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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3.369
Críticas ordenadas por utilidad
10
26 de diciembre de 2017
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Periodista, novelista y documentalista, graduado en la Latymer School, John Prebble (1915-2001), fue especialmente conocido por sus profundos estudios de la historia escocesa. Miembro del Partido Comunista de Gran Bretaña, sirvió como reportero en la artillería real durante la II Guerra Mundial, tarea de la que surgieron sus novelas Where the Sea Breaks (1944) y The Edge of Darkness (1947). Dado que parte de su familia tenía raíces cheyennes, esto despertó en Prebble un amplio interés por el conocimiento del oeste estadounidense y por las culturas aborígenes en general, y muchos de sus escritos apuntarían en esta dirección. La película, “White Feather” (Robert D. Webb, 1955), se basaría en una de estas historias.

En 1958, Prebble publicó en la revista, Lilliput, un impactante artículo titulado, “Slaughter in the sun”, en el cual describía los hechos ocurridos el 22 y 23 de enero de 1879, durante la larga guerra que desataron los ingleses contra los zulúes en su afán imperialista de apoderarse de sus tierras. El 11 de diciembre de 1878, agentes británicos entregaron, en Suráfrica, un ultimátum a los 11 jefes de los diferentes pueblos zulúes representados por su último rey Cetshwayo, exigiéndole desmontar su ejército y acogerse a la autoridad británica. Cetshwayo, rehusó semejante improperio y se lanzó a la guerra contra los ingleses el 12 de enero de 1879. Durante la batalla de Isandhlwana, los zulúes acabaron con cerca de 1.200 soldados ingleses y se prepararon para atacar a un reducto estacionado en Rorke’s Drift, comandado por un sargento-ingeniero, enviado allí para construir un puente con una columna de 100 soldados. La batalla de Rorke’s Drift, sonaba bastante desigual: 4 mil guerreros zulúes contra un centenar de soldados británicos, con unos cuantos enfermos o heridos… pero, lo ocurrido allí, dejaría una profunda huella, porque, el valor y la honorabilidad, estarían en primer plano para dar un sorprendente giro a un hecho histórico de enorme significado.

Prebble y el propio director, Cy Endfield, se encargaron de la adaptación cinematográfica de esta magnífica historia, y el resultado es una película épica de las de nunca olvidar. Consecuente, fiel a la verdad y no a una bandera, Endfield se propone ir hasta el fondo de esta singular batalla que, en la línea de “The Lost Patrol” (1934), “El Álamo” (1960) y otras tantas historias de encerronas, consigue trascenderlas sobradamente, con la fuerte humanidad de sus personajes.

Más que la acción y las batallas, lo que pesa en “ZULÚ”, es el sentir de los protagonistas de uno y otro bando, y la interpretación que surge cuando, el bóer -personaje imprescindible que acompaña a los ingleses-, va explicando las estrategias y las motivaciones del pueblo zulú (no por nada, este nombre significa cielo o firmamento). Quizás se explique, entonces, porqué la obcecada actitud del misionero sueco en evitar el enfrentamiento… y quizás nos llegue hasta el fondo del alma, el remordimiento y la vergüenza que llegan a sentir algunos protagonistas.

El notable reparto incluye a Stanley Baker -en su quinta aparición junto a Cy Endfield-, como el contradictorio y notable sargento John Chard, un ser en conflicto que expresa más con sus gestos que con lo que dice; Jack Hawkins como el sr. Witt, amigo de los ingleses, pero más amigo de los zulúes; Michael Caine, el infante Bromhead de muy apreciable personalidad; y entre otros, Ulla Jacobson, la misionera sueca empeñada en salvar a los enfermos de una guerra que considera absurda.

La fotografía de Stephen Dade, impecable y majestuosa, y el tema central de John Barry con una efectividad inmejorable.

… pero, los ingleses nunca entendieron el ejercicio de integridad que hicieron los zulúes al enfrentar siempre a su ejército en igualdad numérica, y la historia les daría el triunfo final ¡porque sus métodos eran los de las potencias “civilizadas”!

Con, “ZULÚ”, Cy Endfield ha alcanzado la cumbre cinematográfica.
Luis Guillermo Cardona
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8
12 de octubre de 2017
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al asumir una relación de pareja, es tan importante captar, sentir, palpar, y ver, con complacencia cada manifestación positiva que provenga de aquel (aquella) que está entrando en nuestro corazón, como lo es el observar, con detenimiento, cada señal que nos indique el lado oscuro que el otro(a) posee. Porque suele ocurrir que, ante nuestros grandes vacíos afectivos, los halagos, los regalos y los “cariñitos”, nos obnubilan hasta el punto en que terminamos por hacer la vista gorda ante las señales que nos advierten de rasgos de personalidad que pueden llegar a ser o muy pesados o terriblemente dañinos… y así es como nos amargamos la vida por mucho tiempo, o para siempre.

