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España España · Madrid
Críticas de Charles
Críticas 1.065
Críticas ordenadas por utilidad
7
29 de agosto de 2018
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empieza con el zumbido de un pasado brumoso antes de despertar.
Un par de niñas patinan hasta una mansión en medio del campo, jugando y riendo, en una estampa que parece prohibida, con un aire de fábula que sin embargo se siente algo podrida.
Y aquella niña, años atrás, despierta con un alfiler a su contrapartida adulta, como si quisiera decirle que se ha acabado soñar con lo idealizado y toca atender una realidad que no ha dejado de doler.

'Heridas Abiertas' nunca cierra la puerta a ese diálogo con el pasado.
Mostrando que de alguna manera el presente siempre está afectado por él, por mucho distanciamiento u olvido que queramos poner de por medio.
Existimos en una cicatriz que se extiende desde nuestra infancia y, si no tenemos suerte, puede que nunca llegue a cerrarse.

Así le ocurre a Camille Preaker cuando vuelve a Wind Gap, a la casa familiar, después de varias décadas creyendo que podría escribir de lo malo que pasa en otros lugares, y no allí.
El desvelo de sus traumas y heridas no llega de inmediato, sino a trozos, en gestos que reflejan otros que ya hubo, más violentos, y personas que cual espectros se han quedado al fondo del plano, como mal revelados en una fotografía.
Su madre Adora no fue el mejor de los ángeles guardianes, ni la bienvenida de su hermana Amma es capaz de disimular el hecho de que la casa dejó de ser refugio, al fallecer la pequeña Marian.

Allí, en el hogar familiar, Camille se adentra en un corazón de las tinieblas dolorosamente personal, mucho más peligroso que la supuesta dama de blanco que anda por las calles robando adolescentes desamparadas.
Porque regresar para ella es un acto de exorcismo, una prueba para afirmarse que su infancia y su familia no fueron tan malas como las recuerda, aunque pronto queda claro que no se mentía cuando le dijo a su amiga más querida: "no, nunca mejora".
Aparte, por el camino se muestra y desarrolla, cual parásito desagradable, esa entropía que abunda en las localidades pequeñas, donde generaciones en distintos ritmos de la vida sienten cada día como una condena, y hay cierta diversión maléfica en echar la mierda sobre el que tarde más en ocultarla.

Quizá nunca superamos la infancia, hasta que dejamos de sentirnos a salvo en la casa de muñecas.
O hasta que tragamos, con absoluta determinación, todo el veneno de "cariñosa" decepción materna que en su momento creímos poder evitar.
Puede que incluso no la superemos hasta que comprendamos que el mal no estaba "afuera", sino que había un monstruo en cada casa, al acecho para sacar en las noticias solo aquel que falle en silenciarse.

Lo que está claro es que Camille pensó que su reportaje no tenía nada que ver con ella misma, para al final darse cuenta de que tenía que recoger cada afilado recuerdo aunque no quiera, y sacrificarse un poquito para no volver a repetir ese pasado que pincha.
Porque no podemos evitar ser de dónde venimos, ni cortarnos cadenas que nos han mantenido enteros, por muchas heridas que nos hicieran.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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8
23 de marzo de 2018
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
La simetría de Wes Anderson ha llegado a niveles de enfermedad.
Simétricos (pero muy diferentes) perros se colocan de forma simétrica en un plano que guarda simetría con el plano inmediatamente posterior, conversando de manera obsesivamente ordenada en un paisaje que les encuadra simétricamente según están puestos.
La acción real no era suficiente para Anderson, ahí todavía te puedes equivocar, pero el stop-motion… ahí nada se va a salir de lugar, es control total sobre lo que pasa y lo que pasará.

‘Isla de Perros’ necesita ese control, por otra parte.
Su atmósfera de cuento infantil encantador y trasnochado, sobre una dictadura tiránica de amantes de los gatos que fuerzan el exilio de todos los perros de Megasaki (Japón, veinte años en el futuro), sólo podría funcionar si desde el principio, y excelentísimo modelado de marionetas y escenarios aparte, notamos que una visión cuadriculada del mundo ya ha triunfado.
Los canes se mueven en manada simétrica de cinco, buscando las pocas sobras que les llegan del otro lado del teleférico, y se comportan como animales salvajes pese a tener un perfecto vocabulario y capacidad de razonamiento.
El Alcalde Kobayashi lo ha conseguido entonces: los antiguos mejores amigos del hombre ya no son más que ratas grandes, desligados de todo contacto humano y tan violentos como los que les han abandonado.

