La intriga y la reflexión moral del film mantienen a uno pegado a la pantalla durante los 145 minutos de metraje sin provocar bostezo alguno. Comprobar lo bien que la mueve Spielberg (la cámara) fascina a cualquiera; asi como su sentido de la estética, en el que juega un papel importante la iluminación (ejemplos los hallamos en el bello plano de Ágata emergiendo de la piscina en la que está conectada, o la habitación donde tiene lugar el transplante de ojos).

Esta película no sólo habla de la superación y de la buena cocina. Es un homenaje al buen gusto y toda una reflexión artística sobre la figura del "auteur" ¿Qué mejor sitio que París para divagar sobre estas cuestiones?

Además, Brad Bird, que ya dirigió Los Increíbles con muy buenos resultados, película que tiene ciertas similitudes de fondo con Ratatouille, se ha atrevido a preguntarse sobre la naturaleza del crítico, no sólo del artista.

Todos los personajes están descritos con profundidad, no sobra ninguno. El guión es perfecto, original, repleto de guiños cinéfilos. Esta película supone todo un orgasmo fílmico.
Es como un litro de agua potable en medio del desierto de ideas veraniego. De visionado obligado.

Érase una aburrida tarde en la que quería matar dos horas. Con el resto de la cartelera ya visionada, sólo me quedó entrar en el último caramelo pirotécnico de Michael Bay. Nunca me ha agradado este director por su manía de hacer estallar todo en medio de un caos lleno de piruetas. La última escena de Transformers, larguísima, no se salva en este aspecto de la quema.

Sin embargo, me pareció que el resto de las secuencias de acción estaban de aúpa. Tampoco soy muy amigo del CGI, prefiero los efectos tradicionales. Los autobots de este filme son una excepción que confirma la regla. Vale, Optimus Prime no hace tantas chuladas como yo le obligaba a realizar en el salón de mi casa de niño, pero la sencillez de la propuesta me ha permitido acercarme por momentos a mi infancia. Entre tanto ruido, resulta que también hay hueco para la nostalgia.

Las líneas de diálogo y las exageradas interpretaciones de los protagonistas también son de agradecer. No pretendan encontrarse con Shakespeare. Los guionistas, conscientes de la ligera trascendencia de su trabajo, se lo han pasado bomba escribiendo diálogos estúpidos con cierto tono picarón, como lo de las bocas de Megan Fox. El personaje de LeBeouf es una suerte de niño de ocho años que ve el mundo con entusiasmo e ingenuidad. Más tonto y no nace. Es tan bobo que hasta se hace entrañable. Tampoco podía faltar el toque friki “¿Ha pasado Freddy Kruger por aquí? No, él tiene cuatro garras, ahí hay tres. Ha sido Lobezno”. Y que los robots aprendan idiomas por Internet y encuentren al chaval a través de e-bay ya es la monda. El porro que se fumaron los responsables al escribir lo que podría haber sido una bazofia les ha cundido bien.

Resultado final: una buena manera de matar dos horas y cuarto pasándoselo como un enano.

La historia se trata con cierta frialdad y a sus personajes les falta una mayor definición. No obstante, goza de un buen ritmo, un gran guión, una banda sonora muy pegadiza, estupendas interpretaciones, un vestuario y decorados logrados y una esplendorosa fotografía que es parte del éxito de la impactante puesta en escena. Tal es el resultado de todo esto que escenas como la de Paul Newman bajo la lluvia o la de Jude Law cuando se dispone a sacar su última foto quedarán grabadas en las retinas de todos nosotros y en las de las generaciones venideras.

Podrá reprochársele a esta película su escaso rigor histórico, pero no creo que, como se viene diciendo, sea pretenciosa.

Más bien diría que lo que pretende lo cumple con creces. Hay una estupenda recreación en la música de Beethoven que hará amar la música clásica hasta al más escéptico. De mención (y para quitarse el sombrero) es la secuencia de la presentación de la Novena Sinfonía, como máximo exponente de un montaje excepcional entre música e imagen que se mantiene durante todo el filme.

La relación entre Beethoven y su alumna logra captar nuestra atención durante todo el metraje, aunque estos no salgan practicamente de la casa del compositor. Eso es lo que logra un diálogo como Dios manda.

Si a esto añadimos un Ed Harris que está que se sale, con un trabajo de transformación más que loable (hurra a los maquilladores), la peli resulta destacable.