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España España · Madrid
Críticas de keizz
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Críticas 241
Críticas ordenadas por utilidad
8
3 de noviembre de 2016
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me gustó la primera película que vi de Jonás Trueba, pero es un director que va mejorando con cada obra que presenta. Cada película suya me gusta más que la anterior y ya me tiene ganado. Tiene una manera muy particular de hacer películas y entiendo que a mucha gente le resulte insoportable, pero a mi me gusta, qué le vamos a hacer. Tolero sus defectos o sus rarezas. Quizá abusa de los detalles culturales, vale, pero mejor abusar que carecer de ellos. También es cierto que se basa demasiado en el cine francés de la Nouvelle Vague, pero a mi juicio le queda bien, y sabe dejar su sello en las películas. Es ya un autor con un sello personal.

El hecho de tener un estilo personal y ser tan heterodoxo hace que sus películas no pasen desapercibidas. A algunos nos gustan y muchos otros no soportan tanta licencia narrativa. Por ejemplo: los protagonistas acuden a un concierto en un bar. Un director cualquiera, pone diez segundos de actuación, a continuación baja el volumen de la canción para escuchar lo que el protagonista le dice al oído a su acompañante, luego cinco segundos más de canción, y acaba la escena. Jonás Trueba pone una canción completa, y luego otra, y empieza una tercera, y se queda tan ancho. Y yo, contra todo pronóstico, lo disfruto.

Trueba pone en la pantalla una obra que nos habla de cómo nos afecta el paso del tiempo, de las ilusiones que no se cumplen, de las promesas que se olvidan, de lo lejos que queda “lo que fuimos” de “lo que somos”, de la añoranza de un tiempo pretérito imperfecto pero mucho más emocionante y vivo que el presente. Tan vivo, que no termina nunca de morir. Y nos habla del primer amor. El primer amor y sus circunstancias, del miedo y la esperanza en dosis nunca igualadas.

La película cae bien por su propuesta y su intención, porque es fácil empatizar con situaciones que a todos nos han pasado, porque tiene diálogos interesantes y escenas muy bonitas, y porque las canciones de Rafael Berrio son excelentes, pero está lejos de ser perfecta. A Trueba le admiro muchas cosas pero el pulso narrativo aún le tiembla un poco, tiene altibajos de ritmo, hay situaciones de interés que no se terminan de desarrollar y otras menos interesantes se alargan innecesariamente, aparte de que la película está dividida claramente en dos partes, división que no me convence del todo.

A pesar de todo ello, la película me engancha. Me parece estar ahí sentado con ellos en la mesa del bar, asisitiendo a su conversación. Una conversación en la que ella lleva las riendas y él, taciturno y expectante, se deja llevar. Rompen el hielo hablando del presente de cada uno, pero se nota que están deseando hablar del pasado y revivirlo. Se suceden las confidencias y, de vez en cuando, los reproches. Me doy cuenta de que en el fondo soy un cotilla.

Me gusta mucho la idea de la película. En el fondo, es la historia de una cita. Algo tan simple como eso. Y sin embargo es muy complejo. Están los sentimientos actuales, los pasados y el modo en que les afectan. En un lado de la balanza, el presente en el que poco o nada tienen que contarse, en el que poco o nada tienen en común. En el otro lado, el pasado. Un pasado lleno de palabras, de cartas, de promesas, de ilusiones. De un lado, las miradas y las ganas sesgadas del presente, del otro, los besos y caricias del pasado.

Entre un tiempo y otro, quince años de vacío. El tiempo transcurrido entre la última vez que se vieron y esta cita es tiempo perdido. Cada día de separación es tiempo de vida perdido, aunque se hayan vivido, aunque hayan tenido otras parejas, otros besos, otras caricias y otras promesas, es tiempo perdido. La vida solo cuenta si están juntos.

