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España España · Barcelona
Críticas de Eduardo
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Críticas 1.293
Críticas ordenadas por utilidad
7
22 de febrero de 2016
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El discípulo del diablo se estrenó en España en 1960. Cuando salió de la cartelera, nunca más se reestrenó, ni ninguna cadena de televisión la emitió jamás. Simplemente, había desaparecido de la circulación. ¡Y con ese trío protagonista! De repente, la semana pasada la vi en las estanterías de mi camello, y mis manos se precipitaron temblorosas hacia ella. ¡Por fin! Se basa en una obra teatral de George Bernard Shaw, ácido dramaturgo irlandés, ganador del Nobel de literatura y del Oscar por el guión de Pigmalión, hazaña notable y no repetida. El discípulo del diablo transcurre durante la Guerra de la Independencia norteamericana y no ahorra críticas a los británicos. Un ministro anglicano y la oveja negra de una familia local entran en contacto, con la hermosa esposa del primero en liza (maravillosa Janette Scott), y ambos descubrirán que habían seguido caminos equivocados. Rodada con agilidad por Guy Hamilton, futuro director de cuatro cintas de James Bond, que la despoja de su lastre teatral, con una preciosa fotografía en B/N de Jack Hildyard y una inspirada banda sonora del gran Richard Rodney Bennett, la película fascina por su ritmo de ballet y la interacción entre sus principales personajes. Kirk Douglas, como siempre "bigger tan life", nos seduce con su energía y vitalidad arrebatadoras; Burt Lancaster se muestra comedido, como corresponde a su personaje clerical, hasta que se suelta el pelo y nos recuerda que él protagonizó El halcón y la flecha y El temible burlón, por citar sólo dos de sus grandes logros; y Laurence Olivier transmite la flema y el cinismo británicos que tan bien confluían en determinados papeles memorables (La huella, sin ir más lejos). Janette Scott está para comérsela, y Harry Andrews carga con un cometido tirando a ridiculín. En resumen, un agradable descubrimiento, aunque siempre quedará la duda de por qué tardó tantos años en emerger de nuevo a la luz.
Eduardo
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7
2 de mayo de 2012
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos los cínéfilos conocen las grandes obras maestras de Frank Capra, desde Horizontes perdidos hasta Vive como quieras, pasando por media docena más, pero El té amargo del general Yen en su título original (muy adecuado) se había perdido en las brumas del tiempo y los pasillos polvorientos de las filmotecas. Ahora, gracias a ese maravilloso invento llamado DVD, casi 80 años después de su estreno, podemos ver este Capra desaparecido, rodado antes de que el maldito Código Hays entrara en todo su vigor. Con ciertas desviaciones racistas, muy propias de la época, la cinta narra la relación que se establece entre una misionera (aunque nadie pueda creerse a Stanwyck, con esas piernas, de misionera) y un cruel y pérfido general chino, emcarnado por un actor... ¡sueco!, Nils Asther, al que hace poco pudimos ver de medium indio en Night Monster. Vamos, que de sueco debía tener poco. Dicha relación, puntuada por las intervenciones del repugnante mercachifle estadounidense que pertrecha de armas y otras cosas al general, va derivando desde el rechazo inicial al principio (Stanwyck no entiende, no puede entender, porque es una persona civilizada, las matanzas indiscriminadas ordenadas por el general) hasta la entrega final, cuando ya es demasiado tarde para todos. Una película que sorprende por la osadía de algunas escenas, la modernidad de su planteamiento y la excelente interpretación de la pareja protagonista. Un clásico a rescatar.
Eduardo
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7
7 de marzo de 2015
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película muy poco conocida de Mario Bava, la encontré por casualidad en mi camello habitual a precio de saldo. Presenta ciertas peculiaridades en el cine del maestro italiano. La sangre escasea y el horror se sugiere más que se muestra. La escenografía se halla poderosamente influida por la estética de la Hammer, aunque la iluminación es made in Bava. Hay escenas en que te sorprendes de que Peter Cushing no haga acto de aparición. La ambientación es fúnebre, gótica, casi mortuoria, y aunque la historia está prendida con alfileres posee toques casi surrealistas, como la escena en que Rossi-Stuart se persigue a sí mismo. La música de Rustichelli es acertada, aunque se copia a sí mismo e incluye el conocido tema central de La frusta e il corpo. Se trata, en definitiva, de una historia de fantasmas y maldiciones en que lo sobrenatural se acaba imponiendo a lo racional. Tal vez la última gran película de Mario Bava.
Eduardo
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7
20 de octubre de 2011
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me quito el sombrero. Mantener al espectador en vilo 90' con un único actor encerrado dentro de un ataúd, con la sola ayuda de un móvil, una linterna y algún otro adminículo (incluida una pitón de no te menees) es un logro que sólo el viejo Alfred podría haber logrado. Le imagino rascándose la barbilla y preguntándose, ¿de dónde ha salido este tal Cortés? Ésa es la película, lo que no te deja abandonar la butaca ni un segundo, aunque de paso te informa sobre la guerra en Irak y la moralidad de los implicados en ella (Cortés se deja de tonterías y va al grano, demonios, que el tiempo apremia). Reynolds está que se sale,aunque al final no lo consiga, y nos encontramos ante uno de los ejercicios cinéfilos/cinematográficos más fascinantes de la primera década del siglo XXI. No apto para claustrofóbicos, of course, ni para amantes del cine pim-pam-pum (Michael Bay, Jerry Bruckheimer y similares energúmenos). La película funcionó en taquilla sin necesidad de F/X ni fuegos artificiales. Por una vez, la inteligencia se impuso.
Eduardo
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3
18 de enero de 2011
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ver películas de Tinto Brass ya indica la clase de tipejo que es uno: vamos a ver en pelotas a alguna de nuestras tías favoritas. Ya nos hizo un favor desnudando a Stefania Sandrelli en La chiave, y ahora el objeto de nuestros cosquilleos es Anna Galiena, maravillosa criatura, como diría Gianna Nannini. La película retoma la excusa de los uniformes nazis y las señoras ligeras de ropa, como si hubiéramos retrocedido a los años 70, y Brass fustiga al espectador con saña sugiriendo que está haciendo un remake de Senso. Pobre Luchino, me lo imagino retorciéndose en su tumba entre espumarajos de rabia. Utiliza diálogos dignos de un patio de carmelitas, y cuando aplica presunta poesía a una felación, dan ganas de abrir una botella de vino y brindar por su santa madre (lo hice). Anna enseña y enseña, y sufre y sufre a manos del diabólico Garko, guapo y bien dotado, qué diablos. Cuando uno se cree curado de espantos, Brass se monta una orgía de obra de fin de curso (eso sí, con algún toque porno), que en lugar de provocar erecciones provoca inhibiciones, pero qué mala suerte, ya es demasiado tarde para tascar el freno, de modo que continúas hasta el predecible final y el incansable desfile de ropa interior. Anna se lo toma con filosofía (con esos atributos, bien puede), y uno se pregunta qué fue de aquella actriz que creíamos predestinada a otros menesteres. La película es, eso, floja, siendo misericordioso, y los tres puntos van por las prestaciones de la espléndida Anna Galiena.
Eduardo
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