Película "erótica" (1992), con una Sharon Stone, algunas veces desnudita y deslumbrante diosa del cine, mezclada con todos los recursos del Policial Negro, o cine negro (expresión inventada por un francés - film noir) y género comenzado en EE UU en los años 40 con El halcón maltés, inolvidable película de John Huston, con Humphrey Bogart y Mary Astor (1941).

El héroe, Michel Douglas, es el típico antihéroe, un policía con errores en su haber y que trata, de a ratos, de salir de sus adicciones y sobre todo es adicto al sexo violento, en una sociedad violenta y plagada de criminalidad, sin que sepamos exactamente porqué. En todo caso no exactamente por amor, lo que parece dejar al erotismo de lado, privilegiando otros recursos del género, como el crimen o la persecución en automóvil en las calles de San Francisco. El personaje detective no deja de fallar una vez más como policía en una trama sumamente complicada que lo confunde (y nos confunde) donde preferentemente chorrea la sangre. Es el precio de ver a una divina femme fatale à poil (en pelo, desnuda, agregado mío a lo francés).

Película panfletaria que, según dicen quienes han leído la biografía de la cual está adaptada ("Will There Really be a Morning"), miente mucho, por ejemplo no hubo una lobotomía que al personaje lo convierte en uno perfectamente adaptado, ni un romance que podría haber tenido importancia en el destino de la persona real. Dará placer a quienes están dispuestos a creer que la sociedad americana estaba (o está) constituida por perfectos idiotas y por fachistas, y la psiquiatría de entonces era (o es ahora) un fraude para ganar dinero torturando con procedimientos delirantes y terribles, en internaciones inaceptables. Para colmo no queda claro si Frances estaba loca o la volvían loca. Panfleto ambiguo, muy largo y también penoso.

Una película muy larga (144 minutos), a la cual le sobran escenas que no tienen nada que ver (por ejemplo "el hombre de barro", o el hombre del bate de béisbol), casi un descuido, pero también chistes de mal gusto como la historia que cuenta el tío al principio (escatológico). Estas incongruencias parecen indicar que los japoneses tratan de fundar otro cine, posmoderno, sin coherencia, sin sentido, que por momentos parece haber "perdido el rumbo" o adquirido un humor extraviado. Tiene que ver aquí la relación de la película con el "animé", que se permite el sinsentido, el surrealismo y la fantasía en la que se inscriben estos personajes de una familia en que cada uno vive por su lado sus propios problemas. Homenaje, tal vez, a otro cine japonés más coherente, como el del inolvidable Naruse: la familia, el trabajo, la mesa familiar, la casa, el tren que recorre a todo lo largo el gran lagarto de la isla arrojada en el mar. Bellas imágenes, bellos árboles, y la incomparable primavera en las afueras de Tokio.

Por el director de "The Squid and the Whale", que según comenté entonces, era de "desquicio moral". Exclamé al poco tiempo de comenzar: "¡El director está loco!". Y esto no es todo, los personajes principales, bellas actrices que no lo hacen mal (Kidman y Leigh), están locas, los vecinos están locos, el novio es un idiota y ridículo llorón, aparecen personajes que desaparecen de inmediato, aparecen objetos o personajes tan fugazmente que uno no alcanza a reconocerlos o relacionarlos con la historia, cuando obviamente están allí para algo. Alguna escena intenta ser de comedia, humorística, lo que no pega en absoluto. En fin, una película descuidada, desprolija, con una historia de locuras, de conductas y relaciones humanas que serían atractivas (tal vez) para un psicoanalista y un psiquiatra. Queda, en todo caso, la sensación de que podría ser una buena historia.

Película en B & N de 1953, sobre un campo alemán de prisioneros americanos en la 2a. Guerra Mundial, una comedia bromista que deviene drama y, finalmente, épica. Adaptación (por Billy Wilder, inolvidable director de "Sunset Boulevard") de una obra de teatro, filmada en su mayor parte en un único interior, una barraca, (no mucho más es lo que se ofrece ver en un campo de prisioneros). Habiendo visto infinidad de películas sobre el mismo tema, que convirtieron a los alemanes en monstruos, esta película sorprende como si fuera un disparate. Hay muy buenas actuaciones, en particular buenos comediantes, un director de cine-actor muy bueno (Otto Preminger) y un Oscar para William Holden.
Considerado un clásico, una obra maestra, este "disparate" es como la mezcla inhabitual de lágrimas y risas, tal vez el único modo de sobrevivir en semejante descalabro.