Y todo esto, aderezado por escenas casi costumbristas en las que Trueba retrata Madrid con pericia. Disfrutamos de los bares de Madrid, de un concierto de Rafael Berrio, de una escena en la que los protagonistas bailan swing (o lo intentan), de un paseo en moto mientras Madrid amanece, de paseos por la Casa de Campo…

Los actores están bien pero sin alardes. Francesco Carril, habitual protagonista de las películas de Jonás Trueba, está correcto pero no me llega. Itsaso Arana está mejor. En cuanto a la pareja de adolescentes, ella está mucho mejor que él. De hecho, creo que la interpretación del chico adolescente es lo más flojo de la película.

El final de la película es poco convencional. Seguramente mucha gente quedará desconcertada. A mi me pareció brillante. Un gran broche para una película diferente, llena de detalles. Una película valiente, emocionante, con un irresistible encanto para mi y seguramente un rollazo para otros. Qué le vamos a hacer. Las películas, como las canciones, se hacen para mi.

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keizz
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8
29 de septiembre de 2016
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Manejando los mismos temas de siempre (el amor, el desengaño amoroso, el mundo del cine, Nueva York, los judíos, los problemas familiares, la muerte, el jazz…) Woody Allen firma una de las películas que más me han gustado de las publicadas por el octogenario genio en los últimos años. Una película sencilla, bonita, sin muchas pretensiones, con su velocidad narrativa habitual y tremendamente entretenida.

Allen, maestro indiscutible en el arte de hacer cine, logra mezclar varias subtramas con absoluta limpieza y retratar en clave de comedia situaciones terribles como ciertas ejecuciones de una banda de gánsters o la banalidad social del Hollywood de los años treinta, al que llega Bobby desde Nueva York como llegaban en esos mismos años a Madrid la gente de los pueblos, y siente la misma desorientación que debían sentir aquellos emigrantes al llegar a la capital.

Como de costumbre, los personajes de Woody Allen son complicados, neuróticos, esclavos de la indecisión y propensos a equivocarse en sus decisiones, pese a lo cual no dudan en tomarlas, especialmente las más drásticas. Así, entre las inseguridades propias y las complejidades ajenas, se nos pone de manifiesto la dificultad que tienen las relaciones humanas, especialmente cuando el virus del amor toma posesión del corazón y del cerebro.

Pero todo resulta más agradable si está aderezado con una bonita música de jazz y con un par de buenos chistes. Y tanto en una cosa como en la otra, Woody Allen es un experto. El miedo a la muerte, por ejemplo (otra constante en sus películas) tratado desde el humor cuando explica que es una faena que los judíos no crean en el Paraíso después de la muerte, ya que, si lo hicieran, su religión tendría más clientes.

A pesar del envoltorio de comedia, “Café Society” es una película triste. La ves con una sonrisa permanente en la boca, pero la tristeza te atraviesa de parte a parte sin que puedas evitarlo. A pesar estar disfrazada de película ligera y sin poso, la chispa del sentido de la vida y del amor se enciende dentro de uno de manera inexorable. Las contradicciones del ser humano están perfectamente retratadas. El modo en que el amor hace que veamos como sublime a una persona completamente vulgar, también.

El modo en que Allen te va metiendo en su tela de araña es magistral. Parece que solo estás ahí pasando el rato pero la película va adquirirendo profundidad, intensidad, lucidez, y solo cuando terminas de verla te das cuenta de su verdadera dimensión. No importa que ciertas cosas sean previsibles o que nos recuerde a otras películas, porque va más allá de lo que cuenta. Es pura tristeza detrás de la comedia, pura desesperanza. El amor y la vida como raíles de tren que siempre van uno al lado del otro pero pocas veces llegan a juntarse.

Y, por supuesto, Nueva York. La ciudad de Woody Allen es un personaje más, como de costumbre. Igual que dos hombres compiten por ganar el corazón de una mujer, dos ciudades (Nueva York y Los Angeles) compiten por atraer a Bobby. Y como es lógico, Nueva York gana por goleada. Sus clubs, sus barrios judíos o italianos, su música, sus parques, incluso sus gánsters, no se pueden comparar. Nueva York es la ciudad perfecta para Allen y una vez más lo manifiesta.

