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Críticas de Sandro Fiorito
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Críticas 372
Críticas ordenadas por utilidad
3
28 de agosto de 2019
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando te sientas a ver una película sobre uno de los personajes más herméticos y enigmáticos de la política internacional como Dick Cheney (admiro las historias de personas oscuras, discretas y de aparente segunda línea pero poderosas), como mínimo te esperas que quede despejada alguna de tus incógnitas. El propio film advierte en su apertura que «se lo han currado como cabrones» (yo creo que han fracasado como idiotas) para poder hacer este biopic ante la dificultad que supone hablar sobre el que es considerado el vicepresidente más poderoso de la historia de los Estados Unidos, un hombre cuyos historiales y formularios no se encuentran o están incompletos (fiel reflejo este de la oscuridad de su personaje) y con un rastro de mails desaparecidos que hacen imposible saber casi nada acerca de su vida y obra. En la película está magistralmente interpretado por Christian Bale, pero más allá de esto lo único que nos cuenta la cinta es que Cheney fue uno de los principales estandartes de Bush en su avanzadilla contra Irak sin ahondar en ningún punto más que revele el auténtico peso político de este vicepresidente en su gobierno durante nada menos que dos legislaturas. Un ejemplo de que si algo te queda demasiado grande, por mucho que «te lo curres como un cabrón» es mejor dejarlo estar y no hacer el ridículo tratando de hablar de alguien desde la pura especulación y sin aportar prácticamente nada nuevo. Hablan de su juventud, de su trayectoria política, de su vida personal y de su vicepresidencia sin conocer en absoluto ninguno de los cuatro puntos, pero queda muy bonita la excusa para meter propaganda Obamera y críticas hacia los republicanos en lo que en su metraje final se convierte en un aburrido y prescindible panfleto. Siempre nos quedará recurrir a otras fuentes y descubrir por nosotros mismos quién era ese hombre silencioso y observador que convirtió un cargo simbólico (el de vicepresidente) en una auténtica muestra de poder desde las sombras.
Sandro Fiorito
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8
23 de septiembre de 2013
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que alguien no aficionado a la Fórmula 1 acuda a ver esta película y salga de la sala sintiendo especial interés por este deporte, e incluso comprendiendo no sólo la dureza, complicación y peligrosidad del mismo sino también admirando los pequeños detalles que lo hacen único (cómo un mísero centímetro puede cambiar el resultado de un campeonato mundial, o unas aparentemente insignificantes modificaciones en el coche pueden conseguir que éste corra dos segundos más rápido) dice mucho de lo que “Rush” puede conseguir. Porque se mete en un terreno temático pocas veces explorado en el cine y lo hace con un producto arriesgado pero muy bien montado, ya que aunque el deporte es el absoluto protagonista y pilar fundamental de la película, son las moralejas vitales que va dejando por el camino las que al menos han captado gran atención por parte del que junta esta letras.

Años 70. Dos hombres, dos estilos. El apuesto y enérgico James Hunt (Hemsworth), con ganas de comerse el mundo automovilístico y, de paso, a unas cuantas mujeres. Bueno, a muchas. A todas las que sea posible, mejor si está rodeado de adineradas fiestas bañadas en alcohol, porros y unas cuantas cosas más. Al otro lado, Niki Lauda (Brühl), serio, aplicado, casi con maneras del mejor estudiante de la clase, tan centrado en la Fórmula 1 que casi se le olvida vivir. O es que esa es su forma de vivir, y cada uno afronta los años que le son alquilados en este mundo de la forma en la que más disfruta. Y ahí están esos dos pilotos, tan distintos que en el fondo son demasiado parecidos, pues el motor que realmente pone en marcha sus corazones es ese cuyo atronador rugido rompe sobre las pistas de carreras. Y la película, que nos muestra el contraste de ambos, su rivalidad, su forma de hacer las cosas, de enfrentarse a todo cual gladiadores que salen a la plaza sabiendo que ese día puede ser el último.

