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Críticas de Sandro Fiorito
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Críticas 372
Críticas ordenadas por utilidad
7
10 de junio de 2010
11 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Año 1937. La contienda bélica más sangrienta de la historia, la Segunda Guerra Mundial, no ha comenzado, pero empiezan a sentirse las intenciones del ejército de la Alemania nazi, que con su Legión Cóndor ha bombardeado la española villa de Guernica hasta arrasarla por completo. Todo apunta más a un acto experimental para el cercano comienzo de la SGM que a una sencilla contribución de Adolf Hitler al bando nacional durante la Guerra Civil Española. En otra parte se encuentra el Hindenburg, el mayor dirigible construido jamás, que surca los aires con su imponente presencia, cargado de hidrógeno altamente inflamable y con un destino incierto para las autoridades alemanas, que deciden confiar la seguridad de la aeronave al disconforme Coronel de la Luftwaffe, Ritter (George C. Scott), quien meticulosa y eficazmente se encargará de supervisar que no se introduzcan materiales peligrosos al interior del zeppelin, y controlará todas las actividades dentro del mismo una vez éste se encuentre en el aire, cruzando el Atlántico hasta llegar de Alemania a Estados Unidos, intentando que no se produzca ningún sabotaje, tal y como predijo una enigmática mujer estadounidense.

Con un llevadero guión de Nelson Guidding y dirección de Robert Wise (parte argumental de West Side Story), esta película combina la narración de unos hechos reales que incluyen imágenes de archivo, con una parte ficticia o que simplemente plantea una serie de hipótesis sobre lo ocurrido aquel día en uno de los símbolos más importantes de la Alemania de entonces. Los efectos especiales de la película, para corresponder al año de producción de esta cinta, son muy acertados, pues contribuyen a que el espectador se encuentre cómodo con lo que está viendo sin descolocarse con planos extraños. Se logran escenificar correctamente las escenas en las que el dirigible atraviesa una complicada tormenta eléctrica que desemboca en la carga dentro del dirigible de destellos eléctricos que se reparten por toda la popa. El reparto raya la corrección y lo simple de forma generalizada, destacando el trabajo de quien en todas sus películas se muestra a un gran nivel, sin duda uno de los mejores actores norteamericanos que ha dado el cine, George C. Scott ("Patton", "Hardcore: un mundo oculto") y como nota personal, mi favorito.

La película es un interesante y didáctico entretenimiento muy bien realizado que se ve perjudicado por un final predecible, al que le sobran minutos y del que no se acepta el cambio de color a B/N, a pesar de la espectacularidad de los momentos que ofrece. A pesar de ser una buena película (por encima de todo por lo entretenida que resulta), sus personajes no logran ofrecer la profundidad dramática suficiente como para que el espectador pueda llegar a preocuparse por ellos. David Shire aporta con su música el incremento de tensión necesario para las escenas que así lo requieren, logrando unas composiciones tan animosas como acertadas.
Sandro Fiorito
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6
11 de enero de 2010
10 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de cometer un atraco y antes de ser detenido por la policía, un padre hace entrega a sus dos hijos del botín obtenido en el asalto, haciendo prometer a ambos que garantizarán su custodia y guardarán el dinero sin revelar el secreto, para que dicho patrimonio pueda ser disfrutado por los niños cuando estos lleguen a mayores.

Mientras espera ser ejecutado, el padre de las criaturas pronuncia en sueños una serie de palabras relacionadas con el destino de su dinero que son escuchadas por su compañero de celda, un misterioso y sobrecogedor Robert Mitchum que, una vez esté libre no cejará en su empeño por hacerse con el botín.

Para ello llegará hasta los dos niños y su viuda madre, usando todas las triquiñuelas que se le ocurran para ver cumplido su propósito.

Esta es la única película de Charles Laughton como director, que deleitó a los espectadores en papeles tan sobresalientes como los interpretados en Espartaco y Testigo de cargo entre otras cintas. La noche del cazador supone una interesante y notable película de intriga dotada de una atmósfera inquietante a la par que inocente y aleccionadora, esto último por los mensajes directos que Lilian Gish transmite en forma de relato tanto al principio como en el desarrollo del metraje.

