Eres un bicho raro (pero que muy raro). Tú mismo te consideras extraterrestre. Surges así, de repente, como un hongo, en este planeta. Languideces en un continuo estado de cuasi fantástica irrealidad, y no te interesa (casi) nada. Quizá por eso estás (demasiado) solo.

Pero tienes un sueño.

Y, además, estás podrido de pasta.

Franco (James) nos cuenta lo de este curioso ejemplar, el tal Wiseau. Y nos lo interpreta. Y, al principio de la peli, se encarga de ponernos el acostumbrado letrerito que dice que todo es verdad, y de explicarnos más cosas con texto al final.

El resultado es una obrita de teatro sobre el making off de una película tan garrafal que los frikis se han encargado de ponerle el marchamo de “de culto”. Qué gilipollez.

Pero, claro, en el fondo se trata de la irrefrenable necesidad (más que humana) de reírse de lo mal que lo hace otro (cometiendo incluso la extravagancia de llamarle genio), cuando tú mismo no tienes ni puta idea de hacerlo.

Y el caso es que a Franco (James) no le sale del todo mal el invento debido, sobre todo, al barroquismo temperamental del tipo ese al que interpreta (supongo que muy bien), con su matiz gracioso y (también) algo inquietante, que se mueve con soltura por su tragicomedia de (sórdida) verdad.

En resumen: curiosa. Pasas el rato y te ríes otro rato.

Psicothriller metafórico en ambiente distópico y (como no podía ser menos) premisa estrictamente pesimista (probablemente acertada, visto lo que hay por ahí).

La valentía de esta austera escenificación cuasi-teatral (serie B) del fin de la Esperanza (así, con mayúscula), reside en que la historia que nos cuenta Edward Shults ratifica la (aparente) imposibilidad humana de ir más allá del ahora en lo referente a nuestra condición como especie, debido al (quizá) puro agotamiento producido por la implacable (y también aparente) obstinación anti-evolutiva de una línea de pensamiento-comportamiento profundamente arraigados en nuestra historia genética.

Y es que, para evitar semejante estatus, tendríamos que abandonar nuestra propia (y pusilánime) esencia; dejar de ser lo que somos cosa que, por supuesto, no va a ocurrir.

Todas estas cosillas las va contando Edward Shults con precisión milimétrica y, quizá por ello, con cierta lentitud que, en ocasiones, trata de solucionar con el recurso del susto sonoro, propio de películas con menor esencia discursiva aunque, por el contrario, nos coloca de fisgones para regalarnos oscuridades muy sugerentes.

En resumen: interesante, pero tampoco como para tirar cohetes.

Western de aventuras en naturaleza salvaje, que no habría pasado de ahí de no ser por un guión que (como mínimo) consigue despertar la curiosidad por las perturbadoras posibilidades que encierra, evitando así que el espectador se abandone a los mórbidos placeres de la telesiesta.

Sin embargo, el potencial de lo que podría haber sido una historia escabrosa, morbosa y (¿por qué no?) truculenta, es vilmente desaprovechado (sin duda, por ahí andan la desidia del director, la torpeza del guionista y la cobardía de la productora), dando como resultado poco más que un cuentecillo complaciente con los tópicos del género, en el que un Reed, con su característico histrionismo, y una deliciosa Tushingham, hacen el esfuerzo de evitar que tan decepcionante desperdicio termine viniéndose abajo del todo.

EN RESUMEN: curiosa, sin poder llegar a más.

El interés de una historia suele depender, en gran medida, del modo en que se cuenta, sobre todo si esta pertenece al (ya tan sobado) grupo de las “basadas en hechos reales”.

No dudo de los esfuerzos de Stunkel en velar por la fidelidad de éstos, pero sí de su capacidad creativa (puede que hasta consciente, quizá por no perjudicar dicha veracidad) a la hora de exponerlos.

Pero la falta (voluntaria o no) de creatividad en un medio artístico, es peligrosa para la seducción.

Así, a pesar de las posibilidades (ya demostradas, y a veces magistralmente aprovechadas en otras películas) de las historias localizadas en el mismo contexto histórico-político, a Stunkel le sale una crónica plana, monótona y, sobre todo, anti-thriller, que incluso se mantiene a distancia de su sordidez natural.

En resumen: a pesar de lo que cuenta, se os esfumará sin remedio de la memoria.

La película empieza con una, a mi modo de ver, secuencia gratuíta que me hace pensar en el posible exhibicionismo intelectual del director y coautor del guión. Una vez terminada ésta, navego por una comedia suave de contenido paterno-filio-fraternal en la que todo el mundo es superliberal, se quiere mucho y sotiene el interés a duras penas. En eso estoy (en no bostezar), cuando llego más o menos a la mitad de la historia en la que, de pronto, caen unas gotas de sentimentalismo dramático. Nada más. Continúo deslizándome hasta el final con la sensación de haberme comido un buñuelo de viento sin relleno.

El guión no profundiza en absoluto en la relación entre los personajes, que podría haber dado bastante más de sí, ahogándolos en los avatares cotidianos que les rodean.

En cuanto a la interpretación, creo que es correcta, aunque el personaje que hace la Lindo es tan estrafalariamente anacrónico-histérico, que no se sabe si es un alarde de interpretación o es que lo hace fatal.

Prescindible.