no puede –y menos mal-, centrarse en un solo tema o personaje a retratar. La película sólo hace que abrir cuestiones, dudas, situaciones y momentos, es complicado de cerrar algo que siempre seguirá allí, y aún más cuando es el tema que hace avanzar una trama: nuestro mundo.

Aturulla y fascina a partes iguales, da la impresión de haberse hecho sobre la marcha y concibe una forma de rodar tan particular y azarosa que es imposible de infravalorar, se podrá conectar más o menos con esta frescura, pero indiferente no podrá dejar a nadie.
SergiMerchan
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8
23 de enero de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Os voy a contar la historia del chico que ayer vio ‘La La Land’:

La primera película que recuerdo ver es ‘Blancanieves y los siete enanitos’ de Walt Disney, el primer musical animado de la historia. Tenía la cinta de VHS gastada de tantas veces que la había reproducido.

En aquél entonces no existían “los extras” que llegaron en la era del DVD pero, curiosamente, ése vídeo incluía un pequeño documental tras los créditos. Al acabar las clases, metía prisa a mi madre para llegar a casa rápido y poder ver la película entera hasta llegar a mi preciado “Making of”.

Yo estaba contento por todas las anécdotas que me contaba ése narrador omnipresente y mi madre porque podía preparar la cena tranquila, ¡todos ganábamos!

Gracias a ése reportaje empecé a interesarme en qué había tras las cámaras y en cómo se creaba la ilusión de movimiento de esos dibujitos pero, más que nada, me interesó cómo se grabaron las canciones.

La siguiente película de la que tengo recuerdo, -tranquilos que no estaré así hasta llegar a la de ayer-, es ‘Mary Poppins’. Para mí eso era, y sigue siendo, el cóctel idóneo entre lo que era un film destinado para el público infantil (el animado) y el adulto (con actores reales). Por suerte, ahora que estudio cine y documental, -seguramente no es casualidad-, he entendido que no hay “pelis para niños” o “pelis para mayores”, sólo “pelis”.

‘Mary Poppins’ se convirtió en mi nuevo VHS fetiche y ya con la pubertad llegaron ‘Moulin Rouge!’ y ‘Chicago’, esta vez en formato DVD y Blu-Ray, musicales que, de los cientos de visionados que habré hecho, me sé de principio a fin.

Visto lo visto, era evidente que el fútbol no era precisamente lo mío y mis padres decidieron apuntarme a clases de teatro. Primero hice obras y cursillos de interpretación en la escuela y por mi pueblo hasta que, tras mucho insistir, acabé yendo a una academia de teatro musical en Barcelona.

De los años que estuve allí estudiando me llevé a las mejores amistades de mi vida, rarillos que, como yo, amaban y entendían qué significado tenía el cantar, bailar o actuar en un escenario. Montamos compañías, inventamos coreografías y escribimos musicales que movimos por un par de pueblos con menos población que la que haya en cualquier bloque de pisos de la capital.

Ahora, cada vez que se estrena una película musical, la miscelánea perfecta entre dos de los campos artísticos que más adoro y en los que aspiro a trabajar en un futuro, para mí es motivo de celebración.

Asistí a ver ‘Nine’, ‘Los Miserables’ o ‘Into the woods’ en primera fila el día de sus respectivos estrenos, las salas estaban tristemente casi-vacías, supongo que no hay ni habrá nunca un resurgimiento del género, su tren ya pasó, pero yo sigo disfrutando cada segundo de sus imperfectos metrajes.

Con todas las expectativas que se habían creado alrededor de ‘La La Land’ tenía bastante miedo, básicamente porque me la compararon con clásicos a los que rindo culto y porque de estrenos anteriores de esta índole sólo compartieron conmigo porquería.

La vi sin nadie más para no condicionar mi valoración final ni engrandecer o empequeñecer las ganas que le tenía pero, afortunadamente, no me defraudó ni por un segundo.

Ayer rememoré cuál era la respuesta de mi cuerpo al ver por primera vez ‘Un americano en París’, ‘Los paraguas de Cherburgo’ o ‘Cantando bajo la lluvia’ y, aunque ya es un producto hecho con y para ése fin, me enamoré de ella.

Los muchos tópicos con los que juega, su previsibilidad o la sencillez que abraza toda la producción, tópicos que ya de por sí son sinónimos de "musical clásico", sólo hacen que irle a favor, no intenta ser una reinvención como las otras que fracasaron intentándolo.

El género del musical tiene infinitas variantes, puede ser remodelado y barnizado tantas veces como se quiera para que parezca algo nuevo, se ha hecho ya muchas veces y hay incluso ejemplos de éxito pero, al fin y al cabo, lo que la gente entiendo por "musical" es ése relato añejo y bien-contado de una belleza tan humilde que abruma.