Como resultado, un impactante e inspirador largometraje en el que tienen cabida tanto agradecidas chispas de simpatía, como momentos realmente duros de soportar, precedidos de escenas que hacen llevarte la mano a la boca, en señal de preocupación. Sabe llenar esa laguna fílmica de cintas con este argumento, acertando en el sacrificado retrato de la Fórmula 1 al saber entrelazarlo con la vida misma, ofreciendo así un historia muy completa (escrita por Peter Morgan, “Más allá de la vida“, 2010), que toca muchos palos sin ver mermada su firmeza. Transmitiendo que el mencionado deporte es algo más que una serie de enfrentamientos: un espíritu, un riesgo, toda una serie de factores físicos, psíquicos y de gran audacia (demostrado esto último no sólo durante, por ejemplo, un adelantamiento en una carrera, sino también en la interesantísima parte concerniente a la ingenería de los vehículos). Y la gasolina para que el bólido arranque, dos carburantes que delatan muy buena química, dos actores que cumplen con nota su difícil función: Chris Hemsworth (“Thor“, 2011) y Daniel Brühl (“Intruders“, 2011), tan acertados ellos en sus interpretaciones como el equipo técnico (tanto el de casting, como el de maquillaje) responsable de caracterizarlos para hacer posible la revisión personal y profesional de estos dos mitos. Pierfrancesco Favino, como Clay Regazzoni, que ya había participado en otro film de Howard (“Ángeles y demonios”, 2013, ofrece un papel que deja con ganas de más.

Por buscar algún contrapunto (y a pesar de haber presenciado muy buenos minutos de emocionantes carreras retratadas con detalle), decir que en ocasiones sí que he echado de menos más presencia de esos enfrentamientos sobre la pista, ya que la dirección ha preferido decantarse por saltos cronológicos en los que simplemente resume el resultado de los premios sin hacernos testigos de lo que en ellos ocurre, aunque bien pensado esta tarea sería una misión casi imposible si lo que se pretende es no prolongar un metraje que, como en el caso de “Rush”, ni sobra ni falta, pues está cortado en su justa y precisa medida. Para beneficiar el impacto argumental, parece exagerarse la enemistad entre los dos pilotos, pues si bien el enfrentamiento deportivo era latente, las imágenes de archivo reflejan una relación inicial más afectuosa entre ambos que lo dibujado aquí por Ron Howard.

Pero esto no empaña la sensación de haber visto una extraordinaria película.
Sandro Fiorito
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7
14 de diciembre de 2011
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Joe Carnahan (“Narc”, 2002) pone toda la carne en el asador con este completo thriller de acción logrando convertir sus intenciones en realidades. Y es que la evasión que proporciona este producto tan cargado de adrenalina, personajes peculiares y trama inocente pero perfectamente montada, bien vale un mínimo agradecimiento por cualquier espectador que desee buscar exactamente esto, una máquina para entretener que comienza a ponerse en marcha justo cuando nuestros ojos captan la primera escena de la película. Esta es una de esas cintas alocadas y desvergonzadas, aunque tampoco lo es en demasía puesto que parece imponerse algún tipo de límite moral que le ayude a que su producto llegue así a todos los públicos. La mayor de las sorpresas que pueden provocar algunas de sus escenas nunca termina siendo demasiado sangrienta o picante, aunque la enérgica descarga de acción que gobierna el ambiente no deja de fabricar secuencias impactantes y muy originales.

Su historia ofrece el viejo recurso de “FBI debe custodiar a un testigo protegido” pero derrocha ingenio en la forma de unir todas las subtramas que llevan hasta ese hombre en peligro, Buddy ‘Aces’ Israel, un contorsionista relacionado estrechamente con ‘La cosa nostra‘ por el que ahora piden la cabeza o, ciñéndonos al argumento, el corazón. Hacia él tienen que ir los agentes federales Richard Messner (Ryan Reynolds) y Ray Liotta (Donald Carruthers), aunque un nutrido grupo de sicarios también pondrá en marcha su operativo para deshacerse de Israel, por el que se paga una cuantiosa suma de dinero. Metódicas asesinas a sueldo que emplean su atractivo físico como señuelo para ejecutar sus misiones, camaleónicos e invisibles sicarios, un grupo de skin-heads… todos ellos y más quieren su parte del pastel, pero este postre no se puede compartir y por eso sólo puede quedar uno.