Otra buena baza de la película son las interpretaciones. Yo era muy reacio a Jesse Eisenberg y cuando vi que era uno de los protagonistas pensé que sería difícil que me gustara la película, pero me equivoqué. En contra de mi pronóstico, Eisenberg actúa bastante bien dadas las circunstancias (anda escaso de talento, eso es innegable), dando forma a un personaje lleno de aristas que resulta convincente cuando parece un tipo cándido e inocente al que dan ganas de abrazar (“pareces un cervatillo a punto de ser disparado”, le dice la chica en una ocasión), pero no tanto cuando actúa como un conquistador seguro de sí mismo.

También están a buen nivel Kristen Stewart y Steve Carell completando el trío de protagonistas principales. Y luego hay secundarios muy destacados como Jeannie Berlin o Parker Posey. Quizá quien peor lo hace es el propio Woody Allen, cuyo rostro no aparece en la película pero sí su voz, ya que hace de narrador de la misma y si nunca ha tenido Allen una voz muy llamativa, a sus ochenta años menos todavía.

Me gustó muchísimo la escena final. Si hubiera que definir la nostalgia sin usar palabras, elegiría esa escena. Ahí está todo explicado sin decir nada. Me recordó, en otro contexto, al final de “45 años”. Una escena final sin palabras pero absolutamente elocuente. Por fin he visto la cara de imbécil que pongo cuando la nostalgia se apodera de mí.

No hay muchas películas de Woody Allen que me hayan gustado de sus últimas diez. Salvaría “Midnight in Paris” y un poco “Si la cosa funciona”. El resto las he visto porque tengo que ver todo lo que haga este director que tantas alegrías me dio en el siglo pasado. Pero esta vez sí, esta vez ha valido la pena. Y lo curioso es que me ha ganado atacándome por donde menos lo esperaba. La recomiendo, porque aunque se que no va a gustar tanto a la gente que no siente como yo, al resto les distraerá seguro. Son noventa minutos que pasan en un suspiro.

Me gustó muchísimo la escena final. Si hubiera que definir la nostalgia sin usar palabras, elegiría esa escena. Ahí está todo explicado sin decir nada. Me recordó, en otro contexto, al final de “45 años”. Una escena final sin palabras pero absolutamente elocuente. Por fin he visto la cara de imbécil que pongo cuando la nostalgia se apodera de mí.

Me gustó muchísimo la escena final. Si hubiera que definir la nostalgia sin usar palabras, elegiría esa escena. Ahí está todo explicado sin decir nada. Me recordó, en otro contexto, al final de “45 años”. Una escena final sin palabras pero absolutamente elocuente. Por fin he visto la cara de imbécil que pongo cuando la nostalgia se apodera de mí.

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keizz
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6
26 de noviembre de 2015
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
China, siglo IX. Nie Yinniang (Shu Qi) regresa a casa de su familia tras años de exilio. Educada por una monja que le enseña las artes marciales, su maestra le encarga matar a su primo Tian Jian (Chang Chen), gobernador disidente de la provincia de Weibo.

Dirigida por Hou Hsiao-Hsien, “The assassin” es una película desconcertante. Estéticamente primorosa, resulta en cambio muy complicado meterse en la trama y entender lo que pasa. Tienes claro que te gusta lo que ves, pero realmente no sabes qué estás viendo ni por qué pasan las (pocas) cosas que pasan.

Todo lo que se diga sobre esta película a nivel estético se queda corto. A pesar del formato 4:3, que siempre resulta menos espectacular, la belleza de las imágenes deslumbra por completo, hasta el punto de llegar a abrumar al espectador. Uno no puede evitar centrarse tanto en lo visual que pierdes un poco de vista el contenido de las situaciones.

Extraordinaria dirección artística, soberbia la fotografía, espectacular el vestuario, maravillosos los escenarios naturales elegidos para las escenas. La película es un orgasmo para las retinas, pues la belleza extrema de las imágenes te cautivan, es puro arte visual. Como digo, es algo que hay que ver pues las palabras se quedan cortas.

El director taiwanés tiene a tus sentidos audiovisuales a pleno rendimiento durante toda la película, ya que al asombro visual se le añaden los matices de sonido. Hay muy pocos diálogos, los silencios presiden la mayoría de las escenas, y esta calma sonora se adorna con el sonido de un pájaro, o los grillos en el exterior, o unos timbales que se escuchan en la lejanía, que no se sabe bien de donde provienen pero que terminan de complementar unas escenas deliciosas sensorialmente.