Darse cuenta y Saber cortar a tiempo, son dos reclamos de la inteligencia sobre los cuales los jóvenes de hoy deberían estar ampliamente capacitados, pero, ante la indiferencia (e incompetencia) paterna y ante la terrible precariedad formativa de nuestras instituciones, son los jóvenes quienes, por sí mismos, están abocados a formarse y a abrir bien los ojos ante las relaciones sociales.

“EL CUCO ESTÉRIL” (¡Con semejante título se desanima cualquiera! ... Aunque, bien visto, tiene su significado), es una estupenda historia de amor con la que, los chicos comunes y corrientes, pueden conectar fácilmente, pues, sus personajes no son príncipe ni princesa, sus personalidades son tan humanas como las nuestras, y viven en un entorno simple y sencillo donde, la belleza, no es tan obvia y depende de cierta sensibilidad para conseguir abstraerla. Y lo mejor de todo, es que el interés del director, Alan J. Pakula, -diríase antihollywoodense- no es ponernos en una nube ni endulzarnos con E954, sino ayudarnos a poner los pies en tierra cuando llegue el momento de enamorarnos. En este sentido, estamos ante una historia auténtica, sacada de la vida y de lo sabiamente vivido.

Se parte de la novela “The Sterile Cuckoo” (John Nichols, 1965), la cual fue adaptada por el talentoso Alvin Sargent, y al haber sido protagonizada por Liza Minnelli, se me antoja una suerte de afortunado homenaje o proyección de “The Clock” (hasta los títulos pueden asociarse), la película de Vincente Minnelli (padre de Liza) que protagonizara su madre, la inolvidable Judy Garland. Allí, como aquí, el momento fugaz, la llamada del corazón, la sencillez y la inmensa ternura… y aquí, indispensable ahora, también el llamado a poner ojo avizor para salir bien librados de la experiencia.

Los detalles son muy bien cuidados en la puesta en escena al igual que en los diálogos, y el director nos deja participar como seres inteligentes, para que decidamos porqué, Mary Ann “Pookie” Adams y Jerry Payne, toman esta o aquella decisión, o porqué dicen lo que a veces dicen.

Es realidad pura, consciente y tratada con una gran altura, la que nos ofrece Pakula en su debut como director y, sigue esa línea que ya, Robert Mulligan -con quien compartiera memorables producciones- había trazado con títulos como “Fear strikes out”, “Come september”, “Love with the proper stranger” y otras.

Como no decir que, Liza Minnelli, se pone a la altura interpretativa de su madre, para bordar un personaje que enamora, divierte y reconcilia con la vida… al tiempo que nos va llevando a descubrir aquello que, en principio, no es fácil percibirlo.

También me gusta mucho la romántica canción de The Sandpipers, “Come Saturday morning”, pues, ¿quien será aquel que, enamorado, no ha sentido que cierta melodía le recuerda siempre al ser que ama?... ¡y cuán maravillosos se vuelven los sábados!

Come Saturday morning
I'm goin' away with my friend
Well Saturday-spend 'til the end of the day-ay
Just I and my friend
We'll travel for miles in our Saturday smiles
And then we'll move onBut we will remember
Long after Saturday's gone

Título para Latinoamérica: LOS AÑOS VERDES
Luis Guillermo Cardona
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10
31 de enero de 2017
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los hombres que mueren en la guerra, dejan marcadas a sus familias con el dolor, la extrañeza, y hasta con un sentimiento de que la vida no es justa por permitir lo sucedido. Y los hombres que logran sobrevivir a la guerra, también quedan marcados por la muerte de sus amigos, y/o familiares, y por la suerte de infamias que ellos mismos cometieron o les tocó presenciar. Es entonces, cuando pareciera mejor morir que seguir viviendo perseguido por unos recuerdos que atormentan toda vez que vuelven a la memoria.

En los casos más graves, se presenta una psicopatología (el trastorno obsesivo-compulsivo) donde cada imagen del presente sirve para rememorar una del pasado con sensaciones de angustia, impotencia y/o culpabilidad; donde también se distorsiona la realidad y hasta se llega a confundir y a maltratar a personas presentes por asemejarlas con figuras que años atrás nos hicieron daño. Y de esta forma, la vida es amarga y la felicidad se aleja cada día más y más.

Tan sólo 36 años tenía el estadounidense, Edward Lewis Wallant (1926-1962), cuando un aneurisma terminó con su vida. Pero, logró dejar para la posteridad varias novelas, siendo, “El prestamista” (1961), la más celebrada por la crítica literaria, lo que motivó que fuese la más vendida, y no tardaría en ser reclamada por los productores para su adaptación cinematográfica.