(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sandro Fiorito
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7
19 de febrero de 2011
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Divertida, fresca, agradable y entretenida road-movie cubana, dirigida por Tomás Gutiérrez Alea (“Fresa y chocolate“, 1993), que falleció un año después del estreno de la película, y Juan Carlos Tabío (“El cuerno de la abundancia”, 2008). En “Guantanamera” somos partícipes de un viaje a contrarreloj, el que tiene que disputar un cortejo fúnebre que, adaptado a nuevas, absurdas y desproporcionadas medidas sobre el traslado de cadáveres entre ciudades, debe atravesar Cuba teniendo como prioridad el ahorra de gasolina y las precarias dietas de los trabajadores, así como la llegada en tiempo récord al punto de destino. Adolfo (Carlos Cruz) es el encargado de que todo el plan se desarrolle según lo previsto, sacando de quicio con sus datos y cálculos a todos los que le rodean, tanto familiares como Giorgina (Mirta Ibarra) y Cándido (Raúl Eguren) o trabajadores del séquito. Todos ellos tendrán que lidiar con posibles problemas que puedan surgirles durante el trayecto, discusiones, y todo tipo de momentos enmarcados en el humor negro que invade la totalidad de esta comedia.

Por la misma carretera por la que marcha el cortejo, se encuentran dos camioneros que deben llevar su carga a su punto de destino. Ellos no van tan apurados de tiempo pero el principal problema que les surge son los amores de carretera de uno de ellos, Mariano (Jorge Perugorría), que tiene más de una “amada” repartida por el país. Esta historia paralela supone un gran acierto de la dirección, pues además del interés de sus entretenidas aventuras, consigue que el ritmo de la película no caiga en la monotonía de un solo viaje, convirtiendo al espectador en el testigo de dos trayectos que conducen a la misma dirección: La Habana. Todo con una visible intención crítica de los realizadores de la cinta, que denuncian lo incoherente de los excesos burocráticos que paren leyes o normas patéticas que sólo buscan el beneficio de quienes menos lo necesitan, en detrimento de los dolientes, principal referencia que se emplea en el guión para hacer alusión a los familiares de los muertos. Y es que el fallecido no importa, porque “ya no padece”, y la familia… “pues que se aguante” mientras transportan a su ser querido como un saco de patatas, siendo cambiado constantemente de vehículo para que la tacañería llegue hasta límites insospechados.

Todas las interpretaciones del plantel son geniales, siendo la más destacada, a mi parecer, la de Raúl Eguren, que da vida al bueno y afligido de Cándido. Carlos Cruz, Mirta Ibarra y Jorge Perugorría, junto al resto del reparto, completan unos gratos papeles con una calidad que se encuentra muy por encima de lo esperado para una película de bajo presupuesto como la coproducción Cuba-España-Alemania de la que se informa mediante estas líneas.

(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
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Sandro Fiorito
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5
24 de agosto de 2011
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La gran nada” tiene algo. Contiene los elementos suficientes para entretener, crear sorpresa, no resultar aburrida ni previsible y se permite la licencia de cubrir bien el tiempo durante sus casi noventa minutos de duración. Es de esas pequeñas películas que, sin salir jamás de esa dimensión adjudicada, resultan livianamente diferentes y nada empalagosas, con un desarrollo austero, de estética fría, seca y deprimente pero auténtica. Para conseguirlo, el director francés Jean-Baptiste Andrea (“Dead End”, 2003) parece servirse de muchos recursos ya conocidos en el cine para agitar la coctelera y ofrecernos una comedia casi gamberra que no para de dar cosas nuevas a lo largo de su desarrollo. De alguna manera, ciertos desenlaces y escenas parecen inspirados en otras películas (desde la famosa cámara en el interior del maletero a lo Quentin Tarantino, hasta los recursos más disparatados y directos de la saga “Scream” de Wes Craven).

Su conjunto funciona como una entretenida comedia negra que sin resultar desternillante ni poseer el peso necesario para convertirse en una buena película, ofrece lo que parece prometer: nadie se embarca en este tipo de cintas creyendo que vaya a encontrarse una nueva forma de ver cine, sino simplemente de entretenerse y, de ser posible, echar unas risas. La trama, ambientada en una pequeña localidad rural, nos habla de Charlie (David Schwimmer), un escritor en horas más que bajas que decide ponerse a trabajar como telefonista en una gran empresa (de esas en las que el empleado es una simple hormiga entre centenares de mesas, al estilo de lo que tan bien representó Billy Wilder en “El apartamento”, 1960) con la intención de sentirse algo útil en su hogar, pues hasta el momento el único sueldo que entra en la casa es el de su mujer, la detective de la oficina del Sheriff Penélope Wood (Natascha McElhone), quien se encuentra actualmente investigando los crímenes de un asesino en serie. Allí conoce a otro hombre frustrado, Gus (Simon Pegg), quien le invita a dar un cambio a su frustrante vida.

(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
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Sandro Fiorito
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