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España España · Madrid
Críticas de Charles
Críticas 1.065
Críticas ordenadas por utilidad
9
28 de diciembre de 2017
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El arte más noble es hacer feliz a la gente"

Palabras de P.T. Barnum que, en si mismas, son el testimonio más sencillo, y a la vez más poderoso, que pudo dejar para que se comprendiera su legado.
Para eso vivía el creador del show-business, para lo mismo por lo que han luchado Hugh Jackman y Michael Gracey durante años, levantando un majestuoso musical que (se dice pronto) no cuenta con canciones preestablecidas ante el público, no tiene una exitosa versión teatral que la respalde y tampoco sigue modas del momento que vayan a asegurar su triunfo.
El círculo de valentía que se cierra es maravilloso: como en aquel siglo antepasado, una serie de talentos se han reunido para ofrecer, a corazón abierto, uno de esos raros antídotos que curan la ilusión de un panorama muerto.

Se podrá decir de todo a 'El Gran Showman': tópica, típica, azucarada, ingenua... pero todo eso da igual.
Empieza a dar igual desde el primer momento en que se oye cantar.
Desde el mismísimo segundo en que Phineas Hugh Taylor Jackman Barnum nos dice que esto es todo lo que queríamos, todo lo que necesitamos, y tras colapsar el escenario de maravillas se retrotrae a otro tiempo, a uno más modesto, más triste si se quiere, uno en el que no todo lo que tiene brilla.
Pero ya por aquel entonces tenía esa inventiva que le hace sacar lo especial en un mar de corrección, esa actitud decidida donde no caben futuros sin rumbo ni palacios ruinosos: sobre estos sueños edificaré mi imperio, nos canta, le canta a su esposa Charity, pasando por encima de penas y distancias, amparándose en las tenues alegrías que le pasan.

La suya no es una historia en la que, de repente, es comprendido: es la del que, de repente, comprende que este mundo está herido, de muerte, por gentes que no ven más allá de sus narices e ignoran todo lo bueno que les puede llegar, que se encierran en la dificultad y mueren incapaces de dejarse llevar.
Contra esa infinita hilera de cubículos que pasarán a ser tumbas, Phineas se rebela, al principio de manera callada y disecada, deformación vital de seguir la misma ruta pasando las metas de largo, pero después con el rugido del león, con la fascinante convicción del que, por fin, está viendo un sueño sin necesidad de cerrar los ojos.
Su compañía "teatral" (pues el circo aún no lo ha inventado) es, no uno, sino varios mazazos a la intolerancia de una época: primero son agresivos y rápidos, recreando sus únicas cualidades en gloriosos pósters que gobiernan la ciudad, y más tarde dolorosamente bellos, como el de aquella mujer a la que su barba impedía que se fijasen en su hermoso cantar.

Podría pensarse que el circo (ahora sí) de Barnum se sostiene en la truculencia y el morbo, pero bajo todo ello, en el segundo antes de salir al escenario, queda claro qué es lo maravilloso del tinglado: una sensación de pertenencia, de emocionante revalorización de unas heridas, deformaciones o anomalías que serán las estrellas para los niños que están esperando, por fin admiradas sin ser juzgadas.
En la pista, al calor de los focos, se celebra una humanidad sin caretas, sin fronteras, latiendo renacida ante los ojos de un público que las más de las veces se olvida: nosotros somos el Mayor Espectáculo del Mundo.
Uno que no tiene por qué acabar, uno por el que todos querrán dejarse arrollar, que en su fruto más dulce difumina límites entre el autor Phillip (Efron derrochando química con Jackman) y la trapecista Anne.