Es todo un himno para aquellos que lo arriesgamos todo con el fin de intentar conseguir lo más cercano a nuestros idealizados sueños, a los que para conseguir un poco de atención de alguien han tenido que sudar durante meses, a los que nos hemos atrevido a marchar del país para probar suerte y encajamos la derrota hasta el siguiente round, a aquellos que están trabajando duro en puestos que no tienen nada que ver con su idea de futuro pensando que ése sueldo les servirá tarde o temprano y, a resumidas cuentas, un placer visual para espectadores cursis como yo.

Creo -o me gustaría creer-, que esta vez sí se ha conseguido y este largometraje cantado y bailado a partes iguales, como en los de antaño, va a quedar tatuado en la memoria retiniana del público del S. XXI.
SergiMerchan
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7
5 de enero de 2017
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Internet es un fenómeno que ha cambiado nuestras vidas para siempre, fenómeno que ha tambaleado las leyes no-establecidas sobre lo que es el disfrute ‘amable’ (perteneciente a sitcoms de antaño como ‘I love Lucy’), y el disfrute ‘grotesco’ perteneciente a las batallas de gladiadores.

‘Black Mirror’ (con Charlie Brooker como padre de la antología), hace hincapié justamente en el segundo aspecto, en cómo el ser humano a traspasado los limites de lo que es tolerable o, por el contrario, tan desatinado que impresiona, mediante este fenómeno del que todos disponemos conexión en casa.

La premisa del piloto es bien sencilla: ¿Debe realmente un Primer Ministro ensuciar su imagen y denigrarse públicamente manteniendo relaciones sexuales en vivo con un cerdo, para liberar a una inventada Duquesa de Beaumont que el pueblo adora?

La serie empieza con un relato tan esperpénticamente mezquino que uno, ante tal atrevimiento, sólo puede que disfrutar e incluso plantearse si eso podría suceder o no en un mundo controlado por las redes sociales; la respuesta es clara.

El tono de la serie es sórdido, de tonos azulados “a lo Fincher”, con interpretaciones brillantemente controladas de prototipos fríos, con cámaras-en- mano que graban a pantallas que a su vez se ven pixeladas o de una calidad mediocre; el símil de éste estilo es nuestros ojos navegando por internet. Es decir, nuestra mirada va de un lado para otro, abriendo diferentes pestañas y descubriendo nuevas capas de realidad que nos interesan.

Hace unos meses, contra todo pronóstico, el showman Donald Trump se coronó como presidente de un país en el que el mundo entero se mira, en gran parte, ese controvertido triunfo ha sido gracias a una imagen viral de infinitos 'gifs' y 'memes' para uso y disfrute de los internautas, ya de hecho en la serie, la popularidad misma del ilusorio Primer Ministro, crece tras aquél acto heroico-denigrante.

El nuevo ‘National Anthem’ de la sociedad es un pitido ensordecedor que distrae a suicidas ciudadanos que están tan ocupados viendo ‘Gran Hermano’, que no se percatan de estar en un alargado capítulo de la dolorosamente cuerda y realista ‘Black Mirror’.
SergiMerchan
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Una historia para los Modlin (C)
CortometrajeDocumental
España2012
7,3
548
Documental
8
5 de enero de 2017
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Al documentalista Sergio Oksman le llegó azarosamente un paquete de lo que alguien consideró que era un paquete de porquería antigua y, verdaderamente, era un caudal de vivencias esperando a ser contadas tras una demasiado-larga espera.

Los Modlin era una afanosa de fama, sedienta de que su nombre fuera recordado por miles de americanos, tal vez millones, luego por cientos de españoles y que acabó siendo valorada por las manos de un suertudo montador.
La información es servida al espectador en cuentagotas, narrada sin prisas y dosificándola por un autor ávido con una voz en off pausada casi celestial que, a mi entender, sabe captar la atención de un espectador estableciendo las bases de un documental lineal pese a jugar con un mapa inconexo de retratos.

Las fotografías son mayormente en color, pero el fondo es siempre o blanco o negro debido a las telas que usa el director para centrar bien la atención del público.

El montaje es tan sencillo que engancha, con ilusión de plano-secuencia, con una sola pieza musical repetitiva que enrarece unas fotos que cuentan la historia por sí solas, de hecho, sólo hay un momento del corto en el que vemos imágenes en movimiento, y ése es el momento en el que debemos despedirnos de los Modlin.
De la sencillez nace la emoción, del siempre funcional “menos es más”.

Los tres integrantes de la familia Modlin, aislados de la sociedad, encerrados en su ambición por el protagonismo, tan centrados en un futuro de éxitos que nunca llegó, acabaron muriendo uno tras otro en un corto lapso de tiempo, dejando una casa vacía en una calle de Madrid y no de Hollywood Boulevard.

Finalmente, gracias a las manos y voz de Sergio Oksman, los Modlin sí consiguieron sus ansiados veinte minutos de fama tras fallecer.
SergiMerchan
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