Pero un jovencito japonés aterriza en la isla, de nombre Atari, buscando a su perro Spots.
Chief y su pandilla recuerdan entonces lo que era cuidar de un amo: ayudarle, protegerle, confortarle.
No dejarle solo.
Siguen echando a votación si tienen que rescatarle de los perseguidores de su tío Kobayashi, pero ya carece de sentido, pues está en el corazoncito de un perro cuidar siempre de aquel que esté más desfavorecido.

La alegre cháchara que comparten Rex y los demás por tener por fin un amo a quien ayudar, sin embargo, contrasta con Chief y su naturaleza de perro callejero, siempre recordada a la mínima oportunidad, elemento diferenciador que marca una distancia emocional y, de alguna manera, le roba eso que todo perro desea.
Permanecer vigilante, acompañar, sentarse, coger el palo… son diversiones en las que él nunca se ha imaginado, por mucho que pueda imaginarse con facilidad las de todos los demás (sobre todo de la perrita Nutmeg, por muy increíbles que sus trucos puedan sonar).
Y aquí es cuando el control de Wes Anderson demuestra ser tan eficaz para resaltar, sin apenas palabras, de manera “plana” pero tremendamente emotiva, la sensación de calidez, afecto y gratitud que inunda a un perro cuando su amo le considera alguien imprescindible, o casi un igual.

Son momentos así los que vertebran la progresiva metamorfosis de Chief, y a la postre los que hacen de ‘Isla de Perros’ una aventura de esas que da gusto contemplar (vale repetirlo una vez más: aún a pesar de los maravillosos diseños, las simetrías imposibles y las temibles fisonomías con las que sus villanos se expresan).
Todos los personajes son Chief, a su manera.
Niños que no se dan por vencidos por mucho que toque andar, jovencitas que un país extranjero quieren revolucionar, y perros que quizás han hecho mal pero, maldita sea, no lo podían evitar.
Seres vivos e inquietos, que escapan a la tiránica simetría imperante y dicen que sí, que merece la pena dejar de ser un solitario y preocuparse por los demás, aunque a veces eso mismo se tenga que luchar.

Ahí queda para eso esta maravillosa fábula, infinita y detallada, sobre un Japón imaginado, que renuncia a que puedas entender el lenguaje, porque todo lo que merezca la pena decirse entre un perro y su dueño no necesita de palabras.
Y al final, incluso… ¿está ese perro tapando al otro, la emoción ha ganado la partida frente a la simetría?

Wes Anderson, perro viejo, nunca dejes de realizar tus trucos que nos hacen imaginar.
Charles
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7
20 de junio de 2017
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
'Okja' tiene un corazón tan blanco y almibarado que, si hubiera prescindido de sus aspectos más oscuros y desagradables, estaríamos hablando de una digna heredera de aquellas películas de "animalito con niño" que tan populares fueron en los 80.
Claro que Netflix ha sido más lista que eso y, en lugar de explotar una nostalgia por aventuras de antaño, utiliza esa misma nostalgia para hablar de problemas muy reales y actuales, libres de que esta historia tenga que encajar a la fuerza en un público de cartelera veraniega.

El foco empieza en el seno de la renacida empresa Mirando: en una antigua fábrica de negocio esclavista, su dirigente Lucy (tremebunda, gigantesca Tilda Swinton) exhibe un discurso bienpensante y espectacular, declamando la grandeza de un futuro super-ecológico, super-productivo y super-mega-fantástico que finaliza con la sentencia de que sus nuevos supercerdos sabrán "jodidamente bien".
A un corte de diez años después le sigue lo totalmente opuesto: una niña y un "animalito" en plena comunión con la naturaleza, disfrutando de una agradable tarde donde comen frutos de los árboles y se tiran por las cuestas de hierba.
No hay ni rastro del futuro que aquel anuncio corporativo del principio nos vendía, y tanto mejor que sea así.

El trato amable entre niña y cerda, transmitido en gestos y contacto, parece tener un toque de magia sencilla, imposible de imaginar en otro sitio que no sea esa montaña aislada en la que viven.
Pero la trampa de la nueva globalización es esa: hacer creer que la naturaleza tiene algún papel en algo, para arrebatárselo luego con ojos codiciosos e hipócritas declaraciones. Hasta la granja perdida de Mijo y su abuelo llegan las cámaras de televisión de Johnny Wilcox, famoso "naturalista" que se encarga de elegir al mejor supercerdo del mundo para llevárselo a la feria de Nueva York, y dar una triste cinta de condecoración a quien lo haya criado. No nos cabe ninguna duda de que Okja será la afortunada, porque se la ha tratado con sincero cariño siempre, y eso es algo que el propio Wilcox sabe que es imposible de falsear.
El abuelo de Mijo entonces equipara la pérdida del animal al rito matrimonial por el que pasó su hija: aquella recibió un cerdo de oro cuando pasó a ser una mujer, por lo que, para Mijo, desprenderse de esa supercerda debe ser algo parecido a dejar de ser una niña.
Pero, francamente, que le den a la madurez, piensa la niña.