El buen papel de Mitchum contrasta con la correcta interpretación de Billy Chapin, el chico responsable y protector que no se despega en toda la película de su hermanita (Sally Jane Bruce).
Sandro Fiorito
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8
13 de junio de 2013
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine italiano contemporáneo nunca deja de sorprenderme gratamente. En esta ocasión, con “Mi hermano es hijo único”, Daniele Luchetti, también director de la acertadísima película erigida como un creíble drama social “La nostra vita” (2010), demuestra una sensibilidad y entrega en su trabajo que transmiten el sentir de lo escrito por uno de los mejores duetos de guionistas del cine europeo, Sandro Petraglia y Stefano Rulli, ambos autores de cintas como “La nostra vita” (2010), “Cuando naces… ya no puedes esconderte” (2007) o extraordinarias miniseries como “La mejor juventud” (2003). En compañía de otro guionista, Petraglia ha escrito guiones como el de “No mires atrás” (2007), cinta protagonizada por el camaleónico y brillante Toni Servillo. Los textos de estos escritores (aquí basado en la novela de Antonio Pennacchi) siempre han solido ir acompañados de una fuerte carga sentimental que apuesta por reflejar la parte más cotidiana y natural, sin correcciones políticas mediante, de la sociedad italiana.

Aquí, ese sentimiento a la hora de escribir y filmar se ve plasmado en la práctica totalidad de los personajes, sobre los que desarrollan unas interpretaciones exquisitas. Y es que si además de tener una buena base para trabajar, los papeles de los actores son más que buenos, sólo puede salir a la luz un pequeño regalo del cine italiano como “Mio fratello è figlio unico” (por favor, véanla en VOS para poder disfrutar de esa fuerza, ironía y belleza del idioma italiano). ¿Y de qué nos habla Luchetti en esta cinta? Retrocedemos hasta la década de los sesenta para ver al rebelde adolescente Accio Benassi (Vittorio Emanuele Propizio) dispuesto a convertirse en sacerdote, deseo frustrado por su falta de fe, que le empuja a volver nuevamente con su familia en un ambiente hostil y derrumbado que aquí se representa de manera magistral, pues yo me creo todo: su mala relación con el hermano mayor Manrico (Riccardo Scamarcio), la sensación de rechazo que siente de su propia madre Amelia (Angela Finocchiaro), cada discusión que se sucede entre todos…

Su tambaleante posición dentro de la familia va convirtiéndolo cada vez más en un joven arisco e independiente que, motivado por Mario, un vendedor de manteles (Luca Zingaretti), se apunta a un partido fascista. Más que por hacer enfadar a los suyos (como se cuenta en alguna sinopsis de por ahí), por el hecho de encontrar en esas filas, y en Mario, el cobijo o sensación fraternal que no vislumbra en su propio hogar. Los años pasan y Accio crece, por lo que su papel pasa a ser protagonizado por Elio Germano, quien mantiene firme el grandioso trabajo que hasta ese momento estaba desarrollando Vittorio Emanuele con una naturalidad y entrega que me ha conquistado y que obliga a seguir de cerca a este actor nacido en 1991. Germano (“Díaz – No limpiéis esta sangre”, 2012), completamente metido en su personaje, apuntala con su trabajo un protagonista memorable, auténtico y desgraciado sobre el que se puede sentir toda la empatía que un rol pueda producirte en el cine.

Su trabajo está flanqueado por el del célebre Riccardo Scamarcio (“Manuale d’amore 2”, 2007), que encarna en un buen papel al hermano de Accio, que se encuentra en las antípodas de éste al ser él un revolucionario comunista. Dicha esta referencia aprovecho para citar que la ideología de los Marx, Stalin, Mao y compañía parece disfrutar aquí de una distinción más respetuosa (en ocasiones, casi de admiración) que los regímenes fascistas, cuando debería ser tratada con el mismo desprecio que merece cualquier movimiento que oprima de una u otra forma las libertades de un pueblo o diga cómo se debe pensar. El trabajo del reparto me ha parecido extraordinario y además de los citados, destacan por encima del resto Luca Zingaretti (“Sanguepazzo”, 2008), Angela Finocchiaro (“La bestia en el corazón”, 2000) y por supuesto la bellísima actriz francesa afincada en Italia, Diane Fleri (“Posti in piedi in paradiso”, 2012), quien risueña y con una sincera mirada que enamora, contagia cada una de las sonrisas de su indispensable personaje.

“Mio fratello è figlio unico” disecciona el drama de una familia rota y recorre los años a través de la madurez de sus personajes y las experiencias que estos viven, con la juventud, la política y el amor como trasfondo de un cóctel que monta cada una de sus historias con garra, emoción y personajes que importan, que tienen algo que decir y que, como Accio, encarnan una rebeldía que desemboca en lo solitario y desgraciado de un rol inolvidable. Cada actor defiende su papel con tal intensidad que hace que el argumento se empape de verismo y provoque el espectador sienta empatía por sus personajes. La dirección ha construido un producto lleno de realidad con una historia que destila espontaneidad, algo que se transmite con fluidez desde todas sus escenas, contando aquellas que contrastan momentos muy diferentes como los buenos y malos,y demostrando la misma fuerza y acierto para representar ambos.