Con guion de Morton Fine y David Friedkin, fue Sidney Lumet (“Twelve angry men” …) quien se encargaría de convertir esta obra en una de las piezas claves del Cine Libertario (aquel que pretende romper las cadenas físicas y culturales que atan al hombre ante la sociedad), al tiempo que se convierte en un magistral tratado acerca del entendimiento de la psique humana. Con su responsable y sensible profundización en las motivaciones de sus protagonistas (Solly Nazerman, Jesús Ortiz, la novia de éste, la sra. Birchfeld…), Lumet logra ponernos literalmente en sus pellejos haciendo que, hasta el menor deseo de juzgar o condenar, se desvanezca por completo.

El resultado, si sabes ver, ¡puede ser maravilloso!: El entendimiento que descubre la inocencia en cada ser humano; la luz que disuelve toda culpa extinguiendo la necesidad de perdón; y el reencuentro en la Unicidad con esos hermanos a los que siempre sentiste tan separados.

Rod Steiger, actor que ya había dado cuenta de su alto potencial interpretativo en títulos como “On the Waterfront”, “The harder they fall”, “Al Capone” y otros tantos, alcanza aquí su cumbre con un impactante desdoblamiento que nos va llevando de la oscuridad a la luz, con un personaje que ya hace parte de los más significativos de la historia literaria y cinematográfica. Como estudio psicológico y como carácter humano, creo que su eficacia es ejemplar y definitiva.

Pero, también Jaime Sánchez (el asistente latino de la tienda de empeños), Juano Hernández (el filósofo Mr. Smith), Thelma Oliver (la novia convertida en prostituta de ocasión) … consiguen calarnos muy adentro, haciéndonos sentir que, entre las minorías, hay gente maravillosa que merecería ser feliz.

“EL PRESTAMISTA” es un filme maduro y profundo, exigente es cierto, pero, es sin duda de la mejor cosecha cinematográfica.
Luis Guillermo Cardona
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10
5 de octubre de 2016
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El martes 2 de diciembre de 1980, después de un almuerzo con el editor Claude Gallimard, el escritor, Romain Gary, subió a su piso en la rue du Bac, de París. Su amante y su hijo se encontraban fuera, y él, entonces, hizo una llamada a una amiga pidiéndole que lo recogiera en el aeropuerto al día siguiente. Enseguida, entró en su habitación, cerró las cortinas y sacó de las maletas un revólver que conservaba desde hacía mucho tiempo. Lo dejó sobre el nochero, y mientras se ponía ropa de dormir y se acostaba en la cama poniendo una gruesa toalla bajo su cabeza, por su mente es posible que hayan pasado los años de guerra cuando, bombardeando a los alemanes, sintió que pudo haber matado a un Rilke, un Goethe o un Hölderling… De pronto, se acordó de Lesley Blanch, la primera esposa que casi lo dejó en la ruina tras un largo proceso de separación… Seguramente, rememoró a la que fuera su segunda esposa, la bella Jean Seberg, en sus eternas crisis y en su momento final tras una sobredosis de alcohol y barbitúricos… ¡Y vaya uno a saber sino es la vida entera la que, en un instante, pasa velozmente por nuestra memoria! Pero, en Gary, deben haber pesado más los momentos difíciles y frustrantes que los positivos y felices, porque ‘agotado hasta el fondo’, tomó el revólver… se llevó el cañón a la boca… y disparó.

En 1977, Romain Gary publicó una novela muy cargada de todo este sentir que, por razones que no siempre conseguimos explicarnos -o sí, pero las callamos-, no conseguimos en las librerías en nuestro idioma. La tituló "Clair de Femme" (Claro de mujer), quizás en alusión al nostálgico "Claro de Luna" de Ludwig van Beethoven, y en ella nos cuenta la historia de un hombre de mediana edad, en crisis en su matrimonio -acaba de separarse de su esposa que padece cáncer- y de una bella mujer que, seis meses atrás, perdió a su hija en un accidente y tiene a su esposo en un grave estado de trastorno mental, quizás porque se siente culpable de lo sucedido.

Eros y thanatos entran, entonces, en un tierno y dulce, pero a la vez amargo y difícil juego, y un gran cúmulo de sentimientos y emociones, de impulsos y represiones, comenzarán a aflorar en ese par de solitarios con los que podremos conectarnos profundamente. Cada frase de él, o de ella, busca despojar al alma de insuficiencia; cada decisión contiene los impulsos que reclaman afecto y comprensión sin mayores reticencias; y cada contacto con la sociedad que les rodea, les demuestra que no están viviendo en el mejor de los mundos.

Es una historia de una sola noche que se volverá eterna en nuestro corazón, especialmente cuando sintamos que hemos vivido cosas parecidas, y más aún, si logramos captar la inmensa ternura y la honda poesía que hay en cada personaje, en cada imagen y en cada palabra.

