Lo mejor es el inicio, digno del Cronemberg más repugnante, así como todo el hediondo primer tercio, de un ritmo endiablado que atrapa sin dar respiro.
La parte central decae al carecer de la contundencia maloliente de la primera, pero el tercer acto vuelve a levantar el nivel con ese tétrico suspense de película de vampiros que acechan entre lo romántico y lo mortífero.
El tema olfativo está excelentemente plasmado en imágenes, cosa muy difícil dado lo etéreo y sensorial de la cuestión.
La dirección artística es buenísima: muy rica en detalles sin resultar abigarrada ni cargante, y sin que eclipse la narración.
La necesaria identificación con el protagonista no resulta tarea fácil (por lo desequilibrado y por lo hermético) y al final hay un giro demasiado radical hacia lo fantástico, pero el perfume final es muy agradable.

Me ha sido imposible disfrutar de este delirio ochentero que combina vampiros y ciencia ficción (se redefine a los vampiros como extraterrestres), porque ni siquiera es lo bastante mala como para echarse unas risas: se toma muy en serio la historia que cuenta y está competentemente realizada, cuando esto habría que hacerlo con conciencia de lo que es (pura bizarrada serie B) y no pretender travestirlo para hacerlo pasar por cine serio. Tal vez de esa manera habría podido resultar, al menos, simpática.

Un remake hecho por Tarantino o (mejor aún) por Robert Rodríguez seguro que la mejoraría porque le sabrían dar la necesaria dosis de cachondeo.

La vampiresa espacial se pasa buena parte de la película en pelota picada. ¿Qué más da que tenga el poder de hipnotizar a sus víctimas, si tiran más dos tetas que dos carretas?

Si el supuesto interés se centra en las interioridades intimistas de un solo personaje central (Eduard Fernández), lo mínimo es pedirle que sea un personaje interesante; pero resulta desdibujado, impenetrable, opaco, gris, insignificante…
Y qué conversaciones, Dios mío: esto es el no-guión…
El “clímax” (por llamarlo de algún modo) no pega con lo visto anteriormente (no se ha visto que salten las chispas necesarias para tan repentino amor, ni explícita ni sutilmente), pero por otro lado resulta enormemente predecible (¿qué otra cosa podía ocurrir?)
Y si esa escena final funciona un poquito (sólo un poquito), es más por contraste con el inenarrable aburrimiento anterior que por su verdadera fuerza intrínseca.
Demasiado dura de roer para lo poquísimo que ofrece. Hacía tiempo que no salía del cine tan hundido.

He alquilado esta peli que tanto ha tardado en llegar (lo que siempre me escama un poco). Y no me he arrepentido porque resulta entretenida, aunque muy buena no es.

Resulta muy esnob por mucho que se meta por medio el Londres menos chic (pues la historia de Penélope Cruz no deja de estar revestida de diseño artificial por mucho que sea la historia “perra” de la película); no tiene centro ni definición ni concreción; y no desprende el menor calor humano. Seguramente se trataba de eso (reflejar la incomunicación) pero teniendo en cuenta las obras de arte que por ejemplo ha hecho Bergman con ese tema, sabe a poco la fría exposición que hace Martha Fiennes de ese aislamiento emocional.

Lo que más me ha gustado es la parte de Kristin Scott Thomas. Me encantó esa casa tan blanca, limpia y aséptica, donde parece que nada te puede perturbar (aunque luego no sea así para nada, porque está claro que la perfección del entorno no hace que tu vida sea perfecta).

A las demás historias les falta desarrollo, en especial a la de Ralph Fiennes (demasiado “coma” que resulta muy “cómodo” para no explicar bien los entresijos de ese controvertido personaje).

Esta Penélope Cruz recuerda demasiado a la de “No te muevas”. Y queda muy claro que Martha Fiennes nunca ha olido ni de lejos el machacamiento de las clases más desfavorecidas, o en todo caso que no sabe retratarlas con el adecuado “perrerío” que por ejemplo sí tienen los cineastas mejicanos.

En general me ha recordado un poco a “Breaking and entering”, por ese punto de mostrar la cara menos amable de Londres en contraste con sus clases altas (no exentas también de problemas). Lo malo es que aquí parece una concesión ese mostrar lo chungo, parece como algo hecho a la fuerza desde la atalaya más elevada y exquisita, como un "venga, vamos a sacar también a los pobres, que no se diga..." (para mí es esta visión elitista lo que más desluce a una Penélope Cruz por lo demás perfecta).

"La dama boba" resulta en su conjunto bastante rancia, anticuada y apolillada. En contrapartida, sus actores ofrecen un recital de gratificante frescura y desenvoltura dentro de tanto encorsetamiento y agarrotamiento escénico.

Gran revelación la de Roberto Sanmartín.
Tiene mucho mérito, siendo cubano, decir esos diálogos tan españolamente literarios con esa naturalidad. Y encima tiene un atractivo que ríete tú del Coronado...

Silvia Abascal borda la duplicidad de su personaje.
Macarena Gómez tiene una mirada poderosísima, y mi paisana María Vázquez aporta mucha verdad.
La Forqué cumple bien, pero su actuación no se sale de lo predecible.

Por una vez, la juventud supera a la veteranía.