Claro que siempre están los "es cuestión de gustos", el que se pone a pensar en medio del jaleo, la sonrisa que nunca se puede ganar.
Phineas no puede permitirlo, y lo que sucede entonces no es una caída, sino más bien el avance hacia el máximo esplendor, uno que quema y ciega observado desde ese lado del escenario en que todo parece más hermoso y posible: Jenny Lind es la voz angelical que llama la belleza en los corazones de todo público, el salvavidas al que Barnum se aferra para demostrar que puede llegar a donde sea.
Pero por el camino suelta el timón de aquellos que por primera vez se estaban acostumbrando a ser vistos, y no quieren volver a ocultar unas cicatrices que, allá lejos del escenario, les siguen recordando que no han desaparecido.

Esto nunca fue una apuesta segura.
Fue un riesgo, un fuego que se desboca en el interior, una pasión que arrastra cualquier dificultad económica y personal... pero también dos manos que, en la oscuridad de la platea, se encuentran porque su deseo reescribe la historia con la que les han dicho que se tenían que conformar.
Lo pequeño existe en la trastienda de lo grandioso, sólo para hacerlo aún más especial: un musical que sabe cuándo frenar su torrente melódico para decir una simple frase, o por el contrario permite que su estrofa más esencial se susurre a media voz, comprende esto a la perfección.

Porque de nada sirve ser grandes perdiendo de vista los que lo han hecho posible.
Al igual que la grandeza no funciona si no es compartida, si no es apoyarse unos en los hombros de otros hasta que, un día... te das cuenta de que la ilusión se conserva, y no es un sitio al que se llega.
Siempre estuvo ahí todo lo que querías, todo lo que siempre necesitabas.

Lo mismo que Phineas intentó transmitir al público, lo mismo que Hugh Jackman nos cuenta maravillosamente aquí.
Todo en el espacio de un absoluto milagro donde querrás cantar cada canción, te dolerá cada rechazo y te ilusionarás al ritmo de esa rara alegría que surge de ver gente aceptándose y apoyándose, pese a todo lo malo que pueda pasar, y por todo lo bueno que queda por venir.

Y si fuera sólo eso no sería tanto, pero es que en ningún momento me ha abandonado esa sensación de que el mismísimo P.T. Barnum me pone mis sueños al alcance de la mano y me dice "son tuyos, cógelos y enséñalos al mundo, porque están esperando que lo hagas".
El arte más noble, en su más pura forma.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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9
28 de abril de 2017
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al espectador ansioso de aventuras extraordinarias se le da el mejor inicio posible: un cálido mediodía del siglo pasado, años 80, mientras en la radio de una pareja enamorada suena "Brandy" de los Looking Glass.
Un hombre de las estrellas habla de maravillas floreciendo en la Tierra, y podemos ver que eso mismo está ocurriendo entre su pareja y él, entre dos seres de mundos distintos que comparten un mismo corazón.

Años después, un grupo de amigos de muy distintos orígenes se preparan para repeler el ataque de una bestia espacial, con un poco de música y un mucho de cachondeo.
El director James Gunn cruza una misma idea a lo largo del tiempo, a lo largo de la galaxia, dejando claro que cualquier ser puede aprender a convivir con otro, porque en el fondo un árbol bebé, un mapache guerrillero o un asesino verde no pueden ser muy diferentes.
Lo que ocurre es que la panda de renegados comandados por Starlord hace un tiempo que dejaron de ser amigos, y ahora son algo más, colegas que no dejan de bromear entre ellos, pero también hablan de verdades dolorosas entre medias.

'Guardianes de la Galaxia Vol. 2' es una perfecta progresión de su primera parte desde el momento en que, sin dejar de lado el humor o las aventuras galácticas, apuesta por llevar mucho más allá las relaciones de este particular quinteto que vemos que apenas está empezando a conocerse.
Como en las mejores historias, el pasado sale a la luz cuando menos se necesita, en este caso en forma de padre de Peter Quill, un ente largo tiempo desconocido con el nombre de Ego, que por fin aparece para reclamar su paternidad. Y a su vez, vuelven viejos conocidos como el mercenario Yondu o la cibernética Nebula, ambos dos buscando paliar sus pasados fracasos.
Ego aparece para conectar a Peter con su herencia celestial y casi divina, mientras Nebula busca venganza contra su hermana Gamora, y Yondu tiene en la captura de los Guardianes su última oportunidad para recuperar el respeto de los suyos.