La carrera por recuperar a su inusual mascota habla del mundo mejor de lo que lo haría cualquier otra cosa: fuera de su entorno, Mijo viaja a extrañas corporaciones que dicen adorar lo verde y tienen árboles con cables en sus vestíbulos, se encuentra con lamentables chupatintas que piden confidencialidad pero no se olvidan de su selfie reglamentaria, y colabora con grupos que dicen luchar por los derechos animales, pero que no dudan en utilizar sus ideales como armas arrojadizas para lograr sus fines.
El ridículo no parece tener fin, y solo sería divertido si no fuera tan jodidamente triste.
'Okja' habla sobre campañas de promoción concebidas como guerras, de empresarios corruptos que cubren pifias mercadeando sentimientos, de un público ignorante que no tiene problema en comprar más barato y fácil... quizá habla tanto porque nos puede poner subtítulos para que lo entendamos todo, mientras que nos recuerda que en la vida real siempre existe la barrera del lenguaje: una que, asquerosamente aprovechada, puede dar lugar a todos los convenientes malentendidos que cualquier "luchador de causas" necesite.
"¡La traducción es importante!" exclama el líder animalista Jay, y casi que acabas defendiendo esa opinión con su misma violencia, cuando vemos con nuestros propios ojos todo el mal que trae una contestación malinterpretada.

Acabo cansado de este tour mundial por horrores de la carne y la mentira, con una sensación de derrota contra la que es difícil hacer nada.
Pero es justo ahí cuando lo que esperabas ver demuestra para lo que vale en realidad: la peli de "animalito con niño" que hay en esto pide tener esperanza por el futuro, y ganas de preservar cosas tan especiales como ese vínculo irrompible entre Mijo y Okja.
Ahí está el verdadero e inesperado "regalo de Mamá Naturaleza", que gente como Lucy Mirando y sus colaboradores seguirán sin apreciar, por mucho que esté delante de sus narices.
Casi habría que dar gracias porque de algo tan bonito nunca se vaya a poder sacar beneficio económico alguno.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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6
23 de agosto de 2016
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es curioso que la oscuridad, como tal, pocas veces ha servido como "villana" en películas de terror.
Casi siempre se reduce a ser complemento del verdadero enemigo, contexto tenebroso para otros, o mero elemento circunstancial del conjunto.
Es algo comprensible y a la vez una lástima, porque no deja espacio a la seductora idea de que la oscuridad puede personificar nuestros mayores miedos tan solo con su presencia, aunque a la vez cualquier luz es capaz de disipar su macabro hechizo, tornando lógico lo irracional.
Pero, en unos instantes de negrura cavernosa e infinita, seguro que si entornamos los ojos lo suficiente nos imaginaremos cualquier miedo alzando su cruda mano hacia nosotros.

'Nunca Apagues la Luz' abraza esa idea, y la explota en forma de una siniestra criatura que aparece y desaparece en cada vaivén del interruptor, creando cierta tensión sobre en qué lugar aparecerá la próxima vez.
Es una idea potente, pero limitada: al segundo susto, ya deja de asustarnos que una mujer esquelética se eche a nosotros de entre las sombras. Sigue manteniendo su inquietud, que duda cabe, pero no hay un solo momento en que el sobresalto aparezca, porque avanzar a cada parpadeo de luz se acaba volviendo muy repetitivo.
Entonces la historia se convierte en un dramilla familiar rutinario, con escenas planas que solo sirven para avanzar la siguiente aparición de Diana, y con una madre, una hija y un hijo bastante perdidos como personajes ("te largaste y me dejaste sola", "mamá no me cuida", etc).