Mención especial para la BSO de Franco Piersanti (“Habemus papam“, 2011), quien mezcla sus ligeras y agradables partituras originales con temas de la época en la que se basa la trama, como el excepcional “Ma che freddo fa” de Nada Malanima, con aportes de Beppe Servillo y otras canciones que aportan frescura y ritmo como el “Chariot” de Betty Curtis, “Riderà” de Little Tony o el “Amore disperato” con el que, también Nada, cierra esta extraordinaria película.
Sandro Fiorito
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8
4 de diciembre de 2010
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La carrera de Steve Buscemi (“Trees Lounge (Una última copa)“, 1996) en el cine ya empieza a adquirir ciertas tonalidades faraónicas, pues no sólo es uno de los actores más reputados de Hollywood, ya como secundario o con primeros papeles que sabe sacar del paso extraordinariamente, sino también como director, productor, guionista, compositor de bandas sonoras, etc. En este caso veremos, y no por primera vez (lleva ya su tiempo detrás de muchos proyectos cinematográficos y de series para la televisión) su faceta como realizador.

Y tengo que reconocer que aunque haya creado un filme que en ciertos momentos puede pecar de excesiva liviandad y/o corrección (por lo menos para lo que uno se puede esperar de alguien que actor suele dar vida en muchas ocasiones a personajes que más que peculiares, parecen desquiciados. Véase: “Fargo“, 1996), ha dado de lleno en el centro de la diana de la melancolía. De esa tristeza que cuando llama a la puerta es para quedarse -o al menos, intentarlo- eternamente. Pocas veces en el cine he encontrado un retrato tan fiel, acertado y tan bien representado sobre la tristeza más profunda que el que aquí nos ocupa. Además, se podría decir que el encargado de dar vida a estas cuestiones, el actor Casey Affleck, nació para realizar este papel.

Para poder llegar a las entrañas de la melancolía, Buscemi ha apostado por una historia que transpira verismo en cada uno de sus fotogramas, desde una película tan seca, fría y cruda como el propio sentimiento que ese desánimo crónico produce sobre las personas. Aquí, Jim (Casey Affleck) encarna a un joven solitario que regresa -después de un período de dos años en Nueva York- al hogar familiar situado en Indiana, junto a sus padres y su hermano (este último también sumido en la infelicidad permanente). Jim no puede asegurar por qué se fue de allí, pero tampoco puede confirmar la razón de su regreso. Busca algo, pero no sabe qué es. Quizá sea su lugar en este mundo, una pregunta que se formula constantemente. La vida del pueblo al que vuelve es tan tranquila como la del mismo protagonista. Jim no trabaja, se levanta tarde y sorprendentemente, desprecia el cariño familiar: las únicas personas que parecen preocuparse de él en este mundo (al menos su madre lo parece) no merecen para Jim, la dedicación y el amor que debiera corresponderles. Pero esta opción no es algo que nuestro protagonista pueda escoger libremente. Es lo que el demonio de la melancolía le impone, obligando a que sus actos confundan a la gente, pareciendo que su desinterés por la vida y por las personas sea propio de un carácter prepotente, cuando en realidad todo tiene su explicación en esa tristeza infinita que… no tiene explicación.

(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sandro Fiorito
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8
18 de noviembre de 2010
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Destacada y vigorosa película de Sebastián Cordero (producida por los también realizadores Alfondo Cuarón y Guillermo del Toro), que compone un retrato social de la realidad ecuatoriana alternando sus alusiones al sistema político, presidiario y policial de aquel país con la historia periodística que protagoniza la trama y que plantea cuestiones sobre la libertad de prensa o la ética de los profesionales que la practican. Para conseguirlo, el director se sirve de un reparto de garantías que ejecuta un argumento sin artificios, con olor a auténtico y con escenas sobrecogedoras que lo mismo trazan con escalofriante rigor un linchamiento, que esbozan postales sobre la pobreza vivida en Ecuador o completan diálogos con brillantez y autenticidad.

Para esto, la realización sitúa sobre el escenario a Manolo Bonilla (John Leguizamo), un periodista de Miami enviado a Ecuador para hacer un reportaje sobre un violador y asesino de niños a los que posteriormente hace desaparecer, y que es conocido como “el monstruo de Babahoyo”, ciudad ecuatoriana en la que se desarrolla la trama. Acompañado por su equipo, compuesto por la reportera Marisa Iturralde (Leonor Watling) y el cámara Iván Suárez (José María Yazpik), Manolo Bonilla choca con lo que parece una ramificación del caso que está investigando: Vinicio Cepeda (Damián Alcázar), un hombre que va en compañía de su hijo, atropella accidentalmente a un chaval ante los ojos de una multitud que se le echa encima acusándole de asesinato. Tras ser detenido por las autoridades, Cepeda ofrece al periodista información sobre “el monstruo de Babahoyo” a cambio de un reportaje en su favor que le haga salir de prisión.

(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sandro Fiorito
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