De una manera gloriosamente sutil para una película que no tiene reparos en lanzarte persecuciones intergalácticas y seres de piel dorada a la cara, no se deja de insistir en el mismo tema: familia, familia y familia.
Peter no deja de sospechar de un padre que a fin de cuentas le abandonó, Gamora de una hermana que ha aprendido a ver solo como contrincante de batalla, y Rocket, la particular alma capulla del grupo, ve a Yondu como un viejo mentiroso frente al que cuidarse las espaldas.
Gunn, sin embargo, en un alarde de buen gusto, decide dar peso a la otra cara de la moneda, dejando a Ego lamentar la "falta de un sentido" para su divinidad, a Nebula paladear todo el dolor de sus prótesis corporales, y a Yondu afirmar a Rocket, con aire triste, que "tus Guardianes no son tan diferentes de cómo éramos mis mercenarios y yo".
De repente, la historia se llena de adolescentes que no han acabado de madurar, en busca de una figura paterna que pudo haber sido brutal o ausente con ellos.
Y es la clase de fondo emocional que convierte el espectáculo en épica, o el melodrama en puro sentimiento.

Poco importa que un personaje sea verde, otro azul, o algo tan loco como un planeta viviente: me llegan sus historias porque se han tomado la molestia de desarrollarlas (y para qué engañarnos, una banda sonora plagada de temazos ayuda mucho).
Por si fuera poco, queda la relación más bonita entre Drax y Mantis, tocada por un analfabetismo emocional entrañable, que se hace querer cuando ella le ríe las incómodas gracias, o él comparte sus duros recuerdos de la manera más silenciosa posible. Hermosa manera de comunicarse, la de poder experimentar una emoción sin apenas palabras.
Y entre padres e hijos, no podría faltar Groot, un bebé inconsciente e impulsivo, que sirve de apoyo tanto al drama como a la comedia: nunca te vas a reír tanto como con sus bailes y expresiones, mientras que te van a dar penita todas sus caras lastimeras. La prueba perfecta de que, a la larga, quien mejor se lo pasa es el más felizmente ignorante y bienintencionado.

Siguen siendo extraños en el fondo, seguirán siendo Guardianes pese a todo.
Porque frente a las maravillas del cosmos, lo mejor que han sabido hacer es aceptarse, como hace cualquier otra persona de esta vasta galaxia.
Y James Gunn resume en una lágrima de mapache todo lo extraordinario de esta secuela: la emoción profunda, a ras del suelo, que causan unos seres irreales a los que hemos llegado a querer como una familia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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6
1 de abril de 2017
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay que joderse.
¿En serio, "se parece a Alien"?
Leyendo opiniones de ese palo, pienso si la gente se ve de verdad las películas o solo se mira los dibujitos.
O si existe una especie de vagancia general que pide asociar cualquier cosa "nueva" a una propiedad ya existente, no sea que haya que gastar mucha tinta, saliva o tecleo.
A esta película en particular se le han colgado las referencias de 'Alien', posibles conexiones a la saga 'Spiderman', tooodas las similitudes con tooodas las películas de terror espacial... y a la hora de la verdad todo eso sobra y aturde, porque deja más clara la pobreza cultural de quien lo dice que otra cosa.

Cuando, además, una cosa muy agradecida de 'Life (Vida)' es que es maravillosamente simple.
Nada más que una estación espacial, a la que va a parar una sonda recientemente dañada, que podría albergar algún tipo de microorganismo venido de Marte.
Los astronautas apenas tienen nombre y rasgos de carácter, las implicaciones de la misión nos son desconocidas, el contexto y la previa preparación no nos importa: casi que podría ser parte de un cómic de ciencia ficción que hemos desempolvado recientemente de la estantería más alta.