Hay menos escenas de pelea de las que cabría esperar (cosa que agradezco) y están espectacularmente rodadas, parecen danzas perfectamente coreografiadas acompañadas de una exquisita música metálica de espadas chocantes. Y entre cada cruce de espadas, primeros planos sobrecogedores por su perfección de la asesina, con su rostro tan bello como inexpresivo. Por cierto, parece mentira que Shu Qi esté a punto de cumplir 40 años, definitivamente los chinos se oxidan menos.

El director tiene gusto por plantear la escena en un sitio diferente al que la cámara enfoca. Es una curiosidad que se repite varias veces en este film. Otra licencia narrativa es el uso de velos o cortinas finas que se mueven delante de la cámara y hacen que el plano sea nítido y al momento difuso. Para terminar de desconcertarnos, al final de la película hay un largo plano en el que unas cabras reposan tranquilamente en un prado, comiendo hierba. No se si era algo metafórico porque para entonces yo ya estaba totalmente desconectado de la trama, pero en todo caso es una escena curiosa y digna de ser recordada.

Lo malo es que tras tan abrumadora belleza formal, la narración es confusa y excesivamente contemplativa, desesperada quietud. El desarrollo argumental es demasiado denso y farragoso. Hablando en plata: que no te enteras de ná. Intrigas palaciegas confusas, lazos familiares complicados, nombres chinos difíciles de recordar, y demasiados silencios hace que la mente del espectador se pierda en admirar la belleza de lo que ve y se desconecte de lo que se narra.

Al final, salí del cine sin saber si me había gustado o no. Con la certeza de haber visto algo insólito, una cosa nueva, desconcertado con tanta sofisticación visual y sin saber realmente qué historia acababa de presenciar. Sabía que había disfrutado, pero no podía contar la película porque no sabía realmente qué es lo que había visto. Por lo tanto, no esperéis gran cosa de esta crónica que ya termina.

Formalmente sublime, narrativamente plomiza, “The Assassin” es una película que deseo volver a ver, que necesito volver a ver, para intentar descrifrar todo aquello que se quedó fuera de mi alcance, perdido entre tanta belleza. Entonces podré saber si la película es una obra maestra que no se puede abarcar en un sólo visionado, o si no hay nada escondido detrás de tanta exquisitez formal.

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keizz
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La mirada del silencio
Documental
Dinamarca2014
7,8
2.334
Documental, Intervenciones de: Adi Rukun, M.Y. Basrun, Amir Hasan, Inong Kemat ...
7
16 de julio de 2015
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mediante el anterior documental de Joshua Oppenheimer sobre el genocidio indonesio, una familia de supervivientes descubre cómo fue asesinado su hijo y la identidad de los hombres que lo mataron. El hermano más joven está decidido a romper el silencio y el miedo con el que viven desde aquellos sucesos, a pesar de que los asesinos siguen en el poder.

Joshua Oppenheimer, el autor del inolvidable documental titulado “The act of killing”, complementa aquella magnífica y terrorífica obra con esta nueva entrega sobre los sucesos acaecidos en Indonesia a raiz del golpe de estado de 1965 y la caza de comunistas por parte de los llamados “escuadrones de la muerte”. Si en “The act of killing” Oppenheimer nos mostraba el punto de vista de los asesinos, que se regodeaban impúdicamente en sus terribles actos, en esta “La mirada del silencio” se nos muestra más el punto de vista de las víctimas, de aquellos que sobrevivieron a la cacería y la de los familiares de los mismos.

Si en la película anterior nos sorprendía y sobrecogía la naturalidad y el descaro con que los asesinos narraban sus crímenes, sin el más mínimo vestigio de arrepentimiento o sentido de culpa, en esta ocasión me llama la atención el modo en que el protagonista del documental (hermano de uno de los asesinados) afronta las revelaciones, las declaraciones de aquellos que torturaron y mataron a su hermano cincuenta años atrás. No se percibe ánimo de venganza, ni resentimiento. Se lo toma con total naturalidad y parece que lo único que busca es tratar de entender por qué lo hicieron, pero nunca se le llega a ver rabioso o indignado ante las aberraciones que escucha.