No es hasta su recta final que por fin se decide a afrontar las implicaciones de su planteamiento, y es lo mejor que puede hacer: Diana, la siniestra mujer, es una especie de espectro malvado atado a los errores de esa familia. O dicho de otra manera, se trata de una perversa conciencia susurrando al oído, de la que creemos librarnos al encender la luz, pero que regresa entre tinieblas para dejarnos más solos y desamparados de lo que creemos, como hace la propia oscuridad.
El dramilla facilón pasa a ser una peligrosa prueba, y cada nueva aparición de Diana trae aparejada la pérdida de cordura maternal: una amenaza directa hacia la estabilidad de sus dos hijos. Pero a veces no se quiere, no se puede o no se tiene la valentía de resistir hasta el final de lo que nos aterra, para quitarnos la venda de los ojos y ver por fin la luz.
Probablemente, de entre todo el muestrario de cosas espeluznantes que tiene esta historia, nada me parece más aterrador que una hija preguntando a su madre si está bien, sabiendo de sobra que no es así, mientras esta responde con sonrisa ausente que no tardará en estarlo. Diana permanece detrás de la puerta, agarrando las faldas de una mujer desequilibrada, llamándola a las sombras, y sabemos que ambas mujeres se mienten porque nunca se han sentido cómodas pidiéndose ayuda.

Diana es entonces la personificación bastarda de todo lo que callaron o tuvieron que aguantar, que permanece, como un guardián de la pena, en una casa en penumbra donde sabe que siempre va a ser bien recibida, porque no le falta dolor para alimentarse.
Siendo así, el clímax se revela increíblemente interesante, con madre e hijos que deben convencerse de que su terror es inofensivo incluso apagando las luces, cuando la noche siempre parece más peligrosa, y siempre nuestros demonios internos encuentran la manera de acecharnos entre las sombras, espoleados por nuestra propia imaginación.

No es una historia redonda, pero da la sensación de que no lo necesita.
Su simpleza es su mayor virtud: constatar que los peores miedos no se esfuman a la luz de una lámpara, sino en el convencimiento de que se pueden superar.
Charles
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5
17 de julio de 2018
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ay, qué simple sería crujir esta película.
No solo por el ridículo de recuperar una saga que nunca fue nada increíble, sino encima llenarla de triunfitas que se deben más a su fama e imagen que otra cosa, en un alarde de corrección política que da auténtica pena (con una sola mano se cuentan las actrices realmente talentosas en esto, y Sandra Bullock no es una de ellas).
Por no hablar, claro de que a la trama le quitas cualquier rastro Ocean's y te habría funcionado como panda de ladronas elegantes cualquiera... mmm, ¿pero qué jodido apostar al caballo de la originalidad, verdad?

Afortunadamente, 'Ocean's 8' alcanza un nivel de propia intrascendencia que es mano de santo contra cualquier pega que quieras ponerle.
Nada importa demasiado, nada dura demasiado, ningún conflicto es lo suficientemente serio y ninguna de las ocho tiene nada demasiado personal en juego.
El equivalente cinematográfico, vaya, de cagar y no tener que limpiarse.

Así que nada, allá que sale de prisión la hermana menos carismática del dúo Ocean, con un plan infalible y muchas ganas de vengarse de alguien, creo, porque la película nunca deja claro que le importe mucho y poner cara de nalga tras gafas de sol no equivale a ser una tía dura, querida Sandra.
La reunión del grupo solo podría ser más formulaica si cada una tuviera su propia carta con habilidades y puntos de experiencia, puesta directamente en la pantalla en vez del chistecito de rigor y alguna confirmación de que estas mujeres son imparables en lo suyo y pasan total de plegarse a lo que sus padres/hijos/esposos/jefes OMBRES quieren de ellas.
Es en este punto entonces cuando doy unas grandísimas gracias a Cate Blanchett, Anne Hathaway y Helena Bonham-Carter por saber perfectamente en que clase de cómic chorra están, y pulsar sutilmente la exageración de sus respectivos personajes para pasar el mal trago (Rihanna lo intenta pero no llega... y Sarah Paulson tiene demasiado poco para lo buenísima que es...).

Total, que la cosa gira alrededor de robar un collar de diamantes exclusivo de la gala del MET, porque para qué irse a un sitio que no hayamos visto mil veces como Nueva York.
Todo ello resuelto con montajes encadenados de música pachanguera, porque centrarse un poco en algo es muy aburrido, y quienes custodian el collar son demasiado imbéciles para darse cuenta de que se la están dando con queso.
El planito de todas ellas en fila, súper maquilladas con vestidazo (¡empoderamiento! erm, okay...), que no falte tampoco: recuerdo cuando, en esta misma saga, la cumbre del estilo era George Clooney no dándose la vuelta con el resto de la muchedumbre, porque sabía lo que iba a pasar.

En fin, ser distraída es una virtud.
Pero una y no más, porque ese brindis final, más que guiño nostálgico, parece una risotada a costa del espectador.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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