Pero es que encima su sensibilidad es puramente trepidante: cuando finalmente se adivinan las intenciones del microorganismo no existen tiempos muertos, y todo se convierte en una carrera para evitar el avance de una célula que es más inteligente de lo que en principio se habría imaginado, pasando del "misterio" que podría haber sido tener que buscarlo a lo largo de toda la estación (no como en 'Alien'... ¿eh, críticos de pacotilla?).
Gran parte del entretenimiento consiste incluso en que el personal del sitio es científico y habla en ese tipo de términos, aterrorizados ante el avance de la criatura, pero claramente fascinados ante las inmensas capacidades que está demostrando. Como uno de los astronautas murmura "no es que nos elimine por nada en particular: en la vida debe existir la capacidad de destrucción, y él la está llevando a cabo" (no como en 'Alien' que es un depredador... ¿los críticos que la mencionan realmente se han visto la película?).
Todo esto huyendo de lugares comunes como podría ser la apariencia del bicho: se trata de una criatura translúcida, que podríamos juzgar benévola si no fuera por su comportamiento, e incluso en sus actos no parece haber maldad alguna, tan solo una urgencia por explorar su entorno y asimilarlo.

En definitiva, 'Life (Vida)' es una película que conoce su oficio, y además sabe hacerlo bien, que es más de lo que se puede decir de otras tantas.
Simplemente un cuentecito de terror que nos hace replantearnos nuestro lugar en el universo, sin necesidad de sacar grandes naves de seres verdes ni lejanos planetas desconocidos.
A veces, eso basta. Pero debe ser que algunos esperaban ver un tratado sobre el universo o algo parecido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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8
29 de marzo de 2020
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ojo ahí.
Una de las propuestas más rompedoras, descarnadas e ideológicamente potentes que hayan salido de la cinematografía española en los últimos años.
En un mundo ideal, después de una exitosa carrera comercial en la que ni dios en la península habría ignorado su existencia (¿equipo publicitario de Bayonas y "prodijios", dónde estáis?), estaríamos hablando de un próximo asalto al mercado internacional, que dirigiera la mirada a otro tipo de talentos autóctonos. Como somos lo que somos, hemos de conformarnos con un jugoso recorrido en festivales y una extendida difusión por Netflix: bueno, menos da una piedra.

La película en sí, no deja de ser un artefacto, pulcramente diseñado.
Más brillante en su inteligencia y estructura que en su corazón o gancho emocional.
Pero oye, menudo artefacto. El corazón lo puedo dejar para otro momento, si se ponen tantas tripas y huevos sobre la mesa.

'El Hoyo' marca claras sus reglas al empezar: quédate en la fila vertical, arrasa con lo que veas, generoso no debieras ser, y consuélate que más abajo no vas a estar (por ahora). Eso sí, échale un ojo al vecino, mira de reojo a los cabronazos de arriba, y agárrate al último milímetro de personalidad que te llevaste al agujero, con todas las uñas y dientes que tengas.
El protagonista Goreng se llevó el Quijote, su compañero de cuadrilátero Trimagasi el cuchillo de cocina plus que por la televisión le malvendieron, y ya hay ahí dos maneras de entender el mundo, que nadie te dice si mejor o peor, pero... allá tú si en trinchera quieres disparar bolas de papel.
Cada día, un banquete desciende de los cielos, tan rococó su diseño que ya provoca repulsa, obviando ("obvio") los rastros cerdos de pies y manos, pero tienes que comer, porque no sabes cuándo te verás en otro igual, y a los de abajo que les jodan, morirse de hambre les ha tocado por estar donde no han elegido estar.