Este individuo es optometrista, y revisa la vista a los verdugos de su hermano antes de entrevistarles para el documental. Este acto es una metáfora perfecta, ya que parece querer hacer cambiar el punto de vista de los asesinos, hacer que vean la realidad de sus actos.

El ritmo narrativo es más lento que en “The act of killing”, y esas miradas del silencio están perfectamente pensadas para retratar la impotencia que se siente ante aquel monstruoso y absurdo genocidio y, lo que es peor, ante la absoluta falta de sentido de culpa que sus responsables tienen.

El optometrista no entiende cómo pudo pasar aquello pero no parece albergar un gran rencor. Sus padres, dos ancianos increíblemente viejos, tampoco le dan muchas vueltas. La madre recuerda con tristeza cómo se llevaron a su hijo, mientras el padre, ciego y sordo, vive en su mundo y se conforma con cantar de vez en cuando.

Algunas entrevistas a los asesinos tienen momentos de verdadera tensión. Oppenheimer es recriminado algunas veces por sus entrevistados cuando las preguntas empiezan a ser incómodas. Aquí los asesinos no están tan cómodos delante de las cámaras como los que aparecen en “The act of killing”.

Oppenheimer basa su documental en las entrevistas del optometrista a los verdugos de su hermano de un modo muy intimista y poniendo el acento en la sencillez y naturalidad de las mismas, así como en las expresiones de los entrevistados y en las del entrevistador, en las miradas y los silencios. Y también se centra en la observación de la intimidad de la familia. Asistimos a la cotidianidad de la vida del provecto matrimonio desde un punto de vista exótico-artístico, que contrasta con las terribles narraciones del genocidio.

Los protagonistas de la barbarie dicen continuamente que “lo pasado, pasado está”, para reforzar su falta de sentido de culpabilidad ante lo que hicieron. Pero Oppenheimer con sus documentales rechaza esa intención de olvidar el pasado. Especialmente, cuando el presente en Indonesia sigue marcado por aquello que ocurrió en esos años, y cuando los asesinos que aún viven siguen alardeando de sus execrables actos.

Personalmente, me gustó más “The act of killing”, me impactó muchísimo. Esta no es tan impactante, puesto que es más o menos una continuación de aquella. Por eso creo que es imprescindible verla para entender esta “Mirada del silencio”. Quien no la haya visto, mejor que no acuda a ver esta segunda entrega porque no tendrá sentido.

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8
14 de marzo de 2014
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los astronautas se encuentran a 600 kilómetros de la Tierra. A esa distancia, la temperatura fluctúa entre +125 y -100 grados. No hay nada que transporte el sonido. No hay presión del aire. No hay oxígeno. La vida es imposible. Con estas premisas se inicia “Gravity”, una película especial, diferente, dirigida por Alfonso Cuarón, un mexicano que se dió a conocer (al menos para mi) con “Y tu mamá también”, y que últimamente ya había hecho incursiones en películas sobre ciencia-ficción, género que no me interesa mucho, por lo que no puedo opinar. Pero, sin duda, después de ver “Gravity”, me interesará cualquier cosa que haga.

Esta es una película del espacio, más que ninguna otra que yo haya visto, porque el espacio es un protagonista más de la misma. El espacio, tan oscuro y deslumbrante a la vez, tan bello como siniestro, tan peligroso como fascinante. Yo diría que es el principal protagonista. Los otros protagonistas, los seres humanos que son el centro de la historia, son lo que son y hacen lo que hacen porque están en el espacio. Eso les condiciona completamente. Sobre todo en el caso de la protagonista femenina, que es una mujer desencantada de la vida, sin nadie que la espere en la Tierra, infeliz, y para quien la muerte no es una mala salida, sino más bien una tentación para dejarse llevar. Pero el instinto de supervivencia puede con todo y termina luchando con todas sus fuerzas para sobreponerse a todas las vicisitudes e intentar salir con vida.