El director Costa-Gavras, nos sorprende al salirse, por esta vez, del cine abiertamente político que lo caracterizara, para forjar una historia romántica que es una definitiva obra de arte. La pulcritud de cada imagen, y ese logrado propósito de desnudar el alma humana sin la estafa de hacerla lucir inmaculada o empalagosa, lleva este filme a la trascendencia más relevante que pueda merecer la honestidad.

Ives Montand, maravilloso debatiéndose entre la esposa a la que aún valora, pero que lo sacó de su lado, y esa otra mujer que sabe que le necesita y a la que él necesita más todavía; y Romy Schneider, fascinante, y preparándose, premonitoriamente, para lo que llegaría a sentir en su propia vida, cuando, menos de dos años después, perdiese a su hijo, David, al caer ensartado sobre la verja de su casa. Un hecho del que nunca se recuperaría, y aunque no se comprobó porque se evitó hacerle la autopsia, es bien factible que también ella, como Jean Seberg, haya inducido una salida desesperada de este mundo.

Lydia y Michel, son de esos seres que nos envuelven con su incontenible deseo de amar. Al fin y al cabo, como dijera, Gary, en su novela: “El amor es la única riqueza que crece cuando la prodigas”.

Título para Latinoamérica: <<CLARO DE MUJER>>
Luis Guillermo Cardona
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8
30 de julio de 2016
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fue, quizás, Fedor Dostoievski, el escritor que más pudo influir en Netty Reiling desde muy temprana edad -cuando ya sus padres estimulaban en ella el conocimiento del arte y la literatura-, pues, también en sus novelas, se nota la inclinación por los personajes atormentados que pugnan por encontrar un lugar en el mundo.

Cuando se convirtió en escritora y comenzó a firmar sus novelas como Seghers a secas (apellido tomado de un pintor holandés) o como Anna Seghers, su seudónimo definitivo desde que publicó su novela, “La revuelta de los pescadores de Santa Bárbara” (1928), esta alemana nacida en Mainz, el 9 de noviembre de 1900, ingresó también al KPD (Kommunistische Partei Deutschlands), dispuesta a luchar contra el nazismo que estaba surgiendo en su país.

Como dijera de ella, la sobresaliente escritora, Christa Wolf: “Anna Seghers: alemana, judía, comunista, escritora, mujer, madre. Palabras sobre las que habría que pararse a reflexionar. Identidades aparentemente contradictorias y excluyentes, pero con ligaduras profundas y dolorosas”, Esto da cuenta efectiva de un personaje que haría historia por su compromiso social y su profusa y comprometida obra literaria, entre la cual, Das siebte Kreuz (La séptima cruz, 1942), la haría mundialmente famosa cuando fue llevada al cine por el director Fred Zinnemann.

Escrita cuando recién, Anna Seghers, fundaba el Club Antifascista Heinrich Heine, “LA SÉPTIMA CRUZ”, es la historia de siete condenados que huyen del campo de concentración Westhofen, y el comandante alemán, ordena construir siete cruces donde espera crucificarlos uno a uno. Pero, entre los fugitivos está, George Heisler -un hombre de alto carisma que ha creado fuertes lazos políticos y que, sobre todo, ha sabido sembrar amistad por doquier-, el cual intentará demostrar que, con fe y compromiso, algunos ‘imposibles’ pueden volverse posibles.

Con valiosas actuaciones de Spencer Tracy, Signe Hasso, Hume Cronyn y Jessica Tandy, entre otros, Zinnemann consigue una fuerte historia sobre los lazos humanos, para demostrar que, el hombre que se prodiga y fluye para los demás, jamás estará solo. La guerra sirve, entonces, para enaltecer la lealtad y la amistad a niveles sublimes, porque se ejercen a riesgo de la propia vida y, en casos, de la propia familia.

Helen Deutsch (la inolvidable escritora de “Lili”, quien tenía aquí su debut como guionista), nos ofrece una historia cargada de fuerza emocional, donde la humanidad reluce en su capacidad de preservarse unida y combativa, cuando la oscuridad se cierne sobre sus comunidades. El filme tiene una estimulante calidez, y da sentido a aquella grandiosa oración que alguien encontrara en un campo de concentración donde se decían cosas de este venerable estilo:

“Señor: No recuerdes tan sólo el sufrimiento que (los nazis) nos han causado,
Recuerda también los frutos que hemos cosechado gracias a ese sufrimiento:
La camaradería, la lealtad, la humildad, el valor, la generosidad y la grandeza de ánimo (…)
Y cuando los llames a juicio, has que todos esos frutos que hemos dado, sirvan para su recompensa y su perdón”. (1)

(1) Anthony de Mello: Un minuto para el absurdo. Ed. Sal terrae
Luis Guillermo Cardona
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