Al final ganan los malos. Pero ¿Qué ganan? Si no tienen el amor y son como cucarachas, siempre a la sombra, con miedo a todo.
Para mí esta película es como una luz al final del tunel: puede que no consigas pasar al otro lado, pero al menos sabes que existe.
Y por dar algunos datos, hay algunas escenas magníficas de una mujer esquelética semi vestida con el uniforme nazi haciendo una especie de número musical (se puede ver algo parecido, ampliado y musicalmente mucho más logrado y mejor hecho, en Cabaret (1972), con Liza Minelli, pero no tan impactante).
También hay algunas escenas que no llegan a ser gore, porque no muestran nada, pero te revuelven el alma y el estómago.
Pasarán más de mil años y no olvidaré esta película. Pero tampoco volveré a verla.

EL INCREÍBLE HOMBRE MENGUANTE
Estoy viendo de nuevo esta magnífica película. Por primera vez me ha llamado la atención un detalle: la nube que envuelve al protagonista cuando va de crucero con su mujer y que parece ser la causa de su rara dolencia (pérdida de tamaño inexplicable e imparable), aparece mientras el protagonista está solo en cubierta porque ha insistido en que sea su esposa quien baje al interior de la embarcación para traerle una cerveza que a él le apetece tomar. Sigue insistiendo, aunque sin malos modos (no los necesita) a pesar de que ella intenta que sea él quien se sirva a sí mismo.
Parece una metáfora: a partir de ese momento, cuando usa a su esposa como a una persona a su servicio, empieza, ante ella, ante sí mismo y ante los demás, a encogerse, o perder altura que es lo mismo. Altura que no recuperará jamás. Y pasa de ser un triunfador a ser un pobre hombre por quien su esposa siente más repulsión que lástima, y alivio cuando termina por desaparecer de su entorno.
De todas formas me gusta esta película, no importa si su intención era feminista o no.