“Gravity”, desde el punto de vista puramente narrativo, no es nada del otro mundo. Es más, diría que es bastante mejorable y existen lagunas argumentales muy nítidas. De hecho, todo el argumento es prácticamente lo que he contado en la sinopsis, salvo un par de cosillas que no he querido contar por no reventarla, pero eso es todo, no hay más. Mentira, hay muchísimo más, pero no está en el contenido de la historia, sino en la forma, en las imágenes, en el sonido, en la magia de la pantalla. A nivel puramente estético y de realización, la película es asombrosa, impactante, bella, espectacular. Desde el larguísimo plano secuencia inicial el espectador se queda clavado a la butaca, con los ojos atrapados en la pantalla, totalmente subyugado por las imágenes y el sonido, y ya no puedes moverte hasta que acaba. En mi caso, hasta después de que acaba. Terminaron los créditos, encendieron la luz, y aún estuve como medio minuto sentado sin poder levantarme.

Se trata de una experiencia fascinante, de verdad. Ese uso del plano secuencia, con un ingenioso movimiento de cámara orbitando entre los personajes te permite, no solo implicarte en la historia, sino incluso hacerte sentir como sienten los propios personajes y pensar como ellos. Parece que estás allí, eres uno más. El viejo sueño de traspasar la pantalla se hace realidad. Tu también estás en el espacio, y hasta te sorprendes al rascarte la cara y darte cuenta de que no llevas escafandra.

Pero no se trata solo de una experiencia visual, ni audiovisual, es más que eso. Hay una tensión continua que no te deja respirar, una angustia continua que se entremezcla con el estupor que te provoca la belleza de las imágenes y el asombro de tantos detalles cuidados. Ves un bolígrafo flotando, un tornillo, un muñequito, y sobre todo esa lágrima… esa lágrima que parece que te moje, que te caiga encima.

Pasemos a los actores. George Clooney ya ha demostrado otras veces que es un actor fiable y que gana con los años. Además, el papel le va que ni pintado. Si yo fuera mujer y tuviera que quedarme flotando en el espacio acompañada de alguien, elegiría a George Clooney como compañero de odisea. Pero de quien hay que hablar de verdad es de Sandra Bullock.

Si ya resulta milagroso que una película de astronautas o ciencia ficción me guste mucho, he de decir que hay un milagro aún más grande que ha conseguido esta película, y es que me guste una interpretación de Sandra Bullock. Y no solo me ha gustado, me ha parecido brillante, formidable. Me ha quitado para siempre mis prejuicios respecto a ella. Sin lugar a dudas, Sandra Bullock hace aquí el papel de su vida. Y sorprende (al menos a mi) porque no parece a priori la actriz indicada para este papel, que requiere una gran carga dramática y un excelente estado físico (es sorprendente que a los cincuenta años mantenga el cuerpo en el estado que lo tiene. Si no la vieramos la cara, diríamos que tiene como máximo treinta años), pero oye, se hace con el papel con una solvencia que no me queda otra que sacarme el sombrero ante su trabajo.

Otros dos milagros. Uno: Siempre digo que es imprescindible ver las películas en versión original. Pues bien, en este caso es menos importante. Hay pocos diálogos y no son significativos, así que si teneis que verla doblada, no pasa nada. Y dos: Normalmente soy un enemigo del cine 3D, me parece una mierda tener que estar dos horas con las gafitas de colores, y generalmente la diferencia no compensa la incomodidad de llevarlas. Además, las películas en 3D suelen ser bastante malas y comerciales. Bien, en este caso discrepo de mí mismo y recomiendo ver esta película en 3D. Yo la he visto en 2D y me ha impresionado, así que estoy seguro de que verla en 3D tiene que ser una experiencia increíble. En este caso, vale la pena aguantar las gafitas, os lo aseguro.

Resumo. Película que hay que ver, porque no solo la ves sino que la vives. Efectos visuales y sonoros incomparables. Planos secuencia para levantarse y aplaudir. Tensión desde el minuto uno hasta el final. 3D, por fin, justificado. Una película que es una delicia visual, toda una experiencia. Y esa lágrima en el espacio, pura poesía.

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