Putísima angustia, oiga.
Galder Gaztelu-Urrutia convierte cada toque de la plataforma bajando en un retortijón directo a las venas, y te acabas dando cuenta de que en el Hoyo no mata siempre el hambre o una mala contestación de tu compañero, sino el hastío o la desesperación.
Que estamos todos en el mismo barco, pero nos negamos a remar. Y en vez de mostrar piedad o compasión, las acciones de otros han recrudecido tanto nuestra consciencia que bastante tenemos con salvarnos de nuestra culpabilidad, bajo pena de perder totalmente la cabeza.
La tragedia en segundo plano es que el Quijote reverbera sus lucha contra molinos gigantinos por el hueco de los bloques, pero ya nadie se molesta en leer, mucho menos en acometer difíciles empresas que requerirían más templanza que amenazas.

Por eso el retrato de la revolución es encomiable aquí, en tiempos de mojigatismo, policorrectismo o bienquedismo: a hostias, contra la pared, sin rehenes.
Un recorrido directo al infierno que nos deja pequeños vistazos a cada estamento de miserabilidad social, donde más importa pensar que es el de al lado nuestro enemigo, en lugar de quien mantiene los hornos de la cocina funcionando.
Bravo porque todavía se puedan lanzar mensajes incendiarios en la ciencia ficción especulativa.

Y poco más.
Lo mejor es verla, lo peor es pensar cómo imita la vida real.
Pero cascarte un espejo y obligarte a mirar siempre debería ser motivo de celebración en el arte, cualquier arte.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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6
13 de agosto de 2018
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Abrir con el clásico espectáculo de mentalista que de un tiempo a esta parte permite experimentar "algo sobrenatural" desde la comodidad no puede ser casualidad.
Que el Profesor Phillip Goodman, además, llegue a extremos violentos por desacreditar mentiras que la gente se traga con gusto, lanza otra pregunta: ¿quizá somos indiferentes porque tantos espíritus tras la pared han cebado nuestras ganas de creer?

La verdad es que, para ser un truco magníficamente orquestado, no hay trampa alguna: 'Ghost Stories' empieza desde el absoluto escepticismo y se propone asustarte despacio, a susurros, incluso se podría decir que con algo de mimo.
El mosaico de historias que Charles Cameron, antiguo ídolo televisivo de Goodman, pone frente a las narices de este no tienen ninguna prisa en soltar esas inquietantes pruebas que no se pueden refutar.
Al contrario, se quedan flotando en un ambiente de gris apatía, infectando la mente del desprevenido profesor, como si hubiera un hilo conector entre los tres que ha sido tenebrosamente trazado por una mano desconocida.

El movimiento de una sábana al paso del haz luminoso, al fondo de la habitación.
Dos figuras totalmente quietas que podrían ser los depredadores al otro lado de la puerta, de un refugio en casa propia.
Un acoso calmado y espectral, que se rebela al mínimo pensamiento de que lo que pasa está siendo completamente normal.
Los resortes de esta antología terrorífica están lejos de ser efectivos muchas veces, tal vez porque prescinden de ser súbitamente impactantes, pero guardan el adecuado alejamiento de foco como para que te preguntes qué has visto: y cuando te das cuenta de que no lo sabes, te quedas ahí, con la niña del cuarto oscuro o el demonio del bosque negro.

Claro que todos los trucos implican una distracción, para luego revelar la sorpresa.
Y allá donde se puede pensar que la sorpresa iba a venir de que nos han puesto en una realidad donde lo sobrenatural no puede existir, resulta que eso solo era un prólogo, porque la distracción es todo este conjunto de criaturas que acechan pesadillas despiertas.
La verdadera sorpresa era comprobar que, no importa su naturaleza, los monstruos y espectros viven dentro de nosotros, enquistados en lo que pudimos evitar, en lo que no queríamos afrontar y, peor, lo que no nos salvamos de ver pasar.

Los fantasmas siempre significaron un asunto pendiente.
Negar su existencia no puede ser muy distinto de contarse una historia constantemente, sin parar a pensarla, para no darte cuenta de que te mientes.

Ojo, siempre lo hemos hecho.
Lo que distingue un buen truco de uno malo es si nos distraen bien para aceptar esa mentira.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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