Es un entretenido relato que al decir que está basado en un caso real hace concebir esperanzas que el tema sea tratado con algo de objetividad y seriedad y la película así parece indicarlo al principio; cuando aparece la truculencia en el progresivo deterioro de la chica uno empieza a dudar y cree estar viendo un "a ver quien puede más" en referencia a la hábil e inteligente (y efectista) película de William Friedkin, pero al llegar la parte final todo se aclara y queda manifiesto el interés que se busca: acércate a Dios para escapar del diablo, vete a la iglesia más cercana, rézate algo y de paso llena el cepillo.

Es como una suave brisa, tan natural y fresca, con una comicidad latente que no hace perder el pulso y un guión que elude dar lecciones morales, criticar abiertamente o escandalizar, pero acaba siendo incisivo. Su protagonista es una adolescente sin complejos, que vive con tranquilidad y cierta apatía, reaccionando serena y de forma práctica ante lo que se le avecina.

Aunque aquí todo parece más fácil de lo que la realidad muestra, si hay algún mensaje que transmitir es que los problemas son menos si se afrontan y, además, esto puede hacerse de la manera menos ortodoxa aparentemente, que al final puede ser la más conveniente.

Por todo lo anterior, su absoluta sencillez, las muchas canciones que suenan, espontaneidad de las actuaciones, el tratamiento en sí, Juno es enormemente atractiva y agradable de ver, pero, además, posa en ella una suave pero estimulante acidez.

La versión sonora y en color de Ben Hur apareció cuando la nouvelle vague y Antonioni reinventaban el cine, como mastodonte tardío de largo metraje basado en un popular best seller que ya olía a rancio.

Uno de los más grandes, William Wyler, se encargó de la ardua tarea de dirigir el proyecto, consiguiendo eludir el acartonamiento típico de estas superproduccipnes aglutinando espectacularidad, dramatismo, tensión, pero también pasajes de sosiego e intimidad.

Aunque la celebrada secuencia de las cuádrigas estaba ya casi tal cual en la versión muda de Fred Niblo y el protagonista era el habitualmente plano e incapaz Charlton Heston, la segunda unidad hizo una labor excepcional para la carrera y Wyler alcanzó el mismo milagro que Welles en Sed de mal, logrando entresacar del actor una convincente actuación.

Las secuencias iniciales entre Ben Hur y Mesala son temerarias para la época, mostrando una atracción entre ambos que no parece sólo amistad.

Esta película supuso como un estertor en la decadente carrera final de un genio del cine como Stanley Kubrick. Creo que su descenso se inició con el obsesivo preciosismo, aunque falto de vida, de Barry Lyndon y llegó a sus cotas más bajas en La chaqueta metálica, para mi su peor película.

Aquí consigue una interesante obra, que adapta fielmente la novela original aunque actualizando algunos aspectos.
Como defectos se pueden achacar que es demasiado ampulosa y poco imaginativa en su estética y que los dos actores principales están mal dirigidos, sobremanera en la escena de la confesión del engaño no consumado, todo un dechado de mal hacer y peor dirigir.

De todas formas, quiero ser respetuoso con el maestro que fue y debo señalar que, pese al excesivo metraje, consigue una cierta atmósfera de ensueño, mantiene el interés y, al menos, demuestra que con la utilización de la música, su genio seguía intacto.

Un excepcional técnico como Spielberg puso toda su habilidad para una historia seria y comprometida y logró la que creo sigue siendo su mejor película. Sentimentalismos aparte, posee una calidad visual impresionante y es un relato sentido y emotivo. Si en películas posteriores sus buenas intenciones quedaban desinfladas por detalles pueriles y de poco peso, aquí logra traspasar todas sus límitaciones.

Este largo proceso de toma de conciencia y superación por parte de una mujer maltratada brutalmente por la vida, constituye un espectáculo íntimo y delicado que llena de satisfacción al verlo.

Lo mismo que ante el color púrpura del título, hay que detenerse y reverenciar